El gran Libertador - I
Orador: Dr. Charles Stanley | Traductor: Hernán Delgado
Vemos a muchas personas alrededor de nosotros que parecen llevar una vida normal y sin problemas y aparentemente todo parece estar bien en sus vidas. Pero si pudiéramos ver sus corazones, veríamos que son personas prisioneras, cautivas y están encadenadas por dentro y hasta casi paralizadas emocional y espiritualmente, porque hay algo en sus vidas que las ha esclavizado y las tiene prisioneras. Por eso han llegado a la conclusión de que es mejor aceptar las cosas como son y es cuando dicen: "Así soy yo. No puedo hacer nada; tengo que aceptarme así; eso es lo que soy en la vida y esto es lo que seguiré siendo, porque no puedo cambiar las cosas".
Y dicen esto, desde luego, ignorando que pueden tener libertad en sus vidas. Pero es una libertad que no se encuentra en las botellas de licor ni en las cosas materiales, sino que se encuentra al conocer a una Persona, y esa persona es El gran Libertador, que no es otro que el Señor Jesucristo. Y ese es el título del mensaje de hoy: El gran Libertador.
Bien, ahora quiero que abra su Biblia en el Evangelio según San Lucas capítulo 4. Y en este pasaje que vamos a leer Cristo nos dice cuál fue el propósito de su venida. Lucas capítulo 4. Recordemos que Cristo ya había sido bautizado y que después de su bautismo fue llevado al desierto para que fuera tentado. El pasaje que vamos a leer comienza con lo que sucedió después que Cristo volvió del desierto. Comencemos leyendo en el versículo 14, dice:
14. Y Jesús volvió en el poder del Espíritu Santo a Galilea, y se difundió su fama por toda la tierra de alrededor.
Al leer este pasaje de la Escritura, nos preguntamos ¿qué llevó a estas personas a reaccionar contra Cristo de la manera en que lo hicieron? Pues veamos primero las circunstancias en que se desarrollaron los hechos.
El Señor había estado en Capernaum predicando, enseñando y sanando, y luego volvió a Nazaret, la ciudad donde se había criado, y la gente ahí había oído de su fama y de todas las cosas que había hecho, y todos lo conocían como el hijo de José. Entonces Jesús asistió a la sinagoga de ese lugar. Y dice ahí que esa era su costumbre; o sea, sus padres habían inculcado en él la costumbre de asistir a la sinagoga. Allí hacían oración y siempre se leía la porción de Deuteronomio donde dice que sólo hay un Dios y habla de la fe en él. Luego, en un momento dado, a alguien le daban las Escrituras para que leyera un pasaje. En esa ocasión a Cristo le dieron el libro de Isaías y él leyó este pasaje que acabamos de leer. Y cuando lo hubo leído, dice aquí que los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y Jesús se sentó y comenzó a dirigirles la palabra.
Entonces lo que Cristo hizo fue lo que normalmente hacía una persona que le tocaba leer la Escritura. O sea, después de leer el pasaje esa persona tenía que dar la homilía, que es una explicación o comentario breve sobre lo que se ha leído. Y esto fue lo que Cristo hizo; él les dijo: "Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros".
Ahora, los que estaban allí presentes sabían que ese pasaje se refería al Mesías. Por eso, cuando Cristo les dice: "Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros", ellos lo tomaron como si estuviera diciendo que él era el cumplimiento de esa Escritura. Y esto tal vez les causó cierta sorpresa, aunque quizá no fue para mal.
Luego él les dice: "Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaum, haz también aquí en tu tierra". Esto nos dice que él conocía lo que ellos estaban pensando. Luego les trae a la memoria el hambre que hubo una vez en los días de Elías y de otra cosa que sucedió en los días de Eliseo. Entonces les dice que Elías no fue enviado a las muchas viudas que había en Israel, sino a una viuda en Sarepta de Sidón, tierra de gentiles. Después les dice que había muchos leprosos en Israel en los días de Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado, sino sólo Naamán el sirio, quien también era un gentil.
Cuando los que estaban en la sinagoga oyeron a Cristo decir que estos dos grandes profetas no fueron enviados a los israelitas sino a los gentiles, eso los hizo enfurecerse mucho; porque para ellos el judaísmo era una religión exclusiva de los israelitas y no había lugar en ella para los gentiles. Tenían la idea de que Dios aborrecía a los gentiles y de que todo era para los judíos.
Ahora bien, note que al principio a todos les gustó lo que Cristo decía y estaban maravillados de las palabras que salían de su boca. Pero en el momento que él incluyó a los gentiles en la gracia de Dios, eso fue algo que ellos definitivamente no pudieron aceptar. Los vemos maravillados de las enseñanzas de Cristo, pero de pronto se vuelven contra él y se enfurecen tanto que desean matarlo y deshacerse de él lo más pronto posible.
¿Qué hace que las personas reaccionen de esta manera? ¿Qué hay en el corazón del ser humano que lo hace aceptar sin ningún problema palabras que le agradan, palabras que le alientan y le hacen sentirse bien, pero en el momento en que oye palabras que le redarguyen y revelan lo que hay en su corazón, entonces las rechaza?
Pues, vemos que las cosas no han cambiado mucho, porque esa es la manera en que mucha gente reacciona hoy en día. Cuando la gente oye palabras que las hace sentirse bien, entonces se vuelven muy educadas: "¡Qué buen mensaje, pastor! Me gusto mucho".
Pero cuando el Espíritu de Dios les redarguye y saca a la luz cosas que hay en sus corazones, hay algo en el ser humano que lo hace rebelarse y rechazar la verdad.
Entonces, algo así ocurre en este pasaje, cuando Cristo les dice estas cosas. Y el mensaje principal que él tenía para ellos era: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos".
Bien, quiero que veamos lo siguiente en este pasaje. Cuando Cristo vino a este mundo, vino con una misión especial la cual vemos claramente en la Biblia. Y en este pasaje él lo dice sin ambages; él dice que había sido enviado "a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos".
En Romanos capítulo 6, Pablo dice que hemos sido libertados del poder del pecado.
¿Qué o quién nos libertó del poder del pecado? Ciertamente no fue algo que nosotros hicimos ni logramos por nuestros méritos, sino que cuando Cristo murió en la cruz y se ofreció a sí mismo como nuestro sacrificio, el Padre celestial aceptó esa muerte como el sacrificio supremo y final por el pecado de toda la humanidad, y a partir de ese momento los que reciban a Cristo como su Salvador son libertados del poder del pecado.
Pero lo que pasa es que mucha gente vive cautiva, oprimida y en esclavitud, ignorando que pueden ser libres de esas cosas. Muchos no tienen este conocimiento y a veces lo que hacen es ponerse en tratamiento con psiquiatras, psicólogos y reciben toda clase de consejería, pero nunca llegan a ser libres. Porque usted, mi amable oyente, no puede ser verdaderamente libre sino hasta que el gran Libertador lo haga libre.
Hay cosas que esclavizan, que aprisionan, que cautivan, que oprimen, que envician y que no nos dejan llegar a ser lo que Dios quiere que seamos. Hay muchos que no se sienten verdaderamente libres en la vida. Y si se han criado en esa clase de esclavitud y opresión debido a dificultades y maltrato y abuso que han sufrido en la vida, y eso los ha hecho sentirse rechazados, inútiles, que no sirven para nada y que a nadie le importan. Si se criaron en esa clase de ambiente, como a muchos les ha pasado, nunca podrán llegar a conocer la verdadera libertad ni el amor que hay en Cristo, ni podrán ser verdaderamente libres; porque se encuentran atados por alguna actitud o sentimiento o complejo o por alguna cosa que sufrieron en la vida, y por eso no entienden lo que les está pasando, y así es como viven.
Pero también existe la esclavitud que viene por el pecado y la desobediencia deliberada al Señor. Y quiero decirle algo -apúntelo para que no se le olvide-: no hay pecado que usted pueda cometer que no tenga perdón. Dios le perdonará de cualquier cosa que usted haya hecho en la vida, no importa lo que sea, no importa cuánto tiempo lo haya hecho y no importa la naturaleza de ese pecado; Dios le perdonará. No hay pecado que usted pueda comete que no tenga perdón. Dios le perdonará de cualquier cosa que usted haya hecho en la vida, no importa lo que sea.
La mayor tragedia de su vida sería que usted muriera sin Cristo, porque después de la muerte no hay oportunidad para el perdón. La única oportunidad que usted tiene de ser perdonado, la tiene en esta vida; por eso Cristo vino a libertarlo del poder del pecado.
Pero, pastor -me dice usted- yo no soy cristiano; yo soy un vicioso; soy adicto a las drogas; yo no creo que Dios pueda libertarme de esas cosas.
Él puede hacerlo, mi amable oyente. Usted puede ser un alcohólico, un toxicómano, un delincuente, puede estar en la cárcel y haber arruinado su vida, y se pregunta si el Señor puede hacer algo por usted. Pues claro que sí puede hacerlo. Cristo puede cambiar su vida; o, mejor dicho, él puede darle una vida nueva. Ése es el poder del Evangelio de Cristo. Porque no importa cuán bajo usted haya caído, él puede rescatarle. Por más enemigo que usted sea de Dios, él puede reconciliarle consigo mismo. Él es un Padre celestial amoroso y misericordioso. Por eso Cristo dice que él había venido a proclamar libertad a los cautivos. Y no importa qué es lo que lo tiene a usted cautivo y esclavizado, Cristo puede libertarlo de ello.
Vea bien lo que dice el Señor aquí. Él dice que había venido "a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos". Al leer esto me pongo a pensar en la gran ceguera espiritual en que estaba el pueblo judío cuando Cristo vino. El pueblo de Israel sufría de una gran ceguera espiritual en esos días. La gente era cautiva y estaba atada por muchas cosas. Porque si bien era cierto que ellos creían en el Dios único y verdadero, sin embargo, con el tiempo los fariseos y los saduceos, que eran los líderes religiosos del pueblo, habían eliminado lo más importante de su religión y la habían convertido en una religión vana y esclavizadora.
Pero Cristo había venido a libertarlos de la vanidad y esclavitud de su religión; porque ellos habían cambiado la interpretación de la ley de tal manera que, por ejemplo, uno podía caminar sólo cierta distancia en el día de reposo, y si uno daba un paso más, eso era considerado pecado. Por ejemplo, ellos condenaron a Cristo por haber sanado en el día de reposo; condenaron a los discípulos por haber recogido espigas en el día de reposo, ya que tenían hambre. Y así habían introducido un montón de reglamentos y ritos y normas que regían completamente la vida del pueblo y por eso no tenían libertad en Dios, sino que eran cautivos de su religión y llevaban una vida de esclavitud y ceguera espirituales: no hacer esto, no hacer lo otro, no ir ahí, no ir allá, no hablarle a estos… Y el pensar en juntarse con gentiles, con publicanos o con pecadores, para ellos era algo insólito e inconcebible, y por ello criticaron y condenaron al Señor, porque él recibía a esa clase de personas.
Entonces la religión de ellos se había convertido en una atadura y esclavitud, y por eso Cristo les dice que él había venido "a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos". Es cierto que él sanó a muchos que eran ciegos, físicamente hablando, pero más que nada vino a abrirles los ojos espirituales para que conocieran la verdad en cuanto al Padre celestial. No es asunto de reglamentos ni de normas ni de ritos, sino de una relación personal con Dios Padre.
Pero las cosas no han cambiado mucho desde entonces, por la sencilla razón de que a la gente le gusta pertenecer a sectas falsas. Y una de las características de las sectas falsas es que tienen reglamentos, normas y ritos, y por lo general tienen un líder que ejerce un poder de atracción especial sobre la gente y lo consideran como un dios, y cualquier cosa que él diga se considera sagrada. Y si tienen algún libro sagrado por el cual se rigen, ya sea la misma Biblia que nosotros tenemos, o alguna que ellos han escrito, siempre es lo mismo: reglamentos, normas, ritos, no hagas esto, no hagas lo otro, no vayas aquí, no vayas allá, etc. Entonces la vida se convierte en un conjunto de reglamentos y normas, de cosas que hacer y no hacer. Y lo mismo sucede en una iglesia que es legalista, donde se enseña y predica que no se puede hacer esto, no se puede hacer lo otro; que si hacemos tal y tal cosa Dios se va a enojar o nos va a castigar o va a dejar de amarnos, y que si queremos agradar a Dios tenemos que cumplir con una lista de cosas que se nos da.
Pero no vemos ninguna de esas cosas en las enseñanzas de Cristo. ¿Agradar a Dios? ¡Desde luego! ¿Andar en la gracia y en el amor de Dios? ¡Desde luego! Pero no se trata de reglamentos ni normas ni ritos ni vivir bajo un sistema legalista. El Señor no quiere que vivamos regidos por normas y reglamentos, sino por la gracia y el poder de Dios, y movidos por su amor para con nosotros y por nuestro amor hacia él. Por supuesto, hay cosas que debemos hacer y cosas que no debemos hacer, pero eso no es lo que nos impulsa y nos mueve a hacer las cosas, sino que es nuestro amor hacia él, porque él nos amó primero.
Hay mucha gente que lleva esa clase de vida. Y tal vez usted me diga: "Sí, pastor, me doy cuenta de que estoy en esclavitud y que soy cautivo de cosas en mi vida. Usted ha puesto el dedo en la llaga en cuanto a mi vida y me doy cuenta de que nunca podré agradar a Dios con las cosas que estoy haciendo ahora".
Pues, entonces, por eso es que siempre hay cierta tensión entre usted y el Señor; o sea, que usted quiere hacer lo correcto y no puede. Y después de un tiempo, usted llega a la conclusión de que no vale la pena, de que nunca va a poder ganarse el favor de Dios, entonces es mejor darse por vencido y hacer lo que mejor le parezca y esperar que las cosas salgan bien.
Pues esa tampoco es la voluntad del Señor para usted. La gente vive cautiva de muchas cosas. Pero Dios quiere que seamos libres y que no vivamos cautivos ni esclavos de ninguna de esas cosas. Y podemos tener esa seguridad y confianza, no por lo que sentimos, sino por el testimonio de la Palabra de Dios.
Entonces, en primer lugar, Cristo vino a libertarnos del poder del pecado; segundo, vino a libertarnos de la vanidad y esclavitud de la religión, y, tercero, vino a libertarnos de la prisión de la desesperación.
Vea otra vez lo que dice el versículo 18: "Me ha enviado a… poner en libertad a los oprimidos". La palabra "oprimidos" en el original griego quiere decir quebrantados y débiles. Y lo que estaba pasando era que los judíos en esos días vivían bajo el dominio romano, y los romanos a veces eran muy crueles y trataban a los judíos sin misericordia. Y por supuesto que los judíos aborrecían a los romanos por la forma en que estos los trataban. Pero luego aparece Cristo en la escena diciendo que él era el Mesías. Y en la mentalidad de los judíos el Mesías era un gran líder militar que vendría con un gran ejército y armamentos para libertarlos de la opresión romana. Pero Cristo les dice: "Yo he venido a hacer algo mejor que eso. He venido a libertarlos de las cosas en sus vidas que los tienen cautivos y oprimidos". Entonces les dice, por ejemplo: "amad a vuestros enemigos".
¿Que, qué? -dijeron ellos- ¿Que amemos a los romanos, nuestros enemigos?
Eso causó gran consternación entre ellos. Y después les dice: "Si alguien te pega en la mejilla, en lugar de volverse y pegarle también -lo cual hubiera sido un suicidio en esos días-, vuélvele también la otra mejilla".
"¿Qué dice? ¿Que le ponga la otra mejilla a un romano? De ninguna manera."
Pero les dice algo más: "Si un soldado romano te obliga a llevar carga por una milla, ve con él dos. Y a cualquiera que te pida algo, dáselo".
Quiere decir que las cosas que Cristo les enseñaba eran todo lo contrario a lo que ellos creían o querían creer.
Pero de lo que ellos no se daban cuenta, y de lo que la mayoría de la gente hoy día no se da cuenta, es que la libertad no comienza por fuera, sino que comienza desde adentro. Mire, Cristo está más interesado en la libertad espiritual, porque si el ser interior no se sana, el exterior no podrá permanecer sano; de eso puede estar seguro.
Entonces lo que Cristo vino a dar, y que todavía da, es libertad espiritual; libertad de las cosas que nos cautivan, cosas que nos esclavizan y nos oprimen. Hay personas que viven cautivas de cosas de las que no se dan cuenta; como por ejemplo la ira, los celos, el enojo, la codicia, la amargura. Y no se dan cuenta de que estas cosas son como una cadena que tiene al alma prisionera. No pueden perdonar, tienen un espíritu rencoroso y son prisioneros de sus sentimientos y actitudes. Pero quiero decirle, mi amable oyente, que en nosotros no puede haber libertad si existen esas cosas en nuestro corazón.
El gran Libertador - II
Orador: Dr. Charles Stanley
Cuando Cristo vino a este mundo, vino con una misión especial, la cual vemos claramente en la Biblia. Cristo dijo que había venido a llamar a pecadores al arrepentimiento, a buscar lo que se había perdido, a servir y no a ser servido y a dar su vida en rescate por muchos. Cuarenta veces en el evangelio según San Juan Cristo dice que había sido enviado por el Padre. Dijo que el Hijo del hombre había sido enviado por el Padre para poner en libertad a los cautivos, para romper las cadenas y para derribar las fortalezas de las que muchos son prisioneros. Cristo es El gran Libertador, es el único que puede hacernos verdaderamente libres.
Ahora bien, cuando hablamos de que Cristo vino a libertarnos, ¿a qué nos referimos?
Pues, al leer las Escrituras y las cosas que Cristo dijo, vemos que él vino a libertarnos del poder del pecado. Él dice en Lucas 4 que el Padre le había enviado a anunciar libertad a los cautivos. ¿A los cautivos de qué? Pues, basta con fijarse en la gente y uno se da cuenta de que hay muchos que son cautivos y ni siquiera se percatan de ello.
Hay unos que saben que son cautivos de algo pero no saben qué es; otros, ni siquiera se han dado cuenta de que están cautivos. Y, lamentablemente, hay muchos de ellos en las iglesias. Los vemos los domingos cantando himnos, dando sus ofrendas, leyendo la Biblia y atentos a los mensajes. Saben que hay algo en sus vidas que no está bien, pero no saben qué es y con frecuencia reaccionan diciendo: "Pues, esto es lo mejor que puedo hacer, creo que así es la vida cristiana".
Hay otros que comprenden mejor las cosas y saben que hay algo que los tiene paralizados y no pueden avanzar; saben que hay algo que no está bien en sus vidas. Y no se dan cuenta de que el problema es más serio de lo que piensan y que emocional, mental y espiritualmente son cautivos.
Pero también están los que son esclavos de ciertas cosas y saben que lo son. Son esclavos de los vicios: el licor, las drogas, la pornografía, las apuestas. Otros son esclavos de la codicia, la envidia, los celos, el rencor, el enojo, la murmuración, o de cosas semejantes.
Hay muchas clases de esclavitud en la vida, y hay tanto creyentes como inconversos que son infelices en la vida porque son esclavos de algo, están cautivos, son prisioneros y muchos no saben por qué o ni siquiera se dan cuenta de ello.
Pero Cristo está más interesado en la libertad espiritual que en cualquier otra cosa, porque si el ser interior no se sana, el exterior no podrá permanecer sano; de eso puede estar seguro. Cristo está más interesado en el ser interior. Muchos lo buscaban para que los sanara, y él, desde luego, los sanaba. Pero la Biblia dice que él conocía sus corazones, sus pensamientos y lo que había dentro de ellos. Conocía sus necesidades y sus sufrimientos, y siempre se interesó por los oprimidos.
Ahora, Cristo vino a un pueblo cuya idea de libertad era destruir el imperio romano y elevar a Israel como la potencia que reinaría durante sus vidas. Pero Cristo les dijo: "Mi reino no es de este mundo".
Entonces, lo que Cristo vino a ofrecer, y aún sigue ofreciendo, es la libertad espiritual. O sea, libertad de las cosas que nos cautivan, que nos esclavizan y que nos oprimen. Hay personas que viven cautivas de cosas de las que no se dan cuenta; como por ejemplo la ira, los celos, el enojo, la codicia, la amargura; y no se dan cuenta de que estas cosas son como una cadena que tiene prisionera al alma. No pueden perdonar, tienen un espíritu rencoroso y son prisioneros de sus sentimientos y actitudes.
Pero, quiero decirle, mi estimado lector, que no puede haber libertad cuando existen esas cosas en nuestro corazón. En las iglesias hay muchos cristianos que guardan rencor, enojo, ira, celos, codicia y enemistad en sus corazones; y luego no se explican por qué no se sienten libres, por qué no tienen paz, por qué no tienen gozo ni contentamiento. Entonces, ¿qué hacen? Pues hacen lo que viene como resultado de ello, que es comprar esto, comprar lo otro, comprar y comprar y comprar. Por eso es que hay tanta gente con problemas económicos, porque están tratando de llenar el vacío que hay en sus vidas con cosas materiales. Pero Dios puso ese vacío en el ser humano con un propósito. Usted puede llenar su vida de cosas, pero nada ni nadie puede llenar ese vacío que hay en su corazón. La única persona que puede llenarlo es el gran Libertador, el Señor Jesucristo.
Pero hay millones de personas que son esclavas y la mayoría de ellas no se da cuenta de ello, especialmente si son esclavas emocionalmente. Y si se dieran cuenta de ello, no sabrían qué hacer. No pueden perdonar, no pueden ser libres y, sin embargo, siguen viviendo de esa manera, y a menudo se preguntan por qué tienen problemas de salud física.
Mire, los problemas de salud con frecuencia son resultado de un espíritu y un corazón que son prisioneros de alguna actitud negativa y antibíblica, como el rencor, la ira, la amargura, el resentimiento, la envidia, los celos, la codicia, el enojo, etc. Y son personas que se sienten solas, olvidadas, sin esperanza y no pueden liberarse de esos sentimientos. Están esclavizadas por sentimientos de inferioridad; se sienten rechazadas por Dios, por sus familiares y por los demás. Son personas que viven cautivas y prisioneras de sus sentimientos de soledad, de inferioridad, de amargura. Viven aisladas de los demás. ¿Por qué? Porque por alguna razón no pueden relacionarse ni entablar amistad con los demás. Son personas cautivas y prisioneras por dentro.
Ahora, como creyentes que somos y hemos sido libertados del poder del pecado, la única manera de vivir cautivos o prisioneros de algo es porque hemos consentido en ello, y no es porque no podamos ser libres de eso. Si vivimos como prisioneros es porque hemos consentido en ser esclavizados por algo en nuestra vida. Como hijos de Dios nada puede esclavizarnos, a menos que consintamos en ser rencorosos, en ser envidiosos, en ser codiciosos, iracundos, lujuriosos. Tenemos que consentir en esas cosas primero, y una vez que lo hacemos nos encadenamos a nosotros mismos. Y después no nos explicamos por qué no somos libres.
El único poder que puede libertarnos viene por medio del conocimiento personal del Señor Jesucristo. Él dice que vino a poner en libertad a los cautivos, a los oprimidos, a los débiles y a los presos. Al leer la Biblia, vemos que él sanó a los enfermos, devolvió la vista a los ciegos y restauró a los paralíticos y a los que tenían impedimentos físicos. Si bien él sanó físicamente a miles, sin embargo, estaba más interesado en la condición espiritual de ellos.
Mi amable lector, quiero decirle que Cristo está más interesado en libertarle de todo lo que le esclaviza y le tiene cautivo. Nunca podremos ser lo que Dios quiere que seamos si somos esclavos y cautivos de cosas en nuestra vida. Ni siquiera podremos ser de ayuda para otros si somos prisioneros del egocentrismo y del orgullo, si no tenemos tiempo para nadie, excepto nosotros mismos, y si no nos importan los demás. Si sólo estamos interesados en el "yo", esa es una forma de esclavitud. Personas en esa condición no saben lo que es amar, no saben lo que es sentirse amado y no conocen lo más importante de la vida. La vida no consiste en las cosas materiales, sino en amar a Dios y ser amado por él y en dar a conocer ese amor a los demás.
Si usted se pone a creer lo que la gente dice de usted; por ejemplo, que usted no tiene remedio, que usted es un caso perdido, que no tiene esperanza, que no vale la pena, que nunca llegará a ser nada; o, si no le aceptan porque está marcado por algo que sucedió en su vida, o porque es ignorante, es un tonto, etc. Vea, muchas personas se criaron en ambientes en que se les insultaba y se les amenazaba constantemente. Cada vez que alguien les decía algo negativo, era como si les estuvieran poniendo una cadena a sus sentimientos y emociones, haciéndolos prisioneros y cautivos de esas cosas negativas. Lamentablemente, hay muchos niños que se están criando en esa clase de hogar.
-Pastor —me dirá usted-, así es exactamente como yo me siento. ¿Qué puedo hacer al respecto?"
Pues, mire. Lo único que puede hacerle libre es el mensaje redentor del Señor Jesucristo.
Leamos otra vez lo que dice en San Lucas capítulo 4, versículo 18. Dice la Palabra del Señor:
18. El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres.
"El Espíritu del Señor está sobre mí…". ¿Para qué? ¿Para reclutar un gran ejército? ¿Para conseguir todas las armas necesarias y vencer al imperio romano? No, sino "para dar buenas nuevas a los pobres". Y, las "buenas nuevas" no son otra cosa que el Evangelio.
La palabra "evangelio", del griego "euangelion", antes de que se utilizara en el Nuevo Testamento como "buenas nuevas", originalmente significaba "buenas nuevas del campo de batalla". "Euangelion" era la palabra que se utilizaba en un mensaje de victoria diciendo que la batalla había sido ganada. Por eso significa "buenas nuevas": las buenas nuevas de que Dios nos amó de tal manera que envió a su Hijo unigénito, el Señor Jesucristo, a este mundo a morir en una cruz por nosotros. Y cuando él murió en la cruz, Dios Padre cargó sobre él los pecados de toda la humanidad, y al morir pagó la deuda total por nuestros pecados. Y fue sepultado y al tercer día resucitó. Ascendió al cielo y ahora está sentado a la diestra del Padre, intercediendo por todos nosotros.
Entonces, quiere decir que cuando nos convertimos a Cristo y le recibimos como Salvador, en ese momento el poder del Dios omnipotente se manifiesta en nuestra vida, y así es como somos libertados del poder del pecado y de todo lo que nos tiene cautivos y esclavizados.
Es lamentable que son muchos los creyentes que desconocen esta gran verdad, posiblemente porque nadie nunca se los ha explicado y por eso sus vidas no son lo que deberían ser.
Así que, Cristo vino a hacernos libres. Él dice que vino a pregonar y anunciar el Evangelio, que es el único mensaje que tiene el poder de hacernos libres. Desde el primer capítulo de Génesis hasta el último capítulo de Apocalipsis, la Biblia revela el amor de Dios por la humanidad, comenzando con la creación, porque la creación misma es una muestra del amor de Dios por nosotros. Luego, seguimos por toda la Biblia hasta el último capítulo de Apocalipsis, donde nos vemos con el Señor en el cielo. Todo es una revelación del amor de Dios por la humanidad.
Ahora bien, el mensaje del evangelio tiene poder creador en sí, tiene poder para redargüir y revelar lo que hay en el corazón del hombre, pero también tiene el poder para revelarnos a Cristo y su muerte en la cruz, para pagar por nuestros pecados, y que en el momento que le recibimos como Salvador algo maravilloso sucede en nuestra vida.
Yo oí el mensaje del evangelio cuando tenía doce años de edad, y desde entonces mi vida cambió. Algunos lo han oído a los 20, 30, 40, 50 o 60 años de edad, y desde entonces sus vidas han cambiado. Cristo transformó nuestras vidas. Él hizo de nosotros criaturas nuevas, es decir, criaturas que antes no éramos, y nunca jamás volveremos a ser lo que antes éramos.
¿Qué hizo ese cambio posible? Pues, no fue alguien que predicó un mensaje muy bonito, sino fue el poder del Evangelio de Cristo, que revela el mensaje del amor de Dios por una humanidad pecaminosa y perdida.
Pero quiero decirle, mi estimado lector, que Cristo puede transformar su vida. Él puede darle una vida nueva. Tal es el poder del Evangelio de Cristo. Porque no importa cuán bajo usted haya caído, él puede rescatarle. Por más enemigo que usted sea de Dios, él puede reconciliarle consigo mismo. Él es un Padre celestial amoroso y misericordioso que está dispuesto a redimirle, salvarle, libertarle de todo lo que le cautiva y esclaviza y hacer de usted una criatura nueva. Lo único que usted tiene que hacer es reconocer que es pecador, que está perdido, pedirle perdón y recibir a Cristo como su Salvador, invitándole a entrar en su corazón.
Cristo tiene el poder de libertarle del poder de cualquier pecado o vicio que le tenga esclavizado. Y ¿cómo se convierte esto en una realidad? Pues, al oír el mensaje de amor, el mensaje de la gracia y bondad de Dios para con nosotros, sin tomar en cuenta para nada nuestros méritos; es al oír este mensaje y creerlo y aceptarlo y aplicarlo a nuestra vida, entonces, algo maravilloso sucede: comenzamos una vida nueva y somos libertados del poder del pecado y de lo que nos tiene cautivos.
Ahora, si usted no cree esto y tiene duda de que Dios pueda libertarle del poder del pecado, póngase a pensar que si Dios creó este universo de la nada, ¿no le parece que también tiene el poder para libertarle?
Bien, podría decir muchas cosas más en cuanto a esto. Pero mejor voy a leer una carta que expresa de una manera clara lo que he estado tratando de explicar en este mensaje. Esta carta viene de alguien que está en una cárcel -y quiero decirle que hay muchos en las cárceles que son más libres que muchos que no están en la cárcel-. Así que, présteme toda su atención, porque no importa lo que usted haya hecho o dónde haya estado, la gracia, la misericordia y el amor de Dios pueden llegar hasta donde usted esté y hacerle libre, ahora mismo. Bien, la carta dice:
"Estimado Charles Stanley: Soy un hombre de 29 años de edad que he pasado más de la mitad de mi vida en reformatorios y penitenciarias. A los 14 años de edad traté de quitarme la vida, pero milagrosamente me salvaron. Desde entonces mi vida ha ido de mal en peor. Nunca he perdido mi fe en Cristo, y sé que un día el Señor me ganará para sí. Sin embargo, después de 15 años de estar en esta situación desesperante, de abuso de las drogas, de alcoholismo, de delincuencia, de sectas falsas, de enseñanzas erróneas y de no tener esperanza en nadie, me sentía sumamente desesperanzado.
"En 1994, en California, me pusieron en libertad condicional, pero salí huyendo de ese estado. Y después de recorrer miles de kilómetros, viviendo en otros estados, y después de muchos delitos terminé otra vez en la penitenciaría, aquí en Pensilvania.
"Muchas veces había oído a la gente decir que si andamos en el Espíritu no seguiremos los deseos de la carne. Pero la verdad es que nunca me han explicado bien lo que eso significa. Por más que trataba y luchaba, nunca había podido hacerlo.
"Un día, el bibliotecario de la penitenciaría trajo su biblioteca móvil a nuestro salón de celdas, Cuando llegó donde yo estaba, sólo quedaba un libro, el que usted escribió: La maravillosa vida llena del Espíritu.
"Me acordé que muchas veces lo había visto a usted en la televisión y muchas veces lo oí hablar de la gracia de Dios en Cristo Jesús; recuerdo que los ojos se me llenaban de lágrimas. Pero yo estaba convencido de que nunca podría vivir una vida libre y de victoria en Cristo. Sin embargo, al leer su libro fue como si Dios me estuviera hablando personalmente. Con cada página que leía me decía a mí mismo: ‘¡Ah! Así me siento yo ¡Esto es para mí! ¡Esa es mi condición!’
"¡Bendito sea el Señor! Ahora él ha cambiado mi vida de una manera tan maravillosa, que ni siquiera puedo expresarlo con palabras. Ahora en mi corazón reinan una gran paz, un gran gozo y una gran tranquilidad, sin necesidad de luchar ni esforzarme por ello. Cosas de las que nunca pensé que me podría deshacer, han sido cortadas de mi vida por Cristo. Mi vida ha sido transformada por completo.
"Por supuesto, siempre están presentes las tentaciones y las pruebas, pero ya no las veo como antes. Ninguno de los psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales que me trataron pudo ayudarme. Todos me habían desahuciado y habían perdido la esperanza en mí, hasta mi propia familia, y aun yo mismo había llegado a esa conclusión. Era cautivo, tenía miedo, me sentía un desgraciado, estaba esclavizado, perdido y sin esperanza. Pero ahora estoy lleno de gozo y abundo es esperanza. Ahora soy libre, verdaderamente libre, caminando con Cristo y conociéndole más y más. Yo era una de las personas más amargadas y crueles de este mundo. Pero ahora estoy lleno del amor y de la paz incomparables de Cristo y de gloria en él.
"El próximo año saldré de la penitenciaría y voy a matricularme en una universidad cristiana. Luego, quiero ir al seminario, para prepararme para predicar y enseñar el Evangelio donde quiera que el Señor me guíe con su Espíritu.
"Hermano Charles, usted me ha dado en Cristo más de lo que jamás pueda expresar, y puedo decirle sinceramente que le amo. Doy gloria a Dios porque, gracias a su fidelidad al Señor, hermano, muchas vidas están siendo transformadas por Cristo en esta penitenciaría".
Ahora, mi amable lector, yo no sé en qué situación se encuentre usted ni cuáles sean las circunstancias de su vida. Pero sí sé algo: que no hay situación en la que el Señor no pueda tenderle la mano, no hay esclavitud de la que él no pueda libertarle, no está tan perdido que él no pueda salvarle y no está tan alejado que él no pueda hallarle y reconciliarle consigo mismo. Porque él es un Padre celestial amoroso y misericordioso que nunca nos deja ni nos desampara.
En el caso de este hombre, todos le habían abandonado y desahuciado: los psicólogos, los psiquiatras, los trabajadores sociales, los especialistas, su familia y aun él mismo. Pero nuestro amoroso Padre celestial nunca nos deja ni nos desampara.
No sé en qué clase de esclavitud usted se encuentre. Tal vez usted aún no se haya convertido a Cristo. Pero permítame decirle que hay un Dios Padre amoroso y misericordioso que está tendiéndole la mano, y sólo espera que usted le diga: "Padre celestial, te pido que me perdones todos mis pecados. Yo sé que Cristo murió por mí y pagó la deuda de mis pecados. Yo creo eso y lo acepto, y ahora quiero recibirle por la fe como mi Salvador".
En el momento que usted le diga esto, Cristo entrará en su vida, le perdonará, le limpiará de todo pecado, le libertará de todo lo que lo tenga cautivo y le llenará de su gozo y paz inefables. Entonces usted será verdaderamente libre.