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EL GOBIERNO DE LOS TRABAJADORES
Jaime Prado |
Ante la profundización de la crisis y la
ingobernabilidad que seguramente provocarán las
nuevas movilizaciones, creo que es momento de que
los partidos obreros, y la izquierda en general,
propongan de manera unificada la consigna del
gobierno de los trabajadores como idea central (cuyo
"nombre científico" es dictadura del proletariado).
Por supuesto que son muchas y muy diversas las cosas
que se pueden proponer desde la izquierda, como por
ejemplo la asamblea constituyente, como un posible
camino para favorecer ese objetivo. Pero considero
que aquella consigna es la que más prende y
entusiasma, porque muestra de manera simple y clara
la verdadera salida para los trabajadores. Al mismo
tiempo la noción de "gobierno de los trabadores"
evidencia el contenido democrático del socialismo
verdadero, donde los trabajadores deben mandar,
decidir, gobernar, y no simplemente obedecer las
disposiciones de los dirigentes. Por otro lado, el
propio contenido de esa consigna, tomada "en serio" en cuanto a la clara definición de clase,
debería constituir el acuerdo programático básico y
único de los partidos y organizaciones que
integraran un eventual frente de izquierda.
En base a esto, quiero dejar a vuestra consideración una propuesta que está orientada precisamente a mostrar algunos aspectos referidos a cómo podría funcionar, exactamente, un gobierno de los trabajadores. Esta modesta iniciativa la envío también al resto de los partidos obreros para que, en caso de ser considerada oportuna, sea propuesta formalmente por toda la izquierda. Una de las decisiones fundamentales que debería adoptar un movimiento revolucionario, ya sea a través de una eventual asamblea popular constituyente o de alguna otra manera, sería que las medidas de gobierno importantes, entre las que se incluirían como importantes todas las medidas económicas, deberían ser aprobadas previamente por el voto afirmativo de las asambleas de trabajadores. Dichas asambleas deberían realizarse dentro de los lugares y horarios de trabajo, siendo una responsabilidad como parte del horario de trabajo. Para asegurar el funcionamiento de esta nueva ley, las patronales y/o las empresas y reparticiones del Estado deberían quedar obligadas a absorber las horas de trabajo correspondientes a la realización de las asambleas, para garantizar que todos los trabajadores cumplan con lo que sería una nueva "carga pública" de decidir con su voto las cuestiones importantes de la vida nacional. La importancia del "detalle", que se habrá observado, de que las asambleas se realicen en el lugar y en el horario de trabajo, siendo una responsabilidad y una obligación como parte del trabajo, es que tal condición favorecería el mantenimiento de la fuerza y la perdurabilidad en el tiempo del protagonismo y la capacidad de decisión directa de todos los trabajadores. Y esto tiene que ver con la necesidad de crear métodos científicos que contribuyan a mantener siempre alta la motivación y el interés político de los trabajadores, que es una condición básica para hacer realidad la idea de la "revolución permanente". Quizás, en un principio, y debido a cuestiones técnicas, la reglamentación para lo recién propuesto podría limitarse a las fábricas o lugares de trabajo donde el número de trabajadores superara una cierta cantidad, que podría ser, por ejemplo, de 30 trabajadores. Pero debería buscarse la forma de que no quedaran excluidos en las decisiones los trabajadores desocupados y jubilados, así como los que trabajan en establecimientos menores. Debería buscarse un método práctico y realista de incluir en las asambleas y en las decisiones a toda la clase trabajadora. Este método de democracia obrera sería sinónimo de democracia en general. La democracia, según el diccionario, es el gobierno del pueblo (en todos los diccionarios dice gobierno, y no voto cada cierta cantidad de años). Y el conjunto de trabajadores de las categorías mencionadas, más sus familias, conforman la mayoría absoluta de la sociedad, siendo prácticamente sinónimo de pueblo. Con esta propuesta, todos los que dicen tener un profundo "espíritu democrático" y manifiestan la importancia de la "participación de la gente", tendrían la oportunidad de demostrar hasta dónde llegan sus convicciones democráticas. Habrían asambleas ordinarias y obligatorias, a realizarse, por ejemplo, una vez por mes, utilizando media jornada de trabajo, en las que se resolvería todo tipo de cuestiones, tanto de interés local como general. En el tratamiento de estas últimas cuestiones, o sea las de interés general, las asambleas estarían coordinadas con las del resto de fábricas y lugares de trabajo de todo el país, para obtener decisiones conjuntas de todos los trabajadores. Por otro lado, habrían asambleas extraordinarias para la toma de decisiones cuya urgencia no permitiera esperar hasta la fecha de las asambleas ordinarias. Las decisiones, a través del voto de los propios trabajadores, que resultarían de los debates desarrollados en las miles de asambleas realizadas en las fábricas y en todos los lugares de trabajo, serían la instancia final por la que debería pasar todo proyecto y toda "ocurrencia" de un dirigente, sin importar su prestigio o jerarquía, antes de convertirse en una medida concreta a llevar a la práctica. Este sistema de toma de decisiones directas de los trabajadores sería el equivalente a lo que hoy es la instancia del Senado, en su función de aprobar o rechazar los proyectos, institución que ya no haría falta, porque sería reemplazada por una instancia mucho más honorable que es la voluntad de los millones de trabajadores. Y lo que hoy es la Cámara de diputados sería reemplazada por una asamblea permanente de delegados designados por el voto de los trabajadores de cada lugar, y sujetos a su remoción en cualquier momento. Estos delegados, que contarían con la necesaria ayuda y el asesoramiento técnico de especialistas en cada materia, serían los encargados de recoger las ideas y las propuestas de las bases, que tendrían carácter de mandatos obligatorios para su planteamiento como proyectos concretos en ese nuevo Congreso. Allí se centralizarían las discusiones y los debates más importantes, que deberían ser televisados por un canal de televisión abierta. Pero en todos los casos las decisiones finales serían adoptadas por el voto directo (usando los nuevos métodos electrónicos de votación) de los millones de trabajadores, previo debate en cada fábrica y lugar de trabajo. Durante las asambleas de los trabajadores en los lugares de trabajo, destinadas a resolver con el voto las cuestiones de interés general, deberían disponerse pantallas gigantes, a través de las cuales se pudieran presenciar y comentar los debates de ese Congreso de delegados, o bien reproducir las grabaciones de los mismos. Una vez finalizado el debate de la asamblea representativa de delegados, se pasaría a discutir internamente en cada asamblea de fábrica o de lugar de trabajo, emitiéndose finalmente los votos. La votación afirmativa en esta última instancia sería la única vía por la que se consideraría apoyada una iniciativa, resultando en tal caso una decisión política concreta a llevar a la práctica. Debería haber representantes de lo que sería el equivalente al Poder ejecutivo. Pero estos se limitarían a "ejecutar" los mandatos de los trabajadores, se dedicarían a poner en práctica las medidas y disposiciones. Si sucediera que una medida resultara desafortunada o equivocada, sería muy fácil revertirla a través del mismo procedimiento democrático, con una nueva propuesta en sentido contrario. Las iniciativas podrían surgir no sólo de los trabajadores o de sus dirigentes, sino de los distintos sectores de la sociedad, o de cualquier individuo en definitiva. Pero en todos los casos las decisiones serían adoptadas o rechazadas por los propios trabajadores mediante el mecanismo visto. En la proyección hacia el futuro de la presente propuesta es importante hacer notar la diferencia entre lo que en gran medida ha sido una "caricatura" del socialismo, consistente en la subordinación de los trabajadores a las decisiones de un grupo de dirigentes supuestamente iluminados, y lo que sería una democracia verdadera, donde los millones de trabajadores tomaran directamente las decisiones. A esto apunta la presente propuesta, a mostrar cómo sería "eso" que nadie entiende, gracias a la creencia en el versito que nos han enseñado los explotadores de que "el pueblo no gobierna sino a través de sus representantes". Es mejor prestar atención a la frase de Marx, cuando dijo que "la liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos". Esto no significa renegar del principio del centralismo democrático. Simplemente sería una manera de garantizar que junto al "centralismo" también se asiente en el suelo la "pata democrática". Los eventuales líderes que pudieran surgir, seguirían teniendo todas las posibilidades de trabajar en la conducción y la dirección revolucionaria, proponiendo los rumbos que imaginen más adecuados sobre cada uno de los asuntos de interés general. Pero tendrían que argumentar muy bien sus puntos de vista, porque las decisiones importantes solamente la tomarían los trabajadores. Por supuesto que para llegar a buen puerto no se puede ignorar el papel de una correcta dirección revolucionaria, como tampoco podemos ignorar la necesidad de desarrollar un ejército revolucionario de los trabajadores para defender las conquistas. Pero si estamos imaginando que la clase trabajadora ha tenido el poder suficiente como para imponer las asambleas obligatorias dentro de los lugares y horarios de trabajo, para decidir por sí misma las cuestiones importantes de la vida social, quiere decir que habría un excelente campo como para que dicha dirección revolucionaria pudiera estar "encarnada" en los propios trabajadores como tales. En ese medio sería el lugar donde los cuadros revolucionarios impondrían su autoridad moral, sus ideas y su liderazgo, lo que luego se reflejaría en su elección por parte de los compañeros para ocupar provisoriamente los cargos de mayor responsabilidad política, sin que ello signifique dejar de ser trabajadores. Además, es probable que resultaran mucho menores las diferencias de criterios entre los cuadros que adhieren a los principios del marxismo, si compartieran las condiciones concretas de vida y de trabajo, junto al resto de trabajadores. En realidad esta idea de las asambleas reglamentarias en los lugares y horarios de trabajo estaba pensada, originariamente, para su aplicación dentro del socialismo. Era un método orientado a encontrar una especie de "fórmula" para contrarrestar el recurrente mal de la burocratización que hasta ahora ha seguido invariablemente a los procesos revolucionarios. Pero considerando la presente situación política de la Argentina, y teniendo en cuenta el inmenso poder de un movimiento de masas que eventualmente adoptara la decisión de tomar en sus manos el control de la sociedad para imponer las nuevas reglas, se hace viable la posibilidad de establecer esta reglamentación que asegure el poder y el protagonismo político de los trabajadores, aún sin que ello suponga el reemplazo completo de la economía capitalista. Después de todo, lo importante es la conquista del poder político por parte de la clase trabajadora y sus partidos, y no tanto la destrucción inmediata de todo vestigio de! producción capitalista. Si ese poder revolucionario de los trabajadores estuviera suficientemente consolidado, con el debido respaldo de la fuerza, hasta podría ser conveniente aprovechar, de una manera controlada, esas formas capitalistas de economía, mientras se avanzara en la organización socialista de la producción. En otras palabras, lo importante no es tanto el hecho de que las empresas sean o no del Estado, sino que el poder del Estado, incluyendo la fuerza pública, esté efectivamente en manos de los trabajadores. Si esto último sucede, no hay dudas de que las empresas terminarán tarde o temprano en manos del Estado. Pero no hay ninguna urgencia para ello. Es más, con la premisa de ese poder consolidado, hasta sería conveniente, dentro de ciertos límites, fomentar el desarrollo de algunos mecanismos que son propios del sistema capitalista, es decir, convendría exprimir todo el jugo aprovechable que le quedara al capitalismo. Se podría operar dentro de él antes de eliminarlo, para asegurar, por ejemplo, el pleno empleo dentro de ese modo de producción, de manera de favorecer las condiciones objetivas que hicieran más fácil la posterior socialización y el manejo directo de la producción por parte de los trabajadores. Por eso, todo lo que hace falta es el gobierno y el poder directos de la clase trabajadora. Lo demás sería una consecuencia lógica de eso. Por otra parte, es bueno esclarecer (y primero tener esclarecido) que en la vida económica de cualquier sociedad solamente existen tres elementos esenciales e importantes, y que son los mismos desde el origen de la sociedad humana: 1- el trabajo que produce los bienes y servicios; 2- la distribución de lo producido; 3- su consumo. Todo lo demás, de lo que habla la economía, no "existe" en la realidad, es sólo una maraña de abstracciones que hacen al campo de las relaciones entre las personas. El dinero mismo es sólo un "derecho" a disponer del producto del trabajo ajeno. Para despertar un interés real de los trabajadores por la revolución socialista, sería importante también poner ya mismo a trabajar a un equipo técnico para elaborar y mostrar con anticipación un plan concreto que demuestre cómo, exactamente, se organizaría la producción, la distribución y el consumo, o sea un plan más completo y más detallado que el conjunto de propuestas generales que son clásicas en cualquier discurso de izquierda. Para elaborar ese plan, primero habría que revisar con todo detalle el listado de productos y servicios que conforman la canasta familiar (la buena, la más completa), y en base a eso organizar un plan realista de producción, en el marco del pleno empleo y del reparto de las horas de trabajo, contemplando todos los pasos desde el origen de la cadena de su producción, enumerando cada una de las fábricas y empresas que funcionarían bajo control obrero, así como las nuevas a instalar, para abastecer de ese conjunto de bienes y servicios a 40 millones de habitantes. Hay que explicar con claridad algo que es muy sencillo, pero que la mayoría del pueblo trabajador, acostumbrado a pensar como impone el capitalismo, no entiende fácilmente. Esto es, que es absolutamente falsa la afirmación de que es indispensable la "inversión de capitales" para cualquier emprendimiento. No hace falta el dinero previo, sino el trabajo previo. En el capitalismo, ese dinero anticipado, llamado capital, se emplea para comprar las instalaciones, maquinarias, materiales, instrumentos, de lo que se va a emprender, así como para solventar los gastos de salarios hasta el momento de la venta de los productos y la recuperación y acrecentamiento del capital invertido. Pero como se puede ver, lo que en realidad hace falta no es el dinero, sino lo que se compra con él; es decir: el trabajo materializado en las instalaciones, máquinas, herramientas, materiales, etc. Tales medios de producción son trabajo "puro", son trabajo acumulado. El socialismo, considerado en sí mismo, no necesita ningún capital de inversión en forma de dinero. La única función transitoria del dinero, y que no siempre es indispensable, es la de servir como instrumento organizador y regulador de la distribución y el consumo. La "inversión" socialista es sólo la del trabajo que crea aquellos medios de producción, como son las instalaciones, materiales, maquinarias, etc. Dichos elementos son todo lo que hace falta para los emprendimientos, o sea el trabajo previo que los crea, que es seguido sin "alteraciones" por el trabajo posterior que los utiliza para la producción y provisión de aquello de lo que se trate. En todos los casos, suponiendo siempre la premisa de una tierra utilizable, junto a las materias primas y las fuentes de energía que ofrece la naturaleza (todas ventajas presentes en la Argentina), lo que hace falta no es la función "mágica" de la inversión de capitales, sino trabajar. También hay que demostrar que con la verdadera democracia, que es el socialismo conducido directamente por los trabajadores, podríamos pasar, en poco tiempo, a tener quizás el mejor estándar de vida de todo el mundo. Ese sólo hecho podría significar un importante ejemplo para los trabajadores de otros países. Sólo hace falta aplicar toda la inteligencia y el sentido común de los partidos obreros en estas horas que vive el pueblo argentino, porque aquí no va a parir una "nueva república" como dicen algunos que no explican lo que quiere decir eso. Lo que puede nacer en la Argentina es el inicio de la revolución proletaria en todo el planeta. Hay que prestar atención, también, a un sentimiento natural como es el "sentimiento tribal" o "localismo", que el psiquismo humano ha heredado de lo que era la vida primitiva de la tribu. El patriotismo, el orgullo por el propio pueblo, e incluso el fanatismo por un club de fútbol, por ejemplo, son sentimientos que se derivan del orgullo y "fanatismo" naturales del primitivo por su propia tribu. A dichos sentimientos se los debe reconocer, aceptar como reales, y aprovecharlos positivamente, porque constituyen un elemento esencial de la "mística" propia de un movimiento revolucionario. Debemos transmitir la contagiosa idea, convertida luego en una firme decisión, de pasar a la historia como el pueblo capaz de hacer una revolución con características únicas por su profundo contenido democrático, donde el protagonismo permanente de las masas estaría asegurado gracias a la aplicación de métodos eficaces que garantizarían su sostenimiento en el tiempo. Esto mostraría el camino a seguir para el resto de los pueblos, porque sería inocultable a los ojos del mundo la alegría y felicidad de un pueblo que festejaría diariamente sus conquistas en todas las plazas de la Argentina. Se trataría del único pueblo que, además de haber logrado un elevadísimo estándar de vida material, por primera vez habría conseguido pasar a una fase superior de la civilización humana. Finalmente, parece haber llegado el momento de la unidad de toda la izquierda en un solo frente revolucionario. Sólo haría falta acordar un solo punto programático sobre el que todos deberían comprometerse a trabajar. Ese punto sería la simple propuesta del gobierno de los trabajadores, para lo cual se debe procurar imponer un sistema democrático debidamente reglamentado, por el que los trabajadores tomaran todas las decisiones importantes. Si eso funcionara, y se garantizara la vigencia permanente de ese gobierno de los trabajadores, todo lo demás pasaría a ser secundario. Las diferencias de posturas y propuestas que pudieran existir entre los partidos integrantes del frente, acerca de lo que sería mejor hacer en cada momento, serían resueltas por el mejor de los métodos, que serían las asambleas y las decisiones unificadas de los millones de trabajadores. Cada fuerza política presentaría sus propuestas para el debate en el nuevo Congreso de la Revolución, formado por los delegados obreros, que a la vez representarían en mayor o menor medida a cada partido o movimiento del frente, para finalmente trasladar las iniciativas para su votación a la instancia final de la Suprema Asamblea General de Trabajadores. |
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