-La
campaña de tsedaká ("caridad") pronto va a empezar. ¿Qué
clase pensás que va a ganar el concurso por juntar la mayor suma de
dinero?- preguntó Janá Rabinowitz, alumna del último año de la
secundaria en Bet Iaakob mientras entraba a la escuela.
-El año pasado ganamos, aunque las otras clases tuvieran más
alumnas. Esperemos que podamos hacerlo otra vez -dijo Jaia.
Al entrar en la escuela, no pudieron evitar ver los pósters que
anunciaban el comienzo del concurso de tsedaká 5754. El dinero se
dividiría entre varias causas dignas. A la clase ganadora se le
obsequearía una fiesta y recibiría un reconocimiento especial en la
asamblea escolar.
En clase, Rabí Grinbaum, el profesor, dijo:
-Chicas, estamos por dar comienzo a nuestro especial concurso anual de
tsedaká. ¿Alguien conoce alguna historia insólita sobre tsedaká
que quiera contarle a la clase?
Ribká Moscowitz, una niña que siempre rebosaba de entusiasmo, levantó
la mano.
-Hace poco oí una hermosa historia -exclamó.
-Adelante, Ribká -dijo Rabí Grinbaum.
Ribká contó la historia.
Esto sucedió en Europa hace unos cien años, en una pequeña ciudad
de Galicia. Había un rebe jasídico que siempre daba la bienvenida a
todos, pero se lo notaba especialmente cálido con Berel, el sastre.
Berel era un judío muy sencillo, que pasaba casi todo el tiempo
trabajando en su oficio. No era un talmid jajam (estudioso de la Torá)
sin embargo, siempre que llegaba a la sinagoga el rebe lo recibía con
una gran sonrisa y un cordial; ¡Shalom Alejem!
Los ojos del rebe brillaban con una calidez especial cuando veía a
Berel. Los jasidim (seguidores del rebe) no se podían explicar este
sentimiento especial del rebe. ¡Se sorprendían muchísimo sin
embargo, cuando alguien le pedía una bendición al rebe y éste le
sugería que fuera a lo de Berel, el sastre, a pedirle una bendición!
Un día, los jasidim tuvieron suficiente valor para preguntarle al
rebe. Esto es lo que dijo el rebe:
-Un día, un padre vino a verme llorando porque el compromiso de su
hija estaba a punto de romperse puesto que el hombre no tenía dinero
para cumplir las promesas hechas a la familia del novio. No podía
dirigirme a las personas que generalmente me ayudan porque justo había
terminado de recaudar dinero para otras causas. Estaba a punto de
abandonar todo cuando pensé en Berel. No es un hombre rico pero tiene
un buen corazón y me ha ayudado con frecuencia.
Cuando le hablé, me contestó: -Rebe, todo lo que tengo es el dinero
que estuve ahorrando para el casamiento de mi propia hija. Me llevó
algunos años juntar este dinero, pero si lo necesita para salvar un
casamiento, se lo daré. En cuanto a mi hija, HaShem ayudará. Fue a
otra habitación y volvió con un monedero. En realidad, estaba
sonriendo cuando me lo dio, como si no se sintiera mal en absoluto.
Dudé, sin saber si era correcto aceptar semejante sacrificio. Pero
cuando recordé al padre desesperado y las lágrimas en sus ojos,
decidí aceptar el dinero de Berel.
-Berel -le dije -que HaShem haga llover bendiciones sobre tí. Que tu
parnasá (sustento) sea abundante para que siempre puedas ayudar a los
demás y tengas suficiente para tu familia.
Berel sonrió como si acabara de ganar la lotería. Ahora entienden.
Un hombre que se puede sacrificar así por otra persona tiene un mérito
especial en el cielo.
Rabí Grinbaum dijo:
-Realmente es una historia especial. Gracias por contarla. Es una
excelente manera de comenzar nuestra campaña.
-¡Oh! La historia no terminó -agregó Ribká.
Seis meses más tarde, la tía mayor de Berel falleció y le dejó una
gran herencia. La hija de Berel pronto se comprometió y Berel ya no
tuvo que preocuparse por ganarse el sustento.
-HaShem siempre recompensa a los que se sacrifican para ayudar a los
demás -comentó Rabí Grinbaum. Pero niñas, quiero que sepan que uno
no debe dar más de la quinta parte de lo que posee para tsedaká.
Berel fue obviamente una persona excepcional con mucha fe en que
HaShem lo cuidaría. Todos estamos obligados a ayudar pero no a dar
todo lo que tenemos.
-Una cosa más, chicas. Sé que van a empezar la campaña esta noche
pidiendo a sus padres que contribuyan. Eso está bien. Pero recuerden
dos cosas. Primero: sus padres tienen muchas obligaciones financieras
y hay recesión así que muchos padres no podrán dar todo lo que
quisieran. Segundo: lo importante de la campaña es que nosotros demos
de nuestros propios ahorros y que vayamos a recaudar de otras
personas. Así que recuerden, sus padres están sólo para alentarlas.
Todas las niñas se conmovieron con la historia de Ribká y se
sintieron alentadas por Rabí Grinbaum para participar en el concurso
de tsedaká. Janá se sintió muy inspirada y decidió juntar dinero
para la campaña. No tenía ahorros propios así que le pidió ayuda a
su papá.
¡Qué grande fue su desilución cuando le dijo que no!
Le explicó:
-Tenés que darte cuenta, Jany, de que apenas tenemos suficiente para
nuestras propias necesidades. Primero, tenemos que cuidarnos nosotros.
Los tiempos son duros y no puedo darme el lujo de ayudarte.
Se sorprendió con su respuesta.
-Pero papi -dijo-, nosotros podemos arreglarnos. Baruj HaShem tenemos
comida, casa y ropa. Hay tantos que ni siquiera tienen eso. ¡Necesitan
nuestra ayuda!
-Bueno Jany, como dije, cuando las cosas mejoren y gane más,
tendremos algún dinero extra para el concurso de tsedaká, hasta
entonces no podemos dar nada.
Jany estaba deprimida. Era verdad que su familia estaba lejos de ser
rica, pero muchas familias tenían aún menos. ¿Cómo podía
convencer a su papá de participar, aunque sea un poco? Quizás debería
contarle la historia de Berel. Pero no, hasta podría decir: "la
caridad empieza por casa".
Al día siguiente, como siempre, el señor Rabinowitz fue a su trabajo
en la fábrica. "No es un muy buen trabajo, pero al menos paga
las cuentas", pensó.
Al llegar vio a los hombres reunidos en grupos y con los rostros
serios.
-¿Te enteraste de las malas noticias, Rabinowitz? -preguntó David
Landsberg-. Oí que la compañía va a despedir a cinco de nosotros
por la recesión. ¡Vaya uno a saber quién de nosotros va a recibir
el sobre!
El señor Rabinowitz se puso pálido cuando de repente tomó
conciencia de que su trabajo estaba en juego. "Si soy uno de los
cinco ¿cómo mantendré a mi familia?" pensó preocupado.
El capataz entró a la habitación.
-Señores, como ya saben tengo que darles un doloroso anuncio. Las
ganancias de la compañía han caído considerablemente debido a la
escasez de pedidos. Nadie tiene la culpa. Es por la recesión. Me han
ordenado despedir al menos a cinco trabajadores para reducir gastos y
recuperar dinero. Lo lamento más todavía porque todos son mis
amigos. Luego el capataz entregó sobres a cinco empleados. Estos
contenían el anuncio y un cheque con el sueldo de una semana. El señor
Rabinowitz se puso pálido cuando le entregaron un sobre con las malas
noticias.
-Pero mi familia mi familia -balbuceó en tono suplicante. Le cayeron
lágrimas por las mejillas.
El capataz se mostró compasivo, pero no podía hacer nada. Morris
Schwartz, un compañero de trabajo del señor Rabinowitz, fue testigo
de la desgarradora escena. Lo habían despedido aún estado en la
compañía durante muchos años. Puso su brazo sobre el hombro del señor
Rabinowitz:
-No te preocupes, Jaim -dijo-. Estaba pensando en retirarme pronto y
además soy soltero, sin familia que mantener. Voy a ofrecerme para
retirarme antes y así salvar tu empleo. El señor Rabinowitz quedó
perplejo. Pensó: "¿Es verdad? ¿Este hombre está dispuesto a
dejar su trabajo por mí?"
El señor Schwartz se dirigió a la oficina y pidió retirarse antes
para salvar el puesto del señor Rabinowitz. El capataz quedó
sorprendido e impresionado.
-Muy poca gente ofrecería sacrificar tanto por otro. Si está
convencido, estoy dispuesto a hacer el cambio. No hay nada malo con el
señor Rabinowitz como trabajador, simplemente tenía que despedir a
cinco.
Cuando Janá llegó a la escuela al día siguiente, sus compañeras ya
estaban trayendo sus contribuciones para el concurso de tsedaká.
-Es un buen comienzo -anunció Rabí Grinbaum- pero necesitaremos
mucho más.
Acabamos de recibir una llamada de Ierushaláim. El padre de diez niños
falleció de repente y su viuda necesita desesperadamente dinero para
mantener a su familia. Tenemos que ayudar a esta pobre familia. Así
que niñas, necesitamos que cada una de ustedes, sin excepción,
colabore y participe.
Janá se puso colorada al escuchar las palabras. Hasta ahora no tenía
nada para dar. Imagínense la vergüenza si tuviera que decirle a su
maestro que su papá no iba a contribuir porque "la caridad
empieza por casa".
Mientras volvía a su casa, muchos pensamientos surgieron en su mente.
Estaba equivocada en contar sólo con la donación de su papá. Después
de todo, Rabí Grinbaum dijo que los padres estaban sólo para
alentarlas. Conseguiría un empleo de niñera después de la escuela
para ganar dinero para el concurso de tsedaká y le pediría a sus
familiares y a los comerciantes del barrio que la ayudaran.
Cuando llegó a su casa, su padre ya había vuelto. Estaba contándole
a la familia sobre el despido, como ya había perdido su trabajo y había
sido salvado sólo por la bondad de Morris Schwartz.
-Imagínense -dijo-, renució a su trabajo para que yo consevara el mío,
semejante sacrificio, no sé cómo podré pagarle alguna vez.
Janá enseguida pensó en Berel, el sastre.
El señor Rabinowitz miró a Janá y dijo:
-Jany, hoy aprendí una lección. Es verdad que la caridad comienza
por casa pero no termina allí. Así que, Jany, ahora me doy cuenta más
que nunca que también tenemos que pensar en los demás. Voy a
contribuir con un diez por ciento de mi ganancia para tu concurso de
tsedaká.
Zevulún
Weisberger
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