Sucedió
que un fama bailaba tregua y bailaba catala delante de un almacén
lleno de cronopios y esperanzas. Las más irritadas eran las
esperanzas porque buscan siempre que los famas no bailen tregua ni
catala sino espera, que es el baile que conocen los cronopios y las
esperanzas.
Los
famas se sitúan a propósito delante de los almacenes, y esta vez
el fama bailaba tregua y bailaba catala para molestar a las
esperanzas. Una de las esperanzas dejó en el suelo su pez de flauta
-pues las esperanzas, como el Rey del Mar están siempre asistidas
de peces de flauta- y salió a imprecar al fama, diciéndole así:
-Fama,
no bailes tregua ni catala delante de este almacén.
El
fama seguía bailando y se reía.
La
esperanza llamó a otras esperanzas, y los cronopios formaron corro
para ver lo que pasaría.
-Fama
-dijeron las esperanzas-. No bailes tregua ni catala delante de este
almacén.
Pero el fama bailaba y se reía, para menoscabar a las esperanzas.
Entonces
las esperanzas se arrojaron sobre el fama y lo lastimaron. Lo
dejaron caído al lado de un palenque, y el fama se quejaba,
envuelto en su sangre y su tristeza.
Los
cronopios vinieron furtivamente, esos objetos verdes y húmedos.
Rodearon
al fama y lo compadecían diciéndole así:
-Cronopio
cronopio cronopio.
Y
el fama comprendía, y su soledad era menos amarga.
Julio
Cortázar |