Soy fan de Richard Thompson
porque me puedo identificar con algunos de sus
sentimientos. He estado
en el lugar común de la pena de amor, donde Richard ha escrito
el doctorado.
Thompson es
el amo y señor de la canción sufridora, música para
amenizar el azote,
que se puede prolongar
a base de repetir el tema que mejor acomode a la situación: Me
malentendiste; no voy
a arrastrar los pies cuando lleve mis asuntos a otro lado porque el
encanto se acabó;
me siento tan bien que quiero partir el corazón de alguien. Todos
estos
sentimientos enmarcados
en la alta musicalidad de sus composiciones.
Me gusta su
fórmula: comentarios feroces llenos de mala leche, seguido por una
línea
de guitarra en tono amoroso
que explica que tanto odio está generado por el amor.
Para muestra
hay que irse al seminal Shoot out the lights (Hannibal/Rykodisc, 1982)
donde se encuentra documentado
el rompimiento con su entonces esposa Linda, una
lección de cómo
el dolor bien canalizado puede rendir un opus indispensable.
Thompson es
un guitarrista excelso que es reconocido por sus contemporáneos.
Lo
admiran gente como Anton
Fier, quien lo ha invitado a colaborar con Golden Palominos,
Los Lobos, R.E.M., Loudon
Wainwright III, Everything But the Girl y Nick Drake, quien no
puede más que
dar fe discográfica porque ya murió.
Encuentro
en su música el soundtrack perfecto para cuando estoy enamorada,
decepcionada, tratando
de olvidar y/o recordar el sentimiento perdido o en el inter que
sucede algo que represente
una carga emocional y me haga falta un paño de lágrimas
musical.