La
República de Afganistán o, actualmente el Emirato Islámico de Afganistán, es
un territorio ubicado en la región suroeste del continente asiático y el cual,
hasta no hace más de 20 años era ignorado por la mayoría de la población
mundial -"democrática, occidental y cristiana"- aún aquella con un
buen nivel de instrucción. Pero, a partir de 1979 fue invadido por la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas que, continuando con una inveterada
costumbre imperialista, pretendió anexar al país a sus dominios
territoriales; esto debido a la ubicación geográfica que ocupa Afganistán, ya
que mantiene fronteras comunes con países estratégicamente interesantes -desde
el punto de vista de la geopolítica- como la República Popular China, Irán,
Rusia, Pakistán y la India. Hay que hacer notar que la invasión militar
soviética no fue casual, ya que el gobierno civil de entonces había adoptado
un estilo procomunista, lo cual dio lugar a severas luchas políticas y
militares internas protagonizadas -principalmente- por los habitantes
musulmanes montañeros. De tal suerte, se vieron precisados a pedir apoyo
militar a los soviéticos, los cuales no solamente entraron con sus tropas de
ocupación, sino que reemplazaron a los gobernantes por un gobierno títere
fiel a sus dictados (1).
Desde
una lectura geográfica física, Afganistán no es un territorio que pueda ser
considerado para una cómoda forma de vida occidental, ya que su clima tiene
amplias variaciones en el mismo día a consecuencia de que se trata de un
espacio en general montañoso y de altas cumbres, con escaso potencial
económico en los aspectos agrícolas y ganaderos en función a su irregularidad
y lo arenoso de su suelo. Sin embargo, como no podía ser de otra forma, tiene
potenciales reservas minerales, especialmente hierro, como así también de
hidrocarburos, los que se testimonian con la obtención de gas natural. Sin
embargo, su posición geográfica lo convierte en un enclave estratégico en la
región como consecuencia de sus dilatadas fronteras con países protagónicos
de la política internacional en el continente asiático.
Haciendo
una lectura demográfica, la mayor parte de su población se distribuye en la
extendida ruralia y se pueden destacar cuatro grupos culturales -o étnicos-
como los principales componentes poblacionales, existiendo una etnia de
aproximadamente la cuarta parte de su probación total que es de origen iraní.
A partir de la década de los '50 se produjeron algunos cambios sociales que
terminaron con, por ejemplo, la práctica de la reducción al servilismo de las
mujeres en tanto y cuanto se redujo la presencia de la tradicional familia de
tipo patriarcal, como consecuencia de un proceso de mayor integración al
mundo "civilizado". Para 1998 su población total se estimaba en 25
millones, la cual se vio reducida al año siguiente en 9 millones, merced al
alto número de refugiados afganos que huyeron a consecuencia de la imposición
de un gobierno integrista y fundamentalista, el cual ha transportado al
pueblo afgano hacia un retorno a las más arcaicas formas culturales de vida.
De aquellos 9 millones de refugiados, más de la mitad están viviendo en
países vecinos, en tanto que el resto se han desarraigado totalmente de su
entorno y se repartieron por el resto del planeta. Según el Alto Comisionado
de las Naciones Unidas para los Refugiados, el numero de afganos que
figuraban en tal condición era -para 1992- el la población más numerosa del orbe.
Demográficamente,
alrededor del 80% de sus habitantes viven y trabajan en las zonas rurales
-algo más del 10% lo hace en como nómadas- y en condiciones de extrema
pobreza material, ya que el territorio no ofrece mayores posibilidades de
recursos económicos físicos, es decir, carece de las "ventajas
comparativas", según el criterio aportado por Porter (1990) -desde una
lógica capitalista, aunque no exenta de criterio- y tampoco ha podido
ingresar en el espacio de las "ventajas competitivas", como consecuencia
del aislamiento internacional en que ha sido sumido por su propio gobierno.
Si
bien desde la derrota de la monarquía se intentaron aplicar políticas
sanitarias que elevaran el nivel y la expectativa de vida de la población,
esto se vio entorpecido con la usurpación del poder por parte de los
talibanes y, así, Afganistán presentaba para finales del milenio una tasa de
mortalidad infantil del 1,44% y, como dato anecdótico debe anotarse que la
esperanza de vida es -a diferencia de la mayoría de las poblaciones del
mundo- mayor para los hombres -47 años- sobre la de las mujeres que es de 46
años.
Las
prácticas religiosas son compartidas por la inmensa mayoría de la población,
la que se realiza alrededor del credo musulmán, dentro del cual existe un
mayor número de sunnitas que de chiítas, siendo éstos últimos los de origen
iraní. Es preciso hacer notar -a fin de comprender la situación actual- que
aproximadamente para el año 200 antes de nuestra era, los nativos eran
budistas y, cambio religioso se produjo merced a la invasión de sasánidas
persas y posteriormente -en el Siglo VII- como consecuencia de una exitosa
invasión árabe.
Solamente
un tercio de la población mayor de 15 años está alfabetizada y la
participación escolar es baja dentro de la población infantil, precisamente
esto se debe a la distribución demográfica en que habitan. El paro laboral,
es decir, la desocupación, es uno de los fantasmas que azotan al país, como
así también la escasez de funcionarios y trabajadores calificados, lo que
hace que el círculo se cierre sobre sí mismo.
Una
consecuencia de todo lo que venimos señalando es que Afganistán es uno de los
países de mayor pobreza relativa y absoluta del mundo, ya que se estima que
el ingreso medio poblacional gira en alrededor de 220 dólares anuales, lo que
hace que se sitúe en lo que los economistas han definido eufemísticamente
como "por debajo de los límites de la satisfacción de las necesidades
básicas", lo cual -en buen romance- no es otra cosa que vivir en la
pobreza e indigencia más absoluta, es decir, "por debajo de la línea de
pobreza" (Rodriguez Kauth, 1998). Todo esto se vio agravado durante la
década de los años '80 como consecuencia de la invasión de tropas soviéticas,
lo cual no solamente afectó los planes de desarrollo agrario e industrial
propuestos veinte años antes, sino que provocó que la mayor masa de recursos
económicos y financieros fuese dedicada a gastos militares (Rodriguez Kauth,
2000).
Históricamente, Afganistán fue una monarquía hasta 1973, año en que
fue derrocada por un alzamiento popular que veía como su escasa riqueza era
dilapidada por reyes y su corte y la misma fue reemplazada por un sistema
republicano de gobierno bajo la forma presidencialista. La Constitución
aprobada en 1977 le acordaba enormes poderes a la figura presidencial, a la
par que establecía de manera taxativa al islamismo como religión oficial del
Estado; a lo cual se agregaba que se había salido de la monarquía absolutista
para entrar en un régimen autoritario de partido único. Poco tiempo después,
en 1979, el país cayó bajo la influencia soviética merced a la invasión de
tropas de la URSS a su territorio que suspendieron la Constitución vigente y
la reemplazaron por otra que también mantenía el régimen de partido único,
aunque esta vez con el sello comunista, a partir de la creación del Partido
Democrático Popular.
De tal suerte, rápidamente se inició una guerra de guerrillas,
aprovechando las características topográficas de la zona, para expulsar a los
invasores. La misma fue alentada y sostenida por el gobierno de los Estados
Unidos de Norteamérica -con la colaboración del gobierno pakistaní- a través
de sus agencias gubernamentales de espionaje y contraespionaje. En el
transcurso de la misma se echó mano tanto a las formas tradicionales de la guerra
-merced a la provisión de armas livianas y pesadas- como a las de guerra
psicológica -difundiendo rumores y propaganda favorable a los rebeldes y en
contra de los invasores- para lo cual utilizaron a un pequeño grupo de
fanáticos religiosos del tipo fundamentalista iraní de las primeras épocas de
la Revolución Islámica en aquel país vecino.
Así fueron alimentados los talibanes, que no son una etnia sino un
grupo -al principio minúsculo- de fundamentalistas radicalizados y cuya
traducción literal es la de "estudiantes"; aunque esto no deba
llevar a concluir que se trataba de revoltosos universitarios, sino que sus
estudios se remitían solamente a rudimentarios conocimientos del Corán, ya
que eran estudiantes de teología e hicieron su entrada en la escena política
de manera fulgurante a partir de 1994. Los talibanes fueron la principal
fuerza de choque con que contaron los norteamericanos para combatir al
régimen prosoviético que -paradojalmente- había nacido en las postrimerías
del imperio bolchevique internacional. Durante las luchas de una década,
entre los invasores soviéticos junto con sus aliados vernáculas y los
rebeldes muyahidin -de los cuales los talibanes son una facción- se
vivieron toda clase de violaciones a los derechos humanos, desde la desaparición
de sospechosos de participar en una u otra facción del conflicto, como los
asesinatos en masa de tribus y poblados enteros. Los talibanes fueron
presentados ante el mundo, por los EE. UU. y sus medios de prensa, como una
fuerza de paz y unidad que tendría la capacidad de superar los horrores de la
guerra fratricida y que traerían al pueblo afgano por primera vez el sistema
democrático.
Como consecuencia del colapso político sufrido por la URSS, las
tropas de aquél Imperio debieron retirarse de Afganistán en 1989, lo cual
produjo la caída del gobierno comunista afgano en 1992. Sin embargo esto no
trajo la paz interior al país sino que partir de entonces se vive en una
situación de guerra civil que se instaló en 1994. Esto trajo como
consecuencia inmediata que el país entrara en una situación caótica y de
inestabilidad política casi constante. Los talibanes tomaron Kabul en 1996 y
continuaron extendiendo geográficamente su influencia militar y política,
pese a las severas resistencias del pueblo afgano que no veía con buenos ojos
la llegada de un fundamentalismo religioso que retrasaba en centenares de
años los escasos avances económicos, políticos y sociales logrados tras
interminables conflictos internos.
El poder central, que tras las largas luchas logró dominar la
capital del Estado -Kabul- ha estado gobernando con la pretensión de la
aplicación de la ley islámica. Es decir, se cambió de un fundamentalismo
político a uno religioso, el cual es encabezado por los talibanes. Esto a
llegado a punto tal que los tribunales religiosos son los que tienen a su
cargo la administración de justicia, ya sea civil como militar y cualquier
infracción o desviación del dogma islámico es considerada delito trayendo
aparejada severas penas. Como ejemplos de esto vale señalar que, de acuerdo a
la interpretación ortodoxa de la ley islámica, existe la separación de los
sexos en los lugares públicos, ya que las mujeres no pueden compartir tales
espacios con los hombres. Desde que los talibán tomaron el poder -en 1996- la
relativa libertad adquirida por las afganas, por lo que podían trabajar,
vestir los atuendos que les vinieran en ganas, conducir automóviles o
aparecer en público solas, se trastocó en una aventura peligrosa en el que la
más mínima desviación puede costarles la vida.
Las mujeres deben utilizar el burqua -una túnica de la cabeza a los
píes con una rejilla tupida a la altura de los ojos (2) lo
mismo que deben calzarse con zapatos especiales que hagan el menos ruido
posible; incluso, mostrar accidentalmente parte de un brazo o bien pasear con
un hombre ajeno a la familia -marido, hermano, padre o hijo- ha dado lugar a
que sean golpeadas y apedreadas en público, lo que en algunos casos ha sido
hasta morir.
El patriarcalismo impuesto por los talibanes es abyecto. Los maridos
poseen el poder de la vida y la muerte sobre las esposas, aunque esto también
lo asumen otros hombres en nombre de los supuestos ofendidos, ya que una
"patota" de enfurecidos puede asumir tal derecho si sienten ser ofendidos
por una conductas femeninas que consideren inadecuadas. Según estimaciones
extraoficiales tal situación está provocando unos elevados índices de
depresión y de suicidios; mientras que a muchas de ellas se las encuentra
acurrucadas en las calles con un balanceo perpetuo -propio de la psicosis- o
llorando.
Muchas de esas mujeres fueron educadas en el ejercicio de sus
libertades, aunque en la actualidad se les prohibe todo ello bajo la
imposición del Islam fundamentalista. Y en esto no valen los argumentos de un
relativismo cultural permisitivista, ya que esa no es su tradición o las
pautas de su cultura, sino que se trata de algo ajeno a ellas; sus
condiciones de vida son extremosas inclusive para las que pertenecen a
culturas donde el fundamentalismo es la norma.
Tampoco pueden realizar trabajos -por lo mismo que lo indicado- lo
que ha llevado a una tremenda escasez de quienes se hagan cargo de las tareas
de enfermería en los hospitales, entre otras tantas falencias; Asimismo,
maestras, profesoras, médicas, traductoras, abogadas, artistas, etc., han
sido obligadas a abandonar sus labores habituales para quedar recluidas en
sus casas.
Obvio es que la salubridad en las mujeres ha disminuido de manera
alarmante, lo cual explicaría la diferencia de expectativa de vida con los
varones, ya que no disponen de servicios médicos por la sencilla razón de
estar prohibido el contacto con varones y, a la vez, impedírseles a ellas el
ejercicio profesional.
Entre las actividades prohibidas por los talibanes -que pareciera
están dispuestos a poner en marcha Estado islámico más "puro" del
mundo- han clausurado las emisoras de televisión y no permiten tomar
fotografías en más del 90 por ciento del territorio afgano, el que está bajo
su control. Asimismo se han prohibido el uso de bebidas alcohólicas (3) y los lugares dedicados a los juegos de azar y los
cinematógrafos, llegando a incinerar las películas existentes en el mercado;
a lo que se sumó una rígida legislación contra el tráfico de drogas. Todo
esto se realizó bajo la creación de un Ministerio "para Regular lo que
es Correcto y Prohibir lo que es Incorrecto" (4).
Obviamente que las penas previstas a todas aquellas conductas definidas como
"desviadas" de lo que indica el Corán son la mayor parte de las
veces sancionadas con la pena de muerte, del mismo modo como existe en el
territorio de sus originales mandantes norteamericanos, tan humanitarios
ellos.
De tal serte, entre tantas limitaciones de lo "incorrecto",
llegaron a prohibir que los hombres se afeitaran las barbas y bigotes (5) a la par que se cerraron los lugares de enseñanza para
féminas. La prohibición de trabajar a las mujeres ha traído otras
consecuencias severas, ya que buena cantidad de hombres han muerto durante
más de una década de guerras cruentas y ellas podrían ser el único sostén de
la familia, pero al ser personajes de "segunda" (6)
pueden hacerlo con el consecuente desamparo de una niñez que se encuentra
absolutamente desprotegida y vive de la mendicidad.
Obviamente que entre tanto "puritanismo" está
terminantemente prohibido el adulterio y a las mujeres que son sorprendidas
en tal "delito" suele lapidárselas, en algunos casos hasta la muerte
(7). En cambio diez hombres, también convictos de
adulterio, recibieron "solamente" 39 latigazos en el estadio de
fútbol de Kandahar y fueron condenados a penas de prisión de entre seis meses
y diez años, precisó la radio de la milicia de los "estudiantes de
teología" en el poder. De este modo, los talibán restauraron los
"castigos islámicos" como la lapidación en casos de adulterio, o el
emparedamiento de quienes mantengan relaciones homosexuales.
Todo esto -y mucho más- ha hecho que algunos organismos
internacionales de protección de los derechos humanos levantaran sus voces de
protesta, las cuales no han sido tomadas seriamente en cuenta por los
gendarmes del Nuevo Orden Internacional que habían encontrado en los
talibanes un aliado -peligroso, pero útil por el momento- para su política de
dominio en la región.
Sin dudas que hablar de violación de los Derechos Humanos -en estos
casos- es más una hipocresía que otra cosa. Se trata de un cinismo que
seguramente esconde otros siniestros intereses, aunque amparados en la
perverso "relativismo cultural" ya señalado. No en vano, el
periódico Times llegó a comparar lo que sucede en Afganistán con el
Holocausto; puede aparecer exagerado el símil, pero si se lee con atención el
texto de Primo Levi (1958) de su paso por los campos de exterminio nazi, se
observará que las restricciones irracionales y caprichosas a la conducta de
los prisioneros judíos -los afganos hoy son prisioneros en su territorio por
parte de los talibanes- la misma no es ociosa y revela la existencia de una
metodología semejante: reducir a las personas a la nada -cosificación
(Cosser, 1967)- y obligarlos a tener un solo objeto de culto divino, para los
primeros Hitler, para éstos Alá.
Más, no todas fueron rosas para los yankys en su primigenia alianza
con los talibanes. A poco de instalado el nuevo régimen, como no podía ser de
otra manera, éstos en su afán "purificador" comenzaron a tomar
acciones norteamericanas, ya que los desprecian por su extremo liberalismo en
las conductas cotidianas. Llegando al punto de que en el Este afgano se ha
instalado un multimillonario saudí -O. Ben Larsen- quien es acusado desde
Washington de ser el organizador de grupos terroristas integristas que han
causado graves daños a sus intereses. Entre otros, cabe contabilizar -luego
de 1998- los atentados contra sus embajadas en Tanzania y Kenia que
provocaron la muerte de 224 personas y el ataque suicida contra el destructor
de marina Cole, en el cual perdieron la vida 17 marinos en un puerto yemení.
Todo esto ha provocado la inmediata reacción norteamericana con sus
acostumbrados bombardeos al campamento militar dónde supuestamente estaba
Larsen e hizo temer, en diciembre de 2000 a los afganos un bombardeo sobre su
capital.
Sin embargo, el 27 de febrero de 2001 los gobernantes islámicos
talibanes de Afganistán ordenaron la destrucción de milenarias estatuas e
iconos por ir "en contra del Islam". Adujeron que todas las
estatuas del pasado cultural del país, que las esculturas, famosas en todo el
mundo, eran contrarias al Islam.
Uno de los primeros objetivos a destruir sería la colección
existente en el Museo Nacional en Kabul, juntamente con el yacimiento
arqueológico más famoso de Afganistán, donde se encuentran los dos budas
esculpidos en un acantilado en Bamiyan. El argumento esgrimido por el
embajador talibán en Paquistán es que "Hay una decisión de los
académicos religiosos en esta materia, esto se implementará con toda
seguridad".
El diplomático rechazó las críticas de la Organización de Naciones
Unidas, que incluía a dichas estatuas en el listado de los monumentos del
patrimonio mundial y consideró a las mismas como una intromisión en los
asuntos internos de un Estado soberano a la vez que inmiscuirse en las
creencias religiosas de su pueblo. El funcionario arguyó que esto era
necesario para asegurar que nadie adorara una estatua. Para el líder talibán
Mullah Mohammed Omar, quien se mantuvo impasible ante las protestas de los
organismos internacionales, la respuesta fue concreta y lapidaria al decir
"No me importa nada, sólo el Islam".
Incluso, la autoridad religiosa resolvió que si las piezas de las
estatuas destrozadas, pueden tener algún valor económico, "también
estas partes también tendrán que ser aplastadas". Esto siguiendo el
criterio de que "La sharia (ley) islámica ordena la destrucción de
estatuas y considera que dibujar retratos es un insulto a los sirvientes de
Alá, la destrucción de cualquier lugar decorado con dibujos es necesaria".
Ante estos hechos, para los finales del primer trimestre del 2001,
el mundo volvió asombrado y estupefacto sus ojos hacia Afganistán: el
grupúsculo que gobierna el país desde la guerra civil había decidido
bombardear -con bombas y explosivos auténticos provistos por los
norteamericanos- aquellas legendarias estatuas de Buda insertas en las
laderas de las montañas, con el objetivo de destruirlas. La iconoclasia había
hecho su retorno triunfal a la historia de la humanidad (8).
La altísima sensibilidad artística de las más jerarquizadas organizaciones
mundiales -Naciones Unidas y la Unesco entre otras- como así también por
parte de gobiernos "democráticos", se desató indignada ante la
posible y casi segura destrucción de objetos considerados como
"patrimonio cultural de la humanidad", debido a su intrínseco valor
artístico. Esta reacción era esperable y es en un todo respetable, si no
fuera por una conjunción adversativa -un pero- que pone su palo en la rueda
ante tal tipo de respuesta enojosa. La Unesco llegó a instar a "detener
la destrucción de su herencia cultural". Destacaron especialmente el
sitio arqueológico más conocido, donde dos budas gigantes están tallados en
acantilados en la ciudad central de Bamiyán. Tales estatuas datan de la época
de control budista en la región, antes de la llegada del Islam en el siglo
IX. A lo que añadieron que "Esa herencia antigua ha sufrido
cruelmente bajo los conflictos y desastres que han sacudido al país
recientemente".
Según un informe de la agencia de noticias EFE "La mediación
internacional para frenar la destrucción de las estatuas gigantes de Buda de
Bamiyán y otros monumentos debido a la ley decretada por los talibán, no ha
tenido efecto. La Agencia de Prensa Afgana Islámica anunció ayer que el 25
por ciento de los budas han sido destruidos, aunque esta información aún no
pudo ser confirmada por la UNESCO".
Pese a todos estos esfuerzos humanitarios -que no tuvieron un
correlato semejante con la violación de los derechos humanos- las autoridades
talibanes anunciaron que aproximadamente el 25% de las gigantescas estatuas
de Buda en Bamiyán habían sido destruidas. "El 4 de marzo de 2001, el
talibán comenzó a demoler las estatuas en Bamiyán y para ello se utilizaron
materiales explosivos", expresó el embajador afgano en Pakistán.
Asimismo, se confirmó la destrucción de pequeñas estatuas en los museos de
Ghazni y Hérat.
Pero que nadie se llame a engaño, la conducta iconoclasta no es
propiedad exclusiva de los talibanes ni tampoco de los musulmanes. Ella tiene
una vieja historia que comienza -quizás- en el Antiguo Egipto con el Faraón
Ajnatón, el que se dio el lujo de borrar el plural de la palabra dios
inscripto en los templos, ya que para él existía uno solo. Este tipo de
reacciones continuaron con el cristianismo. En el Siglo XVIII, el Emperador
León III, de Bizancio, quien partía de los principios bíblicos -del antiguo
Testamento- que prohibe la adoración de imágenes grabadas y rechaza los
iconos por considerarlos meros ídolos paganos y por ello estableció la
prohibición del culto o veneración de las imágenes. Esto le valió ser
excomulgado por el Papa Gregorio III; la política iconoclasta fue continuada
por su hijo Constantino V, quien llegó a perseguir a los monjes adoradores de
imágenes religiosas. Durante estos períodos fueron destruidas valiosas obras
artísticas depositadas en los templos. Uno de los mejores argumentistas
contra la iconoclasia fue (san) Juan de Damasco, el que veía en la
reproducción de imágenes de Jesús el sentido de la resurrección, que es un
elemento central de la religión cristiana. La iconoclasia de León y su
sucesor fue condenada en dos concilios realizados en 787 y en 843. Empero,
algunos grupos armenios cristianos, entre los que se cuentan los paulicianos,
también fueron iconoclastas, llegando a rechazar los sacramentos bautismales,
eucarísticos y matrimoniales.
Asimismo, durante la Reforma protestante de Martín Lutero -ya en
pleno occidente cristiano y en Alemania- se produjeron escenas de
iconoclasia, pero no bajo argumentos religiosos, sino como una forma de
obtener riquezas de los templos y monasterios saqueados, lo cual retira al
tema de lo puramente teológico para colocarlo en el plano de lo delictivo;
fue lo que se conoció con el nombre de las Guerras Campesinas que ocurrieron
entre 1524 y 1526. Asimismo, bajo argumentaciones iconoclastas, los puritanos
holandeses saquearon templos y propiedades de católicos con el mismo objetivo
egoísta anterior. También debe recordarse que por culpa de movimientos
iconoclastas, fue parcialmente destruida la Catedral de Reims.
Hecho este breve relato histórico de la iconoclasia, que en la
actualidad se reproduce en Afganistán y que no es otra cosa -en cualquier
lugar que se manifieste- de intolerancia (Fetscher, 1991; Rodriguez Kauth y
Falcón, 1996) retornemos a los episodios ocurridos a manos de los talibanes
con las estatuas de Buda en territorio afgano. Lo que más llama la atención
es que en los últimos 10 años no se oyeran quejas -semejantes a las ocurridas
por los actos de iconoclasia- de la sensible comunidad internacional frente a
la destrucción de obras consideradas artísticas, cuando la mayoría de la
población afgana estaba siendo presa del sometimiento vejatorio por parte de
un régimen de tipo fascista inquisitorial, el cual ha venido reduciendo el
respeto por los Derechos Humanos a su mínima expresión siendo, la reducción
de las mujeres al servilismo, uno de los máximos testimonios de tal desprecio
por los derechos de sus habitantes. Sinceramente, no recuerdo que la prensa
se hubiera ocupado con tanta preocupación como lo hace ahora por este
episodio de las estatuas que ya fueron bombardeadas. Los fusilamientos
masivos de opositores no atrajeron las miradas del mundo
"civilizado" sobre lo que ocurría en aquél sufrido y dolido país
que había caído en las manos siniestras de una secta fundamentalista
religiosa. Las estatuas tuvieron la extraña capacidad de hacer que la prensa
y, con ellas el mundo detrás, observaran algunas de las barbaridades que se
desarrollan bajo el amparo de la política norteamericana que se ocupó de instalar
a los talibanes -como fuerza de oposición y choque- al frente del gobierno
afgano.
BIBLIOGRAFIA:
COSSER, L.: (1967) Nuevos aportes
a la Teoría del Conflicto Social. Amorrortu, Bs. Aires, 1970.
FETSCHER, I.: (1991) La Tolerancia.
Gedisa, Barcelona, 1994.
LEVI, P.: (1958) Si esto es un
Hombre. Muchnik, Barcelona, 2000.
PORTER, M. E.: (1990) La ventaja
competitiva de las naciones. Vergara, Bs. Aires, 1991.
RODRIGUEZ KAUTH, A.: (1998) Aguafuertes
de fin de siglo. Almagesto, Bs. Aires.
RODRIGUEZ KAUTH, A.: (2000)
"¿Para qué sirven las Fuerzas Armadas?". Rev. Fundamentos en
Humanidades, San Luis, Nº 2, 2000.
RODRIGUEZ KAUTH, A. y FALCON, M.:
(1996) La Tolerancia. Atravesamientos en Psicología, Educación y
Derechos Humanos. Topía, Bs. Aires.
(*)
Profesor de Psicología Social y Director del Proyecto de
Investigación "Psicología Política", en la Facultad de Ciencias
Humanas de la Universidad Nacional de San Luis, Argentina.
(1) Práctica ésta que ha sido predilecta de
los soviéticos en todas sus incursiones armadas imperialistas.
(2) Que les permite ver que no están
cometiendo algún pecado o acercándose a él.
(3) Hasta incautaron las bebidas en los
hoteles internacionales.
(4) Además, no debe olvidarse que ordenaron
y ejecutaron la muerte por ahorcamiento de los anteriores mandatarios
gubernamentales.
(5) Solamente se pueden recortar su pilosidad, pero no pueden lucir lampiños.
(6)
Nunca mejor que para este caso vale
aquel poema de J. Lennon donde decía que "La mujer es el negro del
mundo".
(7) Dos mujeres condenadas a muerte por
adulterio fueron ejecutadas ante miles de personas en Kandahar, en
el sur de Afganistán. Ambas fueron muertas por haber cometido "el odioso
crimen del adulterio", después de que la condena fuese aprobada por
Mohamed Omar, el dirigente supremo de los talibán, que reside en Kandahar.
Otras dos mujeres fueron también azotadas por las mismas razones.
(8)
Una cosa es no venerar ni rendir culto a los iconos y otra muy diferente es
destruirlos.
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