¡Hufflepuff Existe!
Autor:
Tastatur
Créditos: Harry
Potter es propiedad de J.K.
Rowling, un buen puñado de editoriales por todo el
mundo y, cómo no, Warner Bros.
Que se queden con él: ¡yo quiero
a Justin! Pero por desgracia también él es suyo.
Esta historia no tiene ningún fin lucrativo, es meramente un desahogo creativo.
Y se supone que un entrenamiento.
Capítulo 1: ¡Hufflepuff tenías que ser!
Día uno de septiembre, día uno de mi nueva vida como mago oficial.
Mi primer día en el mundo mágico. Mi primer día en Hogwarts.
Mis padres se han quedado al otro lado del muro. Muggles tenían que ser.
Claro que tantas explicaciones por parte de ese chico robusto con cara de “voy a ser prefecto en cuanto me den la ocasión” deben de haberles confundido más que ayudado. Yo he preferido salir por patas porque, como de costumbre, hemos llegado con la hora pegada al culo.
Ahí asoma la cabeza de mi madre. Mamá, por todos los muertos de Merlín, entra del todo, no te quedes en medio. Las madres son así: no se quedan a gusto sin el último abrazo. A ver si se va a arrepentir y me hace quedarme en tierra. Aún no ha superado que haya cambiado Hogwarts por Eton (¡cada vez que pienso de la que me he librado! Nunca me han ido los colegios pijos). Pero no, tan sólo me espachurra y se va. Qué vergüenza, qué humillación, qué…oh no, ¡otra vez él!
“¿Te vienes conmigo?”
Y por no ser descortés he seguido al pequeño mastodonte de nariz respingona a un compartimento vacío. Justo antes de entrar se nos ha unido una chica con trenzas rubias y aspecto nervioso, tirando a semidesquiciado, que parecía muy acongojada por tener que dejar a sus padres en tierra.
“Hannah,” he oído gritar a su madre, también llorando entre espasmos incontrolados, abrazada a un estoico hombre, “tómate las pastillas”.
"Huffepuff, ¿verdad?”, nos ha preguntado antes de sentarse con nosotros.
“Faltaría más”, ha respondido don prefecto prematuro. Después se ha presentado como Ernie, y a mí me ha hecho gracia que se llame como un personaje de Barrio Sésamo teniendo esa voz casi nasal.
“¿Cómo sabéis ya a la casa a la que vais a ir?”, pregunto yo con sorpresa.
“Toda mi familia ha ido siempre a Hufflepuff”, responde Hannah.
“Es la casa de los leales y trabajadores”, responde Ernie con orgullo.
“Y tú tienes cara de Hufflepuff”, sonríe Hannah.
No sé cómo tomarme eso.
El famoso Harry Potter (me han hablado sobre él en el tren, ¡qué chulada de tatuaje natural!) y Draco Malfoy (ha venido a presentarse en el tren con sus dos gorilas sobrealimentados, y también ha sabido adivinar a la casa a la que supuestamente vamos a ir) acaban de tener su primer encontronazo en el colegio. Por lo que he podido distinguir entre los murmullos, Potter acaba de darle calabazas a Malfoy por un tal Weasley. Debe de ser ese pelirrojo con cara de flipado que está a su lado. Bien empezamos.
Qué alucine de salón comedor. Lo que deben de ahorrar en electricidad. El techo es lo mejor. Me pregunto si en alguna época del año pondrán una aurora boreal. Demonios, la vieja esa tiene una cara de mala leche…
“Finch-Fletchley, Justin”
Menos mal que ya estoy acostumbrado a los chistecitos sobre mi nombre. Ese sombrero tan mugriento me da yuyu. Además, canta fatal. No veo nada. ¿Hola?
“Dime, amiguito, ¿dónde te colocaremos a ti?”
“Pues hombre, según lo que has dicho, valor no me falta; eso sí, de hincar mucho los codos, nada; aunque se me dan bien los estudios, en realidad soy un poco dejado; con los Slytherins no, no me gusta su cara, me miran mal y..."
“Es porque tienes cara de Hufflepuff”, ríe antes de gritarle a todo el mundo y su abuela más sorda, “¡HUFFLEPUFF!”
No me he cargado el sombrero a mordiscos rabiosos de milagro.
<<Puedes pertenecer a Hufflepuff,
Donde son justos y leales
Esos perseverantes Hufflepuff
no temen el trabajo duro.>>
Vale, entiendo.
Mi casa. Esta será mi casa. Qué sorpresa. Vamos, es que la noticia me ha dejado de piedra. Ya podría haberlo escrito Dumbledore en la carta de aceptación a Hogwarts: "...y su casa será Hufflepuff, ahórrense el suspense". Al menos mis padres no tienen ni idea de lo que ser Hufflepuff representa. He oído los comentarios. Somos los “zoquetes” de Hogwarts. En mi modesta opinión, en mi casa meten a los que sobran, y lo demás son excusas que se han inventado. Pero no les comentaré nada a los otros porque no quiero que me odien desde el primer día. Parecen todos muy orgullosos de ser todos curritos de confianza. En fin, supongo que dentro de una semana todos nos conoceremos mejor y esto se animará.
Una semana después…
Desisto en el empeño. Estoy cansado de repetir tres veces los chistes verdes para que los entiendan.
Nadie conoce a los Dire Straits, ni siquiera los otros hijos de muggles. Qué incultura musical.
Hasta ahora sólo he visto a algunos Hufflepuffs vibrar de alegría mal contenida en dos ocasiones:
1. Cuando Madam Sprout anuncia nuestras actividades Hufflepuff exclusivas (sentarnos alrededor del brasero central con una bandurria mágica los domingos por la noche; seminarios de terapia de grupo; ajedrez mágico por equipos y plantanova mágica para los de primer año).
2. Cuando aparece en escena, esto es, en la sala común, Cedric Diggory, ese alumno mayor moreno, de ojos grises y expresión plana que tiene embobados a medio plantel femenino y al menos a una buena parte del masculino (¡qué lo he visto yo!).
Echo de menos mi casa. Aquí no puedo ver “El Equipo A” por la tele ni escuchar a los Dire Straits.
El otro día me eché a llorar de madrugada. Qué vergüenza. Ernie me oyó. Le tuve dos horas compartiendo sus penas, para animarme. Lo agradecí porque me quedé frito a los cinco minutos, pero no me hizo gracia encontrárle a mi lado a la mañana siguiente, la verdad.
Abulta mucho y, además, ronca.
Ernie me sigue a todos lados,
hasta al lavabo. Al menos habla por los codos y eso unas veces se agradece, y
otras te hace desear meterle la cabeza en el lago a ver si lo sintoniza el calamar
gigante. Hannah se junta mucho con Ernie, más que con las otras chicas. Al principio se
juntaba un poco más con Susan Bones,
pero aquello no debió cuajar. Lo que pasa es que Hannah,
a diferencia de todas ellas, tiene algo de especial: es hiperactiva e hipernerviosa (y encima tiene cada cosa a veces…). Para un Hufflepuff eso es demostrar salirse de la monotonía del
gris. Claro que cuando se altera y se pone roja tampoco hace mucha gracia. Se
agobia demasiado con los deberes. No es como esa Granger
de la que tanto nos habla, que está siempre metida en la biblioteca y que no
parece tener amigos. Aún así, Hannah hace de un grano de arena el Kilimanjaro
y a veces me pongo a tirarle de las trenzas hasta deshacérselas o a hacerle
cosquillas para que se relaje. Sin embargo, una vez me choqué con Snape por andar forcejando con Hannah
y el murciélago gigantesco va y me espeta con más desdén que enojo:
"¡Hufflepuff
tenías que ser!".