Los Ratones presentan "Electroshock" en Obras
En el nuevo bar del Zorrito Quintiero, en Las Cañitas, Los Ratones Paranoicos, la banda para la que toca el bajo desde hace poco más de un año, está reunida. Los músicos van y vienen, ríen, beben y gesticulan, cumpliendo con honor el axioma del rock and roll de divertirse cueste lo que cueste. "Somos un grupo diferente -dice Juanse, cantante y líder indiscutido, con un trago de vodka con naranja en la mano-. Es difícil tratar de imitarnos, más difícil que a los Stones".
Hoy, los Ratones presentarán en el estadio Obras su nuevo disco, "Electroshock", y el cantante promete que "habrá sorpresas que no voy a revelar, y varios homenajes. A Vicente Rubino, por ejemplo". Su comentario arranca carcajadas de sus compañeros y Sarcófago, el guitarrista, agrega que él le va a hacer un homenaje personal a su hígado, lo que genera nuevas risas.
El Zorrito Quintiero, además, estrenará un nuevo bajo. "Es un Gibson de caja del año 62, intacto. Lo compré en Nueva York, en un negocio de la calle 48 que tiene un argentino, que vende bajos y guitarras muy buenos. Siempre tiene algo que te rompe la cabeza", agrega el ahora bajista, apurado, porque tiene que llevar a su esposa al cine.
Cuando Pablo Memi, histórico bajista paranoico, decidió dejar la banda, la elección de su reemplazante no fue difícil. Aunque suene extraño que el que en un momento fue llamado el cuarto Soda, por sus dos años de tocar teclados con el trío pop por excelencia, y que también toco con Charly, termine haciendo rock del crudo.
"Me encanta el rock and roll y estar con ellos. Es una banda de amigos _agrega antes de irse_, con Juanse habíamos hecho mucha base, como amigos y también tocando el bajo en una banda que él tuvo que se llamaba Pappo Juanse Roll Band. Y siempre fui a ver mucho a los Ratones en vivo porque yo soy de Villa Urquiza y ellos de Devoto, un barrio vecino que tenía mucho más rock que el mío."
Música y gastronomía
Juanse, como siempre, aporta una visión más glamorosa del asunto. "El Zorrito trajo energía nueva y comida, que es lo más importante. La posibilidad de ir a restaurantes de diferentes estilos y probar platos. Eso nos permite encarar la tarea con mayor optimismo; hay otros objetivos ahora: unos ñoquis al fileto, una napolitana, o cosas más refinadas, como sushi."
El cantante paranoico no quiere hablar de cuando anunció, tras la aparición de su disco solista que los Ratones no existían más. Ahora dice que fue una confusión. "Aporta más que el grupo exista", dice enigmáticamente. Cuando se le piden más precisiones, arremete contra todo. "La estética está en decadencia, los grupos y los artistas están desesperados por comer y en algún momento de su vida dejan de lado lo que en principio primó, que fue el arte. Afortunadamente, nosotros pudimos estar bien desde el punto de vista comercial, haciendo lo que se nos canta el cerebro." Dice que su función básica y fundamental es tocar rock and roll, "una función cultural", insiste, y el verdadero sentido de su expresión lo completa diciendo que, en sus constantes giras por el interior, lo que importa es "armar espectáculos que giren exclusivamente alrededor del rock and roll, y eso incluye que ya la llegada al pueblo sea un acontecimiento inolvidable, como cuando llegaba un circo".
Su filosofía de rocker se basa en tocar y tocar, mucho, y con quienes estén dispuestos. "Con Pappo llegamos a la conclusion que tocamos bien porque practicamos, no porque alguien te ilumina", y eso lo logra, con asiduidad semanal, en el bar que puso en el paseo de La Infanta, junto al Perico Bahiano. "No es un bar, es un club de rock. Y discoteca de rock and roll. Y todos los jueves y viernes, los días que está abierto, en el momento de mayor afluencia de gente se arma una zapada con los músicos que hayan venido. Esto demuestra que todos quieren rock y que, para cantar rock and roll es esencial tener el pelo largo y una buena voz", dice, parafraseando a Manal, y todos los que lo rodean festejan su ocurrencia.
Adriana Franco