Las
hormigas se comerán a Roma, está dicho. Entre las lajas andan;
loba, ¿qué carrera de piedras preciosas te secciona la garganta?
Por algún lado salen las aguas de las fuentes, las pizarras vivas,
los camafeos temblorosos que en plena noche mascullan la historia,
las dinastías y las conmemoraciones. Habría que encontrar el
corazón que hace latir las fuentes para precaverlo de las hormigas,
y organizar en esta ciudad de sangre crecida, de cornucopias
erizadas como manos de ciego, un rito de salvación para que el
futuro se lime los dientes en los montes, se arrastre manso y sin
fuerza, completamente sin hormigas.
Primero
buscaremos la orientación de las fuentes, lo cual es fácil porque
en los mapas de colores, en las plantas monumentales, las fuentes
tienen también surtidores y cascadas color celeste, solamente hay
que buscarlas bien y envolverlas en un recinto de lápiz azul, no de
rojo, pues un buen mapa de Roma es rojo como Roma. Sobre el rojo de
Roma el lápiz azul marcará un recinto violeta alrededor de cada
fuente, y ahora estamos seguros de que las tenemos todas y que
conocemos el follaje de las aguas.
Más
difícil, más recogido y silencioso es el menester de horadar la
piedra opaca bajo la cual serpentean las venas de mercurio, entender
a fuerza de paciencia la cifra de cada fuente, guardar en noches de
luna penetrante una vigilia enamorada junto a los vasos impereiales,
hasta que de tanto susurro verde, de tanto gorgotear como de flores,
vayan naciendo las diercciones, las confluencias, las otras calles,
las vivas. Y sin dormir seguirlas, con varas de avellano en forma de
horqueta, de triángulo, con dos varillas en cada mano, con una sola
sostenida entre los dedos flojos, pero todo esto invisible a los
carabineros y a la población amablemente recelosa, andar por el
Quirinal, subir al Campodoglio, correr a gritos por el Pincio,
aterrar con una aparición inmóvil como un globo de fuego el orden
de la Piazza della Essedra, y así extraer de los sordos metales del
suelo la nomenclatura de los ríos subterráneos. Y no pedir ayuda a
nadie, nunca.
Después
se irá viendo cómo en esta mano de mármol desollado las venas
vagan armoniosas, por placer de aguas, por artificio de juego, hasta
poco a poco acercarse, confluir, enlazarse, crecer a arterias,
derramarse duras en la plaza central donde palpita el tambor de
vidrio líquido, la raíz de copas pálidas, el caballo profundo. Y
ya sabremos dónde está, en qué napa de bóvedas calcáreas, entre
menudos esqueletos de lémur, bate su tiempo el corazón del agua.
Costará
saberlo, pero se sabrá. Entonces mataremos las hormigas que
codician las fuentes, calcinaremos las galerías que esos mineros
horribles tejen para acercarse a la vida secreta de Roma. Mataremos
las hormigas con sólo llegar antes a la fuente central. Y nos
iremos en un tren nocturno huyendo de lamias vengadoras, oscuramente
felices, confundidos con soldados y con monjas.
Manual
de Instrucciones
Julio
Cortazar |