El
hombre llega a su casa, abre la puerta y escucha los gemidos
desesperados de su mujer. Piensa que ha sido víctima de un robo y la
imagina atada y amordazada en la alcoba; sin siquiera extraer la
llave, arroja el maletín de trabajo y sube las escaleras con el corazón
alocado. Irrumpe en la alcoba cuando los murmullos se han convertido
en un frenesí dulce pero doloroso, y la ve con su amante en la cama,
en el momento en que ambos gozan de los hamaqueos del orgasmo.
El hombre grita: "¡perra hijueputa!"
El amante salta de la cama y se arroja al suelo intentando esconderse
detrás de la cama. El recién venido lo ve volar por los aires y le
observa la oronda espada de la injuria; corre al armario y saca un
revolver. Ella se levanta de la cama sin siquiera taparse con la sábana
y se arroja a su marido gritándole: "¡no mates a nadie que la
culpa es mía!", pero él con un golpe la detiene en el aire y
con otro la devuelve a la cama, toma el revolver, le apunta al intruso
y mascullando con ira sus palabras dice: "no te acerques perra de
mierda, porque me darías el placer de dispararle a esta basura".
La mujer se paraliza del susto. Con una almohada se tapa el pecho.
Siente a la vez pánico y dolor en el alma."Soy tuya... te amo a
ti y sólo a ti", le dice a su marido con súplicas en la voz y lágrimas
en el rostro.
"Sí, pero hoy ya fuiste de este hombre," le responde el
esposo mientras engarrota aún más el dedo sobre el gatillo. Con la
mira apuntando a la frente del amante, se mueve con lentitud alrededor
de la cama. El que está desnudo se arrodilla, se lleva las manos al
pecho, cierra los ojos, exclama: "¡hago lo que usted diga, pero
no me mate!", y en seguida siente el frío cañón del revolver
en la mitad de la frente. Del pavor se le derriten los huesos y vuelve
a pedir clemencia.
"¡Cúbrase las bolas porque se las voy a volar!", espeta el
deshonrado con tal furia, que su mujer se sintió aludida e intentó
moverse para alcanzarle los interiores. "¡Quieta perra
asquerosa!", y por medio segundo el revolver estuvo dirigido a
ella.
Cuando el amante había ocultado su honor marchito, sintió el cañón
contra la nuca; el dueño de casa le ordenó que buscara la chequera
y, con los brazos tensos y estirados, lo empujó hasta un asiento
donde la ropa del fornicante estaba amontonada.
Le paso su propio estilógrafo y le ordenó: "páguele a esa
perra lo que usted crea que valen sus servicios"
El amante pensó que con la cifra se jugaba la vida, y firmó el
documento por la totalidad de sus fondos bancarios.
"¡Llévese todo lo que tenga en los bolsillos y deme el
cheque!", ordenó el del revolver, apretó el cañón contra la
espalda del otro y lo empujó hasta la salida. El fornicante abrió la
puerta y, en interiores, descalzo, con las llaves de su apartamento y
la billetera en la mano, quedó libre. El ofendido azotó la puerta y
dio media vuelta.
Apenas entró a la alcoba, su mujer bajó los ojos. Estaba sobre la
cama, de rodillas, muy bien cubierta por la sábana y buscando alguna
palabra que aplacara la ira de su marido.
Levantó los ojos y vio que el hombre tenía el revolver a un metro de
su corazón, y que de la furia no era capaz de insultarla. Con voz de
moribunda de amor, le dice: "'...yo te amo a ti. Siempre te he
amado. Nadie te puede reemplazar, mi amor; eres el hombre de mi
vida".
Él levanta el revolver, le apunta a los ojos y se los mira con un
encono, arraigado en su alma, para siempre: "¿y qué harías por
mi?".
Ella creyó que él se ablandaba, e inmediatamente le respondió:
"lo que tu quieras mi vida... yo hago lo que me pidas para que me
dejes estar a tu lado... toda la vida".
Su marido caminó hasta el asiento, tomó las prendas del amante, se
las arrojó a su mujer, le ordenó que pasara toda la noche con
aquella ropa entre sus piernas; le acercó el cheque a la boca y la
obligó a que lo besara; "aquí te dejo tu salario", le dijo
mientras ponía el documento sobre el nochero; "quiero que laves
esa ropa y la mantengas junto a la tuya, y que enmarques el pago de tu
trabajo y lo cuelgues en la sala".
En seguida, el hombre bajó el revolver y, poco a poco, con los días,
con los meses, y con muchas miradas al cheque, fue recuperando la paz.
Jaime
Riascos Villegas
riascos@impsat.net.co
Este
caleño, ingeniero de profesión, sorprendió en 1986 a sus cercanos,
cuando decidió abandonar el ejercicio de la ingeniería civil y
dedicarse de lleno a la escritura, y a la narración oral de cuentos.
En 1988 fue eje conductor del naciente Movimiento Colombiano de
Cuenteros, y desde entonces ha sido una de sus puntas de lanza. En su
repertorio se encuentran cuentos de la tradición oral
latinoamericana, cuentos de autores como Margarita Yourcenar, Ernest
Hemingway, Augusto Monterroso, Gabriel García Márquez. Los talleres
de narración oral de este colombiano se dictan en la Universidad
Javeriana, la de los Andes, y han llegado a estamentos educativos en México
y España. Riascos es un hombre que vive para la palabra y para los
cuentos. Es un rotundo convencido de que aún estamos a tiempo de
reinsertar en la sociedad moderna un Cuenta Cuentos Contemporáneo,
capacitado para narrar y divertir al público.
|