Interesante historia sobre los cafés de buenos aires
Editada por el Diario
LA NACIÓN
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Buenos Aires, por largas décadas, fue una ciudad de confiterías de nombre, de tradición, de selecta y particular clientela. Formaban parte del rito de los paseos, como que éstos no eran completos si no se alternaban con la ida a una confitería para saborear un buen té, servido con masas y sándwiches, y disfrutar del ambiente del lugar.
Las había, y muy concurridas,
en el centro de la ciudad, y también haciendo punta en algunos
barrios de la Capital, como la venerable. Las Violetas ubicada en
Medrano y Rivadavia, en el corazón de Almagro.
En la esquina de Charcas (hoy
Marcelo T. de Alvear) y Libertad se hallaba la confitería París,
tentando a su refinada clientela con su ambiente
definitivamente Europeo, el sabor de sus locatelli de pavita y su
humeante chocolate, placeres que inevitablemente se perdieron en el
pasado, el 31 de mayo de 1959, cuando a las 22 cesó, repentinamente
y para siempre, el rumor de las discretas conversaciones que
tuvieron lugar entre sus versallescas columnas.
La confitería había sido
fundada en 1895 por Pedro Vercesi, convirtiéndose en sociedad
anónima en 1943.
Por muchos años, sirvió de
refugio y punto de reunión a los políticos conservadores que
consideraban para su gusto, a la Confitería del Molino
demasiado frecuentada por radicales y socialistas. En el momento de
su cierre, en 1959, pareció imposible para los porteños no poder
referirse mas a la esquina de la Parí, como lugar de
refinado encuentro.
Los Dos Chinos
Viejos y muy nobles laureles
guarda también la Confitería Los Dos Chinos, ubicada en la esquina
de Alsina -antes Potosí- y Chacabuco (anteriormente estuvo en la
esquina de enfrente).
La confitería fue fundada el
11 de octubre de 1862 por Carlos Gontaretti, en un tiempo en el que
los comercios todavía no tenían nombre propio. Adquirió el suyo de
las dos estatuas de chinos colocadas en la esquina del local, a cada
lado de la puerta de entrada.
Estaba ubicada en el antiguo
centro de Buenos Aires, en las cercanías de la redacción de la
revista Caras y Caretas, lo que le ganó una clientela de escritores,
artistas y políticos. Entre sus habitúes figuraron Rubén Darío y
Leopoldo Lugones.
EL TORTONI Sus exquisiteces y postres siempre fueron ponderados. Así, Enrico Caruso dejó como reconocimiento un retrato autografiado en el lugar. Cada una de las confiterías tradicionales de Buenos Aires, más allá de sus especialidades en repostería y cafetería, contaba con una personalidad definida, que surgía del público que concurría a ella, del estilo de su decoración y hasta de su sencilla ubicación geográfica en la ciudad. Así, por ejemplo, la Nobel, que nació en la Corrientes angosta en 1935, atrajo a gente ligada al teatro y a la radio, entre los que sobresalían los cantantes. Así, se podía encontrar a Blanca Podesta, Olinda Bozan, Lola Membrives y Carlos Gardel. También a ella llegaron visitantes ilustres, como Lily Pons, Enrico Caruso y Tita Ruffo. A comienzos de los años sesenta, debió cerrar sus puertas por el peligro de derrumbe. Más cercana en el tiempo, pero igualmente típica de una época, el Florida Garden, en la esquina de Florida y Paraguay que abrió en 1962, congregó tras su exquisita torta de mousse a un grupo de artistas entre los que se encontraba Sergio Renan, y entre los extranjeros, Vittorio Gasman en sus visitas a la Argentina. En Suipacha 380, entre Sarmiento y Corrientes, se asentó la confitería Ideal en 1918. En un comienzo fue un largo estaño destinado a un público masculino. La Ideal surgió del empuje de un comerciante gallego, Manuel Rosendo Fernández, que hizo traer desde Europa todos los materiales necesarios para su decoración. Así, llegaron al país las arañas francesas, los sillones de Bohemia, además de la boisseries de roble de Eslavonia talladas por artesanos y sus característicos percheros de 12 brazos.
Una abertura con forma de
óvalo, que luego fue cerrada, comunicaba la planta baja con el
primer piso y dejaba a los parroquianos disfrutar de la imagen del
luminoso vitral del techo. Por muchos años, la Ideal fue el lugar de
reunión de señoras a la hora del té y para las charlas intimas de
parejas mayores de una, para entonces , prospera clase media.
Desde 1944 animaba el local
la música de la orquesta de Osvaldo Norton. En el palco de la planta
baja actúa una orquesta, a veces de señoritas, y en el primer piso
sonaban los compases mas rítmicos de una agrupación de
jazz.
Esto fue lo que motivó el
cierre de la abertura ovalada que comunicaba ambas plantas. Las
señoras de la planta baja se quejaban de que la música
de jazz las distraía de sus charlas. Un remedo de tiempos idos en
los que la gente iba a las confiterías a conversar.
Con los años, hasta la Ideal
debió hacer concesión a los tiempos, y las antiguas
mesas fueron reemplazadas por otras mas funcionales de fórmica.
En el transcurso de la
década del setenta, y con mayor rapidez en los años ochenta y
noventa, el discreto encanto de las confiterías comenzó una rápida
agonía. Cafés de periodistas
Uno de los de los mas famosos fue el café Sabatino al 300, frecuentado por gente del ambiente artístico y teatral, al que se sumaron los críticos de espectáculo de los principales diarios porteños.
Entre los memorables personajes que asistieron a este café, se contaba la diva Adelina Patti y el mismísimo tenor Enrico Caruso. Su luz se apagó un poco con la muerte de su fundador, el emigrante Sabatino di Pietro, en 1908. También muy vinculado con el mundo del periodismo era el café La Selva Negra, en Chacabuco, entre Victoria y Alsina, que se beneficio por la cercanía de la redacción de la popular revista Caras y Caretas.
Artistas, intelectuales y periodistas de los grandes diarios, como LA NACIÓN y La Prensa, se reunieron también alrededor de las animadas mesas del café La Armonía, fundado en 1899, que estaba en la Avenida de Mayo al 1000. La hora pico de atención en este popular café, también refugio de actores, era la de la salida de los teatros
LA IDEAL
En los barrios
En Palermo, en JUAN B. JUSTO y Santa Fe, el café La Paloma fue testigo del cambio de modales y hábitos del barrio. Este había comenzado siendo malevo y tanguero, en tiempos en los que aún no se había entubado el arroyo Maldonado y en los que decir que un individuo era del arroyo tenía toda una implicancia de marginalidad y bravura. En los años sesenta el primitivo café dio paso a una pizzería.
En La Paloma supo cantar Carlos Gardel y se llevaron a cabo duelos de cuchillo en los primeros años del siglo. Posteriormente, el café se convirtió en refugio de esperanzados burreros, así como de los inevitables rateros del Colegio Nicolás Avellaneda.
En 1983, la ciudad perdió otro lugar de reunión del antiguo tiempo barrial. Fue entonces el turno del café La Banderita, en la esquina de Montes de Oca y Suárez, en Barracas.
El local, cuya historia llegaba como pulpería y posta para el cambio de caballos de las diligencias, a comienzos del siglo XIX, evolucionó posteriormente hasta convertirse en un café con billar, y en los últimos tiempos, antes de su cierre, en confitería y pool.
La Banderita, que fue también lugar de parada de Juan de Dios Filiberto y del pintor Benito Quinquela Martín, llego a tener en una época una peluquería contigua, a la que comunicaba una peluquería. Así, los clientes del fígaro barrial, recibían un numero y podían esperar tomando un cafecito en el tradicional local.
San Juan y Boedo antigua
Un barrio que se caracterizó por sus cafés, y por el mundo de poetas y malevos que lo frecuentaron en las primeras décadas del siglo fue Boedo.
De allí salieron las influyentes plumas de los escritores del Grupo Boedo, que se reunían en la boardilla de Elías Castelnovo.
Este rincón porteño, en el confluían las historias y las andanzas criminales del petiso “orejudo”, y se entremezclaban con las de toda una generación de aprendices de escritores que no buscaban precisamente la torre de Cristal par escribir, fue retratado en Sur, de Homero Manzi.
“San Juan y Boedo antigua – y todo el cielo – Pompeya y mas allá la inundación”. Rezaba el poeta.
A fines de la década el 80 tomo auge los cafés librerías. Tomo la iniciativa la librería Clásica y Moderna, en Callao, casi esquina Paraguay, que por entonces contaba con mas de 70 años de actividad en el rubro.
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