Gorilas sin careta


Augusto Hernández


Si en Venezuela imperaran las condiciones que muchos opositores se empeñan en pregonar como prueba de la existencia de un régimen autoritario, intransigente y arbitrario, ni la marcha del jueves 10 de abril, ni el paro del 21 ni, desde luego, la comparsa de generales y almirantes al pie del obelisco se hubieran producido.


Si esto fuera no digamos una dictadura sino tan siquiera una democracia al estilo de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni o Caldera (que, según dicen los socios de la Coordinadora Democrática, fueron grandes demócratas) las cárceles estarían llenas de civiles acusados de conspirar contra el sistema.

La Digepol o la Seguridad Nacional no habrían tenido ningún titubeo para inundar de bombas lacrimógenas cualquier universidad donde se imprimieran afiches contra el Gobierno.

Los allanamientos o visitas domiciliarias de madrugada, para detener opositores, se harían en presencia de vecinos aterrorizados, mirando a hurtadillas por intersticios de las ventanas. El que saliera a tomar fotos o protestar sería remolcado a una cárcel desconocida por los mismos esbirros, sin fecha fija de retorno, ni garantías para su integridad física.

Fedecámaras, la CTV chimba, las ONG y los partidos de la Coordinadora Democrática habrían sido ilegalizados hace rato, sus sedes allanadas y sus archivos incautados.

En lo que respecta a la radio y la televisión, la sola presentación de una persona instigando a derrocar al Gobierno o la enunciación de cualquiera de los insultos que le espetan con toda tranquilidad al Presidente de la República, llamándolo loco y otras lindezas, serían causa más que sobrada para que las autoridades revocaran la licencia y dictaran un cierre definitivo.

En cuanto a los militares, la idea de un alto oficial voceando su descontento por televisión, o aunque fuera en una reunión íntima, le habría valido arresto inmediato, la salida del cargo y su expulsión inmediata de la FAN, así como varios años de cárcel por el delito de rebelión.

Lo que está ocurriendo es, sencillamente, el segundo capítulo del libreto que pusieron en escena el 11 de abril, con la obra tragicómica que el público conoce como "la carmonada".

Los dictadores no son los que están sino los que intentan derrocar a este gobierno democrático.

Los gorilas se quitaron la careta.