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A
partir de la segunda
mitad del siglo XX, la cultura ha sufrido transformaciones
vertiginosas. La tecnología ha incidido en ella
interna y externamente; ha modificado los recursos para su
elaboración y los mecanismos para su difusión
y distribución. Es un proceso en contínuo
cambio que nos ha legado una escisión y la
creación de etiquetas.
Hoy, la
cultura se nos ofrece fragmentada, dividida en
géneros y al interior de éstos las divisiones
se ahondan, las separaciones "reales o ficticias" se
profundizan. Y en esa globalidad, parcelada, tenemos que
enfrentarnos a dos criterios valorativos: el mainstream y el
subterráneo.
El primero
todos lo conocemos, caminamos por él diariamente, lo
escuchamos sin esfuerzo alguno; el segundo requiere de una
inmersión, de un viaje. Más que una etiqueta,
el subterráneo es una postura estética. Hay
quienes trabajan en él toda la vida y no pueden salir
del mismo, ya sea por incomprensión o por no
encontrar los canales adecuados para emerger. Otros se ven
confinados a éste no por sus cualidades
estéticas, sino por su imposibilidad de recursos
(administrativos y mercadotécnicos) para
abandonarlo.
Quienes
empeñan la vida en el subterráneo son los
iconoclastas, aquellos que pugnan por crear nuevos sonidos,
nuevas imágenes, lenguajes diferentes. Tienden, sin
pretenderlo, nexos con las subculturas que se mueven junto
con ellos y con quienes guardan afinidades. Porque el
subterráneo no es un territorio único, en
él existen los vasos comunicantes que
únicamente esperan un ligero toquido para abrir sus
puertas, hablarse entre sí y reconocerse.
La
estética subterránea, que no existe como tal
pero que utilizaremos así para un mejor manejo, se
extiende a todos los campos, ha invadido todos los espacios
y sus movimientos, verdaderamente telúricos, pueden
percibirse con un poco de sensibilidad. Es un mundo que a
simple vista aparece caótico, raro, diferente. Pero
no se trata de una diferencia rebelde por la rebeldía
misma, sino de una diferencia que busca ejercerse a partir
de la constitución de un lenguaje (icónico,
verbal, gestual) para el cual no son satisfactorios los
cánones dominantes y aceptados como
únicos.
El
subterráneo es esa subcultura callejera que ha
conquistado espacios, que alimenta al mainstream día
a día y que, las más de las ocasiones, lo
revoluciona, lo transforma para inmediatamente perder su
condición subterránea. Y paradoja de
paradojas, en ocasiones el subterráneo lo tenemos
enfrente, visible; pero su "anormalidad" nos hace alejarnos
de él. Nos impele temor porque creemos que es
violento, nos repele porque emplea los mismos códigos
pero aporta nuevos usos. Y el subterráneo exige su
precio, sus gratificaciones no están exentas de un
valor: el aislamiento es su premio, el gozo que obtenemos de
su delectación es la soledad. Por eso quienes pululan
por el subterráneo se reconocen en una mirada, en el
intercambio de unos nombres, en un
Mysterium.
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