No quiero ser como tú , se lee en la camiseta de manga larga que abriga el escuálido torso de Roberto Iniesta. Robe se ha forrado de ropa para soportar este triste y lluvioso día madrileño. Casi oculta por un gorro con orejeras asoma su cara, que parece haber sido arada por una legión de tractores. Su mirada es a veces desconfiada, y otras, taladradora. Los pelos de la barba se pelean por brotar en la piel endurecida de su rostro, y su dentadura se encuentra en estado de semirruina. Evidentemente, Robe ha logrado no ser como tú, a no ser que tú vistas de okupa y hayas sobrevivido a varios lustros poniéndote y quitándote.
"El otro día pillé un taxi en Granada", cuenta mientras nos encaminamos a un bar del barrio de Chueca, "y el conductor me preguntó si tenía dinero para pagarle. Y que si no se lo enseñaba, no me llevaba. ¡El muy cabrón!". Sin duda a este simpático taxista le engañaron las apariencias. Quien se estaba montando en su vehículo no era un yonqui o un tirado, sino el cuerpo y espíritu del último gran fenómeno del rock español: Extremoduro. No es sólo que haya vendido 75.000 ejemplares de su último disco, Agila. Tampoco que sus conciertos en pabellones y plazas de toda España se llenen hasta la bandera. Ni siquiera que miles de chavales se sepan sus poéticas y brutales letras mejor que el padrenuestro, y que las coreen de principio a fin en bares y conciertos. Lo verdaderamente fenomenal es que el grupo haya llegado a donde está sin sonar en las grandes radios ni lucir palmito en la tele o la prensa, que hasta hace bien poco lo consideraban una banda de y para quinquis. "Estoy un poco sorprendido con todo esto", reconoce Robe. "Creo que poco a poco se nos ha perdido ese miedo de 'madre mía, Extremoduro, qué pasará en los conciertos, algo malísimo'. La gente se ha dado cuenta de que no matamos a nadie". Aunque más de uno se cambiaría de acera si se encontrara con Robe en una calle solitaria, lo cierto es que es un tipo bastante amable, no muy efusivo y lo suficientemente sincero como para soltarte una fresca en cuanto te descuidas: "Vosotros, los periodistas, estáis todos dispuestos para la tonteriita y la payasadita, para lo de qué color te gusta más. Pero cuando queremos que se anuncien los conciertos, tenemos que pagar".
Algunas personas que le han tratado dicen que no se fía de nadie
y que cambia de opinión sin parar, lo que hace difícil trabajar
con él. No soy ningún cenutrio, ni tengo la cabeza cerrada,
se defiende. Hoy pienso una historia, mañana otra. No entiendo a
la gente que está tan segura de todo. Y es que Iniesta vive una
etapa de cambio muy dada a las contradicciones. En poco tiempo, las noches
de dar tumbos, de no comerse una rosca, de ser considerado un marginal
drogadicto en el mundillo musical han dado paso a días de bonanza
comercial y respeto crítico.
Muchos se preguntan el porqué de este inesperado extremo-boom.
"Yo tampoco me lo explico", afirma César Strawberry, cerebro de
Def Con Dos, grupo que ha compartido cartel con Extremoduro en los conciertos
de El día de la bestia."Pero me parece de puta madre que haya dado
en los morros a las figuras del rock español. Porque mucha gente
les despreciaba, hablaban de Robe como el yonqui ése, y que ahora
haga tantos conciertos y tenga tanto público parece que les molesta.
¡Qué se jodan!"
Mezcla de trovador, rockero y maki, Robe escribe textos muy personales
que hermanan el lenguaje callejero y la crítica social con imágenes
poéticas y citas de Machado, Miguel Hernández, Pablo Neruda
y otros poetas más underground, como Manolillo Chicato. La lucha
por la supervivencia, el sexo y las drogas, retratados con tremenda crudeza,
son sus temas más recurrentes. "Me revuelco por el suelo y me revienta
la polla de pensar en ti; /me desangro y riego tu jardín", canta
en Prometeo. "Probaré la droga, una de cada, / pa encontrar la que
más me degrada y abrazarme a ella hasta morir", reza su Cabezabajo.
"Hay cosas de las que nadie habla, pero que las tienes tan enfrente
que, para mí, es imposible no tratarlas", explica Robe. "Las drogas,
por ejemplo, están ahí. No creo que sean malas ni buenas,
depende de cómo las uses. No animo a nadie a tomarlas, ni hago apología
de nada. Sólo intento hacer pensar, y defiendo la libertad de cada
uno de hacer lo que quiera."
Llegados al bar, los acompañantes de Robe piden unas cervezas,
pero él sólo bebe un botellín de agua. Está
en temporada baja: "Hay épocas que te pones más, y hay épocas
que te pones menos. Y ahora toca suave". Gracias a este nuevo estado de
gracia, ahora puede hacer cosas que antes eran imposibles para él,
como tocar dos días seguidos. Otros, como su antiguo manager, no
han tenido tanta suerte: Raúl Guerrero murió el pasado viernes
después de meses de excesos. ¿Cuánto durará
la abstinencia de Robe? "No lo sé. No me tomo esto como algo forzoso.
Simplemente, apaciguar un poquito, drogas blanditas, mi costo. Yo qué
sé, más suavecito."
Que nadie se lleve a error: no estamos ante la clásica estrella
del rock que, después de haberse metido laboratorios enteros, predica
contra el demonio químico. "Yo no tengo problemas con las drogas,
tengo problemas con la policía cuando se empeña en meter
sus sucias manos en mis atormentados bolsillos". Eso ya lo dijo Keith Richards,
con quien Roberto Iniesta comparte la afición a lo prohibido, los
surcos faciales y una biografía de lo más entretenida. Robe
nació en 1962 en Plasencia, localidad extremeña conocida
por la plaza de toros, los motivos eróticos del coro de su catedral
y la boda de Marta Chávarri. Su padre era chapista, profesión
a la que también tuvo que dedicarse el joven Roberto durante algún
tiempo. A la reparación de carrocerías siguieron ocupaciones
erráticas. "Tuve un garito. Después una furgoneta con la
que vendía gusanitos y cosas así. Me buscaba la vidilla por
ahí, trabajando con colegas en los bares, y sacando dinero para
cuerdas y material de donde fuera".
Extremoduro fichó por otra independiente, Area Creativa. Su segundo disco, "Somos unos animales", vendió 8.000 copias sin ninguna promoción. Nuevas desgracias (no vieron un duro de derechos de autor por este disco) les llevaron a fichar por DRO en 1991. El bajista del grupo, conocido en los tiempos de la movida madrileña como Charly Melodías tras entrar en Extremoduro cambió su nombre de guerra por Carlos el Sucio. El Sucio conocía a dos históricos de la discográfica, José Carlos Sánchez y el ya citado José Antonio Gómez. "él nos convenció de que era un grupo al que el público prestaba mucha atención", recuerda Gómez. "Acabábamos de fichar a Celtas Cortos, y vimos que Extremoduro podía ser un fenómeno parecido".
Los años con DRO, compañía en la que aún militan, han dado de sí cuatro elepés (Deltoya, ¿Dónde están mis amigos?, Rock transgresivo y Agila), un extraño disco con una sola canción de 29 minutos (Pedrá) y varios instrumentistas perdidos por el camino. "Lo más truculento y excesivo que recuerdo de la historia de Extremoduro no tiene que ver con Robe, sino con sus músicos", asegura Gómez. "Las actuaciones eran demenciales: el batería se dormía, el guitarra tenía que hacer tres o cuatro descansos A veces, algunos pasaban de aparecer porque se estaban picando, y le dejaban tirado". El ambiente de Plasencia tampoco animaba a Robe a decir no. "Es un sitio para gente mayor, un lugar desfasado, de pensamiento retrógrado y lleno de fascistas. Lo único que tiene son sitios bonitos, y de eso hay en todos los lados. En un momento dado se podían llevar allí todas las centrales y los cementerios nucleares, todas las cárceles de seguridad, todos los sitios chungos. Sacar a toda la gente de allí y poner esto". Iniesta se mudó primero a Madrid y más tarde a Granada, donde encontró la "gente joven y abierta" que necesitaba a su alrededor. Poco después de establecerse allí, Robe decidió parar el carro y sentar la cabeza. La calma y el éxito llegaron juntos, y hoy el poeta goza de cierta estabilidad vital y económica. "Yo nunca he tenido problemas de dinero: los camellos me han fiado siempre" , chulea. "Antes tenía menos pelas. Bueno, en realidad ahora tampoco tengo, porque me las gasto. Para lo único que me sirve el dinero es para ir más a mi rollo. Si antes hacía lo que me daba la gana, ahora mucho más. Me da más libertad. Pero no estoy obsesionado con el dinero".
Tampoco parece despreciarlo: no para de pedir a la representante de su discográfica que anuncie sus conciertos para recuperar las pelas que ha metido en ellos. Bien es cierto que, por ahora, Robe no parece nadar en la abundancia. Acompañado siempre por su bulldog Angelito, viaja a los bolos en una motocaravana, en la que pernocta dentro del cámping de turno. "No me molan los hoteles. Tienen las sábanas más frías del mundo". Vive sin opulencia en un barrio granadino, acompañado por sus dos hijos de siete y ocho años. Sus únicos lujos son un teléfono móvil y el coche que se acaba de comprar. "Es grande y color verde picoleto, para que crean que soy un señor mayor y no me paren".
En marzo aseguró que no podía componer sin drogas, y hoy
se reafirma en su declaración. "Las necesito para componer como
necesito un boli para escribir y luego acordarme. La cabeza con las drogas
funciona mejor, llega a más sitios. Si estoy en casa solo y no me
fumo un par de porros, no me pongo a tocar la guitarra".
Aunque habla con la misma franqueza que destilan sus canciones, Robe
no parece muy dispuesto a poner al sol su vida personal. Desconfía
de los medios de comunicación que ayer le ignoraron y hoy piden
detalles de su mundo privado. "No me gusta que todo el mundo conozca mi
cara; no es mi cara la que tiene que llegar a todos los lados, sino mi
obra. Quiero que los medios hablen de nuestros discos y de nuestras actuaciones,
no de cómo soy, cómo es mi cara, cómo es mi rollo,
cómo me divierto y qué hago. Eso me parece una tontería".
Si, como todo parece indicar, la popularidad de Extremoduro aumenta en los próximos tiempos, Robe lo tiene crudo. El público querrá saber, con derecho o sin él, quién está detrás de esas letras salvajes y bellas, quién es ese tipo que a mitad de concierto anuncia que se va a meter una rayita, quién es el mito con el que se emociona la nueva generación. "¿Que quién hay detrás?", se revuelve Robe con su rasposo acento de la calle. "Un poeta, y nada más. Todos los poetas somos bichos raros, y ya está. Y cómo seamos es lo de menos. Lo importante de los poetas es la poesía, no la cara".