Vaciladas sobre sexo


Cada uno cuenta sus experiencias personales, que parecen experiencias de película de Spielberg porque, aayy, para creerse lo que cuentan algunos, con efectos especiales y todo..., es como en el parchís.
Que te comes una y cuentas veinte. El primero en intervenir es el del palillo, que comenta:
-El otro día eché un polvo y los del cuadro de La última cena que tengo en la pared se pusieron a hacer la ola.
Los comentarios del resto de los contertulios son de incredulidad:
-Uupsss, no jodas.
Cuando cuenta su historia, le gusta que los demás digan eso de « qué monstruo!».
-¿Tú te acuerdas de las dos alemanas que estuvieron en el bar la semana pasada? Pues a las dos me las tiré: hicimos un ménage a trois.
-Pues yo el otro día eché un polvo con una americana.
-¿Y qué tal?
-Mucho calor. Me la tuve que quitar.
El problema llega cuando uno de los contertulios se cree absolutamente todo lo que cuentan los demás. Este personaje escucha. Asimila. pero no participa. En realidad. le ocurre igual que a los demás: no tiene experiencias que contar, pero no es ése su problema.
Lo que pasa es que tampoco tiene imaginación para inventarse aventuras, lo que le hace verdaderamente peligroso, porque luego quiere practicar en su propia casa. Con su señora, lo que ha oído a los amigos, lo que entraña un peligro evidente.
Recuerdo el caso hiriente de uno de estos personajes, que llegó a su casa convencido de que las historias que le habían contado sus colegas eran reales. Así, estaba dispuesto a poner en práctica las experiencias escuchadas de boca de sus amigos. El peligro viene precisamente de que este individuo se sabía la letra, pero desconocía la música.
-Hola -saluda a su esposa-, te voy a hacer el amor como nunca, Maribe. Vas a disfrutar como nunca, Maribe.
-¿Y qué tengo que hacer? -pregunta ella.
-Tú, nada, porque haces la parte pasiva. La parte activa la hago yo, que soy el macho.
Ella se queda un poco acojonada, porque es tan ignorante en cuestiones de sexo que incluso pensaba que «fornicar» era una tarjeta de crédito.
-Te lo voy a explicar: tú té desnudas y te tumbas sobre la cama. Yo me desnudo y me subo encima del armario. Cuando estés preparada, apagas la luz y yo me lanzo. Cuando notes el impacto vas a disfrutar como nunca, Maribe.
Y así lo hicieron: ella se tumbó sobre la cama, él se subió al armario (lo que le costó un huevo). Una vez encima del armario, le dijo a su señora:
-¿Estás preparada, Maribe?
-Sí -contestó ella.
-Pues apaga la luz, Maribe.
Y ella apagó la luz. Un ambiente erótico, una lascivia intrínseca, una libido tensa... A los diecisiete minutos ella se queda un poco fría, por lo que le hace un comentario a su esposo de forma cariñosa y amable, como ella acostumbra:
-¿Vamos a estar así toda la noche?
-Espera un poco, Maribe, porque si tú sabes cuándo es el impacto, no disfrutas lo mismo, Maribe.
A los treinta y dos minutos él decide lanzarse. Como es lógico, al cabo de todo ese rato con la luz apagada, el individuo ha perdido el norte, no tiene ni puta idea de dónde está la cama y, claro, se calzó una hostia de las buenas.
Como cayó en tirabuzón, se enganchó los pies con los barrotes de atrás de la cama y se provocó un esguince con fractura de malévolo, se interesó el abductor y el gemelo de la pierna derecha, y los ligamentos externos e internos de la rodilla saltaron junto con el menisco, todos al unísono. Fue cuando el tipo dijo por primera vez:
-¡Aaaaaagggggghhhhhh!
Encima, como había caído entre la cama y la pared, y estaba desnudo, y la pared estaba pintada al gotelé, mientras bajaba se fue raspando la espalda. A continuación se golpeó contra los tiradores de los cajones de la mesilla (que podía haber tenido dos, pero tenía cinco) con lo que se dejó los aros olímpicos grabados en la frente. Por último, dio con los morros en el suelo, que fue cuando él se queda bidente, o sea, con dos dientes nada más.
De nuevo, dijo:
-¡Aaaaaagggghhhhhhhh!
Fue entonces cuando su señora comentó:
-Mira, no me gusta nada de esta forma, porque disfrutas tú sólo.


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