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Del Proceso a la devaluación duhaldista Juan Barat |
El estallido de Diciembre de 2001 y la inmediata devaluación pusieron en crisis al bloque de poder que impuso su ley desde el Proceso, hegemonizado por el capital bancario extranjero y la oligarquía financiera nativa, que trastocó los presupuestos de la acumulación del capital, para realizarla principalmente en base a un modo que sateliza el proceso de producción de mercancías y en abierta contradicción con éste.
La clase media, otrora estrella del consumo, que llegó a equivaler a más de un 50 % de la población, hoy no supera el 20 %, evaluada en términos económicos, según casi unánimes estimaciones oficiales y privadas. Unos pocos consultores, quizá interesadamente optimistas, alcanzan a ver un dudoso 30 %. En el bloque dominante la situación fue diversa. La ruptura del 1 a 1 conmovió las bases del patrón de acumulación dominante y el reparto impuesto por su eje hegemónico y desató una pugna sectorial en la que intervinieron desembozadamente Estados Unidos, el G 7 y el FMI. Los exportadores, con epicentro en la oligarquía propietaria de grandes extensiones de tierra y la burguesía extranjera, apropiada del petróleo, resultaron principales ganadores, al beneficiarse directamente con la nueva paridad monetaria, e indirectamente con un período de altos precios internacionales, sobre los que pesan muy modestas retenciones, lo que anula la posibilidad de volcar un diferencial transitorio a la recomposición de la producción y del mercado interno, impulsa al alza los precios de la canasta básica y de los combustibles y acentúa la pobreza. La polarización social sigue imprimiendo su sello a la sociedad argentina. El 10 % de la población concentra poco menos que el 40 % del ingreso, y el piso salarial está dado por los 150 pesos del Plan Jefas y Jefes, lo que coloca a sus beneficiarios, considerados como ocupados por la estadística oficial, en típica indigencia.
La “tablita” les había traído perfumes franceses, embutidos alemanes y Disney World a bajo precio. La dictadura contó con su apoyo o neutralidad, hasta que las sucesivas devaluaciones de Sigaut y la derrota en Malvinas, la llevaron a “descubrir” los crímenes de la represión, que, por supuesto, “ni sospechaban”. Los grandes grupos económicos que se fortalecieron mediante la especulación fomentada por la política oficial y las contrataciones leoninas con el Estado, fugaron miles de millones de dólares que desde el exterior fraguaron como préstamos, endeudando los balances empresarios y constituyendo una deuda externa privada que se sumó a la deuda pública, clave de la gestión económica de la dictadura, a través de Martínez de Hoz, Sigaut y Roberto Alemann. En medio de la tormenta, con el dólar ajustado en 140 % en 1981, los deudores privados hallaron en Domingo Cavallo un servidor arquetípico, que desde el Banco Central les otorgó un seguro de cambio que les permitió pagar a la paridad de origen, pasando la diferencia a engrosar la deuda externa pública. Con humor, Cavallo llamó a esta operación: “Salvataje de la industria nacional”. Culminó así la constitución de una deuda externa a la vez fraudulenta e impagable. En estas condiciones, las franjas “procesistas” y neutrales de la clase media restauraron su “fé” en la democracia y prestaron su concurso para el ascenso del Dr. Alfonsín, enfrentando al bloque popular, carente ya a esa altura de una dirección consecuente con sus necesidades. Intentó allanarse a requerimientos fundamentales de la “doctrina” de la globalización neoliberal, que ya exigía privatizaciones, valiéndose del arma de la deuda externa y del corte del crédito internacional. Aerolíneas Argentinas fue la prueba piloto motorizada por su ministro Terragno. La resistencia sindical y el rechazo popular fue todavía suficiente para impedir transitoriamente el inicio del desguace. Derrotado electoralmente en 1987, las fuerzas constituyentes del poder real prepararon el cambio, desataron la hiperinflación y paralizaron al gobierno. Apoyado en la base popular, con seis meses de anticipación, llega Menem, para desarmar finalmente toda forma de resistencia nacional que pudiera aún albergar el justicialismo. Al apagarse la última protesta sindical, domesticada la mayoría de sus dirigentes, el bloque popular queda huérfano de expresiones políticas o reivindicativas de peso, compatibles con sus intereses. Pero el 1 a 1 renueva fantasías de la clase media con mayor poder adquisitivo. Con la generalización del uso de la tarjeta de crédito, promovida por los bancos, no sólo vuelve a acceder a importados baratos, sino al crédito automático, que escondía una trampa que en los años “felices” menospreció : la tasa de interés más baja que esos bancos le cobraron para financiar sus consumos, con inflación tendiente a cero, fue del 25 % anual en dólares. Un negocio poco común. El endeudamiento del sector, tanto en tarjetas de crédito como en fáciles préstamos para la compra de automóviles e inmuebles, lo hizo cómplice objetivo del milagroso 1 a 1, que, mientras tanto, liquidaba la industria, endeudaba al país y preparaba su propia ruina. El reagrupamiento estuvo centrado, esta vez, en la centro izquierda, con el FREPASO como aglutinador, y sesgado a derecha por sus dirigentes para constituir la Alianza promovida por Alfonsín. La Alianza impuso la Presidencia de De la Rúa, con un discurso anticorrupción que indicaba la absurda postura “todo está bien, salvo por unos cuantos delincuentes en el poder”, y delataba un microcefálico reformismo conservador. Diciembre de 2001 determinó que franjas de clase media volvieran a girar, esta vez con un discurso de izquierda, democracia y horizontalidad organizativa, contenido en las que fueron “asambleas barriales, vecinales o populares”, que durante meses evidenciaron una significativa y espontánea capacidad de movilización y un consignismo exuberante. La inexistencia de un movimiento obrero combativo, la lucha interna desatada por partidos de la izquierda tradicional, con obvio propósito de copamiento, y la propia limitación de clase de las “asambleas”, agotaron la experiencia de esta suerte de “mayo porteño”.
Todo ello en un marco social de marginalidad y desempleo que llevó a la gestación del Plan Jefas y Jefes, y de otros, provinciales y municipales, amén de ayuda alimentaria, para erigir una línea de contención y alejar el riesgo de estallidos. En el plano específicamente político, centralmente se jugó en la interna justicialista, que llevó a la elección presidencial tres candidatos de ése origen, Menem, Kirchner, Rodríguez Saa, que cosecharon dos tercios de los votos válidos. El fraccionamiento inusual de los resultados, impulsado por el sistema de “ballotage”, desapareció no bien fueron conocidos: fue inocultable que la derrota de Menem, por cifras abultadas, era segura. Se puede decir que sobre este único punto, el antimenemismo, se forjó un consenso general. Sin embargo, a poco de iniciar su mandato, Kirchner logró atesorar un respaldo pasivo (de encuestas), que parece haber llegado, por momentos, a superar el 80 %. Es a raíz de ello que fracciones del poder actúan en el sentido de estrechar ese margen de maniobra, en especial porque un gobierno con sólo apoyo pasivo y carente de una estructura solidificada de sustento político, es menos predecible que los aparatos de la partidocracia con los que objetivamente no concilia en forma plena. Esto explica la utilización mediática de los piqueteros, construyendo una imagen de desorden dirigida a los prejuicios de buena parte de la clase media, obviando su carácter de víctimas, y de tragedias familiares e individuales producto de delitos que prosperan gracias a la impunidad que transformó en hábito institucional la política criminal que se implantó para fijar los actuales parámetros de la Argentina semicolonial. Estos “ nuevos miedos” colectivos han logrado instalarse socialmente, y están provocando un nuevo giro en sectores de la clase media, que claman por orden y castigo para las consecuencias de aquélla política criminal y, por extensión potencial, para las expresiones de resistencia al statu quo establecido. Esta operación se desarrolla en dos planos. En primer lugar, busca empujar a un gobierno en conflicto objetivo con “su” aparato, a volver al redil y hacerse así definitivamente predecible. En segundo lugar, se pretende reconstituir una base social dispuesta a aprobar la represión, si un período de renovada lucha de clases moviliza a los trabajadores. Y encuentra contradictoriamente un cauce, porque la clase media, en proporción mayoritaria, percibe también que la distribución del ingreso es un mito y que no sólo no se recompone numéricamente, sino que el residual económicamente subsistente continúa amenazado. |
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