La cuestión de la
deuda externa: Planteamiento nacionalista burgués o lucha antimperialista
El crecimiento de la deuda externa argentina
en la última década es una de las demostraciones más
evidentes de la continuidad de clase entre la dictadura militar y el régimen
constitucional presidido por Alfonsín-Menem-De la Rúa.
Esta continuidad de clase no la referimos
sólo a la preservación de las relaciones de producción
capitalistas, sino a la profundización del sometimiento de la nación
oprimida al Imperialismo.
La deuda externa es uno de los mecanismos
instrumentados para perpetuar dicha opresión nacional.
Como se sabe, el Estado argentino paga intereses,
pero el propio endeudamiento que tiene que generar para pagarlos hace que
la deuda global crezca.
Los más de 120.000 millones de dólares
no han sido el resultado de inversiones instaladas, sino de acumulación
de intereses sobre intereses. Esto da un producto evidente: la deuda en
sí es IMPAGABLE, y actúa como una soga al cuello mediante
la cual el Imperialismo controla a la nación oprimida.
En tanto todo esto representa el 50% del Producto
Bruto Interno, debemos imaginar a la Argentina en su conjunto como una
casa hipotecada. Supongamos que el dueño tiene que pagarle, sólo
de intereses, el 50% de su sueldo al banco. Obviamente, dejará de
comer, de pagar impuestos, de vestirse, etc. Esto le pasa al país,
y esta es la base de los sucesivos ajustes del anterior y del actual Gobierno.
El proclamado “ahorro fiscal” no es para invertir en hospitales, escuelas
u obras públicas: es para pagar los intereses de la deuda externa.
Este diagnóstico que hemos tratado
de exponer con la mayor simpleza es compartido por vastos sectores. Digamos
que es casi un lugar común afirmar que el desarrollo de la Argentina
está bloqueado, está hipotecado, por el mecanismo de la deuda
externa.
Pero ante este diagnóstico de un síntoma
evidente, no es menor evaluar la causa básica de la enfermedad.
Para el razonamiento pequeñoburgués o burgués nacionalista,
se trataría de una fuerza maligna por fuera del régimen social
imperante. Algo así como una fuerza diabólica usurera, que
habría que exorcisar para que se avenga a perdonar, a condonar,
o a dar más plazos de pago.
Este es el planteo del Vaticano, tomado por
Duhalde en su campaña electoral.
Alfonsín se ha hecho eco del planteo,
y los líderes sindicales Moyano y De Genaro lo hacen eje de sus
convocatorias: “el paro no es contra el Gobierno sino contra el FMI, contra
los usureros internacionales”.
Según todos estos planteos nacionalistas,
sería posible una mejor negociación de la cuestión
de la deuda con la banca acreedora sin afectar las relaciones de producción
básicas del sistema capitalista, sin tocar la sacrosanta propiedad
privada de los medios de producción que, por cierto, está
cada vez más concentrada.
Estos adalides de una nueva edición
utópica del “Estado benefactor” pretenden hacernos creer que es
posible un capitalismo humanizado. Que la heroica lucha del pueblo explotado
debe contenerse allí donde afecta el orden jurídico vigente,
en tanto sería posible logar aumento de salarios, mejor educación,
salud, vivienda y seguridad dentro de este sistema.
Nuesto planteo es bien otro. Entendemos la
opresión nacional (de la cual el mecanismo de la deuda externa es
uno de sus instrumentos) como un aspecto más de la explotación
de clase. Eso porque el beneficiario directo de dicha opresión –el
capital financiero internacional- es el mismo que impone la flexibilidad
laboral, las privatizaciones, la destrucción de los sistemas de
salud y educación públicas, el crecimiento de la desocupación
y la marginalidad –base de la inseguridad social-, y, en fin, la realidad
de hambre y miseria que sufrimos.
La lucha antimperialista es para nosotros
parte inseparable de la lucha anticapitalista. El “NO PAGO Y DESCONOCIMIENTO
DE LA DEUDA EXTERNA”, es una consigna inseparable del pliego de reivindicaciones
de los trabajadores, y justamente por esto, es incompatible con la defensa
de la propiedad privada de los medios de producción, con la vigencia
del secreto comercial y bancario, con la permanencia de los múltiples
acuerdos comerciales y diplomáticos que atan al país oprimido
al Imperialismo.
Esta lucha a fondo que propugnamos, concibiendo
las banderas antimperialistas como transicionales en la perspectiva de
la revolución socialista, no niegan la posibilidad de victorias
parciales. Pero en cualquier caso las mismas habrán sido el resultado
de una lucha obrera y popular en la que la burguesía nacional y
la burocracia sindical actúan como caballos de Troya, como enemigos
encubiertos.
El proletariado y su partido se erigen como
dirección revolucionaria, como caudillo de toda la nación
oprimida (los chacareros, los pequeños propietarios urbanos, las
capas medias de la ciudad y el campo), derrotando a la burguesía
nacional y a sus representantes sindicales y políticos. Jamás
en un Frente con ellos.