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UN GIGANTE CON PIES DE BARRO
Trabajadores de Base-Uturuncos e Independientes |
Los golpes a los centros financieros y militares de
los Estados Unidos generaron simpatía de los pueblos
del mundo y polémica entre la militancia y los
intelectuales locales. Aquí rebatimos algunos
argumentos del reformismo y planteamos de qué lado
de
la barricada tenemos que estar. El 11 de setiembre del 2001 pasará a la historia. Por primera vez los norteamericanos recibieron un ataque en su propio país; más de 6.000 financistas, militares y funcionarios de la defensa perecieron bajo los escombros del Pentágono y las Torres Gemelas. Fueron destruidas las sedes físicas del poder militar y financiero de la primera potencia mundial. Es indudable la espontanea alegría que experimentaron los pueblos de todo el mundo; cuando menos, la razonable justificación de “se lo tenían merecido pero, ése no es el método” fue la opinión esgrimida por los sectores militantes vinculados a las posiciones más obreristas. Es lógico, Estados Unidos creció económicamente con cada guerra en la que participó o incentivó, mientras que, en el escenario de la guerra -fuera este Alemania, Francia, Angola o Mozambique-, la devastación y la muerte se adueñaban de ciudades y campos. Esta política pudo desarrollarse gracias al “consenso descerebrado” que las masas yanquis (al menos ese 50 por ciento blanco, anglosajón y protestante) otorgan a sus sucesivos gobiernos. Consenso logrado gracias a la capacidad del imperialismo norteamericano de garantizarles un nivel de consumo elevado y manteniendo el conflicto lejos de su frontera. A su vez, es ese mismo nivel de consumo el que le permite a la burguesía yanqui acumular mucho para repartir algo. Y, esas guerras en el exterior, le permiten subordinar gobiernos para garantizarles mercados. Retórica reformista No es nuestra intención centrar el debate en si los ataques sufridos por EEUU son parte de una lucha mundial de los pueblos contra el imperialismo o no; en cambio, sí pretendemos atacar dos argumentos que se han esgrimido desde algunos sectores para oponerse a los ataques, porque definen claramente una frontera entre el campo del reformismo y el de la revolución. El primer argumento que escuchamos se basa en la idea de que un ataque contra el enemigo en el poder (sea este el imperialismo yanqui o la guardia de infantería local) genera una respuesta represiva que coloca a las fuerzas populares en una situación de defensiva o hasta de retroceso. Si bien reconocemos que una acción apresurada o descontextualizada puede colaborar en eso, advertimos que posponer la acción hasta una hipotética coyuntura favorable o hasta que la “correlación de fuerzas lo permita” puede significar no pelear nunca. Es decir, el poder del enemigo siempre va a ser mayor, por lo menos hasta que lleguemos a una situación de equilibrio a través de la lucha y la acción. Únicamente que esperemos que el enemigo se caiga solo o que creamos que la revolución pasa por las manifestaciones ordenadas y “políticamente correctas”. O por obra y gracia de la acción parlamentaria. Este argumento, dentro de las fronteras de nuestra colonia, aparece en las voces horrorizadas que se levantan cada vez que algún sector popular decide dar un paso mas allá de la lucha reivindicativa y la defensa pasiva. Los encapuchados son “infiltrados”, el pueblo de Tartagal no tiene derecho a defenderse activamente, los que van más allá de donde la policía lo permite están “generando la represión”, etcétera. Véase la sintonía de los razonamientos nacionales e internacionales de nuestros cobardes opinólogos, con Horacio Verbitsky a la cabeza. Estos sectores, con sus matices, plantean que la acción del 11 de septiembre le dio a los yanquis carta blanca para la intervención militar en cualquier lugar del mundo. Pero este argumento se “olvida” de las intervenciones norteamericanas que, con o sin aval de la ONU (como si eso importara), se desarrollaron desde la segunda guerra mundial hasta la actualidad. Y, a su vez, parece ignorar adrede que fue a partir de los ‘80 (con la crisis y la caída de la URSS) que Estados Unidos intervino casi cotidianamente en todo el globo, arrogándose el derecho de tutelar al tercer mundo de una forma tan alevosa que difícilmente pueda ser superada. También ignora que las tropas norteamericanas en Salta, el Delta, Misiones, el proyecto de instalar una base de misiles en Tierra del Fuego, la destrucción de nuestro complejo militar industrial, los operativos de prácticas conjuntas para la represión de luchas populares, el Plan Colombia, etcétera, etcétera, etcétera, son anteriores a los ataques. Por otra parte, sería interesante que nuestros humanistas del 11 de setiembre recordaran que la estrategia militar que usó Estados Unidos para doblegar a Serbia y a Irak se basó en el bombardeo de objetivos civiles en las ciudades (escuelas, trenes de pasajeros, refugios antiaéreos para civiles, barrios populares, hospitales, etcétera y como ahora está sucediendo en Afganistán), y que tanto los ejércitos Serbio como Iraquí sufrieron relativamente pocas bajas frente a los 5.000 y 100.000 civiles asesinados, respectivamente y según datos “occidentales y cristianos”. Extendernos sobre Hiroshima y Nagasaki, Corea, Vietnam, los genocidios propiciados en Latinoamérica, Asia o Africa, sería redundar en argumentos que (suponemos) son de conocimiento de todos. Pero sí nos cabe aclarar que el genocidio como forma de hacer la guerra fue y es aplicado sistemáticamente por los Estados Unidos, y que no podemos comparar de ninguna manera los muertos en las Torres Gemelas y el Pentágono (centro financiero y militar) con los millones de civiles en todo el mundo asesinados por los norteamericanos y sus esbirros. Por el contrario, creemos que el atentado sacó más a la luz la prepotencia norteamericana, sus intentos de someter al planeta se transformaron en tema de discusión en la mesa de todas las familias del pueblo y quedó demostrado que los yanquis también mueren (aunque Hollywood pretenda hacernos creer lo contrario). Pero si para cualquier persona bien informada es evidente que “la guerra” de los Estados Unidos contra los pueblos del mundo no empezó el 11 de setiembre, ni que se agudizó a causa de los ataques, nos cabe preguntarnos qué intenciones mueven a los que descubrieron la guerra sólo cuando las víctimas son yanquis. ¿Será por cobardía de clase; léase, por la mediocridad congénita de la clase media? ¿Será por una confusión producto de su profunda sensibilidad humana? ¿Serán mercenarios al servicio del dinero extranjero?. A usted lector le sugerimos buscar la respuesta. Divulgadores rápidos para la fábula del Mc Mundo El segundo argumento en circulación dice que son las movilizaciones en el primer mundo las que, en primera instancia, conmueven al poder y, que, si las luchas de los pueblos oprimidos se tornan muy violentas y afectan la refinada sensibilidad europea, nada podremos hacer y estaremos condenados a la derrota. Si al primer argumento se le puede hacer, de acuerdo a las diferentes ideas que lo sostienen, alguna concesión, creemos que éste emana claramente una concepción repudiable de la historia. Bajo esta óptica, la guerra de Vietnam la ganaron los hippies, los países latinoamericanos fueron relativamente independientes porque a Inglaterra le convenía, y no nos imaginamos pretextos para las revoluciones Rusa, China y Cubana..., aunque seguro los ideólogos del imperio actual y sus Mc Divulgadores los inventarán. Por el contrario, podemos afirmar que el movimiento pacifista en los Estados Unidos durante la guerra de Vietnam se formó y potenció a partir de la llegada de los primeros muertos yanquis (que llegaron a ser 50.000), y que en primera instancia fueron esos muertos y no los tres millones y medio de vietnamitas víctimas del genocidio los que lo generaron. Sin duda, ese movimiento fue de gran ayuda, pero fue subsidiario con respecto a la guerra librada en las selvas de Indochina, que Estados Unidos perdió en el plano militar. Si bien es cierto que las contradicciones en el seno de las clases dominantes son fundamentales para el triunfo de las clases oprimidas, pero es la lucha popular, su organización y la voluntad de los trabajadores y el pueblo de crear una fuerza revolucionaria la única condición necesaria para llegar a la victoria. Sin esta organización y la conciencia de que los intereses de los trabajadores son antagónicos e irreconciliables a los de los poderosos, cualquier crisis del bloque dominante será superada. Además y aparte de la Revolución Francesa, ¿qué otra revolución o lucha antiimperialista triunfó en el primer mundo? La respuesta es clara: ninguna. Todas las revoluciones o luchas antiimperialistas las llevaron adelante los pueblos de los países oprimidos con la oposición del capital imperialista, y fue parte de su estrategia el saber aprovechar o generar grietas en el poder. En síntesis: este argumento es parte de una política que tiende a la integración al sistema como variante progresista, y tiene su origen en los socialismos centroeuropeos anteriores a la Revolución Rusa. Socialdemocracia combatida en su momento por Rosa Luxemburgo, Lenin y todos los revolucionarios consecuentes de la época. En el plano local son los bomberos del CTA y la izquierda acalambrada con su pirotecnia verbal que busca pelear pero no tanto; en el plano internacional son los asimilados del PT, los traidores del sandinismo, el vendido de Arafat, los que proclaman “somos todos Zapatistas” olvidando que en el origen del movimiento hay una lucha armada y un ejército popular para quedarse sólo con la florida poesía de Marcos. Como variante dentro de la misma idea, algunos sostienen también que la voladura de las torres y el Pentágono sirvió para cohesionar a la opinión pública del primer mundo a favor de la represión. Pero, en todo caso, ¿no son ahora mucho más numerosas las manifestaciones por la paz que las habidas durante la Guerra del Golfo, la invasión a Panamá, el ataque a Serbia, los bombardeos a Libia, la formación de los contra nicaragüenses, etcétera? Y más aún teniendo en cuenta que los Talibanes están lejos de ser reivindicables. Consideraciones al pie Algunas reflexiones finales son necesarias para que el sustento de nuestras definiciones no quede en el terreno de la ambigüedad propia de la timorata política de la izquierda argentina, plagada de pobres escribas con retórica fuertemente marxista. Los militantes populares, antiimperialistas y revolucionarios de los países oprimidos deberíamos tener claro que la derrota en esta nueva batalla del imperialismo es una paso que ayuda a la liberación de nuestros pueblos. Es por ello que impulsamos la victoria de cualquier organización, pueblo o estado que lo enfrente mientras no sea otro imperialismo. En este sentido creemos que no se debe, en función de purismos ideológicos, caer en sofismas como “apoyamos al pueblo tal, pero repudiamos a su gobierno”. Este tipo de argumentos confunden a las masas poniendo al mismo nivel una contradicción secundaria (nuestras diferencias con un gobierno de un país oprimido que lucha por su independencia) y la contradicción principal (la lucha contra el imperialismo). Los que suscribimos este documento apoyamos siempre a los que luchan contra el imperialismo sin reparos, no sólo a los pueblos sino también a sus líderes, pero reconocemos que no podemos hacer lo mismo con los talibanes ya que su proyecto político es reaccionario. Además, nuestro desconocimiento nos impide abrir un juicio definitivo sobre Bin Laden, más allá de que hoy su lucha es contra nuestros mismos enemigos. Y esto teniendo en cuenta que no sabemos, en definitiva, si es su organización la responsable de los ataques. De hecho, esto es lo que nos dice la CNN, cuya información está lejos de ser neutra y objetiva ya que es parte de la guerra ideológica. Finalmente consideramos: 1) Que la contradicción principal es clara y el enemigo es el imperialismo capitalista y sus fuerzas militares, por lo tanto, esperamos sean derrotadas. 2) Los ataques que el imperialismo atribuye a Bin Laden y su organización fueron asestados sobre objetivos legítimos desde el punto de vista militar, ya que desde allí se oprime el mundo militar y financieramente. Por lo tanto, rechazamos la falacia de las “víctimas inocentes”. 3) Reafirmamos que la coherencia entre el pensar, el decir y el hacer es fundamental para la práctica de los revolucionarios y repudiamos a la intelectualidad mojigata. 4) Creemos que la sana simpatía que el ataque despertó en las masas populares argentinas demuestra que el pueblo tiene reservas morales fuertes a pesar del bombardeo constante de basura mediática a la que es sometido. 5) Recordamos que el gobierno norteamericano no está actuando bajo el amparo de ninguna legislación internacional (por más trucha que sea), y pretende la extradición de una persona sin que medie ninguna prueba que la inculpe del delito por el simple derecho que le da la fuerza. Por todo esto, decimos: ¡Fuera yanquis e ingleses de del mundo musulmán y de América Latina! ¡Por la derrota del imperialismo! |
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