EL
DUENDECILLO VERDE
Por María Guerra de Valladolid
Seguramente muchas veces habréis oído la frase: "Este bailarín tiene duende". Pues nada más cerca de la realidad. Lo comprobareis si atendéis bien a este cuento.
Era un día caluroso de primavera y amanecía en el bosque. La campanilla azul donde dormía el duende verde entreabrió sus pétalos y dejó pasar algunos rayos de sol que hicieron que el pequeño duende despertara, pero se hizo el remolón y se acostó del otro lado. Al rato oyó a su madre que se acercaba y le decía: "Vamos, dormilón, levántate que ya es tarde". El duendecillo, lentamente, abrió sus ojos de duende y bostezó ampliamente. Su madre seguía hablando: "Mírate, con la hora que es y todavía tienes la cara llena de polen. Vete ahora mismo a lavarte la cara al río".
El duendecillo se levantó y fue saltando de flor en flor hasta llegar al río; allí se lavó la cara con agua fresquita y, después, se quedo mirando su diminuta cara en el reflejo del río mientras pensaba: "Otro aburrido día mirando lo que hacen los demás y yo sin tener que hacer nada". Así permaneció un rato hasta que una hoja de álamo cayo al río desdibujando su rostro.
Al llegar a su flor vió como su mamá ya estaba lista para hacer su trabajo y decidió acompañarla. Todos los duendes trabajaban ayudando a los humanos a hacer bien su trabajo. La mamá del duendecillo verde y toda su familia ayudaban a los bailarines poniendo polen de flores en los zapatos. Otras familias de duendecillos ayudaban a otras gentes. Los vecinos que vivían en la flor de al lado eran los que ayudaban a los músicos poniendo polen en los instrumentos. Otros ayudaban a los zapateros, a los herreros, a los pasteleros... Cada oficio tenía su ayuda y los duendes eran las únicas personas que saben la fórmula mágica para desempeñar su trabajo. La familia del duendecillo necesitaba polen de campanilla y de azucena.
El duendecillo y su mamá llegaron a la primera casa donde debían trabajar. Era una caravana de gitanillos ambulante. Con mucho cuidado, la mamá duende echó polen de azucena en los zapatos de la bailarina que se llamaba Lola. Lola era una niña de once años que se ganaba la vida yendo de un lado para otro con su familia. Su padre se llamaba Manuel y tocaba la guitarra. Su madre se llamaba Trini y tocaba la pandereta y, cuando terminaban la función, daba la vuelta a la pandereta y la gente echaba dinero... Y también cantaba cuando Lola bailaba. Lola también tenía un hermanito: Juanillo, que estaba aprendiendo a tocar la guitarra y, a veces, tocaba el cajón.
Cuando terminaron de echar la cantidad suficiente de polen, se marcharon a la siguiente casa. La segunda casa era enorme. Tenía dos pisos y un jardín muy grande. Mamá echó polen de campanilla en los zapatos de una niña de once años que se llamaba Marcia. Los papás de Marcia eran muy ricos y la habían apuntado a clases de ballet en el verano, para tenerla ocupada mientras ellos trabajaban.
Cuando hubieron terminado su trabajo, se marcharon a casa. Como era verano, todos los bailarines del pueblo se habían ido de vacaciones y sólo tenían que ir a dos casas. El duendecillo le preguntó a su mamá que por qué echaba en unos, polvo de campanilla, y en otros, polvo de azucenas. Su mamá le contestó que porque Marcia era bailarina de ballet y Lola bailaba flamenco.
Por la tarde, el duendecillo se durmió pronto porque se aburría mucho. Pero mientras dormía se le ocurrió un plan...
A la mañana siguiente se despertó cuando todos los duendecillos aún dormían. Se lavó la carita en el río y metió en un bolsillo polen de azucenas y en el otro polen de campanillas. Luego le dejó una nota a su mamá: "Mamá, no te preocupes por mí. He ido a hacer tu trabajo. Puedes dormir un poco más. El duendecillo verde". Y fue cantando hasta llegar a la primera casa.
Allí derramó un poquito de polen de campanilla en los zapatos de Lola mientras pensaba: "Lola, hoy vas a ser la mejor en tus clases de ballet". Cuando terminó se fue cantando y bailando hasta la segunda casa. Y al llegar delante de los zapatos de Marcia esparció en sus zapatillas de ballet un poco de polen de azucenas. Y le dijo en voz bajita para que no se despertase: "No habrá nadie con más fuerza para bailar flamenco en toda la región".
Amanecía en el bosque cuando el duendecillo llegó a la flor de su madre y éste observó como su madre leía la nota que le había dejado. El duendecillo pensaba: "Ahora me verá y me dará las gracias por hacer su trabajo y...". Un grito no le dejó terminar de pensarlo. Su madre se puso en pie y echó a correr en dirección a la primera casa, cuando se tropezó con el duendecillo. "Hijo mío ¿qué has hecho?" dijo la mamá duende. "Nada, mamá, solo quería ayudarte y demostrar que ya soy un duende mayor para trabajar" contestó un poco asustado el duendecillo. "Veremos lo que has hecho" dijo la madre.
Al llegar a la casa de Lola, la mamá duende comprobó, horrorizada, que en los zapatos de Lola había polen de campanilla y no de azucena como correspondía. Al querer sustituirlo se dio cuenta de que con las prisas se había olvidado recoger el polen. Y que ya no le daría tiempo a cambiarlo porque Lola se estaba despertando.
Al llegar a casa de Marcia, sus sospechas se hicieron realidad, al comprobar que en los zapatos de Marcia había una generosa cantidad de polen de azucenas para bailar flamenco. Pero como Lola, Marcia se estaba despertando. La mamá duende se desmayó y el duendecillo supo que lo había hecho todo al revés.
La pobre Lola comenzaba bailando su fandanguillo. Su madre, Trini, cantaba como los ángeles y su padre y su hermano tocaban la guitarra cuando le tocó salir al escenario. Al querer taconear con fuerza comprobó como sus zapatos eran muy ligeros, tanto que casi flotaban y lo único que conseguía era saltar de un lado para otro, y daba vueltas y vueltas de puntillas, con las piernas cruzadas.
Mientras tanto, Marcia se mordía las uñas porque estaba nerviosa ante su primera actuación. Era la protagonista en "El lago de los cisnes" y su mamá y su papá habían ido a verla, dejando su trabajo, y no podía defraudarles. Al momento de salir a escena notó como sus zapatillas le pesaban enormemente y como éstas taconeaban sin cesar. Ambas actuaciones fueron un desastre.
El duendecillo se sintió fracasado y pensó que nunca podría hacer feliz a la gente, como los demás duendes. Una lágrima tras otra iban cayendo en el río hasta que, de pronto, apareció ella. Tenía el vestido hecho de jazmines y rosas, y su cabello largo estaba recogido en una coleta que sujetaban dos cañas de río sobre la cabeza y dejaban mechones sueltos al aire. Era realmente hermosa. La madre Naturaleza apareció del fondo del río y se quedó flotando sobre las aguas. Le secó las lágrimas al duendecillo y le dijo: "No llores más, duendecillo. Yo sé lo mucho que te duele el no tener un trabajo como los demás duendecillos. Pero hoy ha llegado la hora de tener el tuyo propio". Los ojos del duendecillo se llenaron de alegría y miró a la madre Naturaleza con mucho cariño. "¿Sabes?" prosiguió. "Cada vez hay más gente que escribe cuentos y cosas para los niños y no tenemos suficientes duendecillos para que cuiden de los escritores. Tú, como eres muy joven, te encargarás de echar polen de flores en sus plumas y bolígrafos. Sé que podrás hacerlo". Y tras decirle la fórmula mágica del polen de flores que debía derramar sobre las plumas de los escritores, se desvaneció en el río.
El duendecillo corrió a contárselo a su familia, quienes hicieron una fiesta en su honor con néctar de flores y un montón de bayas.
A la mañana siguiente, el duendecillo se despertó temprano para hacer su trabajo. "Veamos" dijo repasando la lista de escritores. "Hoy tengo que ir a casa de Marina, Susana, María..."
Como veis, todos los oficios tienen duende. Y ellos son los que nos ayudan en nuestro trabajo. Si este cuento os ha gustado, debéis dar las gracias al duendecillo verde y, si no, la madre Naturaleza tendrá que buscarle otro oficio...
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