El
heavy metal ha tenido siempre mala prensa, es un hecho. La gente cool
NO escucha heavy metal. El origen de este trato, injusto en la mayoría
de ocasiones, se debe más que nada a prejuicios y una total ignorancia sobre el
tema. Fijémonos por ejemplo en sus orígenes, la primera vez que se utilizó
este término fue para referirse nada menos que a Led Zeppelin (a ver quien
repite su serie ininterrumpida de obras maestras, desde el “I” hasta el
“Physical Graffity”) de cuya música comentó un periodista que le sugería
metal pesado cayendo desde el cielo (curiosa imagen). Los estandartes de los
primeros años del heavy serían un tridente mágico e irrepetible: los
mismos Zeppelin, Deep Purple y Black Sabbath, grupos
imperecederos que se seguirán escuchando siempre, sea cual sea la moda de
turno.
Pero
situémonos ahora a principios de los noventa. Después de una década dominada
por la música disco y el pop-metal (a los que muchos grupos caen), es
indudable que corren malos tiempos para el heavy metal. Como reacción a este
agobiante panorama, empiezan a nacer como setas nuevas bandas con un look y unas
canciones sucias y crudas: es el momento de grupos hard-rock como Guns
N’Roses, Tesla o Great White. Estos grupos tendrán sus años
de gloria pero su ciclo también acabaría cuando a finales de los 90s aparece
el taladrante Nu Metal por gentileza de Limp Bizkit, Korn y una
interminable lista de soporíferos clones.
Como
se puede suponer de lo que sucedía a su alrededor, la mayoría de grupos de heavy
clásico parecen desorientados. Iron Maiden, por ejemplo, empieza su naufragio
particular con el indigno “No prayer for the dying”. En esos momentos (1990)
Judas Priest, que lleva en escena desde los 70, saca su nuevo disco, con unos
seguidores tan temerosos por los rumores de separación como decepcionados por
el disco precedente, “Ram It Down”.
Pero
como salido de la nada, “Painkiller” dejó a todo el mundo descolocado. Este
disco es una descarga impresionante en cada una de sus diez canciones, Glenn
Tipton y KK Downing apabullan con un trabajo de guitarras completísimo y un
despliegue inacabable de riffs, harmónicos y tappings. No podía faltar Rob
Halford, el MEJOR cantante que ha dado el heavy sin ninguna duda, un mago de la
voz que era capaz de hacer con ella lo que le viniera en gana. El disco oscila
entre la energía pura del “Painkiller” incial, la épica “Touch of
Evil” o la inolvidable “Between the Hammer & The Anvil”. Un pero, sólo
un pero: unas letras horrorosas, infames, indescriptibles. Botón de muestra: “Faster than a bullet / terrifying scream / enraged
and full of anger / He’s half man and half machine” permanecerá, a nuestro
pesar, en nuestra memoria para siempre.
Con
este disco entonarían los Judas Priest su canto de cisne particular, Halford
deja la banda poco después e inicia a tientas su carrera en solitario.
Curiosamente, en un mundo tan teóricamente machista (éste es otro de sus
prejuicios) como el heavy, la noticia de su homosexualidad no ha
frustrado su carrera en absoluto y ahora tiene un éxito rotundo con
“Halford” (nombre simple y diáfano que, en un alarde de imaginación, puso
a su nuevo grupo). Las dos tentativas anteriores, con “Fight” y “Two”,
entran, sinceramente, en la categoría de broma.
El resto del grupo, por su
parte, se dedicó a buscar un nuevo cantante como el que busca a una pareja a la
que nunca quiso dejar: igualita, igualita que la otra. Así, Tim “Ripper”
Owens (cuya experiencia inspiraría la peli “Rock Star”) ocupa su vacío con
una buena voz pero sin un ápice de su carisma. Los Judas Priest inician esta
nueva etapa con el enigmático “Jugulator”, sobre el que nadie se pone de
acuerdo si es un golpe de genio o una auténtica basura. Ya dicen que es mejor
permanecer callado y parecer imbécil que hablar y salir de dudas, pero no se lo
aplicaron y grabaron un nuevo disco (“Demolotion”) con el que,
efectivamente, salimos todos de dudas... sin comentarios.
A raíz de la vuelta de Halford
al sonido heavy, los
rumores sobre la reunificación del grupo se desataron. Dudo que ésta se
produzca, Halford no se arriesgará a dejar una sólida carrera en solitario (y
que en muchas aspectos guarda más del espíritu inicial del grupo) por la incógnita
que representan Judas en este momento. Vistas las cosas, para la mayoría
de sus seguidores el “Painkiller” (que guardamos al lado de otras maravillas
como “Screaming for Vengeance” o “British Steel”) fue su
último trabajo y representa un brillante final para una gran grupo. Sólo nos
queda desear que lo queda de él manche su nombre lo menos posible en los años
próximos.