No recuerdo que ninguna
civilización haya
muerto por
un ataque de duda. Creo
recordar más bien que
las civilizaciones
solieron morir por una
petrificación
de su fe tradicional,
por una esclerosis de
sus creencias.
José Ortega y Gasset
Frente al acto
terrorista más importante -medido éste según cantidad de víctimas y de
daños materiales- que han sufrido los EE.UU. en su territorio a lo largo
de toda su historia, rápidamente el mundo pudo escuchar la sed de
venganza -bajo el eufemístico nombre de represalias contra el o los
agresores- en boca del propio Presidente de aquél país, quien de ésa
forma creyó representar al imaginario colectivo que transita por entre
los norteamericanos. Es altamente probable que así haya sido, sobre todo
en el de una mayoría de la población que se define como "blanca,
norteamericana y protestante", pero también es probable que no lo
haya sido con los millones de inmigrantes y descendientes de estos que no
llegaron precisamente en el Mayflower a las costas norteamericanas.
Quizás, sus palabras tuvieron una raíz altamente contaminada por la
emocionalidad que produjo, tanto en él como en muchas otras personas del
planeta, el acto de barbarie del 11 de septiembre contra símbolos
sensibles a la más cara tradición de su país -la economía y el aparato
militar, más un atentado frustrado contra el corazón político instalado
en la Casa Blanca- como así también a la matanza indiscriminada de
personas de diferentes nacionalidades y grupos culturales que cayeron
muertos o heridos por la obra demencial de comandos suicidas que, como
tales, se mueven según la voluntad de uno o más titiriteros que los
manejan a su arbitrio. Sin dudas que quienes han movido los piolines de
los títeres lo han hecho en función de un odio ancestral por todo
aquello que signifique el modo occidental de vida que -los estadounidenses-
representan a la perfección y, sobre todo desde un odio específico
contra la historia de saqueos y matanzas de que se han hecho acreedores
durante el último Siglo XX. Aunque esto último no justifica ni
someramente el acto criminal del 11 de septiembre.
Sin embargo, las declaraciones posteriores de quien preside a la Nación más
poderosa del mundo y que a la par se ufana de cumplir un liderazgo
semejante sobre el resto del mundo, ya no pudieron estar teñidas de tanta
afectividad negativa, sino que debieron ser producto de la fría
racionalidad de quien cree representar tal poderío. Caso contrario, lo único
que ha de lograr, y que lo logra con creces, es aumentar notablemente el
sentimiento antinorteamericano por todas las latitudes del planeta. Si
bien es cierto que normalmente a quien detenta poderes omnímodos se le
ama y odia simultáneamente en una relación ambivalente por su condición
de poderoso, en éste caso particular el odio -o al menos el desagrado-
tiene raíces profundas desarrolladas por todos lados a partir de matanzas
en invasiones o guerras y de la expoliación y explotación económica de
los pueblos sometidos.
Con la declaración de guerra realizada por el Presidente Bush, los
norteamericanos corren el riesgo de hacer que aquel sentimiento se
incremente en todo el mundo, aunque racionalmente la misma pueda aparecer
como una reacción lógica ante la barbarie cometida con los dos atentados
terroristas exitosos en las Torres Gemelas de Nueva York y en el Pentágono.
Es que el Presidente y su gobierno, incluyendo a los congresistas, creen
tener la "verdad" y, esa es una señal de decadencia; como
alguna vez dijera A. Camus, "La verdad pulula sobre sus hijos
asesinados". En su nombre, los muertos, mutilados, heridos,
desplazados y refugiados se cuentan por centenares de millones sólo en el
paradojal Siglo XX, el de los más notables avances científicos y tecnológicos
y, a la par, el más cruento de una historia que -como la hubiera definido
Borges- es la "historia universal de la infamia".
A partir de su segunda declaración pública, Bush comenzó a mostrar que
dentro suyo lleva un vaquero texano, sobre todo cuando casi con una
sonrisa -en momentos dramáticos para la Nación- afirmó que cuando joven
en su pueblo solía ver carteles que pedían la captura de un delincuente
definido como enemigo público: "vivo o muerto"; lo cual no hace
más que señalar la indiferencia que existe en sus "sentipensamientos"
acerca de la vida y la muerte, para él valen lo mismo. A partir de ese
punto llamó a la guerra, no solamente a la Nación toda sino también al
resto de naciones, contra el terrorismo, el mal y los enemigos de la
civilización, que él dice representar. Pero no existen condicionantes
psicológicos emocionales momentáneos que puedan sacar de sus cabales a
aquellos que pretenden liderar. Digamos -en forma moderada y sintéticamente-
que su reacción verbal ante el mundo no fue lo que se puede denominar
inteligente, ya que no ubicó en el escenario de guerra a un enemigo en
particular, sino que de manera vaga lo colocó en una persona: Bin Laden.
A lo cual posteriormente se agregaron los países que le pudieran brindar
protección a dicho terrorista internacional.
Por un momento insto al lector a que hagamos juntos un ejercicio
intelectual: imaginar el escenario de la Segunda Guerra Mundial con un W.
Churchill que clamara ante el mundo apoyo para combatir contra el demoníaco
A. Eichman, quien se encargaba con obsesiva paciencia y dedicación -propia
de objetivos más loables- de transportar judíos a los campos de
exterminio nazis. Nadie en su sano juicio de la comunidad internacional lo
hubiera acompañado en la cacería humana propuesta. Si trasladamos tal
escena imaginaria a la actualidad ocurre algo semejante, todo el mundo le
responde a viva voz que sí, aunque trás bambalinas están diciendo
"ni", es decir, en la declaraciones públicas y rimbombantes
apoyan a los EE.UU., aunque con condicionamientos, sobre todo fundados en
los objetivos de la eventual guerra y básicamente unidos detrás del propósito
de "llevar a los responsables ante la Justicia", más que la búsqueda
de justicia por mano propia. Asimismo, declararon los miembros de la Unión
Europea que han de participar en "acciones selectivas en la lucha
antiterrorista", vale decir, no participarán en cualquier delirio bélico.
En cambio, los cancilleres latinoamericanos nucleados en la OEA
servilmente se han prestado a ofrecer cualquier tipo de ayuda a quien es
precisamente el causante de la pobreza en la región y sin pedir algo a
cambio. En su profunda ingenuidad todos ellos llevaron a la reunión
convocada -a tales efectos urgentemente- la secreta esperanza de que algún
día los banqueros y financistas norteamericanos -que manejan las políticas
del FMI y, por ende, los destinos de nuestros pueblos- se apiaden de
nosotros y en gesto caballeresco de quid pro quo, poco habitual cuando se
manejan recursos financieros de su lado, resuelvan condonarnos una parte
de la impagable deuda externa que tenemos con ellos.
Asimismo, desde el Lejano Oriente, China se ha comprometido a participar
activamente en la lucha antiterrorista, incluso militarmente, para lo cual
ya se comprometió a dar información confidencial -y valiosa- dada su
extensa influencia en la región; pero, a cambio, ha pedido secretamente
dos huesos duros de roer: el Tíbet y Taiwán como botín de guerra. Rusia
también acompaña dichos esfuerzos, pero con la secreta esperanza de
obtener carta blanca para exterminar a los terroristas chechenos.
Por otra parte, el gobierno norteamericano en momento alguno se preguntó
en voz alta que habían hecho ellos para merecer tal tipo de perversa
agresión. Una conducta políticamente inteligente, por parte de quien
tiene el liderazgo mundial, es interrogarse sobre la cuestión. Es por demás
ingenuo creer que los ataques terroristas -que no son los primeros, ya que
sufrieron otros en embajadas ubicadas en el Este de Africa y en un buque
de su "armada invencible"- no son producto del azar ni mucho
menos de un odio injustificado salido de la "maldad" intrínseca
y satánica de quienes los pusieron en marcha. En política internacional
no es fácil traslapar -ni prudente recurrir- a las concepciones psicoanalíticas
de las fantasías inconscientes que manejan las personas para amar u odiar
a sus padres -o a quienes simbólicamente juegan el papel de tales- con
independencia de causas objetivas y solamente en función de la resonancia
afectiva que han tenido episodios -que tampoco han de ser necesariamente
reales, sino que pueden serlo de una fantasía febril infantil- de la niñez,
como para llegar a arrrastrarlos incluso al parricidio. Y, hasta algo
menos de 15 días de ocurridos los ataques terroristas, no se ha tomado
conocimiento de que se hayan buscado de parte de los gobernantes
norteamericanos las causas objetivas para la existencia de tanto odio, que
pueda haber llegado a la desmesura del acto cometido.
Es verdad, la omnipotencia es un defecto común a los seres humanos y se
acentúa cuando está rodeada de un poderío que se cree infinito, tan
infinito que se alcanza a imaginar que se es invulnerable a cualquier tipo
de reacción por parte de los otros, de los que nos odian. Pero sobre el
arcaico sentimiento de omnipotencia -casi rozando la de la divinidad- debe
imponerse la reflexión del talento, es decir, el detenerse a pensar y
buscar dentro de los vericuetos de la historia, cuanta culpa tiene la víctima
para que algún victimario la haya convertido en blanco de su violenta
agresión. Tengo la convicción de que tal ejercicio de poner en marcha
las células grises no se ha hecho aún -ni creo que se hará- porque son
sabedores de que encontrarán una larga lista de perversiones propias para
con los otros que le harían temblar las barbas a más de un dirigente y
analista político norteamericano; y eso no es agradable para nadie.
Más, aún cuando sea desagradable tal ejercicio para enfrentar al
narcisismo que portamos, es necesario realizar tal mea culpa, una
introspección, a efectos no solamente de comprender, sino
fundamentalmente de reparar parcialmente los daños infligidos a los otros
-la mayoría de ellos irreparables, ya que la historia no tiene marcha en
reversa en su caja de velocidad, por aquello de que la historia es
irreversible- de aquí en más. Y, mientras no se haga tal tipo de reflexión,
entonces son esperables las reacciones basadas en la afectividad más que
en la racionalidad. Cuando las emociones no están equilibradas con la
intelección, entonces es esperable cualquier tipo de reacción primitiva
y poco civilizada por parte del agraviado, que es a lo que estamos
asistiendo en el escenario político mundial. Aunque parezca paradójico,
las medidas militares contra los supuestos agresores, tienen el peligro
implícito de hacer crecer el ánimo mundial contra los norteamericanos y,
lo que es peor, que ese odio se exacerbe a punto tal de que más fanáticos
estén dispuestos a inmolar sus vidas en actos semejantes a los que
estamos comentando, ya que con actos bélicos que apunten a devorar víctimas
inocentes -al igual que las de las Torres neoyorquinas- solamente
alimentará la escalada de violencia en forma de una espiral de nunca
acabar.
Sin dudas que los EE.UU. en su vorágine de violencia contra los que todavía
no ha definido explícitamente que sean sus enemigos, aunque genéricamente
los hayan ubicado en el mundo islámico (1),
es seguro que han de usar los más modernos y sofisticados misiles -y
hasta armas atómicas si lo creen necesario para exterminar al enemigo-
como instrumentos de disuasión y eliminación contundentes. Sin embargo,
la falta de reflexión intelectiva, no los ha hecho prever que estos
terroristas no son torpes ni tontos, sino que tienen la inteligencia
suficiente como para sacar partido de tales acciones y que luego que sean
sacrificadas víctimas inocentes las consecuencias serán de más odio
acumulado contra los dirigentes y el pueblo norteamericano. Y, hasta el
momento en que se escriben estas líneas, la respuesta prevista al ataque
terrorista no parece que haya sido suficientemente calibrada en sus
posibles alcances y consecuencias; más aún, da la impresión de que
quisieran entrar en el juego propuesto por el agresor.
Lo que los terroristas desean es lograr una respuesta psicótica por parte
de los Estados Unidos, una reacción que provoque más daño a más
personas. Eso les servirá para acrecentar el odio que se vislumbra en el
fanatismo con el que producen sus actos criminales que, justo es decirlo,
todo acto terrorista es deleznable en sí mismo. Pese a todo, desde la
conducción política norteamericana no se ha considerado con frialdad los
porqué de tanto odio y, ni siquiera, se tienen datos de que estén
previendo los alcances desastrosos que podrán producir con sus respuestas
futuras violentas.
El Presidente Bush, como vocero máximo de su país, ha demostrado una
voluntad maniquea ostensible; no solamente separó al mundo entre los
"buenos" -ellos- y los "malos" -sus enemigos
terroristas- sino que en discurso a la Nación del 20 de septiembre llegó
a afirmar que "... o están con nosotros o están con el terrorismo".
Tan tajante afirmación en un discurso presidencial es grave y demuestra
nuevamente la falta de inteligencia con que está operando el Gobierno
norteamericano. El mundo no puede ser dividido maniqueamente en buenos y
malos, entre los que están conmigo y los que no lo están, los que automáticamente
pasan a ser mis enemigos. Eso es disparatado, ya que deja todos los
matices del espectro de colores que va del blanco al negro afuera de
cualquier consideración y, en este caso, el que no es amigo de ellos pasa
de modo inmediato a convertirse en su enemigo, con todo lo de peligroso
que arrastra tal condición cuando viene dicho por parte de un "halcón"
de la política.
En el mismo discurso, Bush dio por tierra con las aspiraciones británicas
y españolas de que la lucha contra el terrorismo se iba a volcar contra
toda expresión de tal, al afirmar que la guerra contra el terror comienza
contra la organización "La Base", de Osama bin Laden; a lo cual
agregó que "Pero sólo terminará cuando todo grupo de alcance
global sea encontrado, detenido y derrotado". En este breve párrafo
hay dos cosas por resaltar: a) ni la ETA vasca ni el IRA irlandés entran
dentro de tal categoría, ya que sus alcances no son "globales"
en tanto y cuanto se refieren a atentados dentro de otros territorios
nacionales y por ende no alcanzan a los EE.UU., que son el centro del
globo; y b) no se entiende como alguien puede ser detenido y derrotado,
sin hacer mención a la justicia que deberá hallarlo culpable, caso
contrario volvemos a la aplicación de la ley por propia mano y a la
voluntad del comisario. Y Justicia significa el castigo de los culpables
de este crimen horrendo, del mismo modo que se reclama que se haga con
Videla, Pinochet, Castro y, porqué no, con los propios Clinton y Blair
que fueron los responsables de un genocidio en el Golfo Pérsico. Para
ello es preciso que se ponga en marcha el Tribunal Penal Internacional -al
que los EE.UU. se han opuesto denodadamente- ya que sería el único
organismo que daría garantías de una justicia ecuánime.
Pero la búsqueda de los culpables y las tareas de desmantelar sus
estructuras políticas y militares no debe convertirse en una agresión
militar azarosa e indiscriminada sobre la población civil islámica, ya
que esto sería una forma primitiva de devolver el terror con el terror. Y
no se trata solamente de una cuestión ética -que debiera ser
insoslayable- sino también de un asunto de Estado en cuanto a política
internacional, ya que con tal conducta violenta sólo se incrementará el
número de adeptos del fundamentalismo; elemento este que pareciera no ser
tenido en cuanta en los discursos vengativos de Bush.
Asimismo, en dicho discurso hubieron afirmaciones que si bien alientan el
ánimo patriótico de la población, sin embargo su contrastación con los
hechos las lleva a considerarlas, al menos, exóticas. ¿De qué manera se
compadece su evocación al "heroísmo y el coraje" con que su
pueblo enfrentó el ataque, con los reiterados casos de saqueos de
comercios en los pisos inferiores de la Torres destruidas?. Y el tan
mentado coraje pareciera que se hubiera venido abajo -valga el juego
verbal- con la caída en picada de las acciones de las compañías aéreas,
la reducción drástica del turismo interior y el aumento de un cien por
ciento en la venta de pasajes en buses en reemplazo de las aeronaves.
Asimismo, el coraje de los norteamericanos parece que se termina cuando
les tocan la fibra más sensible de su cuerpo: el bolsillo. Simultáneamente
con la exposición del discurso de marras, el Gobierno norteamericano -tan
partidario él de la política de libre mercado y la no intervención
estatal en asuntos comerciales para recomendárselas a otros países-
estaba anunciando el lanzamiento de una subvención -o ayuda- de 15 mil
millones de dólares a las empresas de aviación, que con sumo patriotismo
y ante la merma en la venta de pasajes, no tuvieron mejor idea que
comenzar a echar empleados de las mismas. Se calcula que en la primera
semana, por causa de los ataques terroristas y la recesión económica
consecuente, han quedado desocupados más de cien mil trabajadores. Es que
"negocios son negocios" y en esa materia no se mide el
patriotismo, ni el coraje o el heroísmo.
Del mismo modo, otros operadores políticos del Gobierno hubieron de
apelar al patriotismo para que la población continuara con sus hábitos
de consumo, con el fin de evitar el ahondamiento recesivo en que viene
sostenidamente entrando la economía del país desde que asumió la actual
administración. Pero "la gente" ha preferido recluirse en la
seguridad de sus casas y no gastar sus dineros ante perspectivas aún
peores.
Retomando el tema de la reflexión acerca de porqué el odio hacia ellos,
a fuer de verdad, el Presidente se lo preguntó, pero no dio respuesta
alguna. ¡Parece que el tema no lo merecía!. La respuesta obedece al puro
capricho de quiénes odian "... nuestra civilización, ... el
pluralismo, la tolerancia y la libertad", a las que ellos creen que
representan.
Da la impresión de que el Presidente estaba haciendo referencia al
pluralismo y la tolerancia de aquellos pasajeros que hicieron detener la
partida de un avión de cabotaje a causa de que no querían viajar con
tres viajeros que parecían ser árabes, ya que "llevaban un pañal
en la cabeza", tal como lo señaló en un exceso de tolerancia el
congresista J. Cooksey, cuando dijo que "Si veo a alguien con un pañal
en la cabeza y una correa de ventilador alrededor de ese pañal, ese tipo
tiene que ser detenido e interrogado". ¡Vaya con la concepción de
libertad y tolerancia!. Más este no es el único caso de respuestas
agresivas contra la comunidad árabe residente en los EE.UU., las mismas
se están reproduciendo por doquier en todo el territorio y a ellas se han
unido los fanáticos ultraderechistas del KKK. Es decir, un resurgimiento
del racismo y la xenofobia, cosa que a ellos no les cuesta mucho
retrotraer.
La falta de reflexión pública, de alguna manera, explica la razón de
porqué el Presidente Bush convocó al mundo a ser acompañado en su
"cruzada" guerrera, aunque sin definir de manera precisa al
enemigo a enfrentar. El uso del término "cruzada", no ha hecho
más que colocarlo en la misma posición fanáticamente religiosa de a
quienes dice que pretende combatir -que según sus propios dichos estarían
enquistados en el islamismo o en algún lugar árabe islámico- haciendo
retroceder el curso de la historia en casi un milenio. No olvidemos que
las guerras religiosas son tan antiguas como las mismas religiones y que a
finales del Siglo XI, los cristianos "papistas" emprendieron sus
famosas cruzadas para reconquistar el santo lugar que es Jerusalén y que
estaba en poder de, precisamente, los musulmanes. No debe olvidarse que el
término cruzada fue aplicado, durante el Siglo XIII, a los embates bélicos
contra los pueblos dominados por el paganismo, sobre los propios
cristianos que cayeron en la herejía -fundamento del Tribunal de la Santa
Inquisición- y en contra de quienes eran considerados los enemigos del
papado. Es como si en el hoy, el Vaticano se hubiese trasladado a
Washington.
Por otra parte, la historia no puede olvidar que el vocablo "cruzada"
fue utilizado recientemente, en 1936 en España, por quienes se levantaron
en contra de los republicanos españoles -que nada tenían que ver con los
republicanos que hoy gobiernan en los EE.UU. luego de las elecciones más
tramposas que recuerde la historia del país que pretende erigirse como el
adalid de la democracia ante el resto del mundo "bananero"- ya
que consideraron a tal alzamiento como una forma de combatir al ateísmo
que significaban y traían consigo los comunistas, socialistas,
anarquistas o el solo hecho de estar en oposición a la monarquía.
No debemos llamarnos a engaño y es preciso interpretar la historia en sus
alcances; las Cruzadas de hace un milenio tuvieron un objetivo político y
económico imperial, alentado desde el papado. La contemporánea cruzada
contra el mal que representa el fundamentalismo islámico es tan
fundamentalista como las de aquellas cruzadas religiosas y mantiene en
forma encubierta un objetivo semejante: las riquezas petrolíferas y gasíferas
del Cercano y Medio Oriente, especialmente para imponer su control en las
ex repúblicas soviéticas musulmanas. Antes fue la búsqueda del oro, hoy
lo es la del "oro negro". También en aquellas antiguas cruzadas
existió un objetivo geopolítico, cual era la alarma producida por las
invasiones islámicas sobre Siria, Palestina y el Imperio Bizantino, la
actual se instala ante el avance de los islamitas sobre los países árabes.
Probablemente la misma se inició con la derrota de la monarquía persa en
Irán y se va a extendiendo paulatinamente a zonas aliadas, como la Arabia
Saudita y los Emiratos que son gobernados con mano férrea por jeques que
tienen fuertes intereses económicos y financieros con la banca
norteamericana, mientras sus pueblos viven en la más absoluta hambruna y
miseria primitiva bajo economías precapitalistas.
En este punto es necesario hacer una diferenciación elemental entre
gobernantes y pueblos de los países musulmanes. Mientras los primeros
viven en una opulencia milyunochesca rayana con la obscenidad, los
segundos viven en la miseria, en condiciones indignas para un ser humano.
De tal suerte, no es extraño que quienes tienen las riendas del poder público
apoyen verbalmente la "cruzada" de los norteamericanos, aunque
esto signifique traicionar sus convicciones religiosas. Pero la población
ha encontrado en el refugio de la religión una suerte de esperanza a sus
males terrenales en la vida después de la vida; Alá los recompensará
eternamente si luchan en su nombre. Esto hace que los analistas políticos
internacionales muchas veces se confundan -no por ingenuidad, sino por
alineamientos de conveniencia- respecto a la palabra oficial de los jeques
y príncipes y crean que los pueblos los acompañan en la intención de
aquellas. La realidad no es así, el pueblo de a pie continúa -desde la
derrota del Sha y su gobierno despótico hace más de dos décadas, que no
solamente fue un levantamiento religioso, sino que también estuvo
impregnado de un fuerte sentimiento antinorteamericano- en un avance
sostenido de oposición a los monarcas que han traicionado su fe.
Pero, los supuestos culpables -aunque tal suposición no deja de ser verosímil-
de estas matanzas no resultan ser el testimonio de la rebelión de los
pueblos oprimidos, por el contrario, se trata de individuos con un alto
poderío económico que a sabiendas de lo que ocurre en las bases
populares se han trepado a las mismas y ellos llevan consigo una voluntad
política de dominación reaccionaria, haciendo de la opresión su
instrumento, ya que son contrarios a cualquier forma de liberación. Ellos
también aspiran a someter una región -la que viven- a su arbitrio
autoritario, el cual está sostenido por principios teocráticos, aunque
la mayoría de ellos -como Bin Laden- hayan recibido educación superior
en los grandes centros universitarios de la metrópoli imperial. Son los
mismos que en su momento apoyaron la resistencia afgana contra el invasor
soviético -donde Bin Laden fue un protagonista esencial que trabajó para
la CIA desde 1979 en la resistencia contra los invasores que eran enemigos
comunes a los fundamentalistas y a los yanquis- e instaló a los talibanes
en el poder, a la vez que subvencionaron económicamente a los rebeldes
bosnios durante la crisis de los Balcanes.
La convocatoria a "la primera guerra del Siglo XXI", hecha por
Bush, puede tener costos incalculables para los intereses yanquis, no
solamente en Asia y Noráfrica, sino también en sus propias entrañas.
Por un lado, ya no se trata de una guerra al estilo de la del Golfo Pérsico
en la cual se combatió a la distancia sin peligro de perder soldados más
allá de lo esperable (2)
sino también en la viscera que más les duele, es decir, la económica.
No hay que olvidar que a más de los costos logísticos que implica la
movilización de grandes contingentes de tropas, pertrechos y de un
arsenal marítimo y aeronáutico parafernálico de toda guerra
(3),
los capitales islámicos que se mueven en el mundo de las finanzas
occidentales rondan la friolera de los 250 mil millones de dólares, esto
sin tener en cuenta las inversiones en bienes de capital hechas en el
corazón mismo de la metrópoli. Sin dudas que el retiro sigiloso de tales
capitales pondrán en jaque al sistema capitalista, cosa que no va ser del
agrado de sus patrióticos inversores bursátiles.
El texto de los discursos de Bush, en ésta materia, pareciera
incuestionable, que en los mismos no hubiesen dudas algunas y, en este
punto, no puedo menos que recordar unas palabras de Jorge L. Borges:
"No puede haber sino borradores. El concepto de texto definitivo no
corresponde sino a la religión o al cansancio".
Para finalizar, traigo a la memoria unas palabras del ensayista
norteamericano, J. Baldwin, cuando decía que "No podemos cambiar
todo lo que enfrentamos, pero mientras no lo enfrentamos no podemos
cambiar nada". No se me escapa que con éstas notas no he de ser yo
el que ha de modificar el curso de la historia, pero al menos me permito
la posibilidad de recordar que no es de un buen humanitario pagar con la
misma moneda lo que se ha recibido. El terror no se puede pagar con más
terror. Al respecto, en estos momentos corremos el serio riesgo de que se
cumpla la profecía del más grande pacifista del Siglo XX, M. Ghandi,
cuando advirtió que "ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego".
*.
Profesor de Psicología Social y Director del Proyecto de Investigación
"Psicología Política", en la Facultad de Ciencias Humanas de
la Universidad Nacional de San Luis, Argentina.
1.
Pero que no solamente están en
Afganistán, sino también en Irak, Sudán, Libia y otros territorios árabes
que seguramente se verán involucrados en la escalada de violencia
bélica.
2.
¿Cuánto es lo tolerable?. ¿Uno,
cien, mil, diez mil, más aún?
3.
Que pueden ser útiles para reactivar
si alicaída economía. |