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LOS TALIBANES: UN INVENTO DEMENCIAL NORTEAMERICANO

Dr. Angel Rodriguez Kauth(*)

La República de Afganistán o, actualmente el Emirato Islámico de Afganistán, es un territorio ubicado en la región suroeste del continente asiático y el cual, hasta no hace más de 20 años era ignorado por la mayoría de la población mundial -"democrática, occidental y cristiana"- aún aquella con un buen nivel de instrucción. Pero, a partir de 1979 fue invadido por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que, continuando con una inveterada costumbre imperialista, pretendió anexar al país a sus dominios territoriales; esto debido a la ubicación geográfica que ocupa Afganistán, ya que mantiene fronteras comunes con países estratégicamente interesantes -desde el punto de vista de la geopolítica- como la República Popular China, Irán, Rusia, Pakistán y la India. Hay que hacer notar que la invasión militar soviética no fue casual, ya que el gobierno civil de entonces había adoptado un estilo procomunista, lo cual dio lugar a severas luchas políticas y militares internas protagonizadas -principalmente- por los habitantes musulmanes montañeros. De tal suerte, se vieron precisados a pedir apoyo militar a los soviéticos, los cuales no solamente entraron con sus tropas de ocupación, sino que reemplazaron a los gobernantes por un gobierno títere fiel a sus dictados (1).

Desde una lectura geográfica física, Afganistán no es un territorio que pueda ser considerado para una cómoda forma de vida occidental, ya que su clima tiene amplias variaciones en el mismo día a consecuencia de que se trata de un espacio en general montañoso y de altas cumbres, con escaso potencial económico en los aspectos agrícolas y ganaderos en función a su irregularidad y lo arenoso de su suelo. Sin embargo, como no podía ser de otra forma, tiene potenciales reservas minerales, especialmente hierro, como así también de hidrocarburos, los que se testimonian con la obtención de gas natural. Sin embargo, su posición geográfica lo convierte en un enclave estratégico en la región como consecuencia de sus dilatadas fronteras con países protagónicos de la política internacional en el continente asiático.

Haciendo una lectura demográfica, la mayor parte de su población se distribuye en la extendida ruralia y se pueden destacar cuatro grupos culturales -o étnicos- como los principales componentes poblacionales, existiendo una etnia de aproximadamente la cuarta parte de su probación total que es de origen iraní. A partir de la década de los '50 se produjeron algunos cambios sociales que terminaron con, por ejemplo, la práctica de la reducción al servilismo de las mujeres en tanto y cuanto se redujo la presencia de la tradicional familia de tipo patriarcal, como consecuencia de un proceso de mayor integración al mundo "civilizado". Para 1998 su población total se estimaba en 25 millones, la cual se vio reducida al año siguiente en 9 millones, merced al alto número de refugiados afganos que huyeron a consecuencia de la imposición de un gobierno integrista y fundamentalista, el cual ha transportado al pueblo afgano hacia un retorno a las más arcaicas formas culturales de vida. De aquellos 9 millones de refugiados, más de la mitad están viviendo en países vecinos, en tanto que el resto se han desarraigado totalmente de su entorno y se repartieron por el resto del planeta. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, el numero de afganos que figuraban en tal condición era -para 1992- el la población más numerosa del orbe.

Demográficamente, alrededor del 80% de sus habitantes viven y trabajan en las zonas rurales -algo más del 10% lo hace en como nómadas- y en condiciones de extrema pobreza material, ya que el territorio no ofrece mayores posibilidades de recursos económicos físicos, es decir, carece de las "ventajas comparativas", según el criterio aportado por Porter (1990) -desde una lógica capitalista, aunque no exenta de criterio- y tampoco ha podido ingresar en el espacio de las "ventajas competitivas", como consecuencia del aislamiento internacional en que ha sido sumido por su propio gobierno.

Si bien desde la derrota de la monarquía se intentaron aplicar políticas sanitarias que elevaran el nivel y la expectativa de vida de la población, esto se vio entorpecido con la usurpación del poder por parte de los talibanes y, así, Afganistán presentaba para finales del milenio una tasa de mortalidad infantil del 1,44% y, como dato anecdótico debe anotarse que la esperanza de vida es -a diferencia de la mayoría de las poblaciones del mundo- mayor para los hombres -47 años- sobre la de las mujeres que es de 46 años.

Las prácticas religiosas son compartidas por la inmensa mayoría de la población, la que se realiza alrededor del credo musulmán, dentro del cual existe un mayor número de sunnitas que de chiítas, siendo éstos últimos los de origen iraní. Es preciso hacer notar -a fin de comprender la situación actual- que aproximadamente para el año 200 antes de nuestra era, los nativos eran budistas y, cambio religioso se produjo merced a la invasión de sasánidas persas y posteriormente -en el Siglo VII- como consecuencia de una exitosa invasión árabe.

Solamente un tercio de la población mayor de 15 años está alfabetizada y la participación escolar es baja dentro de la población infantil, precisamente esto se debe a la distribución demográfica en que habitan. El paro laboral, es decir, la desocupación, es uno de los fantasmas que azotan al país, como así también la escasez de funcionarios y trabajadores calificados, lo que hace que el círculo se cierre sobre sí mismo.

Una consecuencia de todo lo que venimos señalando es que Afganistán es uno de los países de mayor pobreza relativa y absoluta del mundo, ya que se estima que el ingreso medio poblacional gira en alrededor de 220 dólares anuales, lo que hace que se sitúe en lo que los economistas han definido eufemísticamente como "por debajo de los límites de la satisfacción de las necesidades básicas", lo cual -en buen romance- no es otra cosa que vivir en la pobreza e indigencia más absoluta, es decir, "por debajo de la línea de pobreza" (Rodriguez Kauth, 1998). Todo esto se vio agravado durante la década de los años '80 como consecuencia de la invasión de tropas soviéticas, lo cual no solamente afectó los planes de desarrollo agrario e industrial propuestos veinte años antes, sino que provocó que la mayor masa de recursos económicos y financieros fuese dedicada a gastos militares (Rodriguez Kauth, 2000).

Históricamente, Afganistán fue una monarquía hasta 1973, año en que fue derrocada por un alzamiento popular que veía como su escasa riqueza era dilapidada por reyes y su corte y la misma fue reemplazada por un sistema republicano de gobierno bajo la forma presidencialista. La Constitución aprobada en 1977 le acordaba enormes poderes a la figura presidencial, a la par que establecía de manera taxativa al islamismo como religión oficial del Estado; a lo cual se agregaba que se había salido de la monarquía absolutista para entrar en un régimen autoritario de partido único. Poco tiempo después, en 1979, el país cayó bajo la influencia soviética merced a la invasión de tropas de la URSS a su territorio que suspendieron la Constitución vigente y la reemplazaron por otra que también mantenía el régimen de partido único, aunque esta vez con el sello comunista, a partir de la creación del Partido Democrático Popular.

De tal suerte, rápidamente se inició una guerra de guerrillas, aprovechando las características topográficas de la zona, para expulsar a los invasores. La misma fue alentada y sostenida por el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica -con la colaboración del gobierno pakistaní- a través de sus agencias gubernamentales de espionaje y contraespionaje. En el transcurso de la misma se echó mano tanto a las formas tradicionales de la guerra -merced a la provisión de armas livianas y pesadas- como a las de guerra psicológica -difundiendo rumores y propaganda favorable a los rebeldes y en contra de los invasores- para lo cual utilizaron a un pequeño grupo de fanáticos religiosos del tipo fundamentalista iraní de las primeras épocas de la Revolución Islámica en aquel país vecino.

Así fueron alimentados los talibanes, que no son una etnia sino un grupo -al principio minúsculo- de fundamentalistas radicalizados y cuya traducción literal es la de "estudiantes"; aunque esto no deba llevar a concluir que se trataba de revoltosos universitarios, sino que sus estudios se remitían solamente a rudimentarios conocimientos del Corán, ya que eran estudiantes de teología e hicieron su entrada en la escena política de manera fulgurante a partir de 1994. Los talibanes fueron la principal fuerza de choque con que contaron los norteamericanos para combatir al régimen prosoviético que -paradojalmente- había nacido en las postrimerías del imperio bolchevique internacional. Durante las luchas de una década, entre los invasores soviéticos junto con sus aliados vernáculas y los rebeldes muyahidin -de los cuales los talibanes son una facción- se vivieron toda clase de violaciones a los derechos humanos, desde la desaparición de sospechosos de participar en una u otra facción del conflicto, como los asesinatos en masa de tribus y poblados enteros. Los talibanes fueron presentados ante el mundo, por los EE. UU. y sus medios de prensa, como una fuerza de paz y unidad que tendría la capacidad de superar los horrores de la guerra fratricida y que traerían al pueblo afgano por primera vez el sistema democrático.

Como consecuencia del colapso político sufrido por la URSS, las tropas de aquél Imperio debieron retirarse de Afganistán en 1989, lo cual produjo la caída del gobierno comunista afgano en 1992. Sin embargo esto no trajo la paz interior al país sino que partir de entonces se vive en una situación de guerra civil que se instaló en 1994. Esto trajo como consecuencia inmediata que el país entrara en una situación caótica y de inestabilidad política casi constante. Los talibanes tomaron Kabul en 1996 y continuaron extendiendo geográficamente su influencia militar y política, pese a las severas resistencias del pueblo afgano que no veía con buenos ojos la llegada de un fundamentalismo religioso que retrasaba en centenares de años los escasos avances económicos, políticos y sociales logrados tras interminables conflictos internos.

El poder central, que tras las largas luchas logró dominar la capital del Estado -Kabul- ha estado gobernando con la pretensión de la aplicación de la ley islámica. Es decir, se cambió de un fundamentalismo político a uno religioso, el cual es encabezado por los talibanes. Esto a llegado a punto tal que los tribunales religiosos son los que tienen a su cargo la administración de justicia, ya sea civil como militar y cualquier infracción o desviación del dogma islámico es considerada delito trayendo aparejada severas penas. Como ejemplos de esto vale señalar que, de acuerdo a la interpretación ortodoxa de la ley islámica, existe la separación de los sexos en los lugares públicos, ya que las mujeres no pueden compartir tales espacios con los hombres. Desde que los talibán tomaron el poder -en 1996- la relativa libertad adquirida por las afganas, por lo que podían trabajar, vestir los atuendos que les vinieran en ganas, conducir automóviles o aparecer en público solas, se trastocó en una aventura peligrosa en el que la más mínima desviación puede costarles la vida.

Las mujeres deben utilizar el burqua -una túnica de la cabeza a los píes con una rejilla tupida a la altura de los ojos (2) lo mismo que deben calzarse con zapatos especiales que hagan el menos ruido posible; incluso, mostrar accidentalmente parte de un brazo o bien pasear con un hombre ajeno a la familia -marido, hermano, padre o hijo- ha dado lugar a que sean golpeadas y apedreadas en público, lo que en algunos casos ha sido hasta morir.

El patriarcalismo impuesto por los talibanes es abyecto. Los maridos poseen el poder de la vida y la muerte sobre las esposas, aunque esto también lo asumen otros hombres en nombre de los supuestos ofendidos, ya que una "patota" de enfurecidos puede asumir tal derecho si sienten ser ofendidos por una conductas femeninas que consideren inadecuadas. Según estimaciones extraoficiales tal situación está provocando unos elevados índices de depresión y de suicidios; mientras que a muchas de ellas se las encuentra acurrucadas en las calles con un balanceo perpetuo -propio de la psicosis- o llorando.

Muchas de esas mujeres fueron educadas en el ejercicio de sus libertades, aunque en la actualidad se les prohibe todo ello bajo la imposición del Islam fundamentalista. Y en esto no valen los argumentos de un relativismo cultural permisitivista, ya que esa no es su tradición o las pautas de su cultura, sino que se trata de algo ajeno a ellas; sus condiciones de vida son extremosas inclusive para las que pertenecen a culturas donde el fundamentalismo es la norma.

Tampoco pueden realizar trabajos -por lo mismo que lo indicado- lo que ha llevado a una tremenda escasez de quienes se hagan cargo de las tareas de enfermería en los hospitales, entre otras tantas falencias; Asimismo, maestras, profesoras, médicas, traductoras, abogadas, artistas, etc., han sido obligadas a abandonar sus labores habituales para quedar recluidas en sus casas.

Obvio es que la salubridad en las mujeres ha disminuido de manera alarmante, lo cual explicaría la diferencia de expectativa de vida con los varones, ya que no disponen de servicios médicos por la sencilla razón de estar prohibido el contacto con varones y, a la vez, impedírseles a ellas el ejercicio profesional.

Entre las actividades prohibidas por los talibanes -que pareciera están dispuestos a poner en marcha Estado islámico más "puro" del mundo- han clausurado las emisoras de televisión y no permiten tomar fotografías en más del 90 por ciento del territorio afgano, el que está bajo su control. Asimismo se han prohibido el uso de bebidas alcohólicas (3) y los lugares dedicados a los juegos de azar y los cinematógrafos, llegando a incinerar las películas existentes en el mercado; a lo que se sumó una rígida legislación contra el tráfico de drogas. Todo esto se realizó bajo la creación de un Ministerio "para Regular lo que es Correcto y Prohibir lo que es Incorrecto" (4). Obviamente que las penas previstas a todas aquellas conductas definidas como "desviadas" de lo que indica el Corán son la mayor parte de las veces sancionadas con la pena de muerte, del mismo modo como existe en el territorio de sus originales mandantes norteamericanos, tan humanitarios ellos.

De tal serte, entre tantas limitaciones de lo "incorrecto", llegaron a prohibir que los hombres se afeitaran las barbas y bigotes (5) a la par que se cerraron los lugares de enseñanza para féminas. La prohibición de trabajar a las mujeres ha traído otras consecuencias severas, ya que buena cantidad de hombres han muerto durante más de una década de guerras cruentas y ellas podrían ser el único sostén de la familia, pero al ser personajes de "segunda" (6) pueden hacerlo con el consecuente desamparo de una niñez que se encuentra absolutamente desprotegida y vive de la mendicidad.

Obviamente que entre tanto "puritanismo" está terminantemente prohibido el adulterio y a las mujeres que son sorprendidas en tal "delito" suele lapidárselas, en algunos casos hasta la muerte (7). En cambio diez hombres, también convictos de adulterio, recibieron "solamente" 39 latigazos en el estadio de fútbol de Kandahar y fueron condenados a penas de prisión de entre seis meses y diez años, precisó la radio de la milicia de los "estudiantes de teología" en el poder. De este modo, los talibán restauraron los "castigos islámicos" como la lapidación en casos de adulterio, o el emparedamiento de quienes mantengan relaciones homosexuales.

Todo esto -y mucho más- ha hecho que algunos organismos internacionales de protección de los derechos humanos levantaran sus voces de protesta, las cuales no han sido tomadas seriamente en cuenta por los gendarmes del Nuevo Orden Internacional que habían encontrado en los talibanes un aliado -peligroso, pero útil por el momento- para su política de dominio en la región.

Sin dudas que hablar de violación de los Derechos Humanos -en estos casos- es más una hipocresía que otra cosa. Se trata de un cinismo que seguramente esconde otros siniestros intereses, aunque amparados en la perverso "relativismo cultural" ya señalado. No en vano, el periódico Times llegó a comparar lo que sucede en Afganistán con el Holocausto; puede aparecer exagerado el símil, pero si se lee con atención el texto de Primo Levi (1958) de su paso por los campos de exterminio nazi, se observará que las restricciones irracionales y caprichosas a la conducta de los prisioneros judíos -los afganos hoy son prisioneros en su territorio por parte de los talibanes- la misma no es ociosa y revela la existencia de una metodología semejante: reducir a las personas a la nada -cosificación (Cosser, 1967)- y obligarlos a tener un solo objeto de culto divino, para los primeros Hitler, para éstos Alá.

Más, no todas fueron rosas para los yankys en su primigenia alianza con los talibanes. A poco de instalado el nuevo régimen, como no podía ser de otra manera, éstos en su afán "purificador" comenzaron a tomar acciones norteamericanas, ya que los desprecian por su extremo liberalismo en las conductas cotidianas. Llegando al punto de que en el Este afgano se ha instalado un multimillonario saudí -O. Ben Larsen- quien es acusado desde Washington de ser el organizador de grupos terroristas integristas que han causado graves daños a sus intereses. Entre otros, cabe contabilizar -luego de 1998- los atentados contra sus embajadas en Tanzania y Kenia que provocaron la muerte de 224 personas y el ataque suicida contra el destructor de marina Cole, en el cual perdieron la vida 17 marinos en un puerto yemení. Todo esto ha provocado la inmediata reacción norteamericana con sus acostumbrados bombardeos al campamento militar dónde supuestamente estaba Larsen e hizo temer, en diciembre de 2000 a los afganos un bombardeo sobre su capital.

Sin embargo, el 27 de febrero de 2001 los gobernantes islámicos talibanes de Afganistán ordenaron la destrucción de milenarias estatuas e iconos por ir "en contra del Islam". Adujeron que todas las estatuas del pasado cultural del país, que las esculturas, famosas en todo el mundo, eran contrarias al Islam.

Uno de los primeros objetivos a destruir sería la colección existente en el Museo Nacional en Kabul, juntamente con el yacimiento arqueológico más famoso de Afganistán, donde se encuentran los dos budas esculpidos en un acantilado en Bamiyan. El argumento esgrimido por el embajador talibán en Paquistán es que "Hay una decisión de los académicos religiosos en esta materia, esto se implementará con toda seguridad".

El diplomático rechazó las críticas de la Organización de Naciones Unidas, que incluía a dichas estatuas en el listado de los monumentos del patrimonio mundial y consideró a las mismas como una intromisión en los asuntos internos de un Estado soberano a la vez que inmiscuirse en las creencias religiosas de su pueblo. El funcionario arguyó que esto era necesario para asegurar que nadie adorara una estatua. Para el líder talibán Mullah Mohammed Omar, quien se mantuvo impasible ante las protestas de los organismos internacionales, la respuesta fue concreta y lapidaria al decir "No me importa nada, sólo el Islam".

Incluso, la autoridad religiosa resolvió que si las piezas de las estatuas destrozadas, pueden tener algún valor económico, "también estas partes también tendrán que ser aplastadas". Esto siguiendo el criterio de que "La sharia (ley) islámica ordena la destrucción de estatuas y considera que dibujar retratos es un insulto a los sirvientes de Alá, la destrucción de cualquier lugar decorado con dibujos es necesaria".

Ante estos hechos, para los finales del primer trimestre del 2001, el mundo volvió asombrado y estupefacto sus ojos hacia Afganistán: el grupúsculo que gobierna el país desde la guerra civil había decidido bombardear -con bombas y explosivos auténticos provistos por los norteamericanos- aquellas legendarias estatuas de Buda insertas en las laderas de las montañas, con el objetivo de destruirlas. La iconoclasia había hecho su retorno triunfal a la historia de la humanidad (8). La altísima sensibilidad artística de las más jerarquizadas organizaciones mundiales -Naciones Unidas y la Unesco entre otras- como así también por parte de gobiernos "democráticos", se desató indignada ante la posible y casi segura destrucción de objetos considerados como "patrimonio cultural de la humanidad", debido a su intrínseco valor artístico. Esta reacción era esperable y es en un todo respetable, si no fuera por una conjunción adversativa -un pero- que pone su palo en la rueda ante tal tipo de respuesta enojosa. La Unesco llegó a instar a "detener la destrucción de su herencia cultural". Destacaron especialmente el sitio arqueológico más conocido, donde dos budas gigantes están tallados en acantilados en la ciudad central de Bamiyán. Tales estatuas datan de la época de control budista en la región, antes de la llegada del Islam en el siglo IX. A lo que añadieron que "Esa herencia antigua ha sufrido cruelmente bajo los conflictos y desastres que han sacudido al país recientemente".

Según un informe de la agencia de noticias EFE "La mediación internacional para frenar la destrucción de las estatuas gigantes de Buda de Bamiyán y otros monumentos debido a la ley decretada por los talibán, no ha tenido efecto. La Agencia de Prensa Afgana Islámica anunció ayer que el 25 por ciento de los budas han sido destruidos, aunque esta información aún no pudo ser confirmada por la UNESCO".

Pese a todos estos esfuerzos humanitarios -que no tuvieron un correlato semejante con la violación de los derechos humanos- las autoridades talibanes anunciaron que aproximadamente el 25% de las gigantescas estatuas de Buda en Bamiyán habían sido destruidas. "El 4 de marzo de 2001, el talibán comenzó a demoler las estatuas en Bamiyán y para ello se utilizaron materiales explosivos", expresó el embajador afgano en Pakistán. Asimismo, se confirmó la destrucción de pequeñas estatuas en los museos de Ghazni y Hérat.

Pero que nadie se llame a engaño, la conducta iconoclasta no es propiedad exclusiva de los talibanes ni tampoco de los musulmanes. Ella tiene una vieja historia que comienza -quizás- en el Antiguo Egipto con el Faraón Ajnatón, el que se dio el lujo de borrar el plural de la palabra dios inscripto en los templos, ya que para él existía uno solo. Este tipo de reacciones continuaron con el cristianismo. En el Siglo XVIII, el Emperador León III, de Bizancio, quien partía de los principios bíblicos -del antiguo Testamento- que prohibe la adoración de imágenes grabadas y rechaza los iconos por considerarlos meros ídolos paganos y por ello estableció la prohibición del culto o veneración de las imágenes. Esto le valió ser excomulgado por el Papa Gregorio III; la política iconoclasta fue continuada por su hijo Constantino V, quien llegó a perseguir a los monjes adoradores de imágenes religiosas. Durante estos períodos fueron destruidas valiosas obras artísticas depositadas en los templos. Uno de los mejores argumentistas contra la iconoclasia fue (san) Juan de Damasco, el que veía en la reproducción de imágenes de Jesús el sentido de la resurrección, que es un elemento central de la religión cristiana. La iconoclasia de León y su sucesor fue condenada en dos concilios realizados en 787 y en 843. Empero, algunos grupos armenios cristianos, entre los que se cuentan los paulicianos, también fueron iconoclastas, llegando a rechazar los sacramentos bautismales, eucarísticos y matrimoniales.

Asimismo, durante la Reforma protestante de Martín Lutero -ya en pleno occidente cristiano y en Alemania- se produjeron escenas de iconoclasia, pero no bajo argumentos religiosos, sino como una forma de obtener riquezas de los templos y monasterios saqueados, lo cual retira al tema de lo puramente teológico para colocarlo en el plano de lo delictivo; fue lo que se conoció con el nombre de las Guerras Campesinas que ocurrieron entre 1524 y 1526. Asimismo, bajo argumentaciones iconoclastas, los puritanos holandeses saquearon templos y propiedades de católicos con el mismo objetivo egoísta anterior. También debe recordarse que por culpa de movimientos iconoclastas, fue parcialmente destruida la Catedral de Reims.

Hecho este breve relato histórico de la iconoclasia, que en la actualidad se reproduce en Afganistán y que no es otra cosa -en cualquier lugar que se manifieste- de intolerancia (Fetscher, 1991; Rodriguez Kauth y Falcón, 1996) retornemos a los episodios ocurridos a manos de los talibanes con las estatuas de Buda en territorio afgano. Lo que más llama la atención es que en los últimos 10 años no se oyeran quejas -semejantes a las ocurridas por los actos de iconoclasia- de la sensible comunidad internacional frente a la destrucción de obras consideradas artísticas, cuando la mayoría de la población afgana estaba siendo presa del sometimiento vejatorio por parte de un régimen de tipo fascista inquisitorial, el cual ha venido reduciendo el respeto por los Derechos Humanos a su mínima expresión siendo, la reducción de las mujeres al servilismo, uno de los máximos testimonios de tal desprecio por los derechos de sus habitantes. Sinceramente, no recuerdo que la prensa se hubiera ocupado con tanta preocupación como lo hace ahora por este episodio de las estatuas que ya fueron bombardeadas. Los fusilamientos masivos de opositores no atrajeron las miradas del mundo "civilizado" sobre lo que ocurría en aquél sufrido y dolido país que había caído en las manos siniestras de una secta fundamentalista religiosa. Las estatuas tuvieron la extraña capacidad de hacer que la prensa y, con ellas el mundo detrás, observaran algunas de las barbaridades que se desarrollan bajo el amparo de la política norteamericana que se ocupó de instalar a los talibanes -como fuerza de oposición y choque- al frente del gobierno afgano.

BIBLIOGRAFIA:

COSSER, L.: (1967) Nuevos aportes a la Teoría del Conflicto Social. Amorrortu, Bs. Aires, 1970.

FETSCHER, I.: (1991) La Tolerancia. Gedisa, Barcelona, 1994.

LEVI, P.: (1958) Si esto es un Hombre. Muchnik, Barcelona, 2000.

PORTER, M. E.: (1990) La ventaja competitiva de las naciones. Vergara, Bs. Aires, 1991.

RODRIGUEZ KAUTH, A.: (1998) Aguafuertes de fin de siglo. Almagesto, Bs. Aires.

RODRIGUEZ KAUTH, A.: (2000) "¿Para qué sirven las Fuerzas Armadas?". Rev. Fundamentos en Humanidades, San Luis, Nº 2, 2000.

RODRIGUEZ KAUTH, A. y FALCON, M.: (1996) La Tolerancia. Atravesamientos en Psicología, Educación y Derechos Humanos. Topía, Bs. Aires.

 

(*) Profesor de Psicología Social y Director del Proyecto de Investigación "Psicología Política", en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Luis, Argentina.

 

(1) Práctica ésta que ha sido predilecta de los soviéticos en todas sus incursiones armadas imperialistas.

 

(2) Que les permite ver que no están cometiendo algún pecado o acercándose a él.

 

(3) Hasta incautaron las bebidas en los hoteles internacionales.

 

(4) Además, no debe olvidarse que ordenaron y ejecutaron la muerte por ahorcamiento de los anteriores mandatarios gubernamentales.

 

(5) Solamente se pueden recortar su pilosidad, pero no pueden lucir lampiños.

 

(6) Nunca mejor que para este caso vale aquel poema de J. Lennon donde decía que "La mujer es el negro del mundo".

 

(7) Dos mujeres condenadas a muerte por adulterio fueron ejecutadas ante miles de personas en Kandahar, en el sur de Afganistán. Ambas fueron muertas por haber cometido "el odioso crimen del adulterio", después de que la condena fuese aprobada por Mohamed Omar, el dirigente supremo de los talibán, que reside en Kandahar. Otras dos mujeres fueron también azotadas por las mismas razones.

 

(8) Una cosa es no venerar ni rendir culto a los iconos y otra muy diferente es destruirlos.


 

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