Hace casi siete años Johanna Hamann y otros artistas, Charo Noriega, Margarita Checa, Alicia Cabieses, José Antonio Morales, dejaron una casona barranquina que habían alquilado para que funcionaran allí sus talleres. Hoy el lugar es ocupado por el centro cultural Juan Parra del Riego.En la descripción que la escultora hace de "su" lugar están los elementos que configuran, de alguna manera, los requisitos de su taller ideal:
"Esas casonas antiguas tienen techos muy altos y los espacios son amplios. Estaba muy bien trabajar allí. Y mi taller era el más lindo de todos, creo, porque era lo que había sido el comedor de la casa, un cuarto octogonal que está detrás de lo que hoy es el teatrín. Tiene una teatina arriba que da una luz maravillosa."
— Era como estar en la escuela, con todos los compañeros alrededor...
— No, porque no había estudiado con todos ellos. Pero era bueno estar allí. Además, siempre, en algún momento, uno quiere tomar un café, entonces tocabas o te tocaban la puerta, se hacía un alto, se descansaba del trabajo y después cada uno seguía en lo suyo. También ocurría que tocaban mi puerta y a mí no me daba la gana de abrirles. Ellos lo entendían, además, porque sabían que yo tenía ese mal genio. No había problemas".
— Había cosas que te molestaban seguramente...
— Había sí. La señora que nos alquilaba era una guardiana. Cuando yo entraba a mi taller me sentía muy bien, pero antes de llegar ya tenía la presión de en qué momento se me acercaba a subirme más el alquiler, a cobrarme. Y también era un problema a la hora de usar máquinas y herramientas eléctricas, porque podía decir que no las use o cortaba la luz. Ella era una pesadilla, aunque el espacio era maravilloso. Y tampoco era ideal sentir que el taller no era de uno. Aunque donde trabajo ahora tampoco es mío. Es la casa de mi madre, en este sentido es mucho más tranquilo.
— ¿La tranquilidad es la clave?
— Yo necesito mucha tranquilidad para trabajar. Y la cantidad de horas depende de lo que esté haciendo. Por ejemplo, para acabar los trabajos de la exposición de noviembre — en la municipalidad de Miraflores — trabajaba todo el día, desde que me levantaba hasta las doce de la noche, porque tenía que acabar los trabajos. Y otros, de piedra, los trabajé en la Católica, donde enseño. Allí tengo el patio en donde también trabajo.
— ¿Una vez que estás metida en el trabajo no importa dónde estés?
— Yo creo que el taller es muy importante de todas maneras. En mi caso, en este taller solamente puedo trabajar las esculturas de madera y los dibujos, no puedo trabajar las esculturas en piedra. Esas las hago en la universidad, si es que tengo un espacio que no estén ocupando los alumnos. Generalmente trabajo cosas muy grandes. Para la piedra se requiere espacio abierto, que no haya gente a los costados que esté escuchando los ruidos de las máquinas. La piedra necesita espacios al aire libre.
— ¿Cuándo crees haber terminado una obra?
Eso es bien relativo. Yo creo que la presión del tiempo exige que en un momento diga "ya está terminada", pero quizá yo podría seguir mucho tiempo más, como me sucedió con la piedra en la universidad, que me demoró dos años en hacerla y siempre veía que me faltaba. No me convencía del todo. También es cierto que no tenía una fecha para exponer. Entonces podía seguir tranquilamente cambiando, ajustando las partes. Por otro lado, creo que en el momento que la dejas y sabes que está terminada, está terminada.
(De El Comercio, sección Cultural, 29 de diciembre de 1991, p. C1)
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