"Sumo, Sumo". Pasadas las nueve de la noche los cánticos que habían bajado desordenados desde las gradas del Anfiteatro Municipal de Verano se unieron en un reclamo compacto. Ese nombre, elevado a grito por las casi 6.000 personas que le dieron al primer recital conjunto de Divididos y Las Pelotas el marco de evento rockero del año en Uruguay era, en tanto, motivo de discusión en la carpa instalada detrás del escenario. "Yo no toco", soltó terminante el bajista Diego Arnedo. Y no hubo negociación posible. Ricardo Mollo y Alejandro Sokol, cantantes de Divididos y Las Pelotas, tomaron la posta y escribieron frente a la muchedumbre un telegrama a dos voces que sonó como un acto de magia fallido . "Disculpen pero hoy no se dio". Y, entonces, Sumo sin Luca Prodan no sucedió. Ni siquiera en el exilio montevideano.
La casualidad quiso que este show, que comprometió a todos los que alguna vez integraron Sumo, tuviera lugar el día en el que Prodan hubiera cumplido cuarenta y tres años. Tal vez por eso, cuando las luces se apagaron definitivamente y bajaron los primeros silbidos medidos, si se compara con lo que podría haber sucedido en Buenos Aires, su hermano Andrea, quien fue invitado por la producción así como el saxofonista Roberto Pettinato y el baterista Alberto Troglio, asumió la responsabilidad de llenar el vacío.
"Vamos a tener un cumpleaños de la puta madre", se largó desbocado por la emoción mientras muchos uruguayos, es lógico, se preguntaban quién era. Acto seguido, encabezó una zapada deshilachada que sumó a Pettinato, Germán Daffunchio y el resto de Las Pelotas.
El menor de la familia Prodan rompió un pie de micrófono, se vació un litro y medio de agua mineral sobre la cabeza y reptó por el largo escenario generando el momento más parecido al caos que supo ser Sumo, aunque su sentida interpretación transitara la cornisa del papelón. A esa altura de los acontecimientos, casi escapando, Mollo y Arnedo apuraban el regreso en taxi al hotel en el centro de la ciudad donde se alojó la tropa de Divididos. Todo esto -la especulación con la reunión, la indecisión de los músicos, las emociones mezcladas- no hubiera sido posible sin la expectativa del público que en Montevideo agotó las entradas para el show del sábado diez días antes. Y sin los casi mil argentinos que se decidieron a cruzar el charco. Las banderas (Temperley, Lanús, Ciudadela) le daban al graderío un color bonaerense que, sin embargo, no era excluyente.
Por caso, tres santafesinos, que instalaron su carpa en las barrancas del Parque Rodó, cruzaron en balsa de Rosario hasta Victoria y desde allí se largaron como fuera hasta Montevideo en un viaje que les llevó un día entero. Otros tomaron la promoción de Buquebús, que por sesenta y seis pesos completaba el viaje hasta Montevideo y la entrada al show.
La mezcla de público no resultó en nada explosiva. Las barras argentinas largaban sus estribillos de amor a Divididos y Las Pelotas y las palabras circulaban como en el juego del teléfono descompuesto hasta llegar a la mayoría oriental. No había pogo, el bailecito de los empujones con que los fans festejan los momentos más intensos del show, pero sí parejas con el entrañable termo de mate bajo el brazo. Dijo Diego, treinta y cinco, montevideano: "Yo vi a Sumo en 1986 acá y no me lo voy a olvidar nunca. Hoy vine a ver qué pasaba con los que quedaron y no me siento defraudado porque no hayan hecho un tema juntos, aunque me hubiera gustado".
Se ha dicho, hasta el hartazgo, que Las Pelotas se quedó con el alma de Sumo mientras Divididos se guardó la polenta. Más que eso, en la mesa de negociaciones del final festivo y el escenario -shows de una hora con el sistema de sonido como enemigo- quedaron expuestos los caminos trazados por estos grupos. Divididos, los que apostaron por romper con el pasado musical inmediato y mantener la forma de vida. Y Las Pelotas, quienes eligieron quebrar con la forma de vida, instalarse en las sierras y no dejar tan atrás el pasado. A los primeros, el éxito se les volvió un bumerán de cuyos efectos aún se están reponiendo. A los otros, el ascenso a Primera les llegó lento y paulatino.
Hoy, que las cosas están parejas, Montevideo quiso ser el escenario de un encuentro que lleva diez años de espera. El trío que no quiere olvidarse de que lo llamen La aplanadora y la banda que es en sí casi una tribu, cada uno por su lado, anduvieron sueltos una vez más. Es una vieja lección de matemáticas esa que dice que cosas de sustancia tan disímil como la polenta y el alma no suman. Y ésta, lástima, no fue la excepción a la regla.
O ...:
y atomizada la butaca y BRILLAR como mi héroe
A brillar mi amor, vamos a brillar mi amor..."
UN ANTAGONISMO QUE YA LLEVA DOCE AÑOS