Porque florece el mundo
al encontrarnos
en este cotidiano ir y venir
de la existencia
ver (s) ifico tu nombre,
mujer,
ya que la melodía
estelar del universo
oculto entre modelos y conflagraciones
poco añade a nuestra
morbidez humana
constituida por algunos
triunfos
y fallas recurrentes
—bitácora de un viaje
interminable
recogido en la vida
que agrieta el maizal atardecido
y cada grito infantil de
la naturaleza
que cruza paisajes desmedidos.
Ningún misticismo
sella la puerta
que niega la intemperie,
cuando la noche
brilla sin embargo en nuestro
espacio, ni la grandeza
de la historia esplende
en la hogaza de pan
que los cuerpos reúne,
individuados,
y el vino euforiza cuando
los resquemores
por la alharaca sin tino
de los dioses
por la muerte y el posterior
desorden
asedia, desde el metal que
cruje
dilatado de fantasmas, el
cansancio
que nos entrega el sueño
sin campanarios
ni duendes o ángeles
que asusten esta elemental sustancia
que nos revela entidades
de un mundo, sin cortes,
pero continuo de orfandad
y encuentro.
Buenos Aires, agosto, 1998.