El
frío
complica siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo,
tan piel contra piel, pero ahora a las seis y media su mujer lo
espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es
tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver
azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es
un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin
ganas silba un tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca
el pulóver en el armario y empieza a ponérselo delante del espejo.
No es fácil, a lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere a la
lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco
va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño
de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como
de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en
punta. De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la
mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóver
se ve que es su mano de siempre y él la deja caer al extremo del
brazo flojo y se le ocurre que lo mejor será meter el otro brazo en
la otra manga a ver si así resulta más sencillo. Parecería que no
lo es porque apenas la lana del pulóver se ha pegado otra vez a la
tela de la camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra
manga dificulta todavía más la operación, y aunque se ha puesto a
silbar de nuevo para distraerse siente que la mano avanza apenas y
que sin alguna maniobra complementaria no conseguirá hacerla llegar
nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo, agachar la cabeza
para calzarla a la altura del cuello del pulóver a la vez que mete
el brazo libre en la otra manga enderezándola y tirando simultáneamente
con los dos brazos y el cuello. En la repentina penumbra azul que lo
envuelve parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como un
calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debería estar afuera,
pero la frente y toda la cara siguen cubiertas y las manos andan
apenas por la mitad de las mangas. por más que tira nada sale
afuera y ahora se le ocurre pensar que a lo mejor se ha equivocado
en esa especie de cólera irónica con que reanudó la tarea, y que
ha hecho la tontería de meter la cabeza en una de las mangas y una
mano en el cuello del pulóver. Si fuese así su mano tendría que
salir fácilmente pero aunque tira con todas sus fuerzas no logra
hacer avanzar ninguna de las dos manos aunque en cambio parecería
que la cabeza está a punto de abrirse paso porque la lana azul le
aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y la boca, lo
sofoca más de lo que hubiera podido imaginarse, obligándolo a
respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la
boca, probablemente desteñirá y le manchará la cara de azul. Por
suerte en ese mismo momento su mano derecha asoma al aire al frío
de afuera, por lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga
apresada en la manga, quizá era cierto que su mano derecha estaba
metida en el cuello del pulóver por eso lo que él creía el cuello
le está apretando de esa manera la cara sofocándolo cada vez más,
y en cambio la mano ha podido salir fácilmente. De todos modos y
para estar seguro lo único que puede hacer es seguir abriéndose
paso respirando a fondo y dejando escapar el aire poco a poco,
aunque sea absurdo porque nada le impide respirar perfectamente
salvo que el aire que traga está mezclado con pelusas de lana del
cuello o de la manga del pulóver, y además hay el gusto del pulóver,
ese gusto azul de la lana que le debe estar manchando la cara ahora
que la humedad del aliento se mezcla cada vez más con la lana, y
aunque no puede verlo porque si abre los ojos las pestañas
tropiezan dolorosamente con la lana, está seguro de que el azul le
va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las
mejillas, y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar
de ponerse de una vez el pulóver sin contar que debe ser tarde y su
mujer estará impacientándose en la puerta de la tienda. Se dice
que lo más sensato es concentrar la atención en su mano derecha,
porque esa mano por fuera del pulóver está en contacto con el aire
frío de la habitación es como un anuncio de que ya falta poco y
además puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta aferrar el
borde inferior del pulóver con ese movimiento clásico que ayuda a
ponerse cualquier pulóver tirando enérgicamente hacia abajo. Lo
malo es que aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de
lana, parecería que el pulóver ha quedado completamente arrollado
cerca del cuello y lo único que encuentra la mano es la camisa cada
vez más arrugada y hasta salida en parte del pantalón, y de poco
sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulóver
porque sobre el pecho no se siente más que la camisa, el pulóver
debe haber pasado apenas por los hombros y estará ahí arrollado y
tenso como si él tuviera los hombros demasiado anchos para ese pulóver
lo que en definitiva prueba que realmente se ha equivocado y ha
metido una mano en el cuello y la otra en una manga, con lo cual la
distancia que va del cuello a una de las mangas es exactamente la
mitad de la que va de una manga a otra, y eso explica que él tenga
la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del lado donde la mano
sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su
mano derecha que ya está afuera se mueva con toda libertad en el
aire aunque no consiga hacer bajar el pulóver que sigue como
arrollado en lo alto de su cuerpo. Irónicamente se le ocurre que si
hubiera una silla cerca podría descansar y respirar mejor hasta
ponerse del todo el pulóver, pero ha perdido la orientación después
de haber girado tantas veces con esa especie de gimnasia eufórica
que inicia siempre la colocación de una prenda de ropa y que tiene
algo de paso de baile disimulado, que nadie puede reprochar porque
responde a una finalidad utilitaria y no a culpables tendencias
coreográficas. En el fondo la verdadera solución sería sacarse el
pulóver puesto que no ha podido ponérselo, y comprobar la entrada
correcta de cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello,
pero la mano derecha desordenadamente sigue yendo y viniendo como si
ya fuera ridículo renunciar a esa altura de las cosas, y en algún
momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia
arriba sin que él comprenda a tiempo que el pulóver se le ha
pegado en la cara con esa gomosidad húmeda del aliento mezclado con
el azul de la lana, y cuando la mano tira hacia arriba es un dolor
como si le desgarraran las orejas y quisieran arrancarle las pestañas.
Entonces más despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en
la manga izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso con la
mano derecha ayudar a la mano izquierda para que pueda avanzar por
la manga o retroceder y zafarse, aunque es casi imposible coordinar
los movimientos de las dos manos, como si la mano izquierda fuese
una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera
ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la esté
mordiendo porque de golpe le duele la mano prisionera y a la vez la
otra mano se hinca con todas sus fuerzas en eso que debe ser su mano
y que le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse el pulóver,
prefiere intentar un último esfuerzo para sacar la cabeza fuera del
cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando
con todo el cuerpo, echándose hacia adelante y hacia atrás,
girando en medio de la habitación, si es que está en el medio
porque ahora alcanza a pensar que la ventana ha quedado abierta y
que es peligroso seguir girando a ciegas, prefiere detenerse aunque
su mano derecha siga yendo y viniendo sin ocuparse del pulóver,
aunque su mano izquierda le duela cada vez más como si tuviera los
dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le obedece,
contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a través
de la manga el borde del pulóver arrollado en el hombro, tira hacia
abajo casi sin fuerza, le duele demasiado y haría falta que la mano
derecha ayudara en vez de trepar o bajar inútilmente por las
piernas en vez de pellizcarle el muslo como lo está haciendo, arañándolo
y pellizcándolo a través de la ropa sin que pueda impedírselo
porque toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quizá ha caído
de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira
una vez más del pulóver y de golpe es el frío en las cejas y en
la frente, en los ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero
sabe que ha salido fuera, esa materia fría, esa delicia es el aire
libre, y no quiere abrir los ojos y espera un segundo, dos segundos,
se deja vivir en un tiempo frío y diferente, el tiempo de fuera del
pulóver, está de rodillas y es hermoso estar así hasta que poco a
poco agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la
lana de adentro, entreabre los ojos y ve las cinco uñas negras
suspendidas apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de
saltar contra sus ojos, y tiene el tiempo de bajar los párpados y
echarse atrás cubriéndose con la mano izquierda que es su mano,
que es todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro de la
manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulóver y la baba
azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a
otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulóver,
donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompañe
y lo acaricie y doce pisos.
Julio
Cortázar |