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ENTRE LA REACCION Y LA REVOLUCION

Gabino Correa (Izquierda Nacional)

Nuestro país vive horas decisivas. Tras el derrocamiento del gobierno aliancista de De la Rúa y Cavallo como consecuencia de la formidable rebelión popular del 19 y 20 de diciembre, dos campos en pugna están decidiendo el rumbo a seguir. De un lado, el bloque de las clases dominantes que gobernó ininterrumpidamente desde 1976, primero a través de las fuerzas armadas y después con la mediación de los políticos partidocráticos. Este bloque está intentando resolver sus contradicciones internas recomponiendo la hegemonía común, hoy seriamente dañada, sobre el conjunto de la sociedad. Banqueros, terratenientes, testaferros de las multinacionales, gerentes del capital trasnacional, lobbistas yanquis y europeos, exigen al gobierno de Duhalde un ‘plan sustentable’ que suture en su propio beneficio el tejido social herido. Quieren asegurarse de que la formidable crisis abierta tras el estallido del régimen político y del sistema económico-social no derive en populismo, estatismo y proteccionismo, es decir, en el reinicio de la revolución nacional pendiente. En la vereda de enfrente, el campo nacional y popular, aún disperso y debilitado, lejos todavía, aunque no demasiado, de la madurez que supone un programa definido y una dirección ferrea para ponerlo en práctica, ha revelado una fuente de energía y una voluntad que creíamos apagadas. Mediante marchas y movilizaciones, a través de cacerolazos, escraches y asambleas populares, intenta erigir una alternativa a las variantes continuistas de los diferentes sectores del establishment.

El gobierno de Duhalde, montado sobre un volcán en ebullición, intentó desde el comienzo arbitrar entre los distintos intereses en pugna. Propuso una alianza entre la producción y el trabajo para terminar con la usura y la especulación financiera. Pero, al mismo tiempo, envió a su ministro Ruckauf a que garantizara a los norteamericanos que la Argentina acataría las directivas del FMI. En los pocos días transcurridos desde su asunción, ratificó la quita salarial del 13%, aseguró a la oligarquía agroexportadora que no afectaría con retenciones sus beneficios, salvó a los banqueros confiscando a los pequeños ahorristas y arrumbó el proyecto de gravar impositivamente a Repsol-YPF. Entretanto, ya ha convocado a expertos extranjeros para la confección de un Presupuesto que no ahorrará en recortes para el año en curso.

Quienes se entusiasmaron con la posibilidad de que la identidad peronista del nuevo gobierno le impulsara a cambiar el rumbo, ya están desengañándose. A diferencia de Perón, quien recurrió a las masas para frenar las apetencias oligárquicas y ganar en capacidad de maniobra, Duhalde se esfuerza por ganar la confianza de las clases dominantes haciendo oídos sordos a las demandas populares. Su capacidad de arbitraje se evapora minuto a minuto. Al cifrar en la obtención de un préstamo externo la posibilidad de resolver la crisis, está poniendo al país en manos de quienes lo hundieron. Por este camino su futuro está sellado.

Hay que prepararse para lo que viene. La rosca oligárquico-imperialista hará lo imposible para que los argentinos no nos hagamos cargo de nuestro destino. Para mantener firmes las cadenas que nos atan en condición de peones al ‘nuevo orden mundial’, no se detendrá ni ante la perspectiva de un baño de sangre. Pero hay una alternativa. Se trata de seguir movilizados y en estado asambleario para ir madurando la reconstrucción de un Frente Nacional y antiimperialista. Desde la clase media afectada por el corralito hasta los piqueteros y desocupados, desde los jubilados, maestros y estatales hasta la clase obrera, desde los universitarios hasta los soldados patriotas de las fuerzas armadas. Todos tenemos un lugar en la construcción de una nueva Argentina. Todos menos los responsables de la crisis. Todos menos los políticos cipayos y los jueces corruptos que entregaron el país al capital financiero internacional.


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