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¿TERROR CON TERROR SE PAGA?

Dr. Angel Rodriguez Kauth (*)

No recuerdo que ninguna

civilización haya muerto por

un ataque de duda. Creo

recordar más bien que las civilizaciones

solieron morir por una petrificación

de su fe tradicional,

por una esclerosis de sus creencias.

José Ortega y Gasset

Frente al acto terrorista más importante -medido éste según cantidad de víctimas y de daños materiales- que han sufrido los EE.UU. en su territorio a lo largo de toda su historia, rápidamente el mundo pudo escuchar la sed de venganza -bajo el eufemístico nombre de represalias contra el o los agresores- en boca del propio Presidente de aquél país, quien de ésa forma creyó representar al imaginario colectivo que transita por entre los norteamericanos. Es altamente probable que así haya sido, sobre todo en el de una mayoría de la población que se define como "blanca, norteamericana y protestante", pero también es probable que no lo haya sido con los millones de inmigrantes y descendientes de estos que no llegaron precisamente en el Mayflower a las costas norteamericanas.

Quizás, sus palabras tuvieron una raíz altamente contaminada por la emocionalidad que produjo, tanto en él como en muchas otras personas del planeta, el acto de barbarie del 11 de septiembre contra símbolos sensibles a la más cara tradición de su país -la economía y el aparato militar, más un atentado frustrado contra el corazón político instalado en la Casa Blanca- como así también a la matanza indiscriminada de personas de diferentes nacionalidades y grupos culturales que cayeron muertos o heridos por la obra demencial de comandos suicidas que, como tales, se mueven según la voluntad de uno o más titiriteros que los manejan a su arbitrio. Sin dudas que quienes han movido los piolines de los títeres lo han hecho en función de un odio ancestral por todo aquello que signifique el modo occidental de vida que -los estadounidenses- representan a la perfección y, sobre todo desde un odio específico contra la historia de saqueos y matanzas de que se han hecho acreedores durante el último Siglo XX. Aunque esto último no justifica ni someramente el acto criminal del 11 de septiembre.

Sin embargo, las declaraciones posteriores de quien preside a la Nación más poderosa del mundo y que a la par se ufana de cumplir un liderazgo semejante sobre el resto del mundo, ya no pudieron estar teñidas de tanta afectividad negativa, sino que debieron ser producto de la fría racionalidad de quien cree representar tal poderío. Caso contrario, lo único que ha de lograr, y que lo logra con creces, es aumentar notablemente el sentimiento antinorteamericano por todas las latitudes del planeta. Si bien es cierto que normalmente a quien detenta poderes omnímodos se le ama y odia simultáneamente en una relación ambivalente por su condición de poderoso, en éste caso particular el odio -o al menos el desagrado- tiene raíces profundas desarrolladas por todos lados a partir de matanzas en invasiones o guerras y de la expoliación y explotación económica de los pueblos sometidos.

Con la declaración de guerra realizada por el Presidente Bush, los norteamericanos corren el riesgo de hacer que aquel sentimiento se incremente en todo el mundo, aunque racionalmente la misma pueda aparecer como una reacción lógica ante la barbarie cometida con los dos atentados terroristas exitosos en las Torres Gemelas de Nueva York y en el Pentágono. Es que el Presidente y su gobierno, incluyendo a los congresistas, creen tener la "verdad" y, esa es una señal de decadencia; como alguna vez dijera A. Camus, "La verdad pulula sobre sus hijos asesinados". En su nombre, los muertos, mutilados, heridos, desplazados y refugiados se cuentan por centenares de millones sólo en el paradojal Siglo XX, el de los más notables avances científicos y tecnológicos y, a la par, el más cruento de una historia que -como la hubiera definido Borges- es la "historia universal de la infamia".

A partir de su segunda declaración pública, Bush comenzó a mostrar que dentro suyo lleva un vaquero texano, sobre todo cuando casi con una sonrisa -en momentos dramáticos para la Nación- afirmó que cuando joven en su pueblo solía ver carteles que pedían la captura de un delincuente definido como enemigo público: "vivo o muerto"; lo cual no hace más que señalar la indiferencia que existe en sus "sentipensamientos" acerca de la vida y la muerte, para él valen lo mismo. A partir de ese punto llamó a la guerra, no solamente a la Nación toda sino también al resto de naciones, contra el terrorismo, el mal y los enemigos de la civilización, que él dice representar. Pero no existen condicionantes psicológicos emocionales momentáneos que puedan sacar de sus cabales a aquellos que pretenden liderar. Digamos -en forma moderada y sintéticamente- que su reacción verbal ante el mundo no fue lo que se puede denominar inteligente, ya que no ubicó en el escenario de guerra a un enemigo en particular, sino que de manera vaga lo colocó en una persona: Bin Laden. A lo cual posteriormente se agregaron los países que le pudieran brindar protección a dicho terrorista internacional.

Por un momento insto al lector a que hagamos juntos un ejercicio intelectual: imaginar el escenario de la Segunda Guerra Mundial con un W. Churchill que clamara ante el mundo apoyo para combatir contra el demoníaco A. Eichman, quien se encargaba con obsesiva paciencia y dedicación -propia de objetivos más loables- de transportar judíos a los campos de exterminio nazis. Nadie en su sano juicio de la comunidad internacional lo hubiera acompañado en la cacería humana propuesta. Si trasladamos tal escena imaginaria a la actualidad ocurre algo semejante, todo el mundo le responde a viva voz que sí, aunque trás bambalinas están diciendo "ni", es decir, en la declaraciones públicas y rimbombantes apoyan a los EE.UU., aunque con condicionamientos, sobre todo fundados en los objetivos de la eventual guerra y básicamente unidos detrás del propósito de "llevar a los responsables ante la Justicia", más que la búsqueda de justicia por mano propia. Asimismo, declararon los miembros de la Unión Europea que han de participar en "acciones selectivas en la lucha antiterrorista", vale decir, no participarán en cualquier delirio bélico.

En cambio, los cancilleres latinoamericanos nucleados en la OEA servilmente se han prestado a ofrecer cualquier tipo de ayuda a quien es precisamente el causante de la pobreza en la región y sin pedir algo a cambio. En su profunda ingenuidad todos ellos llevaron a la reunión convocada -a tales efectos urgentemente- la secreta esperanza de que algún día los banqueros y financistas norteamericanos -que manejan las políticas del FMI y, por ende, los destinos de nuestros pueblos- se apiaden de nosotros y en gesto caballeresco de quid pro quo, poco habitual cuando se manejan recursos financieros de su lado, resuelvan condonarnos una parte de la impagable deuda externa que tenemos con ellos.

Asimismo, desde el Lejano Oriente, China se ha comprometido a participar activamente en la lucha antiterrorista, incluso militarmente, para lo cual ya se comprometió a dar información confidencial -y valiosa- dada su extensa influencia en la región; pero, a cambio, ha pedido secretamente dos huesos duros de roer: el Tíbet y Taiwán como botín de guerra. Rusia también acompaña dichos esfuerzos, pero con la secreta esperanza de obtener carta blanca para exterminar a los terroristas chechenos.

Por otra parte, el gobierno norteamericano en momento alguno se preguntó en voz alta que habían hecho ellos para merecer tal tipo de perversa agresión. Una conducta políticamente inteligente, por parte de quien tiene el liderazgo mundial, es interrogarse sobre la cuestión. Es por demás ingenuo creer que los ataques terroristas -que no son los primeros, ya que sufrieron otros en embajadas ubicadas en el Este de Africa y en un buque de su "armada invencible"- no son producto del azar ni mucho menos de un odio injustificado salido de la "maldad" intrínseca y satánica de quienes los pusieron en marcha. En política internacional no es fácil traslapar -ni prudente recurrir- a las concepciones psicoanalíticas de las fantasías inconscientes que manejan las personas para amar u odiar a sus padres -o a quienes simbólicamente juegan el papel de tales- con independencia de causas objetivas y solamente en función de la resonancia afectiva que han tenido episodios -que tampoco han de ser necesariamente reales, sino que pueden serlo de una fantasía febril infantil- de la niñez, como para llegar a arrrastrarlos incluso al parricidio. Y, hasta algo menos de 15 días de ocurridos los ataques terroristas, no se ha tomado conocimiento de que se hayan buscado de parte de los gobernantes norteamericanos las causas objetivas para la existencia de tanto odio, que pueda haber llegado a la desmesura del acto cometido.

Es verdad, la omnipotencia es un defecto común a los seres humanos y se acentúa cuando está rodeada de un poderío que se cree infinito, tan infinito que se alcanza a imaginar que se es invulnerable a cualquier tipo de reacción por parte de los otros, de los que nos odian. Pero sobre el arcaico sentimiento de omnipotencia -casi rozando la de la divinidad- debe imponerse la reflexión del talento, es decir, el detenerse a pensar y buscar dentro de los vericuetos de la historia, cuanta culpa tiene la víctima para que algún victimario la haya convertido en blanco de su violenta agresión. Tengo la convicción de que tal ejercicio de poner en marcha las células grises no se ha hecho aún -ni creo que se hará- porque son sabedores de que encontrarán una larga lista de perversiones propias para con los otros que le harían temblar las barbas a más de un dirigente y analista político norteamericano; y eso no es agradable para nadie.

Más, aún cuando sea desagradable tal ejercicio para enfrentar al narcisismo que portamos, es necesario realizar tal mea culpa, una introspección, a efectos no solamente de comprender, sino fundamentalmente de reparar parcialmente los daños infligidos a los otros -la mayoría de ellos irreparables, ya que la historia no tiene marcha en reversa en su caja de velocidad, por aquello de que la historia es irreversible- de aquí en más. Y, mientras no se haga tal tipo de reflexión, entonces son esperables las reacciones basadas en la afectividad más que en la racionalidad. Cuando las emociones no están equilibradas con la intelección, entonces es esperable cualquier tipo de reacción primitiva y poco civilizada por parte del agraviado, que es a lo que estamos asistiendo en el escenario político mundial. Aunque parezca paradójico, las medidas militares contra los supuestos agresores, tienen el peligro implícito de hacer crecer el ánimo mundial contra los norteamericanos y, lo que es peor, que ese odio se exacerbe a punto tal de que más fanáticos estén dispuestos a inmolar sus vidas en actos semejantes a los que estamos comentando, ya que con actos bélicos que apunten a devorar víctimas inocentes -al igual que las de las Torres neoyorquinas- solamente alimentará la escalada de violencia en forma de una espiral de nunca acabar.

Sin dudas que los EE.UU. en su vorágine de violencia contra los que todavía no ha definido explícitamente que sean sus enemigos, aunque genéricamente los hayan ubicado en el mundo islámico (1), es seguro que han de usar los más modernos y sofisticados misiles -y hasta armas atómicas si lo creen necesario para exterminar al enemigo- como instrumentos de disuasión y eliminación contundentes. Sin embargo, la falta de reflexión intelectiva, no los ha hecho prever que estos terroristas no son torpes ni tontos, sino que tienen la inteligencia suficiente como para sacar partido de tales acciones y que luego que sean sacrificadas víctimas inocentes las consecuencias serán de más odio acumulado contra los dirigentes y el pueblo norteamericano. Y, hasta el momento en que se escriben estas líneas, la respuesta prevista al ataque terrorista no parece que haya sido suficientemente calibrada en sus posibles alcances y consecuencias; más aún, da la impresión de que quisieran entrar en el juego propuesto por el agresor.

Lo que los terroristas desean es lograr una respuesta psicótica por parte de los Estados Unidos, una reacción que provoque más daño a más personas. Eso les servirá para acrecentar el odio que se vislumbra en el fanatismo con el que producen sus actos criminales que, justo es decirlo, todo acto terrorista es deleznable en sí mismo. Pese a todo, desde la conducción política norteamericana no se ha considerado con frialdad los porqué de tanto odio y, ni siquiera, se tienen datos de que estén previendo los alcances desastrosos que podrán producir con sus respuestas futuras violentas.

El Presidente Bush, como vocero máximo de su país, ha demostrado una voluntad maniquea ostensible; no solamente separó al mundo entre los "buenos" -ellos- y los "malos" -sus enemigos terroristas- sino que en discurso a la Nación del 20 de septiembre llegó a afirmar que "... o están con nosotros o están con el terrorismo". Tan tajante afirmación en un discurso presidencial es grave y demuestra nuevamente la falta de inteligencia con que está operando el Gobierno norteamericano. El mundo no puede ser dividido maniqueamente en buenos y malos, entre los que están conmigo y los que no lo están, los que automáticamente pasan a ser mis enemigos. Eso es disparatado, ya que deja todos los matices del espectro de colores que va del blanco al negro afuera de cualquier consideración y, en este caso, el que no es amigo de ellos pasa de modo inmediato a convertirse en su enemigo, con todo lo de peligroso que arrastra tal condición cuando viene dicho por parte de un "halcón" de la política.

En el mismo discurso, Bush dio por tierra con las aspiraciones británicas y españolas de que la lucha contra el terrorismo se iba a volcar contra toda expresión de tal, al afirmar que la guerra contra el terror comienza contra la organización "La Base", de Osama bin Laden; a lo cual agregó que "Pero sólo terminará cuando todo grupo de alcance global sea encontrado, detenido y derrotado". En este breve párrafo hay dos cosas por resaltar: a) ni la ETA vasca ni el IRA irlandés entran dentro de tal categoría, ya que sus alcances no son "globales" en tanto y cuanto se refieren a atentados dentro de otros territorios nacionales y por ende no alcanzan a los EE.UU., que son el centro del globo; y b) no se entiende como alguien puede ser detenido y derrotado, sin hacer mención a la justicia que deberá hallarlo culpable, caso contrario volvemos a la aplicación de la ley por propia mano y a la voluntad del comisario. Y Justicia significa el castigo de los culpables de este crimen horrendo, del mismo modo que se reclama que se haga con Videla, Pinochet, Castro y, porqué no, con los propios Clinton y Blair que fueron los responsables de un genocidio en el Golfo Pérsico. Para ello es preciso que se ponga en marcha el Tribunal Penal Internacional -al que los EE.UU. se han opuesto denodadamente- ya que sería el único organismo que daría garantías de una justicia ecuánime.

Pero la búsqueda de los culpables y las tareas de desmantelar sus estructuras políticas y militares no debe convertirse en una agresión militar azarosa e indiscriminada sobre la población civil islámica, ya que esto sería una forma primitiva de devolver el terror con el terror. Y no se trata solamente de una cuestión ética -que debiera ser insoslayable- sino también de un asunto de Estado en cuanto a política internacional, ya que con tal conducta violenta sólo se incrementará el número de adeptos del fundamentalismo; elemento este que pareciera no ser tenido en cuanta en los discursos vengativos de Bush.

Asimismo, en dicho discurso hubieron afirmaciones que si bien alientan el ánimo patriótico de la población, sin embargo su contrastación con los hechos las lleva a considerarlas, al menos, exóticas. ¿De qué manera se compadece su evocación al "heroísmo y el coraje" con que su pueblo enfrentó el ataque, con los reiterados casos de saqueos de comercios en los pisos inferiores de la Torres destruidas?. Y el tan mentado coraje pareciera que se hubiera venido abajo -valga el juego verbal- con la caída en picada de las acciones de las compañías aéreas, la reducción drástica del turismo interior y el aumento de un cien por ciento en la venta de pasajes en buses en reemplazo de las aeronaves.

Asimismo, el coraje de los norteamericanos parece que se termina cuando les tocan la fibra más sensible de su cuerpo: el bolsillo. Simultáneamente con la exposición del discurso de marras, el Gobierno norteamericano -tan partidario él de la política de libre mercado y la no intervención estatal en asuntos comerciales para recomendárselas a otros países- estaba anunciando el lanzamiento de una subvención -o ayuda- de 15 mil millones de dólares a las empresas de aviación, que con sumo patriotismo y ante la merma en la venta de pasajes, no tuvieron mejor idea que comenzar a echar empleados de las mismas. Se calcula que en la primera semana, por causa de los ataques terroristas y la recesión económica consecuente, han quedado desocupados más de cien mil trabajadores. Es que "negocios son negocios" y en esa materia no se mide el patriotismo, ni el coraje o el heroísmo.

Del mismo modo, otros operadores políticos del Gobierno hubieron de apelar al patriotismo para que la población continuara con sus hábitos de consumo, con el fin de evitar el ahondamiento recesivo en que viene sostenidamente entrando la economía del país desde que asumió la actual administración. Pero "la gente" ha preferido recluirse en la seguridad de sus casas y no gastar sus dineros ante perspectivas aún peores.

Retomando el tema de la reflexión acerca de porqué el odio hacia ellos, a fuer de verdad, el Presidente se lo preguntó, pero no dio respuesta alguna. ¡Parece que el tema no lo merecía!. La respuesta obedece al puro capricho de quiénes odian "... nuestra civilización, ... el pluralismo, la tolerancia y la libertad", a las que ellos creen que representan.

Da la impresión de que el Presidente estaba haciendo referencia al pluralismo y la tolerancia de aquellos pasajeros que hicieron detener la partida de un avión de cabotaje a causa de que no querían viajar con tres viajeros que parecían ser árabes, ya que "llevaban un pañal en la cabeza", tal como lo señaló en un exceso de tolerancia el congresista J. Cooksey, cuando dijo que "Si veo a alguien con un pañal en la cabeza y una correa de ventilador alrededor de ese pañal, ese tipo tiene que ser detenido e interrogado". ¡Vaya con la concepción de libertad y tolerancia!. Más este no es el único caso de respuestas agresivas contra la comunidad árabe residente en los EE.UU., las mismas se están reproduciendo por doquier en todo el territorio y a ellas se han unido los fanáticos ultraderechistas del KKK. Es decir, un resurgimiento del racismo y la xenofobia, cosa que a ellos no les cuesta mucho retrotraer.

La falta de reflexión pública, de alguna manera, explica la razón de porqué el Presidente Bush convocó al mundo a ser acompañado en su "cruzada" guerrera, aunque sin definir de manera precisa al enemigo a enfrentar. El uso del término "cruzada", no ha hecho más que colocarlo en la misma posición fanáticamente religiosa de a quienes dice que pretende combatir -que según sus propios dichos estarían enquistados en el islamismo o en algún lugar árabe islámico- haciendo retroceder el curso de la historia en casi un milenio. No olvidemos que las guerras religiosas son tan antiguas como las mismas religiones y que a finales del Siglo XI, los cristianos "papistas" emprendieron sus famosas cruzadas para reconquistar el santo lugar que es Jerusalén y que estaba en poder de, precisamente, los musulmanes. No debe olvidarse que el término cruzada fue aplicado, durante el Siglo XIII, a los embates bélicos contra los pueblos dominados por el paganismo, sobre los propios cristianos que cayeron en la herejía -fundamento del Tribunal de la Santa Inquisición- y en contra de quienes eran considerados los enemigos del papado. Es como si en el hoy, el Vaticano se hubiese trasladado a Washington.

Por otra parte, la historia no puede olvidar que el vocablo "cruzada" fue utilizado recientemente, en 1936 en España, por quienes se levantaron en contra de los republicanos españoles -que nada tenían que ver con los republicanos que hoy gobiernan en los EE.UU. luego de las elecciones más tramposas que recuerde la historia del país que pretende erigirse como el adalid de la democracia ante el resto del mundo "bananero"- ya que consideraron a tal alzamiento como una forma de combatir al ateísmo que significaban y traían consigo los comunistas, socialistas, anarquistas o el solo hecho de estar en oposición a la monarquía.

No debemos llamarnos a engaño y es preciso interpretar la historia en sus alcances; las Cruzadas de hace un milenio tuvieron un objetivo político y económico imperial, alentado desde el papado. La contemporánea cruzada contra el mal que representa el fundamentalismo islámico es tan fundamentalista como las de aquellas cruzadas religiosas y mantiene en forma encubierta un objetivo semejante: las riquezas petrolíferas y gasíferas del Cercano y Medio Oriente, especialmente para imponer su control en las ex repúblicas soviéticas musulmanas. Antes fue la búsqueda del oro, hoy lo es la del "oro negro". También en aquellas antiguas cruzadas existió un objetivo geopolítico, cual era la alarma producida por las invasiones islámicas sobre Siria, Palestina y el Imperio Bizantino, la actual se instala ante el avance de los islamitas sobre los países árabes. Probablemente la misma se inició con la derrota de la monarquía persa en Irán y se va a extendiendo paulatinamente a zonas aliadas, como la Arabia Saudita y los Emiratos que son gobernados con mano férrea por jeques que tienen fuertes intereses económicos y financieros con la banca norteamericana, mientras sus pueblos viven en la más absoluta hambruna y miseria primitiva bajo economías precapitalistas.

En este punto es necesario hacer una diferenciación elemental entre gobernantes y pueblos de los países musulmanes. Mientras los primeros viven en una opulencia milyunochesca rayana con la obscenidad, los segundos viven en la miseria, en condiciones indignas para un ser humano. De tal suerte, no es extraño que quienes tienen las riendas del poder público apoyen verbalmente la "cruzada" de los norteamericanos, aunque esto signifique traicionar sus convicciones religiosas. Pero la población ha encontrado en el refugio de la religión una suerte de esperanza a sus males terrenales en la vida después de la vida; Alá los recompensará eternamente si luchan en su nombre. Esto hace que los analistas políticos internacionales muchas veces se confundan -no por ingenuidad, sino por alineamientos de conveniencia- respecto a la palabra oficial de los jeques y príncipes y crean que los pueblos los acompañan en la intención de aquellas. La realidad no es así, el pueblo de a pie continúa -desde la derrota del Sha y su gobierno despótico hace más de dos décadas, que no solamente fue un levantamiento religioso, sino que también estuvo impregnado de un fuerte sentimiento antinorteamericano- en un avance sostenido de oposición a los monarcas que han traicionado su fe.

Pero, los supuestos culpables -aunque tal suposición no deja de ser verosímil- de estas matanzas no resultan ser el testimonio de la rebelión de los pueblos oprimidos, por el contrario, se trata de individuos con un alto poderío económico que a sabiendas de lo que ocurre en las bases populares se han trepado a las mismas y ellos llevan consigo una voluntad política de dominación reaccionaria, haciendo de la opresión su instrumento, ya que son contrarios a cualquier forma de liberación. Ellos también aspiran a someter una región -la que viven- a su arbitrio autoritario, el cual está sostenido por principios teocráticos, aunque la mayoría de ellos -como Bin Laden- hayan recibido educación superior en los grandes centros universitarios de la metrópoli imperial. Son los mismos que en su momento apoyaron la resistencia afgana contra el invasor soviético -donde Bin Laden fue un protagonista esencial que trabajó para la CIA desde 1979 en la resistencia contra los invasores que eran enemigos comunes a los fundamentalistas y a los yanquis- e instaló a los talibanes en el poder, a la vez que subvencionaron económicamente a los rebeldes bosnios durante la crisis de los Balcanes.

La convocatoria a "la primera guerra del Siglo XXI", hecha por Bush, puede tener costos incalculables para los intereses yanquis, no solamente en Asia y Noráfrica, sino también en sus propias entrañas. Por un lado, ya no se trata de una guerra al estilo de la del Golfo Pérsico en la cual se combatió a la distancia sin peligro de perder soldados más allá de lo esperable (2) sino también en la viscera que más les duele, es decir, la económica. No hay que olvidar que a más de los costos logísticos que implica la movilización de grandes contingentes de tropas, pertrechos y de un arsenal marítimo y aeronáutico parafernálico de toda guerra (3), los capitales islámicos que se mueven en el mundo de las finanzas occidentales rondan la friolera de los 250 mil millones de dólares, esto sin tener en cuenta las inversiones en bienes de capital hechas en el corazón mismo de la metrópoli. Sin dudas que el retiro sigiloso de tales capitales pondrán en jaque al sistema capitalista, cosa que no va ser del agrado de sus patrióticos inversores bursátiles.

El texto de los discursos de Bush, en ésta materia, pareciera incuestionable, que en los mismos no hubiesen dudas algunas y, en este punto, no puedo menos que recordar unas palabras de Jorge L. Borges: "No puede haber sino borradores. El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio".

Para finalizar, traigo a la memoria unas palabras del ensayista norteamericano, J. Baldwin, cuando decía que "No podemos cambiar todo lo que enfrentamos, pero mientras no lo enfrentamos no podemos cambiar nada". No se me escapa que con éstas notas no he de ser yo el que ha de modificar el curso de la historia, pero al menos me permito la posibilidad de recordar que no es de un buen humanitario pagar con la misma moneda lo que se ha recibido. El terror no se puede pagar con más terror. Al respecto, en estos momentos corremos el serio riesgo de que se cumpla la profecía del más grande pacifista del Siglo XX, M. Ghandi, cuando advirtió que "ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego". 


*. Profesor de Psicología Social y Director del Proyecto de Investigación "Psicología Política", en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Luis, Argentina.

1. Pero que no solamente están en Afganistán, sino también en Irak, Sudán, Libia y otros territorios árabes que seguramente se verán involucrados en la escalada de violencia bélica.
2. ¿Cuánto es lo tolerable?. ¿Uno, cien, mil, diez mil, más aún?
3. Que pueden ser útiles para reactivar si alicaída economía.


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