La historia de los
espejos.
«Cuentan los viejos más viejos que la luna se
nació aquí mismo, en la selva. Cuentan que hace muchos
tiempos, los dioses se habían quedado dormidos, cansados de
tanto jugar y de mucho hacer. Estaba el mundo un poco silencio.
Callado se estaba. Pero un lloriqueo quedito empezó a sonarse
allá en la montaña. Resulta que a los dioses se les
había quedado olvidada una laguna en medio de la
montaña. Cuando repartieron las cosas de la Tierra, les vino
sobrando esta lagunita y, por no saber dónde ponerla, la
dejaron por ahí botada, en medio de unos cerros tan grandes
que nadie se entraba en ellos. Entonces la tal lagunita estaba
llorándose porque estaba sola. Y así como estaba en su
chilladera, a la Ceiba madre, la sostenedora del mundo, se le puso
triste el corazón por su lloradera de la lagunita.
Recogiéndose sus grandes naguas blancas se acercó la
Ceiba hasta donde se estaba la lagunita.
«¿Qué te pasa, pues? le pregunta la
Ceiba al agita que ya parecía un charquito nomás, por
culpa de su tanta chilladera.
«No quiero estar sola dijo la lagunita.
«Bueno, yo me quedaré a tu lado dijo la
Ceiba, la sostenedora del mundo.
«No quiero estar aquí dijo la lagunita.
«Bueno, yo te llevaré conmigo dijo la
Ceiba.
«No quiero estar abajo, pegada a la tierra. Quiero ser
alta. Como tú dijo la lagunita.
«Bueno, te levantaré hasta mi cabeza. Pero
sólo por un rato, porque el viento es malhora y te puede tirar
dijo la Ceiba.
«Como pudo, la Ceiba madre se arremangó sus naguas y
se agachó para tomar en sus brazos la lagunita. Con cuidado,
porque era la madre, la sostenedora del mundo, la Ceiba,
colocó la lagunita sobre su copete. Despacio se
incorporó la Ceiba madre, teniendo cuidado de no derramar ni
una gota del agua de la lagunita, porque veía la Ceiba madre
que muy flaquita se estaba la lagunita.
«Cuando ya estaba arriba la lagunita exclamó:
«Está bien alegre acá arriba.
¡Llévame a conocer el mundo! ¡Quiero verlo todo!
«El mundo es muy grande, niña, y allá
arriba te puedes caer dijo la Ceiba.
«¡No importa! ¡Llévame!
insistió la lagunita y empezó a hacer como se
lloraba.
«La Ceiba madre no quiso que se llorara tanto la lagunita,
así que empezó a caminar, muy derechita, con ella sobre
la cabeza. Desde entonces las mujeres aprendieron a caminar con el
cántaro lleno de agua en la cabeza, sin que se les caiga ni
una gota. Como la madre Ceiba caminan las mujeres de la selva cuando
traen el agua del arroyo. Derecha la espalda, levantada la cabeza, y
un paso como de nubes en verano. Así camina la mujer cuando
lleva, en lo alto, el agua que alivia.
«Buena para la caminada era la Ceiba madre, porque en esos
tiempos los árboles no se estaban quietos, sino que se andaban
de un lado para otro, haciendo hijos y llenando de árboles el
mundo. Pero el viento andaba por ahí, silbando de aburrido. Y
entonces la vio a la Ceiba madre y quiso jugar a levantarle las
naguas con un manotazo. Pero la Ceiba se enojó y le dijo:
«¡Estate silencio, viento! ¿Qué no ves
que llevo en la cabeza una lagunita lloradora y caprichuda?
«Hasta entonces el viento la miró a la lagunita,
asomada allá arriba, en el rizado copete de la Ceiba. Bonita
la miró el viento a la lagunita, y pensó de enamorarla.
Y se fue el viento hasta arriba de la cabeza de la Ceiba y
empezó a hablarle palabras bonitas en el oído de la
lagunita. La lagunita, pues, lueguito que se puso a modo y le dijo al
viento:
«Si me paseas por el mundo, ¡entonces me voy
contigo!
«El viento ni se lo pensó dos veces. Se hizo un
caballo de nubes y en ancas se llevó a la lagunita, tan aprisa
que la Ceiba madre ni cuenta se dio de cuándo le quitaron a la
lagunita de la cabeza.
«Buen rato que se anduvo paseando la lagunita con el viento.
Que muy bonita que era, le decía el viento a la lagunita. Que
qué chula la condenada, que cuál sed no se
aliviaría con el agua que se tenía la lagunita, que
cómo no hundirse en ella, y muchas cosas le decía el
viento para convencerla a la lagunita de hacerse un amor en un
rincón de la madrugada. Y bien que se lo creyó todo lo
que le decía el viento. Y cada que pasaban por encima de un
charco de agua o de un lago, la lagunita aprovechaba para mirarse
reflejada y se arreglaba el húmedo pelo y se entornaba los
ojos líquidos y gestos de coquetería se hacía
con sus olitas en su cara redonda.
«Pero puro andar de un lado pa' otro quería la
lagunita y nada de hacerse un amor en un rincón de la
madrugada y el viento como que se fastidió y se la
llevó bien alto y ahí nomás pegó un
relincho y reparó y aventó a la lagunita y cayendo se
fue la lagunita y como muy alto estaba pues mucho se tardaba en caer
y seguro se hubiera dado un buen golpe si no es porque unas estrellas
la miraron que se caía y como pudieron fueron y la prendieron
con sus puntas. Siete estrellas la agarraron por los lados y, como
sábana, se la levantaron de nuevo hasta el cielo.
Pálida quedó la lagunita por el miedo que le dio que se
caía. Y como ya no quiso bajar a la tierra, le pidió a
las estrellas que la dejaran quedar con ellas.
«Bueno le dijeron las estrellas, pero
tendrás que ir con nosotros para donde vamos.
«Sí les respondió la
lagunita, yo me camino con ustedes.
«Pero la lagunita se ponía triste de andar siempre el
mismo camino y se daba otra vez a la chilladera. Así, con su
lloradera, se despertaron los dioses y se fueron a ver qué
pasaba o de dónde venía esa chilladera y vieron a la
lagunita, jalada por siete estrellas, cruzando la noche. Cuando
supieron la historia, los dioses se enojaron porque ellos no
habían hecho las lagunas para andar en el cielo, sino para
estar en la tierra. Fueron a donde estaba la lagunita y le dijeron:
«Ya no serás laguna. Las lagunas no viven en el
cielo. Pero como ya no te podemos bajar, entonces te vas a quedar
aquí. Ahora te vas a llamar «luna» y tu castigo, por
coqueta y presumida, será reflejar siempre el pozo donde se
guarda la luz en la Tierra.
«Porque resulta que los dioses habían guardado la luz
adentro de la Tierra y habían hecho un agujero grande y
redondo para que ahí se llegaran a beber las estrellas cuando
la luz y el ánimo se les apagaran. Entonces la luna no tiene
luz, sólo es un espejo que, cuando aparece como luna llena,
refleja de frente el gran agujero de luz donde se beben las
estrellas. Espejo de luz, eso es la luna. Por eso, cuando la luna se
pasea frente a una laguna, el espejo se mira en el espejo. Y como
quiera nunca está contenta ni enojada la luna, es la
malcontenta...
«A la Ceiba madre también la castigaron los dioses por
andar de consentidora. Le prohibieron caminar para que no anduviera
de un lado a otro y le dieron a cargar el mundo, además le
pusieron más doble la piel para que no sintiera lástima
de las lloraderas que escuchaba. Desde entonces, con la piel como de
piedra, la Ceiba madre está de pie y sin moverse. Si se camina
un poquito siquiera, el mundo se cae.
«Así pasó» «Desde entonces la luna
refleja la luz que se guarda dentro de la Tierra. Por eso cuando
encuentra una laguna, la luna se detiene para arreglarse el pelo y la
cara. Por eso también las mujeres, siempre que ven un espejo,
se paran a mirarse. Eso fue regalo de los dioses; a cada mujer le
dieron un pedacito de luna, para que pudiera arreglarse el pelo y la
cara, y para que no le dieran ganas de andar de paseadora y de
subirse al cielo.»