Descansa en paz

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DESCANSE EN PAZ

      En aquella oscura habitación de la UCI, descansaba, al parecer plácidamente, un cuerpo que, con ayuda del cacharro de la respiración asistida, luchaba incansablemente por respirar. Al sonido de su artificial respiración le acompañaba, sincrónicamente, su pulso cardíaco reflejado  mediante numeritos inconexos y pitidos, en otro cacharro de similar calaña a la del primero. Hacia ya seis días que Manuel, Don Manolo para los amigos y clientes de su bar, se debatía entre la vida y la muerte en aquella habitación. En aquellos momentos pasaban veinte minutos de la medianoche, su habitación y parte de la planta estaba vacía y la luz tenue de los aparatejos  sólo estaba acompañaba por la tímida compañía del flexo del celador de guardia que leía en brazos de Morfeo ‘20000 Leguas de viaje submarino’ de Julio Verne.

      Repentinamente, Manuel respiró hondo con tanta fuerza que cualquiera hubiese dicho que era la primera vez que lo hacía. Su mascarilla se empañó cuando exhaló su última gota de aire caliente y los pitidos rítmicos que le acompañaban se tornaron en un único pitido unánime.

      -         No somos nadie. – Dijo una vocecilla amable en la oreja de Manuel, mientras este contemplaba su cuerpo inerte a través del cristal que separaba la habitación del pasillo. 

Mientras tanto, el celador, después de un movimiento brusco que casi le había hecho caer de la silla donde se apoyaba con ayuda de una pared y que había hecho volar por los aires las ‘20000 Leguas de Viaje submarino’ de Julio Verne, se afanaba presto a avisar al equipo de reanimación. 

      Manuel, al oír la vocecilla, giró vacilante su cuello hacía la dirección de donde venía y vio a un hombre apoyado al cristal liando con paciencia un pitillo. Relamió la parte de la cola del papel y ayudándose con las dos manos lo cerró. Se lo llevó a la boca y sacando un mechero de gasolina metálico del bolsillo de su traje de franela negro, lo encendió haciendo una mueca de concentración. Una vez hubo acabado y, a la vez que volvía a guardar el mechero en el mismo sitio donde lo había encontrado, aspiraba con fuerza hasta poner al rojo vivo la punta del pitillo. Después lo cogió con su mano derecha puesta en forma de ‘V’.

     -         Tenga, me parece que hace más falta a usted que a mi. – Dijo el hombre de la vocecilla amable ofreciéndole el cigarrillo mientras soltaba un humo blanquecino por su boca.

     Manuel que había observado toda la escena con admiración había bajado su mirada hacia el cigarrillo y luchaba indeciso por tomar una decisión.

     -         Vamos – continuó diciendo la vocecilla – ahora ya no le puede hacer ningún daño. Está muerto.

     -         Ho... hombre, pues si me lo pinta usted así...

     Y diciendo esto Manuel se llevó a la boca aquel pitillo que le supo a gloria. Una vez todo aquel humo hubo invadido sus pulmones sintió un enorme alivio interior. Hacia tantos meses...

     -         Bien, ahora ya podemos hablar cómodamente. Mi nombre es Nathaniel, soy del departamento de ángeles negros, del Infierno, ya sabe. He venido a llevarte conmigo. – Dijo con naturalidad mientras un equipo al completo de reanimación entraba al completo en la habitación de Manuel.

-         No tan deprisa, Nathaniel. – Otra voz a su espalda sobresaltó la tranquilidad que estaba experimentado Manuel con aquel cigarrillo. 

Se giró y observó a otro hombre trajeado que se quitaba unas gafas de sol con un movimiento rápido. 

-         ¡Oh, por favor!, ¡Apague eso!, estamos en un hospital, por el amor de Dios. – Le espetó a Manuel. – Vamos, vamos, rápido, ahí tiene un cenicero. – insistió señalándoselo cuando vio su indeterminación. 

Manuel, con reservas y ante el aplomo de aquella voz, decidió hacerle caso y se dirigió despotricando en voz baja de su mala suerte. 

-         Eso está mejor, podemos empezar. Ezequiel, mano derecha de San Pedro. Me encargo de recoger las almas en tierra y llevarlas delante del Santo Padre. – Dijo tendiéndole una mano a Manuel que estrechó con cierta incomodidad. 

-         ¡Ei! Vosotros no tenéis jurisprudencia sobre esta alma. Nos toca por derecho. – Intentó mediar Nathaniel. 

-         ¿A sí?, y ¿qué crimen horrible ha cometido?, porque si no lo tengo entendido mal se tiene que cometer un crimen horrible para caer en vuestras garras. A ver, dime, dime. 

-         Pero, ¿cómo que qué crimen?, pero vamos a ver, dejando a parte que este señor estaba viviendo en pecado, no confesado, por cierto, con una mujer después de que muriera su esposa, dejando aparte eso, su alma nos pertoca, tal y como se muestra en el articulo 43, barra 7, párrafo segundo, punto primero del acuerdo pesquero de la flota de almas firmado el 27 de Mayo del año 456 del tercer advenimiento. 

-         Em, si, si, si, pero ésta es especial, ha sido reclamada por el Santo Padre y los pecados le han sido perdonados. 

-         Pero yo no tengo constancia de eso. A mi nadie me ha comunicado nada. Esta mañana cuando he salido de mi despacho mi secretaria no había recibido ninguna llamada ni ningún fax comunicándolo. 

-         Se habrán olvidado. – Se excusó encogiéndose de hombros Ezequiel. 

-         Pero no os podéis olvidar de algo así. Y ahora, ¿qué hacemos?, ¿nos lo jugamos a los chinos? 

-         No nos lo vamos a jugar a nada, Don Manuel se viene conmigo y punto. Ha sido reclamada y no pienso discutir esto. Esta tarde recibirás la comunicación oficial en tu oficina.  

-         ¡Vaya!, mierda. No te gires, disimula. – Dijo Nathaniel casi susurrando frotándose la frente. 

-         No pronuncies esas palabrotas, Nathaniel. ¿Qué pasa? – Preguntó Ezequiel girándose hacía el pasillo. 

-         ¡Te he dicho que no te gires!. Mierda, ya nos ha visto. Jodidos ángeles. 

Por el pasillo venia otro hombre trajeado con un portafolios en una mano y una rosquilla en la otra. 

-         Ops, los del Purgatorio, ¿quién los habrá llamado? – Preguntó Ezequiel demasiado tarde pues el hombre ya se encontraba a su altura. 

-         El Purgatorio somos todos querido Ezequiel. – Le espetó el tercer hombre con una sonrisa. Después su mirada se dirigió hacia Nathaniel y pronunciando su nombre asintió con una nueva sonrisa. 

-          Dan. – respondió Nathaniel con pocas ganas 

-         He recibido una llamada de uno de nuestros agentes de hospitales. Bien, ¿dónde lo tenemos? 

-         Claro, los agentes. Putos chupatintas, ¿cómo los he podido pasar por alto? 

-         Estamos en todos sitios, ya lo sabes. Además, no pensaríais que os lo podíais llevar así como así sin pagar las tasas correspondientes, ¿no? 

-         No, no, no, no, por supuesto que no. Las tasas, claro, las tasas. Pero había pensado que quizá podría pagarlas una vez establecido, ya sabes, esas cosas que a veces se suelen pasar por alto... 

-         Si, si, si, lo sé, lo sé, y ya sabes que yo no soy de esos que aplican las reglas estrictamente y que por ser tú, pues entre amigos siempre estamos a tiempo de hacernos favores, pero últimamente se han puesto duros con esto de las tasas y el papeleo. Y si no me equivoco tanto en el Cielo como en el Infierno sólo dejan entrar a todos aquellos que tengan la documentación en regla, después de la nueva Ley de Almas. 

-         Bien, tu ganas. Hagámoslo rápido que esto se está demorando demasiado. 

-         Así me gusta, sin discusiones. – Dijo Dan, el agente del purgatorio. 

Así que agachándose hacía el portafolios que tenía entre las piernas, lo abrió y saco un fajo de formularios. 

-         Em, los datos personales ya los rellenará él con más calma, ¿qué destino le pongo? 

-         Cielo. 

-         Infierno. 

Apuntaron los dos enviados al unísono. Se miraron con cara de pocos amigos de arriba abajo y volvieron a pronunciar con mas celeridad: 

-         ¡Cielo! 

-         ¡Infierno! 

-         Perdón. - añadió una cuarta voz en discordia, esta vez dirigida a Manuel que desde hacía rato se limitaba a mirar la escena y, algunas veces, apuntaba con el índice hacia arriba e intentaba añadir algo, cosa que siempre se quedaba en un mero intento. 

Manuel se lo miró y pudo ver un pequeño hombre con chilaba, un turbante liado a la cabeza, una espesa barba negra y una carpeta debajo del brazo. 

-         Muhamad Al Hab Ben Adi Calab Azin Berenj Enah. – Dijo el hombrecillo de la barba negra mientras hacia gesto de tocarse el centro del pecho, la barbilla y la frente respectivamente. – Si usted tuviera un momento. Soy de Reconversión al Islam Post–Mortem, una asociación benéfica sin ánimo de lucro que simplemente intenta informar a nuestros clientes potenciales de las ventajas que tendría convertirse al Islam. – Y dicho esto, sacó de la carpetilla unos folletos que ofreció a Manuel. 

-         A ver, Nathaniel, ya te lo he explicado, esta alma ha sido reclamada. 

-         Interpondremos recurso de inconstitucionali... Ei, un momento, nos estan haciendo una opa hostil en nuestras propias narices. 

Y los otros dos pararon de discutir y miraron en la dirección que indicaba Nathaniel con la mirada. 

-         Mecagoentodoloquesemenea – refunfuñó Dan acompañado de Nathaniel y Ezequiel, dirigiéndose hacía el descansillo donde se habían apostado Muhamad y Manuel. 

Muhamad levantó la mirada y se levantó dispuesto a plantar cara. 

-         Esto es una intromisión laboral en toda regla, no tienes derecho a estar aquí. Es católico. 

-         Según nuestros archivos no está bautizado. – respondió en tono hostil Muhamad.-  Tenéis vosotros tanto derecho a estar aquí como yo. 

-         ¿Cómo que no está bautizado?, ¿vosotros sabíais algo de esto? 

Nathaniel y Ezequiel miraron a Dan con cara de extrañado. 

-         Em, perdón, perdón. Siento interrumpirles, - dijo Manolo deteniendo la discusión del cuarteto – les agradezco las molestias que se han tomado por mi pero creo que me han reanimado y debería irme. 

Los cuatro miraron hacía la habitación donde los cacharros volvían a su ritmo habitual y el equipo de reanimación salía satisfecho comentando la jugada enjuagándose el sudor de la frente. 

-         ¡Ops!, bueno pues nada tranquilo, vaya, vaya, ¿qué le vamos a hacer?, ¿no? – respondió Dan con una falsa sonrisa. 

-         Hasta la próxima. – Dijo Manuel a modo de despedida. 

-         Jajaja, qué error más tonto. Lo hemos dado por muerto antes de tiempo. ¿Qué?, ¿nos vamos a tomar algo al bar del hospital? Con un poco de suerte la palma alguien y no volvemos de vacío. – Dijo Nathaniel. 

Todos asintieron conformes. 

-         Em, Muhamad, tú pagas. – añadieron.

 

PUMKIN

 

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