Cómo triunfar sobre la tentación
por Charles F. Stanley
La palabra tentación tiene un significado distinto
para cada persona. Algunos tienen problemas para controlar su lengua, en tanto
que otros batallan con el impulso de usar drogas o de consumir demasiado
alcohol. Muchos luchan una guerra secreta con sus apetitos sexuales.
No importa con lo que usted esté luchando, sepa que
no está solo, que no es la única persona que tiene dificultades para tomar
las decisiones correctas. La tentación ha sido definida como "la
atracción a cometer un acto imprudente o inmoral, especialmente por una
recompensa ofrecida (o percibida)". Eso es lo que hace que el proceso de
tomar una decisión produzca mucha tensión. La buena opción puede parecer
poco atractiva superficialmente, en tanto que la negativa tiene un atractivo
especial.
Sentimos tensión cuando estamos decidiendo entre lo
que debemos y lo que no debemos hacer. Esta lucha no es imaginaria; el
cuestionamiento "debo o no debo" no es un ejercicio intelectual
aislado. Se está librando una verdadera guerra dentro de nosotros.
La raíz de este conflicto se llama pecado. Por
naturaleza todos hemos nacido pecadores y estamos separados de Dios; es decir,
tenemos un deseo nato de vivir como queremos en lugar de hacerlo como Dios lo
prescribe. La única solución para esta separación de Dios está en su Hijo
Jesucristo que murió en la cruz para pagar el castigo por el pecado y
reconciliarnos a Dios (Romanos 6:23; Juan 3:16).
¿Por qué parece tan bueno?
Cuando aceptamos el hecho de que Cristo ya pagó
por el pecado y confiamos en Él como salvador, oficialmente hemos muerto al
pecado. ¿Qué quiere decir esto? Muerto significa que el pecado ya no
tiene poder para forzarnos a hacer o pensar nada (Romanos 6:1-3, 10-14). Por
supuesto que el pecado todavía existe como influencia, pero su reinado ha
sido destruido; tiene acceso a nosotros, pero no autoridad sobre nosotros.
Somos libres para optar en contra del pecado; su dominio ha sido destrozado .
Como creyentes, somos libres para decir "no".
En Cristo tenemos una vida nueva y un espíritu nuevo
(2 Corintios 5:17). El Espíritu Santo que habita en nosotros desde el momento
en que depositamos nuestra confianza en Jesús, nos capacita para elegir la
obediencia en lugar de la rebeldía. Aún así, la atracción hacia el pecado
a veces puede ser demasiado fuerte.
El atractivo es real
Es importante entender que nuestros deseos
naturales nos fueron dados por Dios y que son legítimos. Por ejemplo, no hay
nada malo en querer comer. Pero cuando queremos comer más, o menos, de lo que
debemos, o queremos estar a la moda aunque de alguna manera perjudique nuestro
cuerpo, el deseo es ilegítimo. Siempre que sobrepasemos los límites del amor
que Dios ha estipulado entramos en terreno pecaminoso.
La primera reacción cuando caemos en tentación es
culpar a otra persona o atribuirlo a defectos de nuestra personalidad.
"Mi amigo me empujó a hacerlo", tratamos de explicar; o: "Así
me educaron mis padres; no puedo evitarlo". Esa táctica de desviar la
culpa hacia los demás no es nueva. Cuando Dios buscó a Adán en el Huerto
del Edén después de haber pecado, Adán culpó a Eva (Génesis 3:12).
¿Por qué hacemos esto? Es difícil admitir que el
problema está en nosotros. Es probable que muchas veces hayamos oído la
excusa: "El diablo me obligó a hacerlo", y que nosotros mismos la
hayamos usado. En efecto, frecuentemente Satanás juega un papel en la
tentación; pero esa frase simplemente no es verdad.
Satanás jamás puede obligarnos a hacer nada.
Su poder se limita a la manipulación y al engaño (2 Corintios 11:3); Juan
8:44). Puede impulsarnos a tener muchos deseos de hacer o decir algo, pero
literalmente no puede forzarnos a hacerlo. Sí, Satanás es un enemigo
formidable y su intención de hacernos caer en sus trampas y sus lazos nunca
cambia. El Señor Jesús nos advirtió: ". . él ha sido homicida desde
el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él.
Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de
mentira" (Juan 8:44).
La Palabra de Dios en 1 Tesalonicenses 3:5 y Mateo 4:3
se refiere a Satanás como el tentador, el responsable de inducir a muchos a
descarriarse. Constantemente busca nuestros puntos débiles y vulnerables y
los explota cuando tiene oportunidad de hacerlo (1 Pedro 5:8). No obstante,
como nos asegura Job 1:12, sus facultades son limitadas por Dios.
Por otra parte, Dios no nos tienta a pecar; su
carácter no le permite hacerlo. De ninguna manera puede el Dios santo y
todopoderoso estar asociado con el pecado. Santiago 1:13-14 dice: "Cuando
alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no
puede ser tentado por el mal, ni Él tienta a nadie; sino que cada uno es
tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido".
No importan ni la presión, ni los incentivos, ni los
detalles atractivos, la Escritura dice claramente que nosotros somos los
responsables de nuestro pecado y nadie más. Cuando somos tentados, podemos
decir sí o no; la decisión es nuestra. Y pese a la influencia fuerte y
negativa de la tentación podemos hacer la elección correcta con la ayuda de
Dios. Al reconocer la verdadera naturaleza del conflicto, estamos preparados
para poner la Palabra de Dios en acción ante cualquier desafío.