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Editorial

Hace algunas semanas, los colegas del Pentágono fueron invitados a una proyección interna especial de una vieja película. Se trataba de La Batalla de Argel, un clásico anticolonial de Gilo Pontecorvo, que en un principio estuvo prohibido en Francia. Suponemos que el propósito de la proyección era puramente educativo. Los franceses ganaron la batalla, pero perdieron la guerra.

Por lo menos el Pentágono entiende que la resistencia en Irak está siguiendo un familiar modelo anticolonial. En la película debieron de ver actos ejecutados por los maquis argelinos hace casi medio siglo, que podrían haber sido filmados la semana pasada en Faluya o Bagdad. Entonces, como ahora, el poder ocupante describía todas estas acciones como terroristas. Entonces, como ahora, se tomaban prisioneros y se les torturaba; las casas que cobijaban a ellos o a sus familias eran destruidas y la represión se multiplicó. Al final, los franceses tuvieron que retirarse.

Como las bajas estadounidenses de "posguerra" exceden ahora a las habidas durante la invasión (que a los iraquíes al menos les costó 15.000 vidas), en EEUU se ha iniciado una especie de debate. Pocas personas pueden negar que el Irak bajo la ocupación estadounidense se encuentra en un estado mucho peor que el que había bajo Sadam Husein. No hay reconstrucción. Hay desempleo masivo. La vida diaria es una miseria, y los ocupantes y sus títeres del Consejo Gubernativo iraquí no son capaces siquiera de suministrar los servicios básicos para la vida.

Lo que aviva la resistencia y anima a muchos jóvenes a luchar es la combinación de todo esto. Pocos están dispuestos a traicionar a quienes están luchando. Esto es de suma importancia, porque sin el apoyo tácito de la población es prácticamente imposible una continua resistencia.

En estos momentos en Irak existen más de 40 organizaciones de resistencia diferentes. Están constituidas por partidarios del Partido Baath, disidentes comunistas asqueados por la traición del Partido Comunista Iraquí al respaldar la ocupación, nacionalistas, grupos de soldados y policías iraquíes disueltos por la ocupación, y grupos religiosos sunitas y chiitas.

En otras palabras, la resistencia es muy heterogenea y está descentralizada, como en la clásica primera fase de lucha de guerrillas contra un ejército ocupante. Habrá que ver si estos grupos pasan a una segunda fase y establecen un Frente Iraquí de Liberación Nacional.

De ocurrir esto, tarde o temprano todas las tropas de ocupación tendrán que abandonar Irak. Si no lo hacen por su propia voluntad serán expulsadas. Su continua presencia es un acicate para la violencia. Cuando el pueblo de Irak recupere el control de su propio destino, los iraquíes decidirán las estructuras internas y las políticas externas de su país. Es de esperar que se combinen democracia y justicia social, una fórmula que le molesta enormemente al Imperio. Mientras tanto, los iraquíes tienen algo de lo que pueden estar orgullosos y de lo que deberían tener envidia los ciudadanos estadounidenses y británicos: una oposición.

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