¡Hufflepuff Existe!

Autor: Tastatur
Créditos: Harry Potter es propiedad de J.K. Rowling, un buen puñado de editoriales por todo el mundo y, cómo no, Warner Bros.

Que se queden con él: ¡yo quiero a Justin! Pero por desgracia también él es suyo.
Esta historia no tiene ningún fin lucrativo, es meramente un desahogo creativo. Y se supone que un entrenamiento.

*Advertencia*: Esta historia es SLASH en general: esto es, hay mucho mariconeo entre los chicos. Si los temas homosexuales te ofenden, por favor, no sigas leyendo. Si por el contrario esperas SEXO en abundancia, el fanfic entero y este capítulo en particular te van a decepcionar. Avisado queda. Y el que avisa no es Slytherin.

*Spoilers*: Cuarto libro.

Capítulo 10:    ¡Además de sangre sucia, maricón!

Sentado en mi asiento favorito del sofá circular, calentito frente al brasero, vuelvo a tomar una determinación: no pienso seguir sufriendo en vano. Sentado a mi lado, muy cerca pero sin rozarme, con el ánimo calentito frente al brasero, Zacharías Smith me mira de reojo, rezonga por lo bajo y suspira. No le he preguntado todavía por qué lleva todo el día enfurruñado y la cena sólo ha conseguido agriarle más el humor. Él tampoco me ha preguntado por qué llevo todo el día medio ausente y la cena sólo ha conseguido reventarme cualquier atisbo de buen humor.

"Ese maldito baile...debería estar prohibido", gruñe al fin. No tengo ánimos ni para asentir. Lo miro de reojo y sigo apoyando la cabeza en mis brazos cruzados sobre las rodillas.

Hay poca gente en la sala común, pero la suficiente para que haya un murmullo que acompañe. No me gusta el silencio absoluto, sobre todo cuando estoy depre. Pero ha sido también gracias a ese murmullo que me ha recibido al entrar en casa que me he enterado de las noticias: "Sí, sí, con Cho Chang. Le he visto pedírselo después de la cena. Se han quedado arriba hablando un rato después" "Oh, qué suerte tiene ésa" "¡Ni hablar! Lo que daría yo por ser el afortunado. Chang está de toma pan y moja...". Zacharías, que venía conmigo, le ha dicho unas cuantas cosas al autor de semejante elogio; pero yo he arrastrado el resto de mi ánima al sofá más cercano, he rodado hasta mi lugar y allí me he quedado plantado, como una mandrágora adolescente mutante. Cuando se ha cansado de discutir sobre las escasas ventajas de tener a Cho Chang como novia frente a, digamos,  Eloise Midgen, ha venido a sentarse a mi lado, como va siendo ya una costumbre. Sobre todo cuando está enfadado. Debe de ser porque soy el único que no se ríe siempre de él y sus mohínes.
Los que no están aquí, que son la mayoría, están en la biblioteca. El afán por terminar deberes antes de las vacaciones puede con el cansancio. Ahí estarán ahora Ernie y Hannah.

Cedric entra en la sala común. Me entero por los saludos y comentarios. Por las felicitaciones jocosas y hasta envidiosas. No miro.
"Cho Chang", musita Zacharías cuando se le pierde de vista en dirección al dormitorio, "De todas las chicas que hay en el colegio, ¿por qué Chang?"
Alguien le enumera una serie de buenas razones, y yo conozco chicas que, sin ser buscadoras de su equipo, reúnen todas las demás cualidades. ¡Cielos! Hasta yo las reúno, modestia aparte. Hasta sé atusarme con estilo el pelo por detrás de las orejas. Y seguro que mis rizos son más divertidos que su cabello lacio y anodino. Lo que pasa es que yo no encajo bien en el libro de familia, y ella sí. Fin.
"¿Sabes Justin?", continúa el rubiales, al que nunca le descorazona mi ausencia de respuesta, "Creo que éste es el prototípico caso de coartada fachada"
"¿Lo qué?", le pregunto al fin con una voz más ronca que la de M.A. Barracus con ataque de laringitis.
"Que esta pareja tiene todo el aspecto de pura fachada, lo mires por donde lo mires: el chico más popular del colegio, y la chica más elogiada y fantaseada del colegio. Uno y uno, dos. Pan comido. ¡Pareja de foto! Ya los veo en la portada del Corazón de Bruja."
"¿Crees que a Cedric ella no le gusta?", pregunto yo con un hilillo de esperanza.
"¿A dónde vas con ese huevo, Cedric?", se oye de fondo a otro compañero y Zacharías se interrumpe en lo que iba a decir.
"Al baño", responde sin pararse.
"¿Vas a incubarlo?", se ríen.
"Necesito meditar", sentencia antes de desaparecer tras la puerta.
Tanto el rubiales como yo suspiramos antes de que éste siga:
"No, Cedric nunca le ha hecho ni caso. Y, sin embargo, por alguna razón que desconozco, hoy le ha pedido que sea su pareja y ella le ha dicho que sí, claro: yogurín al bote, ¡uno menos en la lista de conquistas pendientes antes de la graduación! Pero, ¿tú a él lo ves ilusionado, exultante, sonriente por lo menos? No. Como mucho, aliviado. Creo que Chang es un salvavidas ante la presión que tiene como campeón de Hogwarts en el puñetero baile. Ahora bien, si me preguntas por Ernie y Hannah, creo que es una medida desesperada y que no beneficia a ninguno de los dos."
"¿A qué te refieres? Los veo muy contentos de ir juntos"
"Pero no es real, Justin. Todo forma parte de un trato que han hecho."
"¿Y tú sabes de qué va?"
"Lo oí en la biblioteca. Y tú lo habrías oído también si hubieras estado atento."
Memorias de hoy vuelven a mí. Mis propias tribulaciones me han hecho olvidar todo lo demás. Es cierto que hablaron de un pacto, pero...
"Hannah quiere dar celos al chico de Ravenclaw que le gusta y Ernie ha accedido a ser su cómplice. No sé cuáles son las verdaderas intenciones de Ernie (si está con Hannah, no puede ir con ninguna otra), pero ¿sabes qué? Habría preferido mil veces que Hannah fuera con Cedric. Así los dos tendrían la fachada cubierta y no habría falsas ilusiones ni desilusiones, ¿no crees?"
"¿Habrías preferido que fuera con Cedric?"
"¡Oh, vamos! ¡Ernie es demasiado soso para ella!"
"Pero si se llevan de maravilla."
"Hasta habría preferido que fuera contigo..."
"No me imagino yo como pareja de Hannah. ¿Y tú?"
Pero en ese momento entra Susan, quien nos localiza enseguida y se acerca muy decidida a mí:
"Justin, he estado pensando y...¿quieres ser mi pareja para el baile?"
"¿Pero a ti no te gustaba uno que...?"
"¡No me hace ni caso, Zacharías! Y a este paso...¿o ya tienes a alguien con quien ir?", me dice.
"No...No."
"No tienes por qué bailar conmigo ni pasar toda la noche a mi lado. Lo que pasa es que no quiero acudir sola y...prefiero que sea con un amigo. Bueno, ¿qué? ¿Te hace?"
Lo pienso dos segundos.
"Por mí vale", sonrío estúpidamente aliviado. Ni se me había pasado por la cabeza buscar pareja y tampoco quería ir de autista.
"¡Estupendo!", Susan se me abraza al cuello y se ríe con guasa, "Me pondré muy guapa para ti."
Zacharías titubea antes de intervenir, todo colorado:
"Oye...¿puedo ir con vosotros? Me sentiré estúpido yendo solo"
"Eres estúpido, pero estaré encantada de ir contigo", replica Susan, burlona y feliz, "¡Qué bien! Seré la envidia de todas, acompañada de dos chicos tan guapos. Jo jo jo"
"No hace falta que nos hagas la pelota, ya has visto que no cuesta mucho convencernos...", le digo, pero ella me ignora, nos abraza a los dos, nos da un beso a cada uno en la mejilla, y se va canturreando a su dormitorio.
Zacharías y yo nos miramos y sonreímos.
Bueno, el día no ha acabado tan mal, y la perspectiva del baile ya no tiene tan mala pinta.


Pero el viernes no es un gran día que digamos, para ser el último de clase. Snape nos ha puesto un examen de antídotos y nuevos deberes han ido acumulándose a los que ya llevábamos. Como buenos Hufflepuff, dedicamos todas las horas libres  a adelantar lo más posible para hacer que las vacaciones hagan honor a su nombre. En los descansos, sin embargo, ya se empieza a notar el buen humor navideño. Quizá haya sido un apaño chapucero y desesperado el juntarnos por parejas (¡o tríos!) entre los amigos, pero salta a la vista que todos estamos bastante contentos. Hannah no deja de sonreír y (¡increíble!) no muestra ningún signo de agobio con la pila de tareas. Por su parte,  Zacharías apenas ha hecho dos mohínes a la hora de comer, y se ha reído con ganas cuando hemos visto a Ron Weasley pedirle torpemente a Fleur Delacour que sea su pareja para el baile, antes de salir escopetado escaleras arriba, probablemente aterrado por su propia osadía. La engreída francesa andaba claramente ligando con nuestro prefecto, y la súbita intrusión del Gryffindor la ha dejado sin palabras, mirándolo con estupor incrédulo, mientras que a Cedric le ha dado la excusa perfecta para librarse de ella educadamente. Sorprendido al verme a lo lejos, ha girado la cabeza con brusquedad antes de regresar a la sala común.

Pero estoy de buen humor y estas cosas ya no me afectan.
"¿Vienes, Justin?"
"No, estoy cansado de la biblioteca por hoy, creo que prefiero..."
Pero no es Zacharías el que ha hablado, sino Luna Lovegood, quien me está mirando fijamente con esos ojos en los que cabe toda Escocia.
"Hace una noche tan buena que Hagrid me ha propuesto sacar a pasear a los escregutos bajo la luna. Me ha dicho que me traiga a alguien más, para controlarlos mejor. Y a ti te veo cara de necesitar un paseo."
Zacharías me mira con los ojos bizcos, pero yo contengo la risa y niego con la cabeza.
"Tienes razón. No me vendría mal", y a Smith, "Nos vemos luego, ¿vale? Por favor, si ves alguna escena como la de antes, luego me la cuentas."
"No lo dudes, estamos ya en los días desesperados. Te apuesto lo que quieras  a que por lo menos me tropiezo con cinco gilimemos como Weasley", se ríe, se despidecon la mano y se va. Imagino que ya se le ha olvidado que él llegó a suplicar para no quedarse desparejado...

De camino a la cabaña de Hagrid, Luna me sigue observando.
"Estos días se te veía un poco triste, pero hoy te vuelve a brillar la cara. ¿Es por el baile?"
"Puede. Pero también me gusta estar de vacaciones."
"A mí me habría gustado ir al baile."
"¿Y por qué no vas?"
"Porque soy menor y no tengo pareja."
"Oh."
En ese momento, lamento tenerla.
"¿Tú vas con alguien?", me pregunta, soñadora. Aunque como ése es su estado natural tampoco noto un gran cambio. El brillo en sus ojos, sin embargo, sí lo es. No conozco mucho a Luna, pero no me pasa nunca desapercibida por los pasillos y el comedor. Siempre, siempre nos saludamos. Eso, claro está, cuando ella se da cuenta de que estoy allí. Luna parece una chica interesante para pasar el rato. Lo cierto es que nunca me ha atraído ninguna chica. Hannah y Susan despiertan en mí mucho cariño, y sobre todo, confianza. Luna, por otra parte, me produce curiosidad. Pero soy una de las parejas de Susan, y no me apetece la idea de dejarla sola con Zacharías: si me lo pidió en un principio a mí, y no a él, será por algo.
"Con Susan Bones y Zacharías Smith."
"Qué suerte tiene. Si ella no quiere bailar, podéis bailar vosotros", la natural aceptación y la respuesta me dejan a cuadros, pero ella sigue a lo suyo. "A mí no me gusta bailar, pero sería bonito estar allí. La verdad, no entiendo por qué esa Fleur se da esos aires. Algún día la secuestrará un monstruo terrible y muchos hombres morirán por rescatarla. Ella reirá desde lo alto de una montaña sagrada, porque será con sus artes con las que los atraiga. Y luego escupirá a los restos de barcos que sus cánticos hayan hecho estrellarse contra el acantilado. Pero estaba claro que con Cedric Diggory no tenía nada que hacer. Qué pena que otro incauto andara cerca entonces. No deberíais haberos reído así de ese Weasley. Él no tiene la culpa de que en Defensa contra las Artes Oscuras no os hayan enseñado nada a los chicos para defenderos de las sirenas."
"¿Que Fleur es una sirena?"
"Una sirena de tierra, sí, pero lo es. Mi padre ha publicado muchos artículos sobre ellas. Son muy peligrosas. A ti tampoco te afectan, ¿verdad? Tienes suerte."
Voy  a intentar responder algo medianamente coherente, cuando llegamos a la parte trasera de la cabaña de Hagrid y éste nos recibe con entusiasmo. Lo cierto es que hasta entonces no me he planteado seriamente qué venimos a hacer aquí, pero la realidad me golpea brutalmente cuando Hagrid nos entrega un par de correas a cada uno, al otro extremo de los cuales se mueven en la oscuridad los terroríficos escregutos que tenemos que alimentar cada día en clase, hasta el día en que descubran que lo más delicioso en este mundo para un escreguto es la carne humana. Ese día podría ser hoy, pienso, pero camino junto a ellos igualmente. Hagrid nos va dando instrucciones a la vez que nos cuenta cómo se le ocurrió criarlos, así como las cucadas que han estado haciendo últimamente: ya sea quemar el huerto trasero, reventar una parte de la pared de su casa o pincharle la pierna repetidas veces cuando se acercó esa mañana a darles el desayuno mucho antes de las horas de clase. Puede que Hagrid sepa mucho sobre monstruos, pero Luna consigue siempre dejarle sin palabras cuando le describe algunos sobre los que ha leído o sobre los que su padre ha escrito. En esos momentos Hagrid me mira y me guiña un ojo a escondidas de Luna. Pero se nota que la pequeña Ravenclaw le cae bien.

Feliz por haber sobrevivido al paseo, regreso a mi casa y celebro la llegada de las vacaciones junto a mis amigos cantando un par de canciones con la guitarra, entre ellas un alegre Why worry con coro voluntario,  mientras los más pequeños dan las últimas instrucciones a los encargados de sus plantas durante las vacaciones, en las cuales pocos estudiantes menores de cuarto van a permanecer en Hogwarts. Como el tren parte por la mañana temprano, se suceden las despedidas y las bromas antes de irnos todos a dormir. Cedric, quien regresa tarde del baño portando en brazos el dichoso huevo, tiene que hacer trabajo extra de prefecto para hacer que se acuesten todos.
"¡Y no le des animales muertos!", me recuerda una de primero de cuya planta me voy a ocupar yo. "Los gusanos deben estar vivos para que no le siente mal la fotosíntesis."
Es en estos momentos cuando más echo de menos tener una nevera.
Y, ¡qué diantres!, toda mi casa. Descontando el año que pase petrificado por el basilisco, es la primera vez que no vuelvo a casa por Navidad.


A la hora del desayuno, con el número de estudiantes apenas menguado en las mesas, Zacharías me susurra al oído:
"Tío...no me interpretes mal, pero ¿Luna Lovegood? ¿Por qué andas tú con Luna Lovegood?"
"Sólo he hablado con ella un par de veces."
"Pero te gusta, ¿no?"
"Pues..."
"No pasa nada. No te cortes e invítala al baile. De Susan puedo ocuparme yo perfectamente."
El buen humor navideño de Smith es contagioso.
"No creo que a ella le haga mucha gracia..."
"¡Claro que sí!", interviene ella, sentada a su lado, asomándose por encima de su hombro, "Si es por ti no me importa sacrificarme."
"¿Me estás llamando sacrificio?"
"Suplicio anda más cerca, pero al menos quedas bien para la foto."
Una calida sensación de gratitud me confirma que esto es lo que prefiero.
"No hace falta. Quiero ir con vosotros."
Noto que Susan está exultante y que Zacharías asiente con alivio. A estas alturas de la película, nuestra conversación se ha extendido como la pólvora por la mesa de Hufflepuff, y comienzan a llegar a mí ondas de burla y chistes malos. La envidia les corroe, ¡eso es lo que pasa!


Colin y Dennis Creevey se pasan todo el sábado y parte del domingo corriendo de un lado a otro de Hogwarts, cámara en mano, para obtener exclusivas de las parejas recién formadas entre los estudiantes. Por supuesto, no desaprovechan ninguna de las ocasiones en las que nos cruzamos para ponerme al día: por ellos me entero de que Potter y Weasley acudirán al baile con las hermanas Patil. No es que me importe mucho, pero hay una parte en todos nosotros que se siente  inclinada irremediablemente al cotilleo. Al parecer Colin intentó engatusar a una compañera dos años mayor que él para poder ir al baile a sacar fotos, pero no coló. Bastante llamativo está siendo el hecho de que en la mesa de Ravenclaw ha quedado un solo alumno de primer año que acudirá al baile con una chica de sexto de su casa, lo que ha provocado comentarios y bulos para todos los gustos, como dicen que ocurrió aquella vez con la legendaria pareja de nuestra casa. A mí me parece bonito, pero claro, yo soy un romanticón de tomo y lomo y, además, me gustan las relaciones imposibles. Tanto, que no termino de hacerlas posibles nunca para mí.


El lunes  por la noche coincidimos Cedric y yo en el baño, y a pesar de todos los lavabos libres que hay, mi capitán tenía que elegir el contiguo. Llega un momento en el que nos quedamos solos lavándonos los dientes y el silencio constriñe tanto mi alma que estoy a punto de irme todavía con espuma en la boca. Pero él lo evita a tiempo:
"Me han dicho que irás con Susan..."
"Y con Zacharías. Seremos un trío", sonrío sin mirarle, terminando de enjuagarme y  luego de secarme la cara y las manos.
"Me gustará veros bailar a los tres juntos. Espero que os cedan la pista, porque va a ser todo un número", ríe sin malicia. Cedric no tiene malicia. Cedric sólo intenta ser amable. Iniciar nuestras bromas de siempre. Demostrar que nada ha cambiado entre nosotros. Sí, veo sus buenas intenciones. Y aún así...
"Estaría bien, ¿verdad?", río yo, "Si no fuera porque la pista ya está reservada a los campeones y sus parejas."
Y me voy sin más.


No me gustan las salidas dramáticas, pero era eso o desembotellar mi amargura y romper mi autopromesa. Y si hay alguien a quien nunca quiero traicionar en la vida es a mí mismo. Bajo corriendo al dormitorio y me siento junto a Ernie, que está leyendo en la cama, el único ocupante de la habitación.
"¿Qué lees?"
"Historias de sirenas y gente que habita en las profundidades."
"Sirenas, como Fleur."
"¿Qué dices? Fleur es medio Veela, no sirena."
"Andá pues es verdad. Se lo diré a Luna cuando la vea. ¿Estás ayudando a Cedric con la segunda prueba?"
"Lo intento, pero aún no he sacado nada en claro."
Deja el libro a un lado de la almohada, se estira y me mira con curiosidad.
"Te veo algo alterado."
"¿Tú crees?"
Me pone la mano en la frente, me palpa del derecho y del revés, y luego la deja caer suavemente por mi mejilla, antes de hacer un requiebro y darme una toba en la nariz. Pillado por sorpresa, no puedo evitar soltar una risita. Y de verdad que odio mi risita de colegiala.
"Acalorado como poco. Sofocado incluso. Y vuelves a tener ojos tristes, algo que no había echado en absoluto de menos estos días."
Como impulsado a esconderlo, sonrío también con los ojos. Ernie me mira, inclina la cabeza hacia un lado y parece quedar conforme. Entonces, tras echar un vistazo alrededor de la habitación, como asegurándose de que nuestros compañeros aún no han venido a acostarse, me suelta a bocajarro sin que su cara lo traicione:
"No dejes que Zacharías te meta mano en la primera cita."
Toso, me bamboleo y luego ruedo dos veces por su cama hasta llegar al libro, cogerlo y arrearle con él en la cabeza. Ernie se cubre y contraataca haciéndome cosquillas. Empiezo a retorcerme mientras sigo arreándole, hasta que mi mente decide por su propia cuenta recordar efemérides. Es en ese momento cuando ambos paramos en seco, en sincronía, y nos miramos cinco largos segundos antes de apartar la vista y sentarnos como niños buenos en la cama, carraspeando un par de veces mientras alisamos la colcha bajo y sobre nosotros respectivamente. Mirando de reojo a Ernie, quien finge sonarse la nariz, me fijo de nuevo en lo grande y fuerte que es, capaz incluso de llevarme en brazos si se lo propone. Invadido por una sensación cálida y reconfortante, me deslizo hasta quedar tumbado junto a él, pegado a su costado y con los brazos bajo la cabeza sobre la almohada. Ernie vacila un segundo y luego baja una mano a mis cabellos, enterrándola a la vez que mueve los dedos suavemente en un masaje...en un masaje que...aaah...
"Espero que no sea la misma mano con la que te has estado sonando las narices."
¡Cachete en la frente!
"¡Au!", me froto y lo miro con fingido rencor. Tengo las mejillas ardiendo y la libido confundida. Si no fuera porque sé que de un momento a otro aquí va a haber público, no dudaría en meterme bajo la colcha y hurgar en sus pantalones. Como aquella vez. Aquella inolvidable vez. Sexo adolescente sin complicaciones. Pero Ernie es mi amigo. Ernie va a ir con Hannah al baile. Ernie probablemente habrá olvidado lo que pasó. Y si no lo ha olvidado, quizá siga intentándolo. O le disguste, simple y llanamente. Nunca hemos hablado de ello y no voy a empezar ahora. Al final es él el que habla:
"Podría hechizar la puerta y no dejar que nadie entrara hasta mañana. O hasta el día de Navidad. Al fin y al cabo, los elfos domésticos pueden traernos la comida aquí. Y las aguas residuales se pueden evacuar por la ventana. Lo que me molestaría de verdad es tener que dar explicaciones a posteriori. Y puede que nuestros amigos nos echaran de menos."
"¿Ernie...?", gimo sin poder evitarlo.
"Como broma no estaría mal, ¿verdad? Me complacería ver cómo se las apañaban. Por mucho que intentasen entrar en el dormitorio de sus parejas, no podrían. Ya oigo sus quejidos por la incomodidad del sofá de la sala común", ríe, y es una risa amarga, "Podría cerrar la puerta y dejarte dentro. Pero, ¿quién me asegura a mí que no saldrías por tu propio pie?"
Tengo mi cara apoyada contra su gran glúteo. Tengo el corazón en estómago, garganta y orejas. Tengo mucho calor y los pies helados. Quiero meterme bajo la colcha y no pensar. No pensar.
"Justin", me susurra en el oído, inclinándose mucho, "Vete a tu cama."
No es una orden: el tono es dulce. Es más bien una súplica.
Como si hubieran estado esperando el momento oportuno, no he hecho más que ponerme en pie cuando entran los otros. Entran riendo, ajenos a nosotros. Están pletóricos por sus conquistas y ya hablan de cómo separarse y juntarse a intervalos regulares para aprovechar a tope el tiempo sin empachar a sus parejas. Ambas son un año menores y por lo menos de la de uno es sabido que sólo lo utiliza para poder asistir. Pero al alma Hufflepuff le da igual porque lo importante es pasar un buen rato con los amigos. Si la chica le deja plantado en mitad del baile, su amigo lo adoptará de carabina. Así dicho suena bien. A la hora de la verdad, no creo que ningún amigo que se precie sea capaz de irrumpir en el mejor momento y aguarle la noche. Quizá nosotros seamos afortunados de saber con absoluta certeza que nada puede salir de nuestro pequeño grupo, pues las miras están puestas en otra parte.
Pero cuando por fin apagamos la luz, me pregunto una vez más dónde estarán puestas realmente las de Ernie.


Por la mañana me siento raro. Por un lado, estoy avergonzado de mí mismo y de mis pensamientos impuros, y me da un poco de miedo el impulso loco que me invadió la noche anterior en la cama junto a Ernie. Sé que la culpa fue de las hormonas y de la noche, que me confundió, pero como no es la primera vez, no soy tan estúpido como para no darle importancia. Por otro lado, aún siento la necesidad. No es una necesidad de la que puedas hablar a menudo con alguien, y menos con tus compañeros, dada la condición particular. Si es verdad que Cedric tiene una tapadera, a mí me daban dos. Y no ayuda el saber que ambos tenemos la misma necesidad. Ni tampoco sospechar, aunque sea remotamente, que uno de tus mejores amigos también la tiene.

En la mesa durante el desayuno evito el contacto visual con Ernie. Está sentado a mi lado, y Zacharías al otro, discutiendo de forma absurda con dos chicos menores que él mientras Susan y Hannah le tiran migas de tostada cuando no las mira. Ernie debate de forma resabida con dos chicos mayores que él mientras yo como en silencio, pero su sola presencia siempre ha bastado para reconfortarme. Ahora mismo, mis amigos me dan muchísimo calor. Debe de ser la Navidad, que me atonta. Siempre he sido un sentimental. Con un rápido movimiento, me pongo en pie y tiro a Hannah de las dos coletas antes de que tire otra miga a Zacharías. Entonces Susan contraataca y empieza a tirármelas a mí.


El jueves 22 por la tarde la mayoría de los Hufflepuffs hemos terminado todos los deberes de Navidad. Cantamos unas cuantas canciones junto al fuego y por la noche empezamos a contar historias de miedo antes de dormir. No estamos acostumbrados a tener tanto tiempo libre y a muchos este ambiente nos recuerda al campamento del verano anterior. Como mi cara lo refleja todo, Ernie nota mi inquietud durante la última narración terrorífica: siempre me han dado mucho miedo los zombies. Antes de acostarnos, Ernie me pregunta:
"¿Seguro que podrás dormir solo, Finch-Fletchley?"
"No te preocupes. Si empiezo a tener pesadillas te llamaré, mami-llan", le saco la lengua.
Ernie la mira unos instantes antes de fruncir el ceño y recuperar la sonrisa:
"Mañana te echo una carrera de escobas."
"Hecho."

El viernes por la mañana salimos a jugar al campo de Quidditch para desfogarnos un poco. La idea la dio anoche Cedric, quien arrastra a los del equipo para no perder la forma y nos anima a los demás a que vayamos con escobas para hacer un poco de ejercicio todos juntos. Hasta intentamos jugar un partido, mezclándose los "profesionales" con los "mantas", lo que acaba en varios aterrizajes forzosos, un par de bolas perdidas y el cuasi asesinato colectivo de Zacharías Smith por recordarnos a los demás nuestras carencias como jugadores. Hannah, en particular, casi le salta a la yugular. Pero mientras que Cedric se ha llevado a Smith a que desfogara sus humos sobrevolando el lago (algunos han expresado en alto su deseo de que el capitán lo ahogue como quien no quiere la cosa, y hasta se han ofrecido a ocultárselo al Ministerio hasta el fin de sus días), Ernie ha tranquilizado a Hannah y luego nos hemos ido a descansar a la orilla tras cambiarnos de nuevo a nuestros uniformes.

"Cómo lo odio a veces", farfulla Hannah, arrojando una piedra al agua, que es devuelta y estrellada a poca distancia de otro grupo sentado detrás de nosotros, que por fortuna ha sabido dispersarse a tiempo.
"Eso es mentira", replica Susan entrecerrando los ojos.
"No ha recibido los suficientes soplamocos de pequeño, pero no es un mal chico", comenta Ernie, quien me mira de reojo. Y es que no pierdo de vista los puntos giratorios que son Cedric y Zacharías en la distancia."Tú que opinas, ¿Justin?"
"Que lo que necesita es amor"
Los tres proceden a rodar por el suelo de la risa.


El viernes por la tarde vamos a la biblioteca a leer por gusto. Ernie sigue investigando un libro tras otro, mientras que Zacharías no se despega del hombro de Cedric, aburrido como está, espantando de mala manera a las fans de nuestro prefecto cada vez que intentan molestarle, y estorbando él más que ayuda. Por la noche me agarra por banda en el sofá y me tiene dos horas desahogándose sobre lo incomprendido que es y lo torpe y ciega que es el resto de la gente. A la vez que intento apaciguarlo, animarlo y consolarlo, noto un pequeño sofoco y sensación de angustia en mi interior, incapaz de escapar, pero deseoso de ir...no, no quiero ir al dormitorio. Sé que Ernie lee un buen rato en la cama antes de dormir. Y siempre suele estar solo. Las chicas están en su cuarto todas, marujeando sobre el baile como nunca en su vida y haciendo pruebas de maquillaje mágico, o eso me ha dicho Hannah. Creo que están todas en el dormitorio de las de séptimo, que son las que más saben de esas cosas. Mi mente se evade unos minutos allí y disfruta con la imagen de tanta niña Hufflepuff acicalándose. Me imagino a Hannah histérica el día del baile: "Ay nooo, ése no es el colorrrr. Ay madre mía qué tarde es y yo con estos pelossss", ante una paciente Susan. ¿Qué llevará Susan al baile? Espero que nuestros colores encajen juntos porque, ahora que lo pienso, seremos 3 a combinar. Si mi túnica es negra tupida con rebordes dorados, quizá pueda combinar con cualquier color que los otros dos se pongan; pero imagínate que ambos van de amarillo Hufflepuff. ¡Qué horror! ¡Pareceríamos una abeja! Además, hay que contar con que Susan irá en el centro, así que lo mejor será que le pregunte a Zacharías de qué...
"Justin, ¿me estás escuchando? Porque yo creo que no me estás haciendo ni puñetero caso", protesta el rubiales con un mohín de la casa. Qué lindo está con ese mohín. Y como siga pensando así, dentro de poco llevaré bolsito y lo agitaré por los pasillos al ritmo de mis andares...
"Perdona, Zacharías, me evadí un momento."
"No...perdóname tú, que no hago más que soltarte un rollo tras otro...", suspira, algo más desfogado, y luego añade, "Tú también pareces preocupado por algo. Vamos, tío, puedes contármelo."
"No, si yo...en realidad quería saber...¿de qué color es tu túnica de gala, Zacharías?"
El puñetazo que me arrea no va con saña, pero basta para derribarme sobre el sofá; y marca la pauta para el comienzo de una de nuestras peleas. Contraataco y lo derribo sobre sus cuartos traseros, forcejeando con las manos. Al instante, el gran sofá circular es rodeado por los demás estudiantes, haciendo porras. A mí me entra la risa y no puedo seguir, de modo que el traidor aprovecha para tirarme al suelo, cerca del brasero, donde apenas puedo pararle con las manos. Consigo arrastrarme cual babosa y dejarle atrás, pero entonces me agarra un pie y tira de mí, tira de mí y me retuerce un brazo sobre la espalda para que suplique clemencia; pero no puedo suplicar nada porque no se me va la risa floja ni amortiguándola contra la alfombra.
"¡Serás mariquita! ¡Qué demonios te importa mi túnica de gala! ¡Ríndete y te perdonaré los huevos, si los tienes!"
Oigo que los demás corean mi nombre, ansiosos por una respuesta.
La pierna que tengo libre se mueve certera y fugaz hacia su entrepierna. Golpe seco, crujido y aliento contenido.
"Serás cabrón...", musita antes de caérseme encima, retorciéndose de dolor. La gente recoge las ganancias de sus apuestas e increpan al derrotado, arrojándole cojines que, la mayoría, rebotan en mi cabeza antes de llegar a él. Pero Zacharías no puede ni moverse y descubro al volverme ligeramente que tiene lágrimas en los ojos. Me pregunto si serán sólo de dolor.
"Tío, que pesas", le digo, zarandeándolo un poco, semi asfixiado por la proximidad de la estufa y el embutimiento entre sofá, alfombra, cojines y unos cuantos kilos de carne humana. En esto aparece Cedric de la nada, quien levanta a Zacharías de las axilas y lo arroja al sofá con los miramientos justos. Parece muy enojado.
"¿Se puede saber qué estabas haciendo? ¡Te recuerdo que me has prometido esta mañana que no montarías pelea!"
"Pero...pero si estábamos jugando...como siempre", balbucea Zacharías con gesto compungido. La presencia de Cedric, con sus ojos grises furiosos,  impone. Y Smith no está ahora mismo con ánimo como para ponerse gallito con el prefecto de nuestra casa. Al oír esto, Cedric me mira a mí y yo asiento desde el suelo,  sentado ya,  y aparto luego la vista con la misma rapidez con la que estoy apartando los cojines de mí y de las brasas.
"Pues no quiero tener que llevar a nadie a la enfermería la víspera de Nochebuena, así que tened un poco más de cuidado, por favor", explica más relajado, pero añade "Justin, ¿tú...tú estás bien?"
Al oír esto Zacharías se queda helado, pero no dice nada. Intenta entrecerrar los ojos, pero la sorpresa le puede. Me mira a mí, que a estas alturas estoy intentando enterrarme a mí mismo debajo de los cojines, pero enseguida baja la cabeza, pensativo.
"Claro que lo estoy", respondo de espaldas. En ese momento alguien frente a mí le ofrece el huevo. Seguramente Cedric se lo ha llevado de nuevo al baño, y al volver y encontrarse con el percal, lo ha dejado en manos de alguien de confianza antes de hacer de mediador. Como ahora soy yo el que está en medio, lo tomo y se lo ofrezco.
"Mírame a la cara"
Le miro.

Y le hago tal mueca que Cedric vuelve a pasarle el huevo dorado a otro compañero, antes de arrojarse sobre mí al sofá. Como esperando aquel momento, Zacharías salta también y pronto el huevo rueda por el suelo mientras el orgullo del macho anglosajón se disputa en melé alrededor del brasero.
Y como estas cosas sólo terminan cuando alguien llora, y nadie parece querer que termine, la cosa deriva en cosquillas, cojinazos y gamberradas hasta las tantas de la madrugada, cuando Cedric tiene que hacer uso de la varita para que le tomemos en serio. No me gusta que me aten de pies y manos. Y menos si no veo la cuerda. Eso sí, que lo haga Cedric, es otra historia.


El sábado casi todos dormimos hasta tarde. Las chicas también tuvieron su sesión intensiva de cotilleos hasta las tantas, y el efecto secundario más patente es la cantidad de miradas significativas que vuelan a la hora de la comida (porque el desayuno nos lo hemos saltado) entre unas y otras, al respecto, sin duda, de comentarios despellejadores sobre el género masculino y en particular sobre los pobres desgraciados de nuestra casa. Como tengo tanta hambre, me traen al fresco los susurros y las risitas entre Hannah y Susan, pero Zacharías pica el anzuelo un par de veces y acaba con el rabo entre las patas antes del postre, "agasajeado" por cinco a la vez, Hannah a la cabeza. Yo me siento pachón y no quiero ninguna clase de agitación en todo el día. Ernie, uno de los pocos que se fue pronto a la camita como el niño bueno que es, observa a unos y a otros con expresión divertida, y yo me sorprendo a mí mismo volviendo a mirarle a la cara con normalidad, sonriendo radiante y soportando sus bromas y sus consejos de abuela para remediar mis ojeras.

Lo malo que tienen las vísperas de acontecimientos importantes es que los nervios y la anticipación por lo que está por llegar hacen de todo el tiempo restante un descampado de inactividad, como si el único propósito de ese día sea pasar lo más rápido posible para ocuparse uno de lo importante. Y tampoco es que tenga excesiva ilusión por ese baile de marras, pero es algo distinto, algo grande, algo que ni esa francesa pija, que no hace más que quejarse de que si Hogwarz eztó que zi Beauxbatons lo otgó, querría perderse, por mucho que Cedric (ajajajajá) no fuera con ella.

Por la tarde empieza a caer una buena nevada (¡justo a tiempo para Nochebuena!) así que la disfrutamos desde la ventana de la sala común que, aunque sabemos que es sólo una imagen de lo que ocurre más arriba del submundo en el que nos alojamos, hace el apaño. El tema de conversación es uno y uno es el tema de conversación. No son ni dos, ni tres, sino uno: el baile. Y quiero decir que me gustaría que dejaran de hacer bromitas sobre nuestro trío improvisado. Pero claro, eso no es posible si la mayoría de las veces soy yo el que las inicia. Al final acabo cantando el Tunnel of Love acapella, hasta que empiezan a lloverme cojines. Unas niñas cantan un par de villancicos y los demás hacemos los coros, en plan "Nocheee de paaaz" "uuuuuuh". ¡Queda muy chulo! A medianoche Cedric se pone en modo sargento y no nos queda más remedio que desalojar, no sin antes partirnos el pecho con la horda de fans que le desean feliz navidad con un beso en la mejilla colectivo. Hannah y Susan incluídas. Y hasta un par de chicos del equipo, a los que Cedric tiene que quitarse de encima aguantando la risa.

Lo cierto es que me voy a la cama con la ilusión de los regalos del día siguiente. Por eso me levanto antes que el mismo sol.
Mis padres no me decepcionan: ¡10 CDs nuevos! ¡Tres libros de partituras! ¡Montones de chucherías y chocolatinas! ¡Soy feliz, soy muy feliz! Ernie se ríe de mí por los saltos que pego por nuestro dormitorio, pero me da igual. Él parece muy satisfecho con el reloj nuevo y los libros que le han mandado a él. La mayoría de las chicas han recibido un abalorio o un complemento para el baile; y a la hora del desayuno, no me lo puedo creer, el único que encuentra motivos para quejarse es...
"Vaya mierda de regalo. Ya se lo podrían haber currado un poco más. Qué morro tienes. El mundo está mal repartido."
"Zacharías, come y calla",  le escupe Hannah.



Navidad es una fecha señalada marcada por los banquetes opíparos. Parece que acabamos de desayunar cuando volvemos  a almorzar esos pedazo de pavos que inundan las mesas. Nos ponemos morados para compensar el cansancio de las batallas nivales que nos hemos pegado en el exterior, todo cubierto de blanco, y luego vamos a dormirlo a nuestra casa. A medida que avanza la tarde el nerviosismo crece y crece, hasta que oigo que Susan le tiene que gritar a Hannah que se tranquilice de -unapalabramuyfea- vez, momento que aprovechan todos los presentes en la sala común para callarse al tiempo. Alrededor de las seis y media, la sala se va vaciando progresivamente a medida que todos nos dispersamos a prepararnos. Acabamos colapsando el baño, dándonos los últimos retoques en el pelo y buscando algún rastro de indeseable pelusilla (¡los mayores dejan siempre los lavabos hechos un asco!). Zacharías aparece abriéndose camino hasta llegar al espejo y, para mi gran alivio, lleva también una elegante túnica negra de terciopelo con rebordes verdes. Visto de lejos, parece Draco Malfoy un día de clase. Omito semejante comentario y alabo su buen gusto al vestir, pero le pido que...
"Un día, por un día nada más, por lo que más quieras, Zacharías, ¡cambia la cara!"
"Dame un buen motivo para hacerlo", se encoge de hombros. Pero veo que no puede evitar sonreír.
Ernie espera en la sala ya, hablando con otros compañeros. Su túnica azul oscuro le sienta de miedo. Dale un par de insignias y parece el Ministro de la Magia, con ese porte y esa expresión de entendido que pone cuando está sumido en una conversación de relativa profundidad. Me acerco a él con sigilo y le soplo detrás de la oreja, desconcentrándole irremediablemente de lo que sea que estaba diciendo. Ernie se hace el indignado, pero fracasa:
"Pa...parece mentira con los años que tienes", protesta mientras se rasca el cosquilleo que le he dejado. Entonces sus ojos se desvían hacia la escalera y compruebo que las chicas están empezando a subir.
"¡Ya era hora! Falta poco para las 8", musita uno de sexto. Algunos de nuestros compañeros se han ido ya al Gran Recibidor para encontrarse con sus parejas de otras casas, como es el caso, para empezar, de Cedric, al que no he visto desde antes de ir a arreglarnos. Pero la mayoría hemos sido leales a Hufflepuff. O más bien, seamos sinceros, demasiado vagos para ir a buscar más lejos. Zacharías me estruja el brazo sin darse cuenta cuando aparecen Susan y Hannah, y a mí se me queda cara de tonto: ambas se han dejado el pelo suelto y, mientras que Hannah sólo lleva unos pequeños adornos, Susan se ha hecho dos finas coletas sobre la larga melena para darle más volumen. Los atuendos que llevan son preciosos, y cuando se acercan compruebo con agrado que Susan encaja a la perfección entre nosotros dos con su túnica de terciopelo rojo. Tras cubrirlas de piropos hasta potenciar sus coloretes al punto de ebullición, los cinco nos abrimos camino hacia la fiesta.

Hacemos nuestra aparición en el Gran Recibidor con Susan escoltada en cada brazo por Zacharías y por mí, radiante, exquisita, dichosa y parlanchina. Zacharías aguanta estoicamente sin perder de vista a los dos que van delante: Ernie está haciendo un buen trabajo de tranquilizar a Hannah con su conversación. Nadie mejor que Ernie, la verdad. Así que empiezo a contar chistes malos para intentar evadir a Zacharías y permitir a Susan que tome aire. En una de estas oigo a nuestro lado: "¿Ves como tu hermano podría haber venido con nosotros?"
 "Que no, Angelina, que tres son multitud. Y por una vez quiero hacer algo yo solo. Tener algo propio y privado"
"Si es así, me encargaré personalmente de que te quede un recuerdo inolvidable...si tú me prometes no echarme nada raro en la comida. ¡Nada de trucos, Fred!".
"Palabrita de Weasley."

Cuando parece que ya no cabe un alfiler ante la puerta, vemos que MacGonagall hace a los campeones a un lado, y van entrando los demás. No quiero mirar mucho al pasar, porque hay cosas que es mejor no ver si es posible evitarlo (y la noche es demasiado larga como para poder realmente evitarlo), pero no puedo por menos que fijarme en Hermione Granger junto a Viktor Krum. Hannah y Susan la sonríen y ella les devuelve la sonrisa. Parece muy nerviosa y no es para menos. Vaya, vaya con Krum.
"¿Vosotras lo sabíais?", oigo que Ernie le pregunta a Hannah.
"Claro, pero le prometimos que no se lo diríamos a nadie."
"Seguro que es una treta para sonsacarle información sobre ese Potter", comenta Smith.
"No digas tonterías, ¡ella nunca traicionaría a Harry!", replica Susan, repugnada por la mera idea.
"Venga, Zacharías, reconoce que por lo menos hoy es una chica digna de mirarse", dice Ernie, a quien Granger, pese a la rivalidad subyacente, siempre le ha caído bien.
Lo que sea que Zacharías farfulla no lo oigo, porque para entonces hemos llegado a nuestra mesa y me he quedado absorto con la fantástica decoración del comedor. Todo el mundo lo está alabando, asombrado. Tenemos mesas redondas pequeñas para cada 12, más o menos, y procuramos pillar sitio todos lo más cerca posible. Cuando estamos sentados toda la plebe, entran los reyes de la noche en medio de nuestros aplausos, en filas de a dos. De pronto la vajilla me parece lo más apasionante que he visto jamás, mientras ignoro la mirada penetrante de Ernie, que me conoce demasiado bien y no me quita ojo de encima mientras que hace como que aplaude entusiásticamente. Cuento los minutos hasta que, ahora sí, todo el mundo está en su sitio y podemos empezar a pedir la comida. Y digo pedir porque si no llega a ser por Ernie, no nos enteramos ninguno de que la carta que hay delante de nosotros sirve para que podamos elegir el plato. Eso provoca la primera sonrisa sincera de la noche en el rostro de Zacharías, a quien le ha amargado un poco el hecho de que Hannah y Susan no dejen de mirar de vez en cuando a las mesas de los Ravenclaw con profunda melancolía. La cena transcurre tranquila con la habitual charla de compañeros en un ambiente algo extraño, y una vez vacíos y rebañados los platos, Dumbledore hace las mesas a un lado para sacar un escenario con instrumentos musicales, que pronto es ocupado por el grupo Las brujas de Macbeth. Como está escrito en el programa, los campeones inauguran el baile. Harry Potter parece tener ganas de que se lo trague la tierra. Y yo hago un por por ocupar mi mente con algo, con la música, estudiando los atuendos de los profesores y las extrañas parejas formadas, evitando a propósito la pista de baile. No hay nada que ver allí.

Por fin dan la señal para que los demás nos unamos y Susan me pide el primer baile, que yo le concedo encantado. Zacharías parece milagrosamente conforme y se sienta a observar...a los que bailan al lado. Susan y yo improvisamos bien y consigo no pisarle sus inmaculados zapatitos. Le suelto un par de piropos más, nos reímos sanamente de nuestro tercer acompañante y sus mohínes de gala, y luego ocupo su lugar para que él baile con nuestra chica para dos. Zacharías soporta estoicamente las bromas de los compañeros al pasar junto a él, y Susan impide que se arroje a la yugular de Fred Weasley cuando entra en modo batidora de la pista con Angelina Johnson, atentando contra propios y extraños. Mientras espero a que acabe la segunda canción que llevan bailada, echo un vistazo a las mesas, ocupadas por aversos a menear las caderas, solitarios y gente radicalmente frustrada, como Ronald Weasley, quien acaba de perder a su pareja ante uno de Beauxbatons, sin que esto parezca afectarle o, siquiera, registrarse en su mente. No ha dejado de mirar a Granger y a Krum con expresión homicida en toda la noche, y no me sorprende que Harry esté a su lado, desparejado igualmente de su hermana Patil correspondiente. Ambos parecen estar ahogando las penas en cerveza de mantequilla, mientras que a Granger la he visto ir hace poco al baño con la expresión muy contrariada tras una pequeña trifulca con Weasley. Esos tres tienen una relación más rara...
"¡JUSTIN, JUSTIN!", Zacharías llega a mi sitio sofocado, sacándome de mi meditación intrascendental.
"¿Qué pasa? ¿Dónde has dejado a Susan?"
"Se ha ido al baño con Hannah...verás...¡pero no te quedes ahí, hombre, y ven conmigo, que a mí me da corte ir solo!"
Mientras me arrastra por entre la muchedumbre, Zacharías me resume brevemente lo ocurrido: Hannah y Ernie se habían ido a tomar un refresco y estaban tan tranquilos hablando cuando, precisamente junto a ellos, estaba Michael Corner, un Ravenclaw nada desdeñable, llegando, viendo y conquistando a Ginny Weasley, que estaba hasta los mismísimos del pobre Longbottom y sus torpes pies. No es por ser superficial, pero si a una niña de trece años le pones a elegir entre Michael y Neville, sólo te queda darle al segundo palmaditas de consolación en la espalda. Ernie había bromeado sobre ello hasta darse cuenta de que a Hannah se le caían las lágrimas a chorros; y tiempo le ha faltado para buscar a Susan y agarrarla por banda para ir juntas al baño a tener una de esas charlas de chicas, ante la impotencia supina de Ernie.
"Quién me iba a decir que el que le gustaba era Michael Corner..."
"Así que el plan de darle celos ha fracasado estrepitósamente. Y a Susan le gusta su amigo, Terry Boot."
"¿Entonces tú lo sabías, Zacharías?"
"Tengo un muñeco vudú de ambos debajo de mi almohada desde hace semanas, Justin. "
Llegamos a la puerta de los baños más cercanos al comedor, que están sobresaturados, y nos detenemos frente al límite permitido. Las demás chicas nos miran con una mezcla de curiosidad e indignación por otear hacia el interior, pero no dicen nada. Ernie nos ve y se acerca, con cara de angustia.
"¡Qué impotencia, de verdad, qué impotencia!", resopla. Imagino que ver llorar a tu mejor amiga y no poder hacer nada por evitarlo debe de sentar un poco mal. A mí también me gustaría hablar con ella, pero sé que sólo podemos esperar fuera. Mirando a mi alrededor, veo que en un rincón solitario hay una Slytherin que me resulta familiar. Y está sola, algo que no es nada habitual. Con esa túnica rosa pálido que tan poco le favorece, Pansy Parkinson medita apoyada contra la pared todas las maldades que ha cometido en su corta carrera de pérfida Slytherin. O más quisiera yo, pero igualmente me acerco a ver por qué demonios hoy parece el día de la plañidera festiva.
"¿A qué vienen esas lágrimas?", le suelto, pese a la confianza nula y la comunicación inédita que existe entre nosotros.
"¿A qué vienes tú?"
"Tengo a mi amiga llorando en el baño. Igual puedo ir practicando contigo para ver si luego entiendo mejor las suyas."
"Las lágrimas de un estúpido Hufflepuff nunca podrán equipararse a las de sangre pura, Finch-Fletchley."
"Quizá mis lágrimas te importen un comino, pero al menos te acuerdas de mi nombre."
Pansy no puede responder a eso, así que decide responder a lo primero:
"Draco es un imbécil."
"¡Primicia, primicia!"
"No, es un verdadero imbécil."
"Bienvenida al mundo real, cenicienta."
"¡Cenicienta tu madre, sangre sucia!"
"No toquemos a la familia, ¿vale?"
"No me toques tú",  me aparta la mano que había acudido sola a secarle una nueva tanda de lagrimones.
"¿Quieres un pañuelo?"
"Ya tengo el de Draco. Me lo ha dado sin mirar. Estaba demasiado ocupado mirando...a otra parte. Malditos Weasley. No sé por qué le absorben tanto el cerebro. Luego dirá que le estorban la vista, pero no deja de mirarlos. Ni a uno ni a otro. ¡Y su obsesión con Potter no es normal, por el rencor de Salazaaaar!"solloza, cediendo y desahogándose por fin contra mi hombro, mientras yo le doy palmaditas suaves en la espalda. Cuando recupera la dignidad y el orgullo Slytherin, me aparta de un empujón y se seca corriendo la cara, echando bruscamente su melena a un lado y alzando aún más esa nariz tan...tan...Parkinsoniana que la naturaleza le ha dado. " No te vayas a hacer ilusiones conmigo, ¿eh?"
Pero la sombra de una sonrisa vuela por sus labios y se acaba posando cuando Zacharías se acerca a mí por detrás.
"¿Qué haces aquí? Hannah ya ha salido. Se encuentra mucho mejor. Dice Ernie que..."
"Hola guapo", Pansy le guiña un ojo y lo desconcierta por momentos. Pero enseguida se rehace y, desenvainando su bordería, devuelve el saludo:
"¿Te importa? Esto es serio", y a mí, más bajo: "La hemos convencido para que vuelva a la fiesta y me la voy a llevar para que baile un poco. Ernie me ha dicho que Susan y él van a sentarse con los demás..."
Y lo deja en el aire, la petición. Sólo el brillo de sus ojos habría bastado para convencerme, si hubiera necesitado convencerme.
"Mucha suerte, tío", le palmeo el hombro. Y él asiente, agradecido: ninguno vamos a interferir más esa noche. Y luego me susurra en el oído de forma bien audible:
"Justin, ¡es demasiado pronto para entregarse a las mujeres de mala vida! ¡Aún tienes todo el futuro por delante! Así que deja de hacer el tonto y ve con los demás, que Ernie te está esperando", antes de guiñarme el ojo, dar media vuelta y largarse.
"Si lo miras de lejos, se da un aire a Draco, ¡hasta en la arrogancia y la soberbia!", suspira Pansy con expresión soñadora, viendo cómo el rubiales se aleja, "Qué pena. Y yo que iba a invitarle a bailar..."
"No te esfuerces: es un chico muy ocupado, si tú me entiendes", y arqueo las cejas de forma insinuante, preparándome para soltar la media mentira piadosa, "En cambio yo me he quedado más solo que la una, así que si quieres..."
No puedo terminar la frase, porque alguien me ha agarrado del cuello y me ha arrastrado fuera de allí antes de que Pansy diga: "¡Hufflepuff, caca!". Cuando hemos dejado cierta distancia de por medio con el  área de los baños y de cualquier grupito, me vuelvo y casi pego un grito.
"Pero Cedric, ¿estás loco o qué?"
Desde luego, sólo por su cara ahora mismo no me cabe la menor duda: está lívido y parece necesitar apoyarse en la pared para sostenerse. Con la otra mano me tiene agarrado aún el cuello de la túnica:
"Me llegan noticias de que Hannah se encuentra mal. Como... responsable vuestro, vengo a los baños... a ver qué pasa... y  te encuentro...te encuentro...", lo miro boquiabierto y con los ojos a punto de salírseme de las órbitas. "¿No puedes...no puedes quedarte con los tuyos...con los nuestros? Esa chica no es trigo limpio, Justin. ¿Qué ha pasado con Susan?".
Lo sigo mirando, hipnotizado ya. Su túnica no es especialmente elaborada ni especialmente cara, pero tiene el mejor relleno de todo el colegio. Su pelo está limpio y brillante, y estoy seguro de que da gusto acariciarlo y que huele muy bien. Sus ojos se me clavan como puñales, decepcionados e inciertos. No sé en qué demonios está pensando, ni por qué le importa que saque a bailar a la Slytherin Parkinson con esa túnica que hace daño a la vista, ni tampoco alcanzo a imaginar dónde ha dejado a la maldita Cho Chang, pero de pronto me siento furioso, muy furioso por dentro. Me libero de su agarre y le doy la espalda, dispuesto a volverme hacia los baños.
"Es sólo un baile, Cedric. Y estamos fuera de tu jornada de niñera. Vuelve ahí dentro antes de que un buitre de Beauxbatons te la quite."
De hecho, un rápido vistazo al interior del salón me confirma que Chang, las Patil  y todas  sus amigas Ravenclaw están ahora rodeadas y agasajadas por un nutrido grupo de franceses.
"Como ves, ella está bien acompañada ahora mismo. Le he dicho que iba a ocuparme de asuntos de mi casa, así que aún tengo un poco de tiempo. Lo que quiero decir es...¡Justin, date la vuelta cuando te hablo!"
"No me hables como si fueras mi padre", replico de forma rápida y seca, sin mirarle. Me estoy poniendo muy nervioso y muy malito. Cuento los segundos antes de salir corriendo al dormitorio a dormir mis frustraciones y mi rabia mal contenida. ¡Esto es tortura, por todos los demonios! Aquí estoy yo, con el plan de la noche patas arriba y Cedric sermoneándome con aires de madre superiora. ¡Oh, cielos, cómo quisiera golpearle ahora mismo y partirle la cara! Su preciosa...
"Aún tenemos un poco de tiempo",  susurra esta vez, acercándose a mí. Pronto siento su mano en mis cabellos y mis instintos asesinos se evaporan sin dejar rastro. Por último, me quedo de piedra cuando me susurra al oído: "Ven conmigo".
No me da tiempo a negarme, ni siquiera a situarme. Apenas han salido esas dos palabras de su boca, cuando Cedric tira de mi brazo con firmeza y me conduce por el pasillo en dirección opuesta al salón, de camino a la entrada principal. Y me saca del colegio, me lleva por entre los rosales iluminados por hadas diminutas, esquivando aquellos recodos con gente sentada en bancos. Ningún encuentro, ninguna pregunta. De pasada veo a Potter y a Wesley, escondidos detrás de un arbusto, espiando a alguien. O eso quiero creer. Y cada arbusto que pasamos parece esconder una parejita. Qué desvergüenza. Sólo falta Colin Creevey haciendo fotos. ¿Y a mí por qué me late así el corazón, demonios?
"¿Adónde...?"
"A un lugar donde podamos estar tranquilos. Sprout me dejó una copia de la llave, así que a menos que le de por regar las mandrágoras a medianoche, nadie nos molestará."
"Creí que no teníamos nada más que hablar...sobre aquello."
"Y no hay nada más que hablar. Ya lo hemos dicho todo. Cuidado que ahí hay alguien, no los pises. Argh, creo que eran Fleur y Davies", comenta cuando los dejamos atrás. Ya veo el primer invernadero. Todo cobra sentido. Mis orejas no dejan de zumbar y tengo la chuleta de ternera que me he comido antes dando saltos mortales en mi estómago. Cedric parece buscar uno en concreto. Probablemente el último. Ah, pues no. Sonrío a la forma que tiene de guiarme del brazo, pero me vuelve a dar un algo cuando llegamos ante el elegido y frena en seco para abrir con mano temblorosa. Maldice por lo bajo, una maldición inofensiva, y cuando por fin abre la puerta me introduce dentro sin ninguna ceremonia y con mucha impaciencia.

Todo está oscuro, pero los ligeros sonidos procedentes del interior bastan para reconocer el invernadero de las mandrágoras. Cedric no hablaba metafóricamente. Me sobresalto cuando le escucho cerrar la puerta con llave detrás de nosotros como si el llavero estuviera poseído. Después, vuelve a tirar de mí con ganas y me lleva a la otra punta del pasillo, al lavabo de las herramientas, contra el cual me apoya, me recuesta y me besa, oh dios mío, ¡sí!,  me besa. Me besa de una forma increíble, incontenida y torpísima, que por un lado nos llena a ambos de saliva, y por otro me deja las piernas tan flojas que me desplomo al suelo sin remedio en cuanto me suelta para tomar aire. Cedric cae conmigo, acariciándome la cara, los cabellos y los labios con un frenesí casi enfermizo; pero mi mente no está ya para mucha reflexión, y mi cuerpo empieza a responder solo: mis manos van a sus cabellos y no se mueven de ahí, aprovechando para bajar su cabeza y que vuelva a besarme, ¡por favor que vuelva a besarme como antes! Cedric capta la idea y, encantado, vuelve a empotrarme contra el mueble, sentados ambos en el suelo con las piernas hechas un lío y los cuerpos incrustados bajo la ropa, ansiosos por tocar cualquier parte al alcance, e intentando coordinar el movimiento de nuestras bocas sin chocar los dientes. El mundo se reduce a este sueño delicioso, a esta realidad alternativa que Cedric acaba de crear para mí, porque estoy seguro de que cuando salga de este invernadero apareceré en la entrada de los baños, solo una vez más. Pero ahora no, ahora no lo estoy. Ahora Cedric es...
"¡Y yo que pensaba que este baile nos había separado definitivamente!", jadeo contra sus labios.
"Justin, idiota, hace tiempo que tienes mi corazón en tus manos y tú te preocupas por las consecuencias de un estúpido baile", me dice, apretándome bien fuerte contra él.
"Cedric, cretino, hace tiempo que canto mis penas por ti, y tú te pones celoso porque intente pasar el maldito baile lo mejor y más rápido posible", contraataco, cubriéndole de besos. ¡Qué ganas le tenía, ay, qué ganas!
"Si ya sé que aquí el único imbécil soy yo, por pensar alguna vez que podría pasarme sin esto...y sin ti", confiesa, "Pensé que, de ceder a mis impulsos, con la atención popular puesta en cada uno de mis movimientos, la vergüenza de ser descubiertos nos arruinaría la vida. Pero es que no podía prever que tu indiferencia hacia mí me iba a quitar más el sueño que la primera prueba del Torneo de los Tres Magos", me besa la sien, "Que verte con otros disfrutar de la fiesta me iba a devorar por dentro...que no iba a poder soportar la idea de que me sustituyeras con...", me agita un poco antes de añadir, mirándome a los ojos guasiserio, "Susan, vale. Zacharías, me cuesta. Pero Pansy Parkinson..."
"No es mucho mejor que Chang, ¿no crees?"
"Olvídate de Cho, ¿quieres?", me vuelve a besar, "No sé si lo notarás, pero yo lo estoy haciendo."
"No, sí lo estás haciendo francamente bien", le respondo pletórico, mordiéndole sugerentemente toda la línea del cuello. Y Cedric ya está metiendo una mano por debajo de mi túnica, cuando oímos una serie de ruidos procedentes de la puerta, hasta que ésta se abre y alguien se asoma al interior, oteando en la oscuridad. Cedric y yo nos quedamos muy quietos, respirando con cautela y rogando por que nuestro escondite sea bueno. El intruso da un par de pasos que terminan por confirmar su identidad: hay una pata de palo de por medio. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza cuando siento su ojo de cristal fijo en nosotros a través de los tiestos dormidos. Pero Ojoloco Moody no parece tener intención de dar cuenta de nosotros, porque de inmediato inicia la retirada, no sin antes soltar una frase que, pese a dejar constancia de que no va a delatarnos, y pese a estar bien abrigado en los brazos de Cedric, quien me sujeta con fuerza posesiva,  hace que un escalofrío me recorra de pies a cabeza:
"Esto es increíble: ¡Además de sangre sucia, maricón!"