Cuando
los cronopios cantan sus canciones preferidas, se entusiasman de tal
manera que con frecuencia se dejan atropellar por camiones y
ciclistas, se caen por la ventana, y pierden lo que llevaban en los
bolsillos y hasta la cuenta de los días.
Cuando
un cronopio canta, las esperanzas y los famas acuden a escucharlo
aunque no comprenden mucho su arrebato y en general se muestran algo
escandalizados. En medio del corro el cronopio levanta sus bracitos
como si sostuviera el sol, como si el cielo fuera una bandeja y el
sol la cabeza del Bautista, de modo que la canción del cronopio es
Salomé desnuda danzando para los famas y las esperanzas que están
ahí boquiabiertos y preguntándose si el señor cura, si las
conveniencias. Pero como en el fondo son buenos (los famas son
buenos y las esperanzas bobas), acaban aplaudiendo al cronopio, que
se recobra sobresaltado, mira en torno y se pone también a
aplaudir, pobrecito.
Historias
de Cronopios y de Famas
Julio
Cortazar |