A
mis primos.
La
figura menuda de Chico Méndez se dibujaba en la calle semidesierta
aquella mañana radiante del mes de febrero. Había dormido poco y
mal. Su mujer lo asediaba con el asunto de los pájaros y el árbol de
aguacates, además pensaba mucho en el negocio, en el camión, en el
permiso de conducir, en fin, en todo eso que lo mantenía con la
cabeza revuelta. Al doblar la esquina se encontró con unos niños que
jugaban.
-¡Adiós
Chico!
-¿Qué
tal, quién va ganando?
-¡Yo!
-¡Yo! -¡Yo!
-¡Cuéntenos
un cuento, Chico, sí, por favor, cuéntenos!
Vinieron
unas cuantas ideas fugaces de historias y enredos a la cabeza de Chico
Méndez.
El
pueblo parecía el mismo a pesar de que las mujeres de la Hermandad de
Nuestra Señora del Carmen y las de la Cofradía de la Virgen de la O,
habían dispuesto pintar sus casas con franjas de color negro, el
mismo color que ellas usaban en su ropa, todo como protesta por la
escandalosa conducta del doctor, quien, a sus años, no respetaba las
leyes de la decencia y la moral de aquel pueblo honrado, porque a
pesar de estar casado con la honorable viuda que le había brindado
amor, casa, dinero y posición cuando él llegó al pueblo sin nada más
que tres cajas de libros y una maleta de ropa, era capaz de mantener
relaciones amorosas y públicas con su comadre, una mujer joven,
casada y cuyo hijo más pequeño era hijo del mismo doctor, según
aseguraban las lenguas de algunas comadres.
Chico
Méndez miró el cielo despejado de nubes, dos zopilotes volaban alto,
calculó que arriba de las carnicerías del mercado, miró las casas
pintadas de negro y pensó en el parecido entre esas mujeres
santulonas y los zopilotes, negros ellas y ellos, dispuestos todos a
caer sobre la presa en el momento apropiado. El médico había dado
mucho al pueblo, empezando por la salud, las mejoras al edificio de
Sanidad Pública, la Farmacia Popular, la Cruz Roja, etc., pero esas
mujeres habían visto sólo lo malo. Los niños lo sacaron de sus
pensamientos.
-¡Sí
Chico, un cuento!
Pero
Chico no estuvo entonces como para entretenerse contándoles historias
a los niños.
-Será
otro día.
-A
dónde va Chico.
-A
la Miscelanea Vaides.
Y
se alejó, nuevamente perturbado por la inquietud que en su mujer
provocaban los pájaros y el árbol de aguacates.
En
la Miscelanea Vaides, compró cola para pegar y una brocha. De paso
por la panadería, compró también una lata vacía de manteca y se
dirigió sin prisa a su casa. Caminaba pensando cómo ejecutaría su
plan y en la cara de su mujer cuando éste diera resultado. Llegó y
se instaló en el patio.
-¡Mirtala!
Llamó
y una voz le respondió desde la cocina.
-¡Traeme
unas brasas!
La
mujer apareció con una vieja tapatera de lata rebosante de brasas.
Chico traía ya la lata de manteca llena de agua. Instaló la lata
sobre el improvisado brasero y se fue a buscar la escalera, la trajo y
la recostó en el árbol de aguacates que a esa hora todavía no era
visitado por los pájaros. Cuando el agua empezó a hervir, echó la
cola de pegar y principió a removerla con un palo. La cola se deshizo
y entonces Chico esperó que enfriara.
Después
de almorzar se subió en la escalera, brocha en una mano y un viejo
bote de pintura lleno de cola en la otra, empezó a embadurnar las
ramas del árbol. Cuando estuvo todo el árbol untado de cola, Chico
bajó de la escalera, se acostó en la hamaca del corredor y se quedó
dormido. Un escandaloso ruido de alas agitádose y pájaros graznando,
lo despertó y entonces vio aquella bandada de zanates que oscurecía
el patio y que sacudía las ramas y el árbol entero, sintió cómo la
tierra empezaba a moverse, a temblar y no atinaba a explicarse lo que
estaba ocurriendo, su mujer salió del cuarto, atemorizada por el
movimiento de la tierra y en ese momento, frente a los ojos de ambos,
la bandada de zanates, tras sacudir fuertemente el árbol de
aguacates, lo arrancó de raíces, lo levantó en vilo por el aire y
se alejó volando, llevándose para siempre y en sus narices, la única
fuente de ingresos que tenían después de que a Chico le cancelaron
el permiso de conducir por haber perdido un ojo cuando se le infectó
el herpes, y todo porque el doctor ya no está en el pueblo por culpa
de esas mujeres escandalosas y mal agradecidas.
Ivonne
Recinos
inrst+@pitt.edu
Ivonne
Recinos, nació en Jalapa Guatemala en 1953. Muy joven publico su
primer poemario titulado Veredas. Luego
publico un poema mural titulado Peregrina, que
obtuvo en 1994 el premio "Poeta de la libertad" otorgado por
la Alianza Francesa de Quetzaltenango, Guatemala. Ese mismo año, por
su cuento Un
Hombre Honrado obtuvo el premio "Francisco de
Vitoria" otorgado por la Oficina de los Derechos Humanos del
Arzobispado de Guatemala. Su más reciente libro es el poemario Donde
Nace la Voz (1996). Tiene inédito un libro de cuentos y
relatos. Licenciada en Lengua y Literatura por la Universidad del
Valle de Guatemala, Master in Arts por la Universidad e Pittsburgh y
actualmente esta terminando sus estudios de doctorado en esta misma
universidad en la que imparte clases de Español en el Departamento de
Lenguas y Literaturas Hispánicas.
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