SANGRE Y TERROR EN LA SELVA
Crímenes de las compañías extranjeras en el Amazonas
Por Oswaldo Albornoz Peralta
A fines del siglo pasado y principios de éste tiene lugar el boom del caucho. El desarrollo de la industria hace indispensable su empleo en múltiples productos, sobre todo, después de que Goodyear y Hancock descubren el procedimiento de la vulcanización.
El Brasil es dueño de la mayor reserva mundial de la silvestre seringueira –nombre nativo de la hevea brasilensis de los textos científicos–, pues la inmensidad de sus selvas está poblada por esta planta maravillosa. Gracias a esta abundancia la nación brasileña se convierte en el mayor exportador de caucho. El historiador Caio Prado Junior dice que en el decenio de 1901 a 1910 la exportación alcanza "un promedio anual de 34.500 toneladas, por un valor de más de 220.000 contos, o sea 13’ 400.000 libras esterlinas-oro"[1]. Esto representa, agrega, el 28% de la exportación total de ese país.
Manaos, recostada a orillas del río Amazonas, crece en pocos años y se transforma en la capital comercial del caucho. La riqueza se riega en sus entrañas con el ímpetu de las olas de ese mar de agua dulce. Sus dueños, casi siempre aventureros sin escrúpulos, gastan o arrojan el dinero fácilmente ganado en cosas y empresas increíbles, pues no tienen el don del ahorro de esos puritanos de que nos habla el sociólogo Weber. Eduardo Galeano nos cuenta en su libro Las venas abiertas de América Latina que los nuevos magnates edifican en esta ciudad "mansiones de arquitectura extravagante y decoración suntuosa, con maderas preciosas de Oriente, mayólicas de Portugal, columnas de mármol de Carrara y muebles de ebanistería francesa"[2]. El gran tenor Caruso canta para sus habitantes y la Pavlova se excusa de no poder bailar para ellos. Y los vestidos de esos singulares potentados son cortados por los mejores modistos de Europa.
Tal como dice Caio Prado Junior, "el drama del caucho brasileño es más un asunto de novela romántica, que de historia económica"[3].
Toda la riqueza que produce el caucho es fruto de la explotación inmisericorde de los trabajadores brasileños. Son campesinos miserables llegados desde las áridas tierras del nordeste, donde el hombre es espectro que recorre todos los caminos. El endeudamiento, igual como se hacía con los indios conciertos ecuatorianos, es el método empleado para retener al siringueiro en la verde cárcel de la selva. Retención que casi siempre termina con la muerte del deudor esclavizado.
Empero, si esto es doloroso, peor es la suerte de los caucheros de allende el Brasil. Aquí las víctimas son los indígenas de las tribus selváticas, algunas de las cuales son aniquiladas por completo. Una pequeña obra titulada El libro rojo del Putumayo, publicada en Londres a principios de este siglo, narra con detalles los crímenes cometidos, mostrando como la explotación se puede combinar con el sadismo y el asesinato. Los principales protagonistas de los siniestros hechos son la Peruvian Amazon Co. Limited y la Casa Arana Hermanos.
Sobre la Peruvian Amazon Co., se dice en el libro antes citado, que "era una Asociación inglesa y como tal no solamente perpetró atrocidades sobre las tribus aborígenes que habitan territorios no disputados de Colombia, así como sobre las regiones reconocidas como neutrales por el Perú en los convenios por éste firmados con Colombia[4]." Rosa Luxemburgo, la gran escritora marxista, en nota a su obra La acumulación del capital, añade nada menos que esto:
Las últimas revelaciones del Libro Azul inglés sobre las prácticas de la Peruvian Amazon Co. Ltd. en Putumayo, han mostrado que el capital internacional sabe colocar a los indígenas, sin necesidad de la forma política del régimen colonial, en el territorio de la república libre del Perú, en una situación lindante con la esclavitud, para arrebatar así, en una explotación en gran escala medios de producción de países primitivos. Desde 1900, la mencionada sociedad, perteneciente a capitalistas ingleses y extranjeros, había arrojado unas 4.000 toneladas de caucho sobre el mercado de Londres. En el mismo período de tiempo murieron 30.000 indígenas y la mayoría de los 10.000 restantes quedaron convertidos en inválidos.[5]
¡Diez seres humanos, muertos la gran mayoría e inválidos los restantes –7,5 y 2,5– por cada tonelada de caucho! Así es como el capitalismo obtiene de nuestros países las preciadas materias primas. Sangre y lágrimas sobre todas ellas.
Los crímenes de los hermanos Arana, ciudadanos peruanos, son más ampliamente conocidos. Varios de sus agentes y empleados son criminales comunes fugados de las cárceles, que torturan y mutilan a los indígenas cortando sus orejas, narices, manos y pies en múltiples ocasiones. Inclusive, algunas veces, varios son quemados vivos. Y en los mercados de la ciudad de Iquitos se venden indios como en los mejores tiempos de la esclavitud.
Estos delitos también están confirmados por el diplomático colombiano Francisco Urrutia, autor de un folleto titulado Los crímenes del Putumayo, donde, entre otras denuncias, se dice esto:
Los crímenes del Congo son una bagatela comparados con las atrocidades del Putumayo. Se castigaba a los indígenas con látigos y correas; se usaba el cepo y se crucificaba a mujeres y niños; se fusilaba a los desgraciados indígenas por docenas; a los otros se los quemaba vivos bañando sus cabellos en kerosine.[6]
La conocida y prestigiada novela de José Eustasio Rivera, La vorágine, así mismo, revela esa barbarie con la afilada espada de la literatura. Aquí, para muestra, solo un pequeño párrafo:
Con todo –dice uno de los personajes de la novela– hallaría datos inicuos: peones que entregan kilos de goma a cinco centavos y reciben franelas a veinte pesos; indios que trabajan hace seis años y aparecen debiendo aún el mañoco del primer mes; niños que heredan deudas enormes procedentes del padre que les mataron, de la madre que les forzaron, hasta de las hermanas que les violaron, y que no cubrirán en toda su vida, porque cuando conozcan la pubertad, los solos gastos de su niñez les darán medio siglo de esclavitud.[7]
Tal como se dijo: la explotación aunada con el crimen. El endeudamiento con sus rasgos más feroces. La voracidad con la boca de los hambrientos caimanes de la selva.
Todo esto –gran paradoja– en el paraíso verde de la manigua, arrullada por ríos cristalinos y adornada con el esplendor de las orquídeas. ¡La belleza cobijando el crimen!
El Ecuador también es escenario de este drama.
El doctor Pío Jaramillo Alvarado, en su libro El indio ecuatoriano, después de enumerar y condenar con indignación las atrocidades cometidas por las empresas caucheras ya referidas, dice que sus manos sangrientas llegan hasta el río Napo y los afluentes del Aguarico. Dolorido, expresa que " los indios ecuatorianos cayeron también en la más espantosa carnicería del siglo XX"[8].
Mas no sólo son la Casa Arana y la Peruvian Amazon Co. los responsables de los inauditos atropellos a los indígenas de nuestras tribus orientales, sino que también participan en ellos caucheros ecuatorianos independientes que, desgraciadamente, en cuanto a voracidad y saña no quedan muy atrás de los empresarios extranjeros.
Es tal el terror sembrado por los caucheros que muchas zonas y caseríos quedan completamente despoblados, ya que varias tribus indígenas, ante la posibilidad de ser oprimidas y explotadas, huyen y se refugian en los lugares más inaccesibles de la selva. Pero algunas, ni así pueden librarse de caer en sus manos, porque son acosadas y cazadas como fieras. El ingeniero Julio César Granja, en su libro titulado Nuestro Oriente –libro que tiene el mérito de ser una trinchera de defensa de nuestros indios orientales– dice a este respecto lo siguiente:
Y cuando alguna de estas tribus huía de la esclavitud, tras ella iban los caucheros, persiguiéndolas hasta el último rincón de las montañas, hasta lo más apartado de los bosques. A sangre y fuego entraban a sus chozas, mataban a todos aquellos que no se entregaban fácilmente y a todos aquellos que no servían para el trabajo: mujeres, ancianos y niños ¡Era la bárbara crueldad de los civilizados!.[9]
Los escritores Piedad y Alfredo Costales, en su obra Amazonía, dan una serie de datos sobre las crueldades de estos caucheros. Afirman que indios del Napo, jívaros, záparas e indígenas de otras tribus son atados con cuerdas de chambra y que sólo reciben como pago por su trabajo "látigo, cepos y muertes crueles". "Nunca antes –añaden– hubo época de barbarie tal: la lujuria del blanco se desató sobre las mujeres indias; el niño que no alcanzaba a trabajar, era vendido en los centros civilizados del Amazonas; el varón solía trabajar hasta que sus magras fuerzas lo permitían y luego sus huesos quedaban blanqueando en la selva"[10].
El criminal tráfico de seres humanos de que hablan los autores que acabamos de citar está inmensamente extendido y constituye una espantosa realidad. Ya en 1910 varios colonos de nuestro Oriente denuncian este comercio infame en un pequeño folletito titulado A la nación ecuatoriana. Allí se da noticia del despoblamiento de varios pueblos florecientes por esta causa y testigos presenciales dan cuenta del número de las personas vendidas y los nombres de algunos de los traficantes. Refiriéndose al precio, se dice que "son vendidos en las factorías peruanas, brasileras y colombianas en 200, 300, 900 a 1.000 sucres por familias"[11]. Por todos estos hechos piden al general Eloy Alfaro sanción para los vendedores y opresores de la raza india:
Piedad, señor General –dicen– para los infelices indios yumbos vendidos. Esos compatriotas pasan vida de esclavitud, lejos de su suelo natal, de su selva, de sus queridas esposas e hijos. ¿Puede haber mayor crimen que abusar de la inocencia de un salvaje, como de una virgen? Las lágrimas de los salvajes claman venganza al cielo.[12]
Son miles los indios vendidos. Tienen razón los indígenas cuando califican al látex de leche maldita por originar tantos crímenes.
A veces los ofendidos, sin poder soportar tanta afrenta, repelen y castigan a los caucheros. Los esposos Costales nos informan que los indios de los ríos Belene y Villano toman venganza contra ellos. También el diario El Comercio de Quito –18 de abril de 1907– informa que en el Aguarico, "ocho ecuatorianos que trabajaban como caucheros en la Región Oriental han sido asesinados por un grupo de los indios záparos"[13]. Esta violencia que sin duda se repite en otras ocasiones, es la represalia de víctimas indignadas y desesperadas.
Un descendiente de esos indios záparas que acabamos de citar, recientemente, en carta dirigida al agregado cultural de la Embajada del Ecuador en Lima, confirma así las tribulaciones de su pueblo causadas por los caucheros:
Pero desde que vinieron a nuestra selva los blancos caucheros han tomado a nuestros hermanos para obligarlos a trabajar como esclavos y también para venderlos como si fueran mercancía en el Iquitos y el Putumayo. Cuando ellos vinieron trajeron también enfermedades que nosotros no conocíamos, que nuestros chamanes no sabían como curar, entonces ha muerto la mayoría de nuestro pueblo.[14]
Después de lo que dejamos expuesto, se puede decir resumiendo, que la explotación del caucho en la cuenca del Amazonas, constituye un gran genocidio. El caucho que sale de sus selvas está impregnado de sangre. Es en verdad, como dicen los indígenas, leche maldita.
Si algún robo puede hacer un bien, ese robo benéfico fue verificado por los europeos cuando se llevaron las semillas del caucho a sus colonias, pues gracias a la competencia y a la rebaja de los precios, se detiene bastante la criminal sangría. Miles de indígenas se salvan de la muerte.
Referencias