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Garzón, la plaza de las Madres y la lucha de clases
Carlos Aznárez (Estraido de la Red Roja Vasca) |
Garzón, el superjuez al que no le tiembla el pulso para enterrar en la cárcel a los luchadores vascos, se fue a la Argentina a buscar el olor de multitudes que lo consagre como insuperable defensor de los derechos humanos. Aprovechando hechos tan dolorosos como el reclamo de las víctimas de la dictadura de Videla y Massera o las de Pinochet en Chile, el superjuez ha intentado construir en ambos países una corte de adulones y batepalmas que halaguen su oído llamándole «juez ejemplar» o «gran salvador de la justicia universal». Tal situación no resulta sorprendente en estos tiempos. Si bien en ello tienen que ver mucho los medios con sus campañas para encumbrar a políticos venales, a generales y policías torturadores y a jueces cómplices, no es menos cierto que en la barra adicta con que cuenta Garzón en Argentina mezcla en un mismo revoltijo a los miembros de la Alianza oficialista, co-responsable junto con el FMI de la miseria que vive actualmente la población, a algunos sindicalistas burócratas a los que les apetece visitar la Audiencia Nacional y a un grupo de arribistas ligados a ciertos or- ganismos de derechos humanos con la ponderada excepción de las Madres de Plaza de Mayo, que nunca dudaron en pintar al superjuez como un artífice del terrorismo de estado español. Con semejante panorama y algunos guiños a un típico «periodista amigo» del diario "Clarín" (que le gusta el tango y esperaba bailarlo en Buenos Aires con su esposa Yayo), Garzón arribó a la ciudad porteña dispuesto a recibir los mil honores de sus amigos sudamericanos. Pero no se dio cuenta de que eligió un mal momento para endulzar aún más su engrandecido ego. Primero, porque la bronca popular contra todo lo que huele a gringo, europeo o cómplice de ambos imperios se ha ido agrandando con el correr de los desmanes que la política económica y social del Gobierno de De la Rúa (otro amigo de Garzón) provocan sobre la población. Segundo, porque uno de los baluartes de la auténtica defensa y lucha por los derechos de los de abajo, las Madres de Plaza de Mayo, se preparaban para realizar precisamente en esos días (5 y 6 de diciembre) una nueva edición de la Marcha de la Resistencia, convocatoria anual en la que durante 48 horas miles de personas invaden con sus reivindicaciones la histórica Plaza de Mayo. Esta vez el slogan parecía hecho a la medida del juez español: «Resistencia y combate contra el terrorismo de Estado». Por supuesto que a Garzón no le faltaron homenajes oficiales, desde un premio honoris causa de la Universidad de La Plata hasta ser distinguido como «ciudadano ilustre de la ciudad de Buenos Aires» por el alcalde de la Alianza hambreadora y represora, quien endulzó los oídos del magistrado con una frase que en Euskal Herria sonaría a tragicómica: «Nos ha demostrado que no todo está perdido, es un ejemplo para nosotros». Lisonjas que dicen mucho de la talla moral de los «premiadores». Luego, con la ayuda de los medios y la complicidad de algunos ex furibundos izquierdistas que hoy se han pasado al bando de la «modernidad», el mal llamado pacifismo y el «discurso político correcto», Garzón intentó monopolizar la tele y las radios con sus reiteradas referencias al «terrorismo de ETA» el Tribunal Penal Internacional y otros tantos recursos para ejercer de funcionario progre for export. Pero a partir de ese momento de la gira comenzaron los problemas. Por ejemplo, no le fue nada bien cuando un grupo estudiantil de tendencia socialdemócrata intentó impulsar un homenaje en la Facultad de Derecho. Enterada la Secretaría de Derechos Humanos del Centro de Estudiantes (Cedycs) expresó su total oposición a dicha propuesta, aludiendo, entre otras cosas, «a la labor de persecuciones políticas que Garzón realiza con el claro pretexto de administrar su justicia», y, recordando que Garzón produjo «cierre de periódicos opositores, vulneración de la libertad de prensa y persecución a cuanta persona, militante popular o activista del País Vasco, delitos que sólo él ve al momento de la valoración de pruebas». La oposición al homenaje se puso a votación y el resultado fue una aplastante derrota de los «garzonistas» en la más importante Facultad de Abogacía de la Argentina. El superjuez se quedó esta vez sin aplausos. Pero lo mejor vino después. Las Madres de Plaza de Mayo, contra viento y marea, inundaron la plaza con miles de luchadores populares. Llegados en oleadas desde los barrios más humildes del Gran Buenos Aires, los célebres «piqueteros» de la Coordinadora Aníbal Verón trasladaron su bronca el centro de la ciudad. Aguantando las provocaciones de la Policía y algunos grupos del oficialismo precisamente los que invitaron a Garzón Hebe de Bonafini y sus compañeras convirtieron la marcha en un encuentro de los sectores revolucionarios argentinos que no se rinden, que no venden sus principios por indemnizaciones monetarias (el Gobierno paga para olvidar a los desaparecidos) y en un homenaje a los piquetes que simbolizan, como dijo Hebe, «todo el espíritu de lucha de nuestros queridos hijos y por eso ellos viven en cada corte de ruta». En el centro de la plaza, entre carteles con insultos al Gobierno, a los yanquis y a los ricos y precisamente para que Garzón tomara debida nota de qué tierra estaba pisando, flameó desafiante todo el tiempo, portada por militantes populares argentinos, una ikurriña, mientras que una enorme pancarta sentenciaba «Euskal presoak, Euskal herrira». A la hora de los discursos, el ex prisionero político argentino Lito Malatesta no dudó en recordar la lucha del pueblo vasco contra la opresión. Entre los gritos de la multitud que exigía la liberación de los presos políticos argentinos, dijo: «Quiero estrecharme en un fuertísimo abrazo con los familiares de los compañeros presos vascos que son torturados continuamente. Y les explico por qué: porque el Gobierno argentino mañana va a cometer una nueva afrenta contra los derechos humanos y contra las personas que sufren. Mañana ese cómplice del terrorismo del Estado español que se llama Baltasar Garzón va a ser nombrado ciudadano ilustre de esta ciudad por parte de estos hijos de puta (''Asesino, asesino'' rugieron los manifestantes). Los que no perdonamos, los que no olvida- mos, los que no nos reconciliamos, vamos a seguir redoblando la lucha para que todos los compañeros puedan estar en libertad, pero fundamentalmente para que en este país y en el mundo exista una revolución que pueda darnos la posibilidad de vivir con dignidad y justicia, cosa que el capitalismo no conoce ni conocerá nunca». La Argentina real, la que no suelen ver los turistas ni los medios de comunicación estaba en esa Plaza de Mayo que tantas veces a lo largo de la historia sirvió de escenario para gritar las verdades de los más pobres. De eso precisamente habló Hebe de Bonafini posteriormente, mientras los piqueteros y no pocas Madres generaban una gigantesca barricada de protesta. El humo negro invadió el centro de la ciudad, los gritos exigiendo «justicia popular para los que roban la Nación» atravesaron las gruesas paredes de la Casa de Gobierno. La lucha de clases volvía a invadir el escenario político del país. Las Madres, los piqueteros, los humillados de siempre, los condenados de la tierra se imponían de así a quienes un día estafan la voluntad popular, otro utilizan la represión para machacar las ideas más rebeldes y cada tanto sacan de la manga un devaluado juez español para intentar convertirlo en un superhéroe de sus tropelías. Esta vez, en la Argentina del tango y los 30.000 revolucionarios que siguen trajinando en la lucha de todos los días, la maniobra resultó un fracaso. |
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