¡Hufflepuff Existe!
Autor: Tastatur
Créditos: Harry
Potter es propiedad de J.K.
Rowling, un buen puñado de editoriales por todo el
mundo y, cómo no, Warner Bros.
Que se queden con él: ¡yo quiero
a Justin! Pero por desgracia también él es suyo.
Esta historia no tiene ningún fin lucrativo, es meramente un desahogo creativo.
Y se supone que un entrenamiento.
*Advertencia*: A partir de este momento, la historia toma tintes sexuales más claros. Para colmo, homosexuales. Si te molestan u ofenden este tipo de cosas, te aconsejo que no sigas leyendo. El NC... es orientativo: tampoco hay que esperar un relato erótico detallado porque no suele ser mi estilo, así que si alguien espera lo contrario, esto es, porno del duro, puede quedar decepcionado. Miento, quedará decepcionado de todas, todas. Y el que avisa no es Slytherin...
Capítulo 5: Supermenú de Verano: Macmillan con patatas
Con eso de que no me habían visto en todo el año, mis padres se volcaron conmigo durante las semanas que pasé en casa. Para empezar, nada más volver me dan los regalos atrasados de Navidades (¡un discman!, una flamante consola de videojuegos y música); luego me llevan de excursión a un sitio diferente cada semana (además de la semana inevitable en Mallorca, que se cogieron antes de tiempo para que pudiera ir luego todo agosto con Ernie), vamos juntos al cine unas cuantas veces, me invitan a mi restaurante favorito en 3 ocasiones y mi madre no deja de estrujarme cada vez que me ve por el pasillo de casa. Eso de que tu hijo esté "casi muerto" por razones que te son completamente ajenas debe de afectar mucho. Mi padre lo calla más, pero veo el alivio en sus ojos cada día.
Las mañanas las
paso entre ver reposiciones del Equipo A y otras series de las que no me canso
(bueno, un poco sí) y jugar a la consola. También dejo un par de horas para
repasar al día, y si no hay nada que hacer por la tarde, algo más. Pero eso no
suele ocurrir, por las razones antes expuestas, así que antes de que me dé
cuenta es ya 1 de agosto, y mis padres me llevan al Caldero Chorreante un mes
antes de lo habitual, para dejarme con Ernie y sus padres.
Tras las
presentaciones de rigor entre ambas familias (y hay que tener en cuenta que es
la primera familia mágica que mis progenitores conocen), doscientos achuchones
humillantes de mi madre y un "recuerda: no hables con basiliscos extraños" de mi
padre, entramos en el Callejón Diagon. En el camino, Ernie y yo tenemos breves
segundos para intercambiar impresiones generales sobre el mes de julio que hemos
pasado separados, antes de que su madre me cosa a preguntas y su padre, con
menos frecuencia, me remate. "Puras sangres de raza y orgullo legítimo hasta los
tiempos de los fundadores de Hogwarts y aún antes. El mundo muggle supone un
abismo casi inexplorado para ellos", me explica Ernie por lo bajo. Y luego
me confiesa, sonrojado, que piensa apuntarse a Estudios Muggles este año "para
entender mejor todas tus manías". Hasta entonces no lo había pensado, pero
en ese
mismo instante decido que yo también elegiré esa optativa. Mmm. Sí, pan
comido. Y además podré colaborar con mi propia experiencia.
En el Callejón
Diagon realizamos algunas compras rápidas. Por fin sus padres detienen su
interrogatorio y se separan de nosotros para ganar tiempo, llevándose con ellos
mi equipaje levitando en el aire. Quedamos a una hora
en la Oficina de transporte con polvos flú o como se llame, que jamás he usado,
y Ernie y yo vamos a por los libros para el curso que viene. Por el camino
hablamos del aviso por televisión y por el Daily Prophet sobre la fuga de
Sirius Black de Azkabán (cuyos carteles de Se busca están por todas
partes) y de las nuevas emociones que nos esperan en tercero: "¡Podremos visitar
Hogsmeade!", celebro emocionado."Es una ciudad mágica como otra cualquiera",
toma jarrazo de agua fría de Ernie, "Da igual, pero es salir de la prisión",
"Menos tiempo para estudiar los sábados", "Pues tú quédate estudiando, yo me
llevo a Hannah", "Si llevo las cosas al día, no habrá problema. Pero tendré que
empezar cuanto antes", "Ernie, no me digas que estudias en verano
habitualmente", "Excepto cuando vamos a la playa a ver a mis primos. En casa no hay mucho más que hacer".
Tardo unos cinco segundos en asimilar que si yo creía que Ernie era empollón,
resulta que lo es en verdad por triplicado: ¿qué loco se estudia los libros en
verano?
"Cedric también lo hace", añade como si me leyera el pensamiento."Y
seguro que Granger también". Ante una respuesta semejante, me limito a menear la
cabeza con los ojos en blanco y le recuerdo que el objetivo de que estudiemos
juntos es que repasemos lo del año anterior, no que adelantemos materia para el
año que viene.
"Tranquilo, Finch-Fletchley, que habrá tiempo para todo. Al menos
para mí. En tu caso, tienes excusa", sonríe débilmente, dándome a entender
claramente de dónde le viene la presión.
"Bueno, pero como ya tienes suficiente responsabilidad conmigo, imagino que tus
padres no se pondrán muy plastas, ¿no?"
"Al menos espero poder mirarme todo el temario de Herbología y Pociones. Hay
demasiado que memorizar y no soportaría que Snape me pillara desprevenido"
Snape es consciente
de la superioridad intelectual de Ernie frente a otros muchos estudiantes de su
edad y no pierde ocasión de ponerle a prueba para intentar dejarle en
evidencia en un día de descuido. Por suerte, Snape no entiende el espíritu
Hufflepuff: no nos afectan las derrotas y las humillaciones como a los Slytherin
o a los Gryffindors. Cada fracaso es un nuevo impulso para la autosuperación.
Alcanzar la meta no es lo importante, lo que cuenta es el esfuerzo.
Hombre, no voy a
negar que fastidia, que duele, que pica. Que jode. Pero con dormirlo una noche
nos suele bastar. A no ser que nos sintamos traicionados: entonces no olvidamos
fácilmente. No nos importa ser derrotados, mientras que sea limpiamente. Y la
limpieza no es algo por lo que se caractericen los Slytherin. Por eso Hufflepuff
detesta a Slytherin.
¿Ese libro va a ser el de Cuidado de Criaturas Mágicas? ¿Quién será nuestro profesor, Godzilla?
"Hagrid", me comenta Ernie cuando salimos de la librería, aplastando el mamotreto contra su pecho con sus fuertes brazos. Es entonces cuando me doy cuenta de que existe una considerable diferencia de talla entre ambos que cada vez se va dejando notar más. Nada más verle me había llamado la atención lo que había aumentado en tan poco tiempo la distancia entre nuestras cabezas. Sólo ahora me fijo en los hombros. Él el armario, yo la percha.
De camino a la Oficina de flus o lo que sea deseo con todas mis fuerzas no encontrarnos a Potter hoy. Por alguna razón, y aunque las mariposas pareciesen haberse desvanecido a final de curso, prefiero no tentarlas. ¿Y si vuelven y me quedo el resto del verano con ganas de verlo de nuevo? Mejor correr ese riesgo en Hogwarts, donde compartimos todas y cada una de las comidas (a cierta distancia) y al menos una asignatura, y puedo asegurarme cada día de que es sólo admiración lo que siento, única y exclusivamente admiración. No es cobardía, son ganas de pasar agosto sin comerse la cabeza. Se está mejor sin pensar en nadie.
Ernie me conduce a un local con numerosas chimeneas por las que no deja de aparecer y desaparecen gente entre nubes de humo. Sus padres nos aguardan con varias bolsas y un saquito en la mano.
¡Qué mareo!
¡Pero es mejor que
una montaña rusa!
Las casas de familias de magos no son tan diferentes a las de los muggles por fuera; sin embargo, por dentro es otra historia. La casa de Ernie no es tampoco el Palacio de Buckingham, pero está decorada con gusto, por decirlo de alguna manera. Imagino que no todo el mundo podrá permitirse tener 3 elfos domésticos. Me hace gracia pensar que son como el mayordomo, el ama de llaves y la cocinera. Por lo pronto me presentan al primero, Pumky ("¿Pumuky" "No, pumky. ¿No ves que tiene color calabaza?), y cometo la incorrección de estrecharle la mano con un "mucho gusto", tras lo cual me mira con ojos desorbitados y me dedica tal reverencia que casi barre todo el suelo con la cabeza desde la chimenea por la que acabamos de salir hasta las escaleras que, como me informa Ernie, conducen a las cocinas. Sus padres se ríen de buena gana y Ernie, algo azorado y aguantando la risa, me tira del brazo para empezar a enseñarme la casa. Para cuando llegamos a su cuarto, creo que mi mandíbula ya no puede desencajarse más ni mis ojos pueden asomarse tanto sin volcar sobre sus órbitas, pero se demuestra que estoy equivocado cuando Ernie abre el arcón de sus juguetes de toda la vida y presencio la primera batalla real de mi vida entre indios y vaqueros de juguete. "Son viejos, pero aún se mantienen en forma", sonríe orgulloso Ernie mientras los indios masacran a los que no huyen despavoridos gritando "¡RETIRADA!" y saltan luego al arcón. Felicito a los vencedores y éstos ejecutan la danza de la victoria alrededor de nosotros. "Son fantásticos", babeo yo. Hasta daría mi consola por ellos. El resto de los juguetes, si bien interesantes, no son tan fascinantes, y después de la opípara cena de bienvenida, logro convencer a Ernie de que les permita tomarse la revancha a los vaqueros antes de irnos a dormir.
Las primeras dos semanas estudiamos casi todo el día. Ernie se demuestra un tutor inflexible y en seguida queda patente lo mucho que me he perdido durante el curso. Gracias a un permiso especial de Dumbledore y un acuerdo con Madam Hopkirk del Departamento de uso ilegal de la magia por menores, podemos practicar hechizos con la varita durante dos horas específicas por la mañana, así que eso es lo que solemos hacer para ir calentando, y también porque es lo más divertido. Memorizar encantamientos, fechas de historia e ingredientes de poción no me motiva tanto. Pero con ayuda del constante Ernie y de mi buena capacidad para el estudio (cuando me lo propongo y me apetece, claro), en ese tiempo nos ventilamos tres cuartas partes de la materia. Lo último nos lo tomamos con más calma durante las dos semanas siguientes, puesto que además la última la vamos a pasar en la casa que los abuelos Macmillan tienen en la playa, con los primos de Ernie. La perspectiva de cambiar de aires tras 3 semanas de semi-encierro me motiva para memorizar mejor y para casi accidentar al pobre Ernie con un hechizo para desarmar por estar en la inopia pensando en el mar.
Bien entrada la
tarde solemos salir a pasear por la ciudad, comprar golosinas en las tiendas o
ver las improvisadas carreras de escobas y los partidos de quidditch que
organizan los chicos del lugar. La mayoría de ellos no tienen aún edad para ir
a Hogwarts, pero casi siempre hay cerca algún compañero nuestro (de otras
casas y cursos) o incluso licenciados ya, que se dedican a entrenar a los
niños. Entonces me acuerdo de que el año que viene Cedric será nuestro
capitán y me entran unas ganas locas de que empiece la temporada de Quidditch y
el curso y la vida que tanto me ha llegado a gustar en el colegio.
Como imaginaba, Ernie no tiene muchos amigos de su edad. Los pocos que hay son amigos de la infancia y son mayores. Las circunstancias los fueron distanciando, me cuenta Ernie. Su forma de ser también tuvo algo que ver, pienso yo. Me resulta increíble el entusiasmo con el que se dedica a estudiar conmigo 10 horas al día sin cansarse. Me da la impresión de que si fuera por él, no haríamos otra cosa desde el desayuno hasta la cena. Y en cierta forma también me reconforta, pues soy consciente de lo mucho que Ernie está haciendo por mí y de que yo solo en mi casa no hubiese hecho ni la décima parte.
Hay algo en Ernie
que me preocupa, no obstante.
Mi propósito veraniego, al margen del estudio, era también llegar a conocer
mejor a Ernie, la persona, no el cerebrito pomposete y redicho que tengo en
clase todos los días. Y si bien es cierto que conviviendo solo
con él en su propia casa es imposible
no descubrir cosas que de otro modo nunca sabría (como detalles tan
irrelevantes como imprescindibles sobre su pasado), no logro tener una conversación realmente
personal con él sin que cambie de tema, responda con evasivas, o simplemente me
diga "no opino sobre eso".
Un día, por ejemplo, le pregunto que si le gusta alguien del colegio. Se me
queda mirando, como pasmado, procesando la pregunta lentamente, calibrando la
respuesta prudentemente, y responde al fin escuetamente:
se encoge
de hombros.
"Pero a ti te gusta Potter, ¿verdad? No es ningún secreto al fin y al
cabo", me dice.
Yo creía que sí, pero se ve que es un secreto a voces.
"No, es algo pasado"
"Entonces, ¿no te gusta nadie?", arquea las cejas con
suspicacia. ¿Querrá saber si también me van las chicas? ¿O
querrá simplemente asegurarse de que no voy detrás de él? Me extrañaría, porque
en ningún momento me ha hecho pensar que esas cosas le espanten, es más...¡pero
me estoy yendo del tema!
"Creí que hablábamos de ti"
"Como comprobarás, había tanto que decir sobre mí que ya hemos acabado.
Y es la hora de mi gimnasia".
Eso sí que me pilló por sorpresa: ¡Ernie hace gimnasia diaria! Según me explicó el primer día, no es por presunción, sino por salud. Su constitución robusta y corpulenta presenta una seria amenaza de sobrepeso al menor descuido.
"De modo que
haces gimnasia para crecer a lo alto y no a lo ancho, ¿no es así?"
"¿Qué dices?"
"Nada, olvídalo. ¿Puedo seguir tus tablas?"
"Desde luego. Siempre que puedas seguir mi ritmo"
Y, efectivamente, no puedo. Hago la mitad que él en el mismo tiempo. Quiero pensar que es por la falta de costumbre.
Al desvestirnos la
noche de ese primer día, y fijarme por primera vez (en dos años
que llevábamos juntos) entendí a lo que se refería Ernie con "la
amenaza de las lorzas".
Pobre Ernie.
Me he dado cuenta de que en demasiadas ocasiones pienso en él como "pobre Ernie". Si me oyera...
Quizá sea cierto eso que dicen de que los chicos no puedan intimar como lo hacen las chicas. Hannah y Susan y las otras sueltan por esa boquita todo lo que les corroe y más, pero los chicos suelen callarse más sus penas. Incluso Cedric mismo me confesó que la primera vez que se desahogó con alguien fue con mis orejas petrificadas. Y Ernie quizá se desahogue sólo con Hannah, quizá no lo haga con nadie, quizá sea de verdad una persona tan sencilla y abierta que no tiene secretos ni pensamientos ocultos. No, alguien tan inteligente como él debe de tener un universo ajetreado en su cabeza; y como muchacho de 13 años que es, no creo que sus hormonas estén precisamente aletargadas. Igual si le aseguro que no me gusta Hannah me confiesa que está loco por ella. Claro que si eso fuera así, lo oculta que da miedo. Mmm, igual le gusta alguien de la playa. Aún me queda ver a Ernie en un ambiente completamente ajeno al estudio. Al menos por más de dos horas.
Sin embargo, la víspera del viaje ocurre por fin algo que nos acerca un poco más en el sentido más táctil de la palabra.
El día es agotador y estresante, como cualquier día de preparativos a un viaje en el que hay una madre de familia presente. Por descontado, no nos saltamos el programa de estudio; la única diferencia es que empleamos el rato de ocio de la tarde en preparar el equipaje. Sobra decir que me acuesto rendido y que caigo como un bendito nada más hacer contacto con las sábanas. Pero apenas minutos después, ¿quizá una hora?, me despierto a medias y registro cierto movimiento en la cama de al lado. Nuestras camas están pegadas, de modo que no me cuesta nada discernir la cara de Ernie a escasos centímetros de la mía, mirándome de frente. Mis ojos recorren discretamente el bulto que ocupa en su cama, cubierto sólo por la sábana, hasta observar de donde procede el movimiento. Sé lo que está haciendo. A mis 13 años ya lo he probado yo mismo unas cuantas veces. Lo que no entiendo es cómo demonios puede hacerlo con los ojos abiertos. De pronto, Ernie se detiene bruscamente: debe de haberse dado cuenta de que estoy despierto. Inmediatamente cesa todo movimiento, carraspea y se da media vuelta. Imagino que la mortificación será sólo el principio de lo que siente, pero no puedo evitarlo, es más fuerte que yo:
"¿Qué
hacías, Ernie?"
"Nada"
"Es normal rascarse si te pica"
"Sabes muy bien lo que estaba haciendo, Finch-Fletchley"
"No, recuerda que me he pasado el principio de mi adolescencia duro como
una piedra"
Ernie se ríe, pese a todo.
"Ernieee", canturreo, asomándome por encima de su hombro, "Macmillan,
Macmillan, ¿los magos no usáis la varita para esas cosas? Oh, ¡pero si es verano
y somos menores! Lo olvidaba. En verano hay que hacerlo todo MANUALMENTE".
Me empiezo a reír como un descosido. Suerte que sus padres duermen en la otra
punta del pasillo y de la casa.
"Justin, quítate de encima."
"Estás sudando como un gorrino", le palpo la frente.
"Creí que
tu jornada de gimnasia había terminado antes de la cena"
"Justin, no te lo voy a repetir otra vez. Quítate-de-encima"
Su tono tembloroso me parece divertido, así que le empiezo a buscar las
cosquillas durante unos segundos...
...y se las
encuentro.
Sin previo aviso, Ernie se incorpora todo lo grande que es y me derriba del
empellón sobre mi cama. Después me agarra las manos y me las sujeta por encima
de mi cabeza.
"¿Ahora quién es el gorrino camino del matadero?", sonríe, pero hay algo en todo esto que me empieza a poner nervioso. La rodilla de Ernie ha reptado entre mis piernas y se me clava ligeramente, suavemente, casi provocativamente. Igual es sólo mi reacción lo que me asusta, pero en cualquier caso Ernie lo nota, lo mira y vuelve a sonreír. Sin poder soportarlo más, intento zafarme de su agarre, pero no soy rival para la fuerza y la envergadura de Ernie, y enseguida logra derribarme de nuevo sobre mi espalda mientras me agarra ambas manos con una sola de las suyas, una de sus grandes manos, y con la otra me baja bruscamente el pantalón del pijama de verano y tantea hasta dar con el tesoro escondido.
"Lección
práctica del día, capítulo extra a petición del alumno curioso", susurra en mi oído, mientras me
revuelvo sin éxito sobre las sábanas, con buena parte de su peso encima.
"¡Déjate de bromas, Macmillan!", gruño antes de morderme el labio y
ceder, pues con esa mano que tiene, esa mano tan grande, me está demostrando
con el ejemplo en qué había estado ocupado hace unos instantes. Lo único
que me queda es ahogar la voz y cubrirme los ojos con las manos
ya libres, porque no puedo soportar su
mirada sobre mí mientras manipula mi cuerpo. Quizá sea el secreto de que lo
haga tan bien: que no cierra los ojos, que se dedica a ello como se dedica a una
poción complicada o a ejecutar un hechizo que a los demás les cuesta días
dominar y a él apenas minutos. Y escasos minutos me cuesta a mí llegar al límite, y
veo que me voy, me voy, me voy y él sigue y sigue; y al final acabo jadeando su
nombre en un bis continuo sin darme cuenta, en un intento por hacerle parar, sin gana alguna de que
pare, con una voz tan ajena a mí que Ernie emite un gemido agónico antes de
desplomarse sobre mí, jadeando casi contra mi oreja, pero sin aplastarme, su
cuerpo tan en éxtasis placentero como el mío.
"Mmm...¿Ernie?"
"¿Mm?"
"No me digas
que estabas a dos manos"
Ernie lo piensa un instante antes de responder.
"Pues sí. ¡Cómo si pudiera esperar que me devolvieras el favor!"
"¿FAVOR?"
"De nada", siento que sonríe contra mi oreja, y se incorpora
parcialmente sobre sus rodillas, una a cada lado de mi cuerpo. Agita la cabeza
para despejarse y después me mira durante unos instantes. Yo me lo quedo
mirando también, indeciso, atontado, medio grogui y un poco
desconcertado por toda la situación. Ernie levanta una mano y la acerca a mi
cara, pero a medio camino se da cuenta de algo y maldice por lo bajo.
"En el colegio es todo más fácil, ¿verdad?", bostezo.
"Sin duda. Lamento no poder usar la magia para limpiarnos. Habrá que ir al
baño por turnos", se disculpa, mirándose las manos con lo que deduzco que
es vergüenza, porque ya no le distingo la cara en la oscuridad a esa
distancia..
"La verdad es que sería divertido explicar al Departamento de uso ilegal
de la magia las circunstancias en las que
cometimos la infracción", comento y Ernie ríe, ya desde la puerta,
"Además, tampoco importa: tengo Kleenex", le digo mientras
rebusco en el neceser que tengo junto a mi cama, en el suelo.
"¿El qué?"
"Lo que he traído a mansalva a sabiendas de que los magos no usáis algo
tan básico como papel higiénico."
A la mañana
siguiente Ernie baja a desayunar después que yo, tras pasar en el baño más
tiempo del habitual. Sus padres ya han terminado y se dedican a dejar todo listo
para irnos. Tiene una expresión seria y evita mirarme a los ojos hasta que
bromeo un rato con él sobre la cantidad de tostadas que se estaba echando en el plato y
las abdominales a las que equivaldrían ("Oh, y encima mermelada de
arándanos. 2 abdominales por la tostada y 3 flexiones por cada arándano son en
total...") y logro contagiarle la risa, como si le
acabase de quitar un peso de encima. Me confiesa por lo bajo que pensaba
que quizá estaría yo molesto por lo de anoche. Le respondo que no diga
tonterías y no volvemos a tocar el tema. Sin embargo, la sonrisa y el buen
color de cara de Ernie se
mantienen durante todo el día. Y la
mía ni te cuento, pues he comprobado que, definitivamente, Ernie Macmillan podrá
ser muchas cosas, pero desde luego homófobo no es.
Este invento de los polvos flu es maravilloso. Nada de atascos, nada de
caravanas, nada de viajes de horas bajo un sol de castigo y cargados hasta los
dientes de bultos. ¡Polvo va!, y ya estamos en la casa de la playa.
Sus abuelos y sus
primos salen a recibirnos a la chimenea. Los abuelos son un poco estirados, pero
los primos prometen. No todo bueno, me da la impresión, pero seguro que lo
pasamos bien. Los tres se han graduado ya de Hogwarts y uno de ellos vive por
su cuenta, pero siguen pasando parte del verano en familia. El más joven tiene
pinta de ser un cabeza loca, lo cual me resulta normal, viendo al resto. Si por
lo menos uno no se rebelase, me daría que pensar sobre la sangre de la familia
Macmillan: ¿sangre pura o pura horchata? Aunque después de lo de anoche, Ernie me ha
descubierto una nueva y salvaje faceta suya que choca frontalmente con el resto
de su persona. Y al parecer ese mismo primo intentó meterse en Slytherin para
llevar la contraria, pero el sombrero seleccionador no le dejó:
"Con lo divertida que debe de ser esa casa. Ahí si que hubiese
aprendido sobre la vida cruel y rastrera. Una vez que te has codeado y has
convivido con Slytherins a diario, el resto de la sociedad no plantea ninguna
amenaza desconocida."
"Éste tiene fascinación por los dementores", me susurra Ernie al
oído, "y está muy celoso de que este año, al parecer, vayan a utilizar
dementores para vigilar Hogwarts. Ya sabes, Sirius Black fugado y Potter como su
más probable e inminente víctima".
A mi evidente pregunta de qué es un dementor, Ernie me hace una descripción
tan innecesariamente extensa como detallada, que hace que acabe cortándole con
un "Ah, es como un Názgul combinado con los exámenes de junio. ¡Esos sí
que te quitan la alegría de vivir!",
"¿Un Nazqué?, "¿No me digas que no has leído El Señor de los
Anillos?", "¿Lo qué?", "¡Hereje! Te lo traeré para
que te lo leas este curso. Estoy seguro de que te va a encantar.
Lo leí con 9
años, ¡el número mágico y...!", pero mi perorata es interrumpida por la
abuela llamándonos a comer.
Lo primero que me preguntan los primos durante el almuerzo, por descontado, es
mi odisea con el basilisco. Como narrar el instante de susto, pasmo y caída
libre al suelo no me lleva mucho, al que interrogan sin piedad es a Ernie, al
tiempo que se lamentan sin cesar de que algo tan emocionante no hubiese pasado
en su época. Los abuelos me preguntan por mis padres y por nuestras costumbres
muggles, cómo no, y arrugan la frente cortésmente más de lo que mi paciencia
soporta. Todo eso se me olvida por la tarde, en la playa. Chapoteo y disfruto
como un enano (y como tal me vapulean los tres primos, porque con Ernie no
pueden) mientras jugamos a las aguadillas y ellos utilizan sus varitas para
crear remolinos, olas gigantes y toboganes de agua.
"¿Y no hay
riesgo de que nos vea algún muggle? Si mal no recuerdo esto es también zona
turística para ellos"
"Tranquilo", me responde el mayor,"que esta playa está encantada
de manera que para los muggles se vea como un acantilado inexpugnable"
"Si te fijas, los kayaks la rodean en la distancia, como si de verdad lo
hubiese. Mira esos de ahí"
En efecto, a cierta distancia de nosotros un grupo de kayaks pasa a buen ritmo,
sin reparar en nuestra presencia. Los primos aprovechan para amenazarles con
olas de dos metros y para cambiar las corrientes de modo que les cueste más
remar; no puedo contenerme y empiezo a hacerles muecas, enseñando a Ernie a
levantar el dedo de en medio y hacer cortes de mangas sin sentir el más mínimo
remordimiento. Después los primos siguen sumergiéndonos y luego levantándonos
en el aire con remolinos, y por último hacemos una pelea a caballo. Ernie me
lleva a mí y uno de los primos hace de árbitro y pone los obstáculos
acuáticos, mientras sobre nuestra cabeza vuelan conchas, cangrejos, mejillones,
algas marinas, peces de colores y una manada de caballitos de mar.
Estudiar por las
mañanas se hace más llevadero cuando alguno de los primos se nos une y nos
ayuda a repasar, adelantándonos incluso nociones por aquí, nociones por allá, correspondientes a cursos superiores. Ernie está en la gloria. Yo voy
notando como no sólo me pongo al día, sino que me adentro en tercer curso y
en parte de sexto casi sin notar dolor alguno. Lo mejor es aprender hechizos
realizados con maestría por dos voluntarios capacitados (no como Lockhart). No
veo el día de aprenderlos yo mismo. "Lástima que en la playa no tengamos las dos horas de impunidad mágica de
las que disfrutábamos en mi casa", me comenta Ernie.
Un día sus primos incluso nos llevan a un bosque mágico que había en las
faldas de una montaña cercana y nos enseñan algunas de las criaturas que
vamos a estudiar en cursos siguientes y cómo esquivarlas. Lo malo es que
son tantos monstruitos de golpe que no me entero ni de la mitad, y en una
ocasión el primo menor tiene que salvarme de uno bastante grotesco y posesivo. Aj.
Y aunque parezca
mentira, una de las cosas que más se me graban, si no la que más, es un
objeto común e inofensivo llamado revista porno mágica, propiedad de los tres
hermanos. Por supuesto que había visto alguna vez una revista de esas en el
mundo muggle: cuando tenía 10 años y las miraba a escondidas
con los chicos
del barrio en los grandes almacenes y las tiendas de 24 horas. Pero una cosa es
una revista porno muggle y otra muy distinta una revista porno mágica. Aún no
he tenido tiempo ni ocasión de ver una película porno, pero imagino que no se
diferencia mucho de aquello, salvo que las escenas probablemente no se repiten
en bucle continuo. Ernie no quiere mirar (imagino que más porque ya
est:a
harto de que se lo enseñen, antes de porque le dé pudor); yo no puedo
apartar la vista.
"Si quieres te la dejamos para cuando vayas al baño", se ríen. Sólo
entonces la cierro y se la devuelvo, colorado hasta las orejas y murmurando un
"No hace falta, gracias". Ernie se ríe también y me ofrece a cambio
el libro de Pociones de tercero, que ya llevamos bastante avanzado. Yo le
pego con él en la cabeza y empezamos una guerra de almohadas que sólo termina
cuando la abuela entra en el cuarto de Ernie y mío, donde nos hemos reunido;
uno de los primos esconde la revista en cualquier sitio antes de que la anciana
los haga regresar a su cuarto y a nosotros nos mande a la cama, porque mañana
regresaremos pronto a casa.
Antes de salir, el
mediano, el que ha guardado la revista, me dice:
"Creo que la he dejado en tu bolsa. Considéralo un regalo. No sabes
cuándo podrás necesitarla", me guiña un ojo y añade, señalando a Ernie,
"A éste no creo que le sirva".
Voy a dar las gracias, cuando el primo desaparece detrás de la puerta antes de
que un almohadazo lo alcance.
"Ese imbécil...", gruñe Ernie, y me advierte con el dedo en alto y
los ojos en blanco, "No preguntes".
Obedeciendo sin
rechistar, voy a examinar mi nuevo tesoro un instante antes de que Ernie me
apague la luz y me ordene:
"¡A dormir! ¡Pervertido!"
Mira quién fue a hablar...
En casa de Ernie
voy a pasar el último día antes de volver a casa. En casa pasaré dos días
antes de volver a Hogwarts. Cuando me he querido dar cuenta, el verano está
haciendo las maletas y septiembre está a la vuelta de la esquina.
Ese último día no estudiamos. Ernie deshace el equipaje en un suspiro y ambos
salimos después de comer a pasear y a intercambiar impresiones sobre todo
lo vivido juntos en este mes. Compramos muchas chucherías, nos atiborramos en
un campo cercano y volvemos a casa poco antes de la cena. Ernie dedica una
última batalla de indios y vaqueros en mi honor, y añade a las piezas de un
ajedrez antiguo para que aporten algo de frescura al escenario. El resultado es
caótico pero divertido. Pumky nos trae un vaso de leche con cacao antes de
irnos a dormir, como siempre, y luego voy a lavarme los dientes mientras
Ernie se pone el pijama. Me siento un poco desasosegado y algo triste. En el WC
pienso un poco acerca de todo, acerca de Ernie, sus primos, la revista, mañana,
dentro de 2 días, mis padres, el colegio, el mar, indios y vaqueros y
de repente noto que
se me están saltando las lágrimas. Me lavo corriendo la cara y regreso al cuarto.
Ernie ya ha apagado la luz, así que me tengo que cambiar a oscuras. Antes de
que pueda ponerme la camiseta del pijama, no obstante, dos fuertes brazos me
agarran de la cintura y me derriban sobre la cama.
"Enclenque"
"Manazas"
Comenzamos a pelearnos, como ha sido habitual en la casa de la playa desde aquel
incidente nocturno. Puede que Ernie tenga más fuerza, pero un pie bien colocado
en el estómago hace milagros. Empieza a hacerme cosquillas y yo le respondo.
Hasta le muerdo una mano que intenta inutilizar las mías. En el forcejeo, y no
sé cómo, una de esas manos mías acaba donde no debe por accidente, y basta un
pequeño roce para descubrir vida en Marte. O, en este caso, en Macmillan.
A ver, voy a comprobarlo de nuevo.
"Vaya, vaya, Ernie, ¿ has estado leyendo mi revista mientras yo
estaba en el baño?"
A él se le atraganta el aire en los pulmones y se queda tieso, hasta que
puede articular un:
"Justin, estate quieto"
"Quieto, ¿cómo? ¿Así?", con un rápido movimiento deslizo mi mano
dentro de su pantalón, "¿Así está bien?"
Ernie contiene la respiración y se muerde el labio para ahogar lo que fuera a
soltar. Intenta forcejear, pero está claro que le tengo en mis manos y esa
sensación me gusta. Me gusta mucho. Tengo ganas de devolverle el "favor", le
digo, empezando a mover la mano muy lentamente, arriba y abajo, uno, dos, uno
dos, puro ejercicio, delicioso resultado: me encanta ver su cara mientras le
toco, ¡no me extraña que mantuviese los ojos abiertos la otra vez! Con mi cara
gravitando a escasos centímetros de la suya, le voy dando ánimos mientras mi
mano trabaja sola. Soy malo, muy malo. Tanto, que mi mente se ve de pronto
inspirada por aquellas imágenes que tanto me han fascinado en la revista de
marras. Vuelve a invadirme esa curiosidad que había sentido al descubrir
lo que se puede hacer y cómo se puede hacer y quién lo puede hacer, y teniendo
la ocasión en mis manos, no puedo dejarla escapar. Necesito hacer algo más, es
más fuerte que yo. Ernie, en aquellos momentos y, como siempre, es más fuerte
que yo. Así que, sin previo aviso, utilizo las dos manos para bajarle el
pantalón hasta los tobillos, desciendo la cabeza lentamente mientras trazo
el recorrido con mi lengua sobre su piel, y antes de que pueda
protestar, un buen pedazo de Ernie está dentro de mi boca. Oh, Ernie trata de
incorporarse y detenerme, claro, pero ya es tarde y sólo puede agarrarse a mis
rizos con ambas manos mientras gime mi nombre por lo bajo como un mantra:
ascendente, descendente, sobresaltado, acelerado y por último fuera de sí. Y
aunque aquello me hace ser consciente por primera vez de dónde nos estamos
metiendo con una claridad pasmosa, me puede la curiosidad por saber hasta
dónde puedo hacer perder los papeles a Ernie. Con esa voz a medio cambiar tan
fuera de sí me está poniendo a cien; tal es el efecto mágico que causa sobre
mí, que apenas le escucho el "¡Para, para, para!" hasta que es
demasiado tarde y mi boca recoge los frutos de un trabajo bien hecho. Pero no
estoy acostumbrado a la sensación ni al sabor, y me produce tal arcada que
tengo que salir corriendo al baño a devolver toda la leche engullida en la
última media hora y puede que parte de la cena de hasta hace dos días. Una vez
que he terminado de vomitar por partida doble, relajado y un poco alterado por
lo sucedido, regreso al cuarto con intención de pedir perdón a Ernie, pero me
lo encuentro recostado de espaldas a mí, haciéndose el dormido. Ni siquiera
responde cuando le hablo.
Después me cuesta mucho conciliar el sueño.
Sobre todo cuando en una ocasión, en mitad de la noche, estando yo en duermevela
por fin, le siento darse la vuelta, acariciarme el pelo y la mejilla un par de
veces, y volver a su sitio.
Oh, Ernie...
Qué buen verano
hemos pasado juntos.
Me da muchísima pena despedirme de los Macmillan en el Caldero Chorreante. Les
doy las gracias por todo unas trescientas veces y Ernie me regala un
abrazo de oso antes de devolverme a mis padres. Mi madre lo compensa con uno de
sus estrujes interminables y mi padre me da unas palmadas en la espalda, al
tiempo.
En casa me espera una grata sorpresa que va a hacer esos dos días de retorno
menos tristes y más cortos: Colin me ha mandado un paquete con las copias de
las fotos que sacó a final del curso pasado, y una carta sobradamente afectuosa
en la que también adjunta una foto de él y su hermano pequeño, Dennis, otro
renacuajillo que en un par de años entrará en Hogwarts. Me paso una hora
examinando y contemplando las fotos, reflexionando sobre todo lo ocurrido y lo
que vendrá a continuación, deseando que empiece el tercer curso y, por
último, mientras aprieto la foto en la que estoy entre Ernie y Cedric,
recordando lo que me dijo Cedric a final de curso y luego lo que me dijo la
madre de Ernie antes de regresar, cuando Ernie no nos oía: "Su abuela me
lo comentó y yo no pude por menos que darle la razón: es el primer verano que
vemos a Ernie tan contento y entusiasmado con todo. No sólo ha aprovechado el
tiempo sino que lo ha disfrutado. Nos alegramos mucho de haberte tenido con
nosotros y espero que vuelvas tan pronto como sea posible. Por cierto, te oí
vomitar anoche. ¿Acaso te sentó mal la cena?"
Si su madre
supiera...
Por un lado, sus palabras me han hecho sentir importante; por otro, un poco
sucio.
Al menos he logrado mi objetivo de tomar más confianza con él. Pero claro, es
difícil no hacerlo con un amigo con el que eres capaz de tocar la zambomba a dúo.
Tengo que alejar esa revista de mí: me da ideas perversas.
Paso a la siguiente foto, en la que está Hannah sobre mi cabeza (esto es,
yo completamente embocadillado entre los 3), y pienso que, aunque haya tenido
Macmillan para rato, no he acabado empachado en absoluto.
"Tengo ganas de veros de nuevo", susurro a las figuras sonrientes,
acariciándolas con el pulgar; y mirando luego la parte derecha de la foto,
añado:
"Y a ti también...mi capitán".