Esta es la historia de un hombre cualquiera
que una tarde marchita de domingo pegado al transistor, sufre y espera a que den el resultado del partido. Suena un tango que aflora
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más consuelo que esperar el vaivén de la fortuna rescatar del baúl el traje nuevo ir con la novia al cine donde explora con inútil pasión sus blandos senos y mientras Marlon Brando en la pantalla baila un tango en París vuelve el recuerdo del arbitro traidor ¿cómo es posible que un penalti desaga tantos sueños? Y a las ocho, se acostarán por fin en aquel viejo cuartucho de pensión la misma cama de la manta amarilla el mismo miedo a manchar el colchón donde abandonan arrugados los últimos esfuerzos de la tarde marchita de domingo que abre la oscura puerta del silencio como una mano blanda y taciturna cuando los verdes dedos del invierno hayan ido cerrándose cansados sucios, ajados, turbios, polvorientos hasta llenar de frío las papeleras donde agoniza el corazón del tiempo. |