¡Hufflepuff Existe!
Autor:
Tastatur
Créditos: Harry
Potter es propiedad de J.K.
Rowling, un buen puñado de editoriales por todo el
mundo y, cómo no, Warner
Bros.
Que se queden con él: ¡yo quiero
a Justin! Pero por desgracia también él es suyo.
Esta historia no tiene ningún fin lucrativo, es meramente un desahogo creativo.
Y se supone que un entrenamiento.
*Advertencia*: Esta historia es SLASH en general: esto es, hay mucho mariconeo entre los chicos. Si los temas homosexuales te ofenden, por favor, no sigas leyendo. Si por el contrario esperas SEXO en abundancia, el fanfic entero y este capítulo en particular te van a decepcionar. Avisado queda. Y el que avisa no es Slytherin.
*Spoilers*: Cuarto libro.
Capítulo 11: El bardo y el paladín
No puedo describir con palabras la impaciencia que siento ahora mismo. Necesito que vuelva, necesito abrazarle. Pero sé que falta poco, falta poco.
Cuando deje a la fachada de la noche, cuando baje hasta aquí, cuando todo el mundo desaparezca...
Cuando por fin llega, me escondo detrás del respaldo para que
no me vea. Para que me busque.
"¿Habéis visto a Justin?", pregunta a Hannah, Susan y Zacharías. Sentado entre
las dos, el rubiales está más ancho que largo, aunque no haga más que quejarse
de eventos molestos si con ello hace reír a las chicas. Ernie se pone en pie,
se despide de todos y se marcha al dormitorio. Desde que volví del invernadero
ha estado muy serio. Nada más llegar al comedor me ha mirado de arriba a abajo,
me ha preguntado que dónde me había metido y, al asegurarle que no me había ido
con Pansy (lo cual era obvio porque ella seguía lloriqueando detrás de un mohíno Draco), se le ha quedado la expresión torcida
en vez de animada. Cedric ha sido
prudente y ha vuelto unos minutos después. Chang ha tenido la decencia de acudir
a él nada más verle para volver a bailar juntos, dejando atrás a un buen séquito de franceses con el corazón
roto. Hemos pasado el final del baile charlando entre amigotes, como de
costumbre, hasta que los desparejados nos hemos cansado y hemos regresado a
casa.
Claro que esta vez soy yo el que tiene un pacto.
"BUUUUUU", salto saliendo de mi escondite delante de sus
narices antes de que nadie pueda responder. Cedric me empuja con el dedo en la
frente y me caigo hacia atrás en mitad de mi pantomima fantasmagórica. Por
suerte, sus reflejos de buscador le permiten agarrarme de los brazos antes de
escogorciarme contra el brasero, y devolverme a mi posición erecta. "¿Por qué
has tardado tanto?".
"Porque tenía que contarle a Potter el secreto del huevo, por eso."
"¡¿Y por qué demonios se lo has dicho?!", se escandaliza Zacharías en el acto.
"Porque así ahora estamos en paz", responde tranquilamente nuestro capitán.
Con los dedos, lentamente, cuento los minutos que tarda en
desalojarse la sala común. Hannah y Susan. Zacharías y dos compañeros del
equipo. Los de séptimo. Cuatro rezagados que lloraban sus desamores en una
esquina. La mano de Cedric se acerca a la mía.
La una de la madrugada. No queda nadie más. El reloj suena suavemente. Las manos de Cedric sobre mis
cabellos. Su corazón en mi oído. No queremos hablar, no es el momento. Nuestra
respiración es agitada y nuestra emoción se desborda. Las manos de Cedric
comienzan a bajar: mi cara, mi cuello, debajo de mi túnica. De forma lenta, pero
segura, Cedric vuelve a inspeccionar su nuevo territorio. No hace más avances
porque no sabe aún a dónde nos pueden llevar, ni si estamos preparados. En
cualquier caso a ninguno nos importa porque queremos tomárnoslo con calma. El
mundo es nuestro y la noche es larga.
Las dos de la mañana. Lo miro y lo vuelvo a mirar. Cedric cierra los ojos y
respira con calma. A veces me creo que está dormido, pero en realidad está
sólo relajado. Sus manos siguen acariciándome la espalda de arriba a abajo, de abajo
a arriba, por debajo de la ropa. Mi cabeza reposa sobre su hombro y mis labios
no se cansan de repasar la línea del cuello y sus labios. Hace rato que ninguno
ha avivado el brasero, porque ya no hace falta. En un momento en que abre los
ojos, sin poder contenerme le susurro al oído con mi mano trazando círculos en
su mejilla:
^Boy, you look so pretty to me,
like you always did,
like the Spanish city to me,
when we were kids.
Cedric gira la cabeza bruscamente y me besa con ganas.
Las tres de la mañana y nos estamos durmiendo. Beso a beso, cada vez más espaciados, nos vamos dando las buenas noches.
Las seis de la mañana y Cedric me despierta con un profundo beso. Me aprieta fuerte, me susurra cosas. Y yo estoy tan dormido que apenas las recordaré al día siguiente. Vuelvo a cerrar los ojos.
Las ocho de la mañana y salta la alarma que mi precavido capitán había colocado, como la otra vez, solo que ésta se activa nada más abrirse la puerta de un dormitorio en el piso de abajo. Se acabó la noche y toca incorporarse. Consigo deslizarme a los baños mientras que Cedric regresa a su cuarto. Me lavo la cara y bajo a desayunar. Lleno el estómago, caigo muerto pero feliz en mi cama.
A la hora del almuerzo hay un contraste espectacular entre las mesas: mientras que la de Hufflepuff está animada y dicharachera, en el resto parece haber una mezcla entre resaca y desasosiego. Es lo bueno que tiene hacer los deberes con antelación: cuando se acaba lo bueno, no queda por delante el desierto de las tareas. Cedric pasa junto a Cho para saludarla antes de sentarse a mi lado en la mesa.
Todo el mundo comenta sobre la pareja del año: se los ve cada día por los pasillos y el patio agarrados de la mano. Si los veo desde una ventana, aparto la vista. Si me cruzo con ellos, evito mirar a Cedric. Y si no puedo evitar mirarle, y por casualidad él no puede hacer como que no me ve, sonrío primero a Cho y luego a él. Quedo tan bien y tan falso que no puedo por menos que felicitarme a mí mismo mentalmente.
Luego, por las noches, sentados si hay gente y recostados
cuando ya no queda nadie, Cedric me cuenta las anécdotas de Ravenclaw que, junto
con el Quidditch y el Torneo de los tres magos, constituyen los temas
principales de conversación con Cho. Si acepto que Cedric me hable de Cho, es
sólo porque hay que estar al tanto de los movimientos del enemigo:
"¿Sabías que Fleur hizo que Roger Davies dejara a la chica con la que se había
comprometido para el baile, para ir con ella? Cho no puede ni verla", me dice, y
añade una lista de las sutilezas con las que la Ravenclaw suele adornar a la
francesa."Y Potter le pidió que fuera su pareja. Pero claro, ella ya me había
dicho a mí que sí."
"¿Y de no haberlo hecho? ¿Habría ido con Potter? ¿Le habría dado igual?"
"Harry le cae bien. Justin, no es por nada, pero tú mejor que nadie deberías
comprenderla..."
Tocado.
"Sí, pero yo jamás te cambiaría por Potter, eso lo tengo muy claro."
"Olvidemos a Harry, que ya tengo bastantes quebraderos de cabeza con él como
rival en todos los otros campos", sonríe, esquivando la mirada. Tocado y
hundido.
"¡A sus órdenes!", respondo. Y le beso.
Últimamente no hacemos más que llenarnos mutuamente de babas a la menor oportunidad. A ver si pronto pasamos a algo más...sustancioso. Sobre todo para poder dejar de esconder las miradas sucias que le lanzo cuando creo que nadie me ve.
Durante el día apenas estamos más tiempo juntos que el rato que pasamos todos leyendo o charlando en la sala común, o durante las comidas. De noche intentamos disimular algunos días haciendo como que nos vamos a dormir y volviendo al rato. Después, no regresamos muy tarde para evitar quedarnos dormidos. Algún día nos permitimos trasnochar, como el sábado antes de acabar las vacaciones. Y nadie dice nada, nadie hace una sola pregunta. Creo que a estas alturas, ya se han acostumbrado a vernos tanto tiempo juntos.
A Ernie no le puedo engañar, sin embargo. Ernie me espera despierto cada noche, siguiendo su tradición, y aunque alguna vez comenta sobre mi sonrisa perpetua desde después del baile, tampoco indaga más. No creo que lo necesite, siendo sincero. Ernie suele percatarse de las cosas antes que nadie, lo que pasa es que, a diferencia de tantas otras cosas superfluas que brotan incesantemente de su boca, las importantes de verdad se las calla. Con la diferencia de que ahora cierra las cortinas de su cama nada más que vuelvo, cuando antes las dejaba abiertas toda la noche, como yo.
El primer día de clases, después del desayuno, me cruzó con
Luna Lovegood en el recibidor de camino a Herbología, yo, y ella a
Transfiguración.
"Estás enamorado. Tienes hadas cantándote en el cerebro. Las veo a través de tus
ojos."
Sin previo aviso, la levanto en volandas, le doy un rápido beso en la mejilla y
vuelvo a dejarla en el
suelo.
"Yo creo en las hadas, ¡creo, creo!", la sonrío dando palmas, y me marcho dejándola perpleja a ella, para
variar.
Dos pasos más adelante veo a Creevey mayor poniéndome morritos con las manos juntas, en clara pose de pedigüeño de besos. Le doy una toba en la nariz y paso de largo. En venganza, me saca cinco fotos por la espalda y me amenaza con colgar una foto ampliada de mi trasero en el tablón de anuncios de la sala común de Gryffindor. Lo ignoro con alevosía y me reúno con Ernie y las chicas para ir a los invernaderos a través de los campos nevados.
Tenemos una nueva profesora para Cuidado de criaturas mágicas. No sabemos muy bien por qué, ni si serán ciertos esos rumores que han salido en El Profeta sobre que Hagrid es hijo de gigantes, pero no puedo decir que me haya desagradado contemplar un unicornio vivo, aunque a cierta distancia. Hannah y Susan están en éxtasis al final de la clase. Y yo no quiero analizar muy profundamente el hecho de que el unicornio no me haya bufado cuando me he acercado como quien no quiere la cosa en un momento de descuido de Grubbly-Plank. De todos modos, espero que a Hagrid no le haya pasado nada malo, porque no lo hemos visto ni en el comedor.
A mediados de enero tenemos otra visita a Hogsmeade. De
camino vemos a lo lejos a Krum en bañador en la cubierta de su barco. Algunas
niñas gritan entusiasmadas y por el rabillo del ojo veo a Cedric absorto en su
salto al agua. Nos quedamos un minuto aguardando el combate espectacular entre
el búlgaro y el calamar gigante, vemos a los Creevey junto a la orilla con la cámara preparada,
pero éste nunca se produce. Krum sale a la superficie, nos ve
y saluda con la mano a Cedric, quien le devuelve el saludo con una sonrisa:
"Debería aplicarme el cuento si quiero tener alguna oportunidad", musita.
"Si has de morir, capitán, que sea el día de la prueba, no antes", replica Smith.
Una vez en el pueblo mágico, el Comando-H, mutilado por las parejas que se formaron en el baile y que aprovecharán la salida para intimar, Cedric y furcia (ups, se me escapó) a la cabeza, pasea su cansancio de comienzos de trimestre por las calles. Como golosinas como un maníaco-depresivo y me río con ganas en las Tres Escobas, a donde hemos ido tan pronto que sólo vemos a Ludo Bagman y a unos duendes en un rincón de la taberna. Al salir nos cruzamos con el trío fantástico de Gryffindor, pero ellos no nos ven. Ernie y Hannah, que han pasado la tarde solos buscando libros y evitándonos por alguna razón inconfesable (que no soy tonto) sólo aparecen a la hora de cenar. Ernie apenas habla para comentar sus hallazgos literarios y Susan intenta sonsacar a Hannah por lo bajo sin éxito.
El domingo por la mañana voy a dar un paseo alrededor del
lago con Zacharías. Me encanta contemplar el barco de Durmstrang y a sus
ocupantes lanzándoles restos de comida y cachos de carne al pizpireto calamar.
Es bueno que yo esté tan feliz (anoche la pasé con Cedric en el sofá y a punto
estuve de meterle mano, pero me contuve y aún no sé por qué), ya que él está
bastante depre. Supongo que estos meses son un poco fríos y duros. No hay mucho
con lo que ilusionarse, y la gente está a medio camino entre dispersa y absorta
en lo que no se supone que debe. Al final, como no hace mucho frío, nos sentamos
contra el tronco de un árbol. Durante un rato, le observo de reojo mientras que
él no quita los ojos al lago. Sus rubios cabellos lacios le llegan hasta las
cejas, proporcionando un buen escondite a ciertas expresiones fruncidas. He
perdido ya la noción de cuándo me acostumbré de tal forma a Smith, que su mera
presencia me es ya tan natural como la de Ernie, Hannah o Cedric.
"¿Crees que hay algo en lo que puedo ser particularmente bueno, Justin?", me
pregunta al fin.
"Eres buena compañía, tío. ¿Qué más quieres?"
"Algo de lo que sentirme orgulloso, por una vez. No hacer como que me siento
orgulloso. Sentirme orgulloso. Así tal vez algún día pueda echarle lo que
hay que echarle para no ser sólo el blanco de las migas de pan en la mesa y las
broncas de sobremesa."
El domingo por la noche le canto una estrofa a cada una de las chicas de mi casa, individualmente o en grupo. Ellas se ríen o me arrojan cojines, pero consigo mi propósito, que es verlas tan contentas como lo estoy yo. Hasta las más apenadas por recientes desengaños o bajones en clase. Con Hannah me marco un vals por la sala común, hasta dejarla luego bailando con Susan, y me voy a molestar un poco a la prefecta, que está demasiado concentrada en sus estudios. Cedric regresa de su paseo vespertino con la zorravenclaw a tiempo de impedir que dos de sexto me amordacen y maniaten al sofá, bandurria en ristre. Protestan que me está cambiando la voz y que suelto más gallos de los que soy consciente. Sin inmutarme, sigo cantando aún con más fuerza y a grito pelado: "JULIEEEEEEEEEEEEEEEEEET", hasta que mi capitán y paladín de la casa acude en mi rescate, no sin antes dar buena cuenta de la bandurria mágica a otro compañero que la sabe tocar también. Tras un par de canciones para terminar de caldear el ambiente, y una agradable charla alrededor del fuego, cada uno regresa a sus tareas de domingo antes de dormir. Cedric y yo conseguimos robar un beso a hurtadillas en los baños, y luego yo me voy feliz a molestar a Ernie en su cama (básicamente cantándole en la oreja con voz estridente para que no pueda concentrarse en la lectura), hasta que él también me echa a almohadazos.
Hannah no deja de suspirar cada vez que ve a Ginny Weasley rondando la mesa de los Ravenclaw o a Michael Corner acercándose a ella por los pasillos. Susan parece llevar mejor lo de ese Terry Boot, aunque me he fijado que a veces se queda triste y pensativa mientras estudia. Zacharías no deja de preguntar machaconamente a Cedric sobre la segunda prueba, algo que despierta la curiosidad en todos nosotros, pero éste sólo responde que ya la tiene más o menos resuelta y que sólo queda enfrentarse a ella cuando llegue la hora. Pese a todo, me ha pedido que lo acompañe un día de esta semana al baño para intentar sacar entre los dos todas las pistas de última hora posibles. Por seguridad.
Por una serie de circunstancias, ese día resulta ser el
jueves. Con premeditación, nocturnidad y alevosía llegamos al baño de
los prefectos, y con sorpresa, susto y disgusto descubrimos que ésa es
la noche que ha elegido también para resolver su enigma Harry Potter. Asomados
por el resquicio de la puerta, sin querer importunarlo al verle sumido en una
profunda meditación huevera, observamos que a su lado hay un fantasma al que no
he visto en la vida, que no deja de hablarle.
"Myrtle la llorona", me explica Cedric. "Me la encontré desmayada en el suelo
hace poco cuando salí de la bañera después de una larga hora de meditación. Me
vestí corriendo e intenté reanimarla, todo lo que se puede hacer por un
fantasma, claro, pero sólo murmuró algo de que 'una muerte así habría sido más
feliz' y ahí se quedó. De todos modos, parece que Harry ya lo ha resuelto",
sonríe satisfecho. "Vámonos de aquí, Justin. Ya volveremos mañana."
Cerramos la puerta con cautela, y estamos a punto de desandar
el camino, cuando escuchamos los pasos inconfundibles de dos pies
humanos y cuatro gatunos. A toda prisa doblamos la esquina y nos escondemos
detrás de una armadura, esperando.
"¿Ves a alguien, preciosa? ¡Corre y huele, que ahí hay rata encerrada!"
Cedric tira de mi mano y nos deslizamos poco a poco a lo largo de la pared,
hasta llegar a unas escaleras. Subimos a toda prisa en puntillas pero, para
nuestro horror, descubrimos que conducen a punto muerto: puerta cerrada.
Bajamos, llegamos a la escalera principal, y volvemos a subir un piso. No sé ni a dónde vamos, porque lo
único que sé en esos momentos es que que tengo los huevos de corbata (el dorado
incluido) y a Filch en los talones. Al llegar a un pasillo desconocido, Cedric me
aprieta contra sí y contra la pared, y me fijo en que parece estar murmurando
posibles hechizos de desaparición provisional. Pensé que el hechizo de "Trágame
tierra" no existía, pero igual Cedric lo improvisa. En esto que se empieza a
escuchar un chirrido ensordecedor y familiar desde el pasillo, proveniente de un
lugar cercano en el piso de abajo, y poco después, el horrible celador se aleja
en su dirección. Jadeando, nos dejamos caer contra la pared junto a una puerta.
"Ha sido...emocionante", dice Cedric. Su voz carece de cualquier exaltación
alegre.
"Yo quería un baño relajante, no una persecución con obstáculos", respondo, algo
frustrado. Habrá que volver a nuestra casa. Y yo que pensaba que hoy...bueno,
que en el baño...
"No podemos volver todavía. Filch anda vigilando las escaleras. Me huelo
que eso que hemos oído ha sido el huevo de Potter. Habrá que
esperar."
"No podemos quedarnos aquí, Cedric."
"Probemos una de estas puertas. Igual encontramos un sitio cómodo donde
sentarnos un rato."
"Para sentarme prefiero los cómodos sofás de la sala común."
"¿Quieres regresar ahora y jugarte un castigo, Justin?"
No quiero regresar, la verdad. No ahora que lo tengo para mí solo y lejos de
miradas curiosas.
"Elige una puerta", le digo por fin.
"Todas estas están cerradas. Oye, aquí no había pomo hace un momento. A ver ésta...", prueba, y para entonces ya estoy
junto a él. La puerta se abre y, del impulso conjunto, entramos inmediatamente.
Las luces se encienden solas, revelando un...¿dormitorio?
perfectamente preparado: una inmensa cama con sábanas blanquísimas y
entreabiertas, invitando a acostarse, y unas cortinas de seda sobre una ventana
falsa que refleja la luna llena y un cielo estrellado, agitándose con una brisa
también inexistente. La luz de las velas se va suavizando conforme nos acercamos
a la cama, atónitos.
"No me puedo creer que haya aparecido justo cuando no hacía otra cosa que pensar
en...", comienzo, sin poder evitarlo.
"¿Tú también estabas pensando en...?", se vuelve hacia mí como un resorte.
Ambos nos miramos, nos ponemos como un tomate, y nos echamos a reír con ganas.
Acabamos rodando sobre el colchón, muertos de la risa y la vergüenza, hasta que
por fin podemos parar y quedamos a poca distancia sobre las sábanas ahora
revueltas. Cedric respira con dificultad y se cubre los ojos con una mano, pero
no puede ocultar la enorme sonrisa. Tiene la túnica entreabierta. Sin
poder resistirlo, termino de apartarla, le levanto ligeramente la camiseta
y le pego un cariñoso bocado en el costado. Antes siquiera de que pueda
protestar, ya le he limpiado el mordisco con sendos lametones. Cedric me mira,
perplejo, y yo pestañeo inocentemente, restregando mi cara contra su piel como
si fuera un gato. Entonces, muy serio, me dice con voz ronca:
"Justin, te...¿podrías quitarte la ropa?"
Mi cerebro se congela unos instantes. Mi corazón, aparentemente, anda dando
tumbos bocabajo.
"¿Me repites?"
"Que me gustaría... verte desnudo."
"Cedric, cuántas veces nos hemos duchado..."
"Quiero verte desnudo aquí y ahora. Justin, por f..."
Sin dejar de mirarle a los ojos con cierta perplejidad, me quito la túnica
antes de que termine la frase.
"¿Ni siquiera me vas a ayudar?"
Cedric menea la cabeza mientras se tumba de lado, apoyando la cabeza en un codo.
Él ya se ha deshecho de su túnica.
Con una rapidez casi pudorosa, me despojo de todo lo que llevo de cintura para
arriba, arrodillado frente a él. Vacilo un poco antes de desabrocharme los
vaqueros, pero ante su serio asentimiento de ánimo, bajo la cremallera, las
perneras y, cuando voy a sacarlas del todo, ocurre lo inevitable: pierdo el
equilibrio de mala manera y me desplomo
sobre él.
"Deberían dar lecciones de strip-tease en Hogwarts", musito, medio mortificado,
medio excitado. Me he caído sobre su mano en el sentido literal de la palabra.
"Deberías relajarte un poco", me responde, sin ayudarme para que me incorpore.
Oh, no. Con la mano libre de mi peso, baja ligeramente el único elemento de ropa
que me queda (descontando los calcetines, pues ya nos hemos descalzado antes
mientras rodábamos), y acaricia con sus dedos mis nalgas desnudas. No puedo
describir con palabras decentes en el sentido más educado de la palabra el
calentón que llevo en el cuerpo ahora mismo. Con un esfuerzo titánico consigo
no gemir. Sobre todo cuando siento que los dedos de su otra mano están palpando
la pieza que les ha caído del cielo.
"Cedric...no es justo...aaah."
"¡Demonios, no aguanto más!", jadea, y me termina de bajar los calzoncillos, al tiempo
que tira de mi cuerpo para colocarme frente a él y besarme de una forma
desarraigada y feroz. Sus manos están por todas partes a mis espaldas y su ropa
se me antoja molesta ahora que la tengo de única barrera. No, no es justo, me repito a
mi mismo. Así que decido tomarme la justicia por mi mano y desabrocharle a él su
pantalón.
"Buena idea", susurra contra mis labios. Y sigue. Me ayuda un poco a
deshacerse de su propia ropa y en menos de veinte segundos estamos los dos como
nuestras respectivas madres nos trajeron al mundo, incrustados como el queso
fundido al pan, y haciendo pleno despliegue del furor hormonal que nos ha estado
consumiendo de insatisfacción una buena temporada. Con todo y con eso, y pese
a hacer de ambos cuerpos una autopista de carreras para nuestras manos, hay
una zona que por silencioso acuerdo permanece vedada. De hecho, creo que el contacto
mutuo es suficiente para volvernos locos. Y soy consciente de alguna manera (y feliz por ello) de
que Cedric no ha tenido ningún Ernie Macmillan para experimentar en noches
calurosas de verano. Hay tantas cosas que quisiera hacerle, pero como en cada
uno de nuestros encuentros, siento que no hay ninguna prisa. Estoy saboreando
cada avance segundo a segundo, y creo que él está conforme en que dejar algo
nuevo para cada ocasión contribuye a aumentar el deseo de buscarla con más
ansias. Sin embargo, y pese a todo lo anteriormente expuesto, Cedric acaba
encima de mí, frotando sensualmente nuestros abdómenes como si le fuera la vida en ello.
Intento taparme la boca, pero estoy seguro de que si esto fuera un verdadero
dormitorio, y hubiera otro al lado, nos estarían escuchando perfectamente. Cedric ahora mismo controla su voz tanto como su cuerpo y su respiración, esto
es, nada. Y yo alzo las manos para tocarle la cara antes de tocar también el
cielo.
Sé que tengo una sonrisa estúpida pintada en la cara, Susan,
no hace falta que me lo recuerdes. Sí, Hannah, ya sé que tengo el desayuno a
medias. Ernie, aún nos quedan cinco minutos antes de la primera clase, dejadme
en mi nube un rato más. Hoy el mundo es tan bonito, que se me escapa el aire en
largos suspiros cada vez que recuerdo los pormenores de la noche anterior. Eso,
si no se me escapa una risita por el hecho ridículo de encontrar una cama
preparada para dos en un cuarto supuestamente abandonado. No sé
ni cómo regresamos a nuestra casa sin ser descubiertos, y aún no las tengo todas
conmigo de que no hubiéramos acabado cerca de algún dormitorio de otra casa por
accidente. Lo único que sé y que quiero saber es que Cedric anoche estuvo
desnudo, encima de mí, jadeando mi nombre antes de caer rendido y comerme a
besos. Que aún mantengo mi virginidad intacta. Y que no veo el momento de
emplearla en algo útil, como en el chico que, sin poder evitarlo tampoco, parece
estudiar su propio reflejo en el tazón de leche mientras recibe consejos semejantes
de un compañero de equipo y de Zacharías.
"No tienes que tomarte la prueba tan a pecho todavía, hombre. Aún quedan unas
pocas semanas", le dice éste, y yo me río por dentro mientras le acaricio
la rodilla por debajo de la mesa. Ayer nos costó un triunfo separarnos para
dormir y yo podría vivir alimentándome sólo de besos como aquél de buenas
noches que me regaló al final.
¡Me encantan los hechizos repulsores! ¡Y a Hannah también! No
hacemos más que pasárnosla por el aire entre Ernie y yo. Al final, de la risa a
mí me sale mal, y si no es por Ernie que la atrapa al vuelo, se esmorra contra
los cojines. Susan, por otra parte, no hace más que repeler cojines contra mí
por la espalda, así que al final me veo obligado a contraatacar, mientras que
Ernie nos cuenta que hoy ha visto a Harry enclaustrado en la biblioteca, preso
de un frenesí investigador de última hora y alternando ojos bizcos de rastrear
entre tantas líneas con miradas angustiadas hacia el lago.
"Hermione no sabe cómo ayudarle", añade Susan. "Desde que saben que es una
prueba sumergida, ya se han puesto a investigar métodos de respiración bajo el
agua."
"Cedric no lo necesita", sonríe Ernie. "Conoce el encantamiento casco-burbuja, y
con él tendrá tiempo de sobra para resolver el enigma en una hora."
Inmediatamente recuerdo el hechizo de escafandra que utilizó en el Lago Ness y
sonrío al seguir el curso de aquellos acontecimientos hasta su desembocadura.
"Sí, ya sé que lo pasasteis muy bien con aquella aventura", Ernie frunce el
ceño. "Pese a que tuvisteis al resto de los compañeros en vilo toda la noche."
"¡No fue culpa nuestra! Yo..."
"En cualquier caso", me corta de raíz, "me alegra saber que gracias a eso Cedric
lleva la delantera, y con mucho, a Harry Potter, ¡pero no hay que quitar ojo a
los otros campeones!"
Ese mismo viernes Cedric decide ir a darse el último baño con el huevo, pero solo y temprano por la tarde. Así no tiene que preocuparse por que el baño esté ocupado y, además, dice que quiere investigar la habitación que descubrimos ayer sin miedo a encontrarse con Filch a horas prohibidas. Como todo aquello no basta para paliar mi decepción, me susurra con cariño que en realidad quiere dejar pronto de lado la tarea del huevo para pasar conmigo esa noche, aunque sea de forma tranquila en la sala común, y aunque la mitad del tiempo sea en compañía de otros. Y pese a que, para ser del todo sincero, he de confesar que no hay nada como las horas que pasamos a solas, no desprecio tampoco los momentos habituales de camaradería Hufflepuff. Me gusta que los amigos estén ahí y den también su apoyo a Cedric. Sobre todo ahora que tengo siempre reservado el sitio junto a él. Si no es posible porque no nos sentamos a la vez, Cedric se busca cualquier pretexto para cambiarse a mi lado.
Después de cenar y antes de su paseo nocturno con la
innombrable, Cedric se acerca con disimulo en el gran recibidor y me comenta el
resultado de sus pesquisas: le costó cerca de una hora encontrar de nuevo la
puerta y asegura, y requeteasegura, que un par de veces pasó por delante y ni la
vio; que cuando por fin la vio, la
intentó abrir sin éxito, como las demás; que una tercera vez la abrió y no encontró
nada; y que, a la cuarta, porque está seguro de que era la misma puerta (no, no se
había equivocado de piso ni de pasillo), desesperado y pensando sólo en cómo
demonios íbamos a volver a encontrar algo así para...(ahí Cedric se
interrumpe)...estar a solas, por fin halló lo que buscaba.
"Estaba ahí, tal y como la dejamos ayer, solo que con la cama hecha."
"No me sorprendería que la próxima vez hubiera hasta una caja de condones en la
mesilla", río yo. Cedric me mira sin comprender, arquea las cejas, sonríe, y
evita por poco que su mano roce la mía antes de que la cara a la que con más
gusto daría un puñetazo aparezca sobre su hombro para recordarle que le ha prometido un
paseo junto al lago. Rápidamente me despido de él y voy al baño a lavarme la
cara y refrescarme las ideas, porque de pronto me ha entrado una mala leche...
Es tarde ya cuando vuelve. Pero enseguida olvido con quién ha estado en cuanto me sonríe. Hay debilidades que son un bálsamo para las heridas. Otra cosa es que cierren, que no pueden, pero de momento, es más de lo que jamás soñé y no me puedo quejar. Prefiero que los compañeros bromeen sobre Cho y sobre lo que habrá estado haciendo con ella, a que bromeen sobre nosotros; pues, sinceramente, hay mucho más de donde sacar. Para doble fortuna, las especulaciones dan pie a una interesante y amenamente gráfica charla sobre anticonceptivos mágicos y hechizos protectores de la cual, aunque sólo me sirva la mitad, ha resuelto uno de mis mayores dilemas existenciales: condón o con dos cojones. Cedric parece estar pensando lo mismo porque su cara está roja a punto de ebullición. Zacharías está absorbiendo toda la nueva información con ansias mal disimuladas. Las chicas hace rato que nos han dado por imposibles y nos han dejado solos para marujear entre ellas sobre quién sigue con quién y por qué. Su suerte no ha cambiado. Para mi sorpresa, Ernie aguanta estoicamente la charla y hasta me da la impresión de que está tomando notas mentales, si no con la misma avidez que el rubiales, sí con idéntica curiosidad: los mayores se las saben todas. Aunque ciertas anécdotas preferiría no saberlas...
Las investigaciones de Cedric van más allá de lo que me podía esperar. Esto lo descubro cuando un buen día poco antes de la segunda prueba, me confiesa que ha estado escuchando a hurtadillas a algunos de los mayores hablar sobre "otro tipo alternativo de medidas de protección". Vamos, que no somos los primeros ni los que crearemos escuela en las prácticas alternativas de emparejamiento. Eso me tranquiliza sobremanera. Y a la vez, me da que pensar sobre la evidencia, a ojos de esas personas, de lo que sucede entre Cedric y yo. Porque si las miradas en lugares concurridos y los gestos aparentemente insignificantes de complicidad y cariño que nos brindamos en momentos esparcidos del día pudieran llegar a ser interpretados, darían buena cuenta de hasta qué punto llega la dependencia mutua que nos estamos creando. A menudo me pregunto a mí mismo por qué me erizan más los cabellos las caricias que me hace a escondidas en momentos aislados del día, como cuando nos cruzamos accidentalmente por el pasillo, que aquellas que, con más calma y a salvo de miradas ajenas, recibo en el sofá por la noche. En cualquier caso, nada supera la emoción que me invade cuando lo tengo cerca en las duchas. La resistencia que me impongo para no extender la mano entonces es superior a cualquier fuerza de voluntad empleada a lo largo de toda mi vida junta.
Cedric es mil veces más hermoso que esas crías de unicornio que ha traído Hagrid hoy (quien por fin ha vuelto) para regocijo de las niñas. Cedric ahora mismo es el centro de mi vida. Y nada más puede ocupar su lugar. Nada.
Quizá por eso el golpe de la segunda prueba resulta más duro.
Ya se ha puesto el sol el 23 de febrero por la tarde cuando Sprout
viene a buscarme a la biblioteca, donde estamos todos, para tener unas palabras
en privado. Los demás me miran con curiosidad. En un primer momento no se me ocurre de qué
puede ir todo aquello, pero la mirada de consternación de Cedric me devuelve a la realidad más
cruda de estar probablemente dando la nota más de lo decentemente debido, de
modo que sigo a la jefa de nuestra casa con una sensación ominosa de bronca inminente. Quizá
si no han llamado a Cedric también es por no levantar aún más sospechas, y ese
pensamiento no termina de consolarme en absoluto. Mi desconcierto es máximo
cuando, en vez de ir al despacho de Sprout en los invernaderos, o al despacho
del director, dondequiera que esté, se me conduce directamente al despacho de
McGonagall.
"Profesora", no puedo contenerme más, "¿ocurre algo malo?"
"Oh, claro que no, Justin", responde ella con una risita nerviosa muy poco
natural, "esto es sólo una formalidad que...pero pasa, anda pasa, que te están
esperando."
Pero en el despacho de la profesora de Transfiguración no me
espera ella sino Dumbledore. Sprout me hace pasar y nos deja solos, cerrando la
puerta.
"Pase y siéntese, señor Finch-Fletchley", y sonriendo añade, "Vamos, vamos, no
se ponga nervioso. Nadie va a echarle una regañina."
En ese mismo instante, el brillo en los ojos del director me da a entender
inmediatamente que lo sabe. Dumbledore lo sabe todo. Así que, con resignación,
me siento y lo miro, expectante. ¿Nos va a censurar? ¿Me va a disuadir de que
deje de influir negativamente sobre el campeón de Hogwarts?
"Quiero enseñarle algo", dice entonces, y del otro lado de la mesa saca lo que
reconozco en el acto como el infame Cáliz de fuego. ¡Ya entiendo! Quiere
emplearme como asistente en la organización de alguna parte del torneo. Ah,
bien, eso sí creo que puedo hacerlo. "Parece que aún se acuerda de él", sonríe.
"Bien, el cáliz ha sido utilizado ya en dos ocasiones para este torneo, y
aún
queda una tercera, como tres son las pruebas." Mis ojos no parecen apartarse de la copa, así que prosigue. "La
primera fue para elegir a los campeones; la segunda, para determinar qué es lo
que los campeones más valoran." Comprensión instantánea en el enrojecimiento de
mis mejillas. Dumbledore amplía aún más su sonrisa."Veo que ya se imagina a
dónde quiero llegar." Asiento débilmente. No creo que sirva de mucho mentir a Dumbledore.
Sobre todo cuando se le mira directamente a los ojos. "Señor Finch-Fletchley,
debo confesar que me ha sorprendido un poco la elección del corazón de Cedric
Diggory, pues tal cosa es lo que el cáliz evalúa mágicamente una vez
introducidos de nuevo los nombres de los campeones. Una sorpresa que, sin
embargo, se ha visto paliada en cierta forma al conocer la de otro de ellos. Y,
pese a todo, creo que las circunstancias y el contexto de ambos son tan
perfectamente distintos, que me he visto obligado a concertar esta reunión con
la, al fin y al cabo, parte interesada, para exponerle la delicada situación que
representa para alguien como Cedric Diggory el hecho de que todo el colegio
pueda descubrir, gracias a esta segunda prueba, que lo que más valora en el
mundo en estos momentos es nada más y nada menos que Justin Finch-Fletchley, un
compañero Hufflepuff dos años menor que él, hijo de muggles y con un historial
en Hogwarts nada falto de...anécdotas históricas en su haber. Todas estas
cualidades, claro está, no tienen nada que ver con el problema. Y entiendo que
una
intensa relación de amistad, como imagino que es el caso," y al decir esto me
mira significativamente, "constituya tan importante apoyo para una persona con tantas responsabilidades como ser a la vez prefecto de Hufflepuff, capitán de su equipo de Quidditch y
campeón principal de Hogwarts en el Torneo de los tres magos. No obstante,
produce cierto ameno desconcierto el hecho de que se otorgue emocionalmente tanto peso a
dicha amistad por encima de,
digamos, una relación estable y conocida como es la que lleva el señor Diggory
con la señorita Chang, de Ravenclaw. Estoy seguro de que es usted un alumno
razonable y realista y que no podrá, por tanto, ignorar las consecuencias que
les esperan a ambos de ser usted expuesto abiertamente como trofeo del señor Diggory en la prueba de mañana",
sonríe vivamente.
"¿A qué se refiere?"
Dumbledore alega que no puede explicarme la prueba a menos que sea parte
implicada, pero me recuerda que, como bien sé por la canción que él sabe que yo
he escuchado (y no quiero saber cómo lo sabe él, porque la imagen mental de una
voyeurística bola de cristal me quitará las ganas a cualquier hora), Cedric
tendrá una hora para buscar aquello que le han robado, aquello cuya pérdida más
lamentaría. Y, como bien hemos deducido ya todos, esa búsqueda tendrá lugar bajo
el agua; al no tener el mar cerca, por otra parte, el lago queda como opción,
más que probable, certera. Entonces me explica que si quiero seguir adelante,
permaneceré en el despacho hasta mañana, me drogarán antes de meterme en el agua
y sólo despertaré una vez fuera, con lo cual ni sufriré dolor alguno ni me
enteraré de nada. De negarme, recurrirán a la opción más convencional y sensata,
que es Cho Chang, y yo regresaré a la sala común sin decir una palabra a nadie
hasta el final de la prueba, si es que entonces lo deseo.
"La elección es suya, señor Finch-Fletchley."
Con un nudo en el estómago y sin pensarlo dos veces, respondo en voz queda que:
"Con su permiso, profesor Dumbledore, yo me vuelvo a mi casa."
Dumbledore asiente, complacido y encomia mi decisión, no sin despedirse de mí
con unas enigmáticas palabras:
"Los sueños son bonitos mientras duran, pero nunca está de más seguir
manteniendo un ojo sobre la realidad y un pie sobre la tierra, para tener un
punto de apoyo cuando un día, por fin, nos despertemos. Eso sí, mientras duran,
que nada enturbie el sueño."
Asintiendo con estupefacción, salgo del despacho y estoy a medio camino de
vuelta por el pasillo, cuando a lo lejos diviso a McGonagall y tres o cuatro
alumnos que la siguen. Al cederles el paso me fijo en que son Granger, Weasley
hosco (no la psicópata de su hermana), Chang y una chica más pequeña que parece
la viva imagen de Fleur Delacour. McGonagall me mira de reojo pero hace como que
no se fija en mí y sigue andando hacia su despacho, donde sé exactamente qué va
a tener lugar. Vamos, que el director sabía de antemano que yo diría que no, es
lógico. Chang sí que me mira con curiosidad y yo la saludo con la cabeza,
como un caballero. Una bola de plomo que ha estado pendulando en mis intestinos
mientras ha durado mi reunión con Dumbledore, se asienta por fin con todo su
peso en mi corazón. Y como no puedo contarle a nadie la tristeza que me embarga,
me voy a dar un paseo por el patio hasta la hora del toque de queda.
La mala suerte quiere que me cruce allí con Cedric, quien
anda bastante intranquilo, buscando por todos lados.
"Justin, siento la pregunta pero, ¿has visto a Cho? No sé a dónde ha ido después
de cenar y...¡ah!", me mira con consternación, "¿qué ha pasado al final?, ¿qué
quería McGonagall? Creo que también ha llamado a Weasley y a Granger, que llevan
días encerrados con Harry en la biblioteca, así que me he imaginado que sería
por ayudar a los campeones a resolver su enigma, vamos, que nada tenía que ver
con...¡bueno, cuéntame!"
"Es que es lo que tú dices", miento en el acto. Total, mañana sabrá la verdad de
todas formas."Sólo querían advertirnos de que no podemos ayudar a los campeones.
Probablemente a Ch...o le estén diciendo ahora lo mismo. Ya la verás mañana,
¿no? Es tarde ya."
"Tienes razón. Voy a preguntarle a sus amigas y enseguida bajo", y viendo que no
había nadie cerca, me acaricia la mano con ternura. Pero, en estos momentos,
todo me sabe amargo. Y sé que es estúpido, pero eso no lo hace menos amargo. Lo
único que me consuela es que a mí no me sumergirán en el lago con todas
las criaturas raras y peligrosas que lo habitan, y a ella sí.
Una amiga de Cho, una tal Marietta, le ha confirmado a Cedric
que McGonagall ha hecho llamar también a Cho, y que, ¡qué extraño!, aún no había
vuelto. Cedric no quiere comerse mucho el tarro con el tema, como tampoco se siente con
ganas de hablar de la prueba de mañana. Sabe cómo la afrontará y que lo único
que necesita es fuerzas para llevarlo todo a cabo. Aún no se imagina qué le
pueden quitar que tanto valga recuperar. Y, sonriendo, me dice que si no se
me llevan a mí, no habrá motivos de angustia. Pero, al cabo del rato, abrazados
en silencio con la única compañía del crepitar del brasero a nuestro lado, Cedric cae en la cuenta con un espasmo:
"Se han llevado a Cho, ¿verdad?"
Te ha costado, ¿eh? Mi capitán es listo, pero no muy rápido.
Decido hacerme el dormido.
Pero no cuela, porque al poco le abrazo con mucha fuerza mientras escondo mi
cara en su cuello.
Cedric me acaricia el pelo y no vuelve a insistir.
No pasamos la noche juntos, para que Cedric descanse, pero por la mañana lo acompaño en todo momento durante el desayuno y luego de camino a la prueba junto a los demás. Todos los compañeros le infunden ánimos, mientras que chicas de todas las casas y todas las edades celebran el nombre de su campeón favorito y no dudan en expresar tal predilección. La carga plomiza de ayer ha dado lugar a un vacío inocuo, y como no es mi estilo permitir que la tristeza domine mis días, me esfuerzo sobremanera en regalarle una sonrisa antes de dejarlo a orillas del lago, junto a los otros campeones. Eso no quita que me moleste la forma que tiene de mirar de arriba a abajo a Víktor Krum en bañador. ¡Pero si tampoco es que tenga un cuerpazo! Será por la debilidad que siente hacia los deportistas. Y el respeto hacia Krum, porque veo que ambos se sonríen justo antes de que llegue Potter, tarde, y ocupe su lugar junto al búlgaro. Nosotros nos sentamos en los asientos que han preparado en la otra orilla y comenzamos a vitorear. Cuando los campeones van entrando en el agua, sólo nos queda esperar. Me siento más tranquilo sabiendo que Cedric lleva un cuchillo en el bolsillo.
Pasamos el rato charlando, comiendo algunas golosinas que alguien ha repartido por su cumpleaños y haciendo cábalas sobre el posible resultado. Ernie no se separa de mi lado, para variar, y me llega a preguntar que si estoy bien, porque me ve muy pálido. Hannah le oye y empieza a preocuparse también. Hasta que, forzado, empiezo a hacer bromas y a contar chistes malos hasta que, en cuanto amenazo con cantar, todos a mi alrededor se preparan para amordazarme. Al final, entre risas, y entre todos, improvisamos una sarta de gallos para torturar al resto de las casas.
Pasada una hora, por muy poco, Cedric emerge llevando en sus
brazos a Cho Chang, y aunque en mi casa y en las de al lado irrumpimos en
clamores y aplausos, no puedo forzarme a mirar. Ni tampoco después cuando van
saliendo los demás campeones, Harry y Weasley los últimos (llevando a la hermana
de Fleur, quien no ha podido rescatarla). ¿Por qué Potter sí ha podido tener
a Weasley como rehén? ¿Hay de veras circunstancias diferentes? ¿Por qué no llama la
atención a nadie que Percy Weasley esté agarrando a su hermano de esa manera,
tan digno como ha sido siempre él? Sentados, envueltos en sus toallas mientras
son atendidos por Madame Pomfrey, los veo tan ufanos, tan serenos y tan dichosos
de sus logros a todos, tan feliz y orgullosa a Cho de haber sido la primera en
ser rescatada y por un chico como Cedric, que me siento pequeño, ínfimo y
miserable. Probablemente poco más que Krum, quien intenta sin éxito que Granger le
haga un poquito de caso, algo inútil después de que Harry haya robado de nuevo
la primera plana del momento y, heroico que es él, recibe 45 puntos por haber
intentado salvar a todos, no sólo a su rehén. Cedric se ha llevado 47 de 50 por
llegar un pelín tarde. Con todo, sigue siendo el ganador de la prueba y no veo
el momento de celebrarlo con él. Sin embargo, cuando se llevan a los campeones y
a sus rehenes al castillo para que se cambien de ropa, y veo a Cho envuelta en
la manta y rodeada por los hombros con el brazo de Cedric, quien saluda en
nuestra dirección al pasar cerca, la bola de plomo vuelve con todo su peso y me
siento incapaz de compartir la alegría de los demás, pese a mi forzada sonrisa.
No sé por qué me ha dado por pensar en el futuro; en los años que quedan en Hogwarts, siempre
en segundo plano; en la graduación y después, en el mundo adulto, en los
triunfos de Cedric y sus muchos retos, y quizá una boda que quede bien vista; y
siempre, de fondo, una sombra con la sonrisa partida: yo, detrás, por debajo,
lejos. La música de fondo en la película de su vida. Para cualquiera que me
conozca, mi silencio es algo muy significativo.
La tarde de ese viernes pasa en la sala común, todos alrededor del fuego mientras Cedric narra los acontecimientos que tuvieron lugar bajo el agua esa misma mañana. Nos cuenta cómo se perdió y le entró un ataque de pánico, pero al final llegó a donde estaba Potter con su rehén, Weasley (y no faltan comentarios al respecto), y se llevó a Chang limpiamente cortando la cuerda con su cuchillo. Regresar luego fue pan comido. Pero Cedric no parece satisfecho del todo con el resultado, para variar. Para los demás, lo importante es que Cedric sigue siendo el mejor.
Por la noche, cuando ya no queda absolutamente nadie ni en la
sala común ni en los pasillos, y como celebración personal de su victoria,
Cedric me lleva de la mano al sector de la escuela que descubrimos el otro día.
Pero es llegar a la puerta y abrirla, ver la cama, la iluminación débil y todo
tan dispuesto para algo tan premeditado, que de algún modo el alma se me viene a
los pies, y toda la tristeza de éste y el día anterior me vuelven de golpe.
De modo que cuando Cedric cierra la puerta y empieza a cubrirme de besos sin
poder esperar ni un segundo, me quedo transido e inmóvil, hasta que mi capitán
no lo aguanta más y, exasperado, se sienta al borde de la cama, ocultando sus
cara entre las manos unos instantes antes de volver a mirarme, el ceño fruncido y
mirada de preocupación.
"¿Y bien?"
Con paso cansado me acerco a él y me siento a su lado. El peso dentro de mí va
creciendo como un agujero negro, como un dementor interno.
"Estoy cansado, Cedric."
"Nuestro pacto es más duro para ti que para mí, lo sé", suspira
cabizbajo. "Y
aún así, aceptaste."
"Lo intento, de verdad que lo intento. Es sólo que esta prueba me ha hundido la moral, pero se me pasará,
ya lo verás."
"¿Por qué hagamos lo que hagamos tenemos que sentirnos perdedores, tú y yo?"
"¿Por qué habrías de sentirte tú perdedor?", lo miro con extrañeza.
Cedric me confiesa entonces que lamenta muchísimo no
haber tenido el mismo gesto heroico que Harry, lamenta que ni se le pasara por la
cabeza preocuparse por los demás rehenes. Había llegado el primero y se había
llevado a Cho sin pensar un segundo siquiera en los otros.
"Debería aprender de él", musita avergonzado, y yo pongo los ojos en blanco.
"Vamos, Cedric, estamos hablando de Harry Potter, alguien que no se quedará a
gusto hasta que no salve a la humanidad entera, porque con el mundo mágico ya lo
ha hecho varias veces, consciente o inconscientemente. Harry será el mejor mago
de todos, pero nunca será el favorito. ¿Qué prefieres, ser el de mejores
cualidades, o el más querido? Aunque no llegues a ser lo primero, no te puede
quedar duda ya de lo mucho que le gustas a la gente, y lo que es más, que te
aprecian."
Cedric me mira unos instantes, sonríe, y vuelve a ponerse serio:
"¿Y tú por qué estás tan triste hoy? ¿Qué pasó ayer que no me quisiste contar?
Venga, no seas remolón, dímelo. La prueba ha terminado."
Decido no andarme con rodeos. Me cuesta hablar de estas cosas cuando no estamos
abrazados, porque siento que me comunico mejor con él con mi cariño que con mis
palabras. Pero aún así, lo intento.
"En realidad...yo debería haber sido tu rehén."
"Eso ya lo sé", me sonríe, y su mirada basta para creerle. "Pero lo
confirmé al saber que se habían llevado a Cho después que a ti."
"Dumbledore me hizo elegir."
"De modo que Dumbledore lo sabe..."
No parece sorprendido, pero sí preocupado.
"Mucho me temo que sí."
"Y...¿y te dijo algo? No sé, ¿alguna advertencia, alguna prohibición,
algún consejo?"
Es mi turno de sonreír:
"Que no deje de tener los pies en la tierra, pero que disfrute del sueño."
"Pues, ¿sabes? A mí se me ocurre una muy buena forma de seguir ese
consejo."
Y diciendo esto, se echa sobre mí y me tumba sobre la cama retomando lo que
dejó frente a la puerta. Al principio me dejo, hambriento de su cariño; pero al
poco, la ambientación sobrenatural puede conmigo y me vuelvo a quedar rígido y
desganado.
"¿Y ahora qué?", musita acariciando mis labios con el pulgar, una mano en mi
mejilla.
"Que esta habitación no me pone, eso es lo que pasa."
"¿Se te ocurre un sitio mejor donde no nos descubran?"
"Cedric..." Lo que verdaderamente detesto es tener que hacerlo todo a
escondidas. "Lo siento, Cedric, hoy tengo un día malo."
"No...pasa nada", suspira, incorporándose. "Anda, volvamos"
Asiento rápidamente y volvemos a ponernos los zapatos que tan hábilmente me ha
quitado en un momento.
Las duchas. Bonito lugar. Ahora me siento culpable. Cedric va a tener que darse una ducha fría a las dos de la madrugada por mi culpa. Sentado en el suelo, sujeto su toalla. Quiero mirarle mientras el agua recorre su cuerpo como mi lengua se siente incapaz esta noche. De pronto tengo mucha sed y me siento aún peor que antes. Cedric me mira, me sonríe, me seduce hábilmente, y yo decido mandar mi tristeza al cuerno. Me quito la ropa con avidez y destreza (para el estado de atontamiento en que me encuentro) y me meto debajo de su mismo grifo. Cedric me abraza, me besa y me enjabona al gusto, y yo me dejo hacer, esta vez sí, respondiendo en la medida de lo posible. Es un momento tan tierno que, derramando un par de lágrimas estúpidas, decido dejar caer con ellas mi estupidez, y disfrutar del sueño, ahora sí, sin pensar en lo que pasará mañana, y sin quitar ojo a lo que ya tengo. Cedric ríe al sentirme temblar entre sus brazos, mientras el agua chorrea sobre nosotros. Acabo riendo yo también, pegado a él, y no necesito más esta noche. Al final Cedric nos seca a ambos y me da uno de sus besos de buenas noches marca de la casa. Consigue que me vaya a la cama con una enorme sonrisa. Al rato de acostarme, escucho a Ernie cerrar sus cortinas, como de costumbre. Pero sé que ha tardado mucho más de lo que venía siendo habitual. ¿Estabas preocupado? Oh, Ernie.
Aunque toda esa semana me quedo más calmado, que no convencido, no es sino el fin de semana siguiente, en la visita a Hogsmeade, cuando la verdadera naturaleza de las cosas se revela, y Cedric se ve enfrentado a una prueba más dura que aquella del torneo, y con los mismos protagonistas.
No sé, y Zacharías entiende aún menos, cómo nos hemos podido dejar engatusar por Hannah y Susan para visitar la cafetería de Madame Pudifoot. El rubiales se niega en redondo a entrar y Ernie, por lo bajo, me dice que por él que se quede esperando en la puerta como un perro, porque ya ha cubierto el cupo de su paciencia esta tarde. Y es que Zacharías, que ha tomado la iniciativa ofensiva, no ha permitido a Ernie y a Hannah hacer su escapada habitual, con una argumentación que, haciendo gala de una elocuencia inusitada y probablemente requete ensayada de antemano, ha convencido plenamente a Hannah de que no hay razón de ir a mirar más libros apenas un mes después de la última visita, que es mejor emplear el valioso tiempo de compras en los establecimientos que hace más tiempo dejó de visitar. Y es que no hay nada como una sugerencia placentera para desbaratar la buena influencia cultural que es Ernie. Finalmente ha sido mi propia persuasión la que ha convencido a Ernie de que se quedara él también. A regañadientes al principio, y fingiendo desgana después, Ernie ha estado diciendo que sí a todo lo que las chicas proponían y que sabía que a Zacharías horrorizaba: una hora en la tienda de ropa, media en la de regalos y ahora, Las Tres Escobas canjeada por "el rincón de los tontolitos", como bien dice él.
Sin embargo, no estamos ni a diez metros de distancia cuando
de la puerta sale Chang hecha una furia y secándose un par de lágrimas. Apenas
dos segundos después, Cedric sale detrás y la agarra del brazo, impidiendo que
se aleje.
"¡Espera Cho, por favor, escúchame un momento!"
Nosotros nos quedamos apartados, sin ganas de inmiscuirnos ni ser vistos,
mientras que en las ventanas de la cafetería se agolpan los curiosos. Por la
calle, la gente también se detiene expectante.
"¡Si no puedes, no puedes, Cedric! No importa. Da igual. No es..."
Pero lo que sea que no es, se le queda en la garganta, pues Cedric le ha hecho
callar como cualquier chico con un mínimo de experiencia sabe, y Chang se ha
quedado mansa y dócil en sus brazos. Los curiosos de la ventana aplauden, los de
la calle siguen su camino y nosotros damos la vuelta en redondo.
"Uno al que le van bien las cosas", suspira Zacharías.
"Hacer llorar a una chica no entra dentro de mi definición de relación feliz",
musita Ernie. Hannah y Susan lo miran, se miran y se sonríen. Zacharías lo mira
de reojo con inquina. Luego me mira a mí, que estoy callado y absorto en mis
pies, fingiendo que voy a descubrir oro en cualquier momento, y por el rabillo
del ojo le veo fruncir
el ceño.
"En realidad", sigue Ernie, "hacer llorar a alguien es lo que me molesta."
A esto no puedo por menos que sonreír, a la vez que paso un brazo alrededor de
sus hombros.
"Entonces ya lo sabes, Macmillan: jamás me vuelvas a hablar de rebeliones de
duendes ni de tratados sobre la magia en días festivos. Ni, por supuesto, me
digas cuánto llevas estudiado para un examen antes de que yo siquiera haya
empezado a organizar mis apuntes."
Los demás asienten con vigor y Ernie acaba riéndose sinceramente.
Luego, en Las Tres Escobas (donde hemos terminado para mayor
regocijo del rubiales), no me quita ojo de encima y al final le tengo que
convencer de que, ¡por todos los demonios!, estoy bien (porque sé qué es lo que
le preocupa) sentándome a su lado y haciendo que se balancee conmigo mientras un
nutrido grupo de Hufflepuffs desengañados, con las chicas dando palmas (prefecta
incluida), canturreamos al únisono:
Podéis birlarnos la copa de
la casa,
Podéis dejarnos con la miel en la boca,
que
nunca seremos los campeones,
y nuestras penas os suenan a guasa.
Pero aunque la fe que nos queda es poca,
por lo que a mí me toca,
¡seguiré dando la brasa!
Cantando mis alirones:
¡Hufflepuff, Hufflepuff, ven
y siéntate aquí,
que somos gente amiga,
trabajamos como hormigas,
y
si me arrastro por el suelo,
después tengo fácil consuelo,
pues por tu cara de ortiga
nunca me desvelo,
y ante un duro desagravio,
si me acuerdo, ¡no te vi!,
y si te vi, ¡qué te den!
¡Hufflepuff, Hufflepuff, ven...!
"Justin, esa letra es..."
"...inspirada.", le termina Susan a Hannah, ambas con cara de tremenda vergüenza
ajena pero divertidas.
Ernie se da la vuelta porque se está ahogando de la risa. Zacharías sólo puede
darme palmadas abochornadas en la espalda, mientras yo ya he arrastrado a medio Comando-H a
cantar conmigo.
"Nononono, chicos, chicos, ¡hay que poner el espíritu adecuado en cada estrofa!
Mirad, la primera parte tiene que sonar apasionada, desesperada y algo
reivindicativa, mientras que la segunda es sosegada, alegre cual mariposa
revoloteando sobre las flores, que es como describen a menudo a los nuestros,
además de zopencos, pazguatos, sososmelé y cero a la izquierda en el ranking
mayor. En todo momento, no obstante, hay que poner voz ronca, beoda, forzada.
¡Vamos allá! A la de una, a la de dos, a la de..."
Hufflepuff, Hufflepuff, ven...
"Justin, has perdido del todo la cabeza", menea Ernie la suya
de camino al castillo.
"¿Y qué mas me da, si a cambio he recuperado mi corazón", respondo, dando
saltitos agarrado del brazo de Susan.
"Hablando del corazón, ¿os habéis enterado de la última noticia?", comenta
Hannah.
Entonces Hannah y Susan nos cuentan el último culebrón de Hogwarts que ha
aparecido en el Corazón de Bruja, la revista para brujas marujas: el
triángulo amoroso Potter - Granger - Krum. A mí me pareció el otro día que,
entre esos tres, sólo hay uno verdaderamente enamorado, pero Susan sigue
guardando sospechas de que a Hermione Granger le gusta un poquitín Harry, por
mucho que lo niegue. Y, desde luego, algo se escuece entre ella y Weasley, en
eso estamos casi seguros todos, porque últimamente los vemos (y oímos aún más)
discutir muy a menudo por los pasillos. Y ya se sabe que los que se
pelean...Si no, mira a los dos cenutrios que tengo delante discutiendo que si
Weasley, que si Potter. Zacharías, cede un poco, hombre, que Hannah entiende más
de estas cosas porque se fija en los demás, no hace de su propio ombligo un
mausoleo, como otros. ¿Y qué hacen Potter y sus secuaces con ese enorme perro
negro? Está un poco escuálido, pero tiene una pinta de achuchable...
Es sábado por la noche y la gente tarda más que de costumbre en desalojar la sala común. Me he vuelto a negar en redondo a ir a la "habitación de la noche de bodas", como ya la hemos bautizado. Él se niega a darse otra ducha conmigo. No lo ve seguro en un día como hoy, puesto que sabe que es el sitio al que recurren algunos de los mayores. Así que de brazos cruzados frente al brasero, dejamos pasar al menos cinco minutos largos antes de que su mano vaya a mi rodilla y la mía a su entrepierna. El salto que pega es digno de foto, pero no contrataría a Colin Creevey como fotógrafo voyeur ni aunque me pagara él a mí.
Estoy de muy buen humor, y no debería, ya que hoy Cedric le
ha dado su primer beso a Cho Chang. Sí, lo que hemos presenciado esta mañana ha
sido su primer beso, después de casi dos meses de relación. Confirmado de
primera mano. Y para conseguirlo, la zorravenclaw ha tenido que montar el
numerito, increpando a Cedric delante
de las otras parejas en la cafetería y después haciendo la salida dramática con
la certeza de que Cedric la seguiría. Cedric que, además de caballero, como buen buscador es rápido
y agudo de vista y de mente (cuando quiere), se ha dado cuenta de la expectación creada y, sin verme a mí,
eso sí, le ha
dado a Cho el beso más sincero del que ha sido capaz sin traicionar su libido.
Y yo, que lo he visto todo, y que sé cómo besa en realidad Cedric, no he podido
sentirme más satisfecho, dentro de mi innegable dolor, por poder establecer la diferencia
en persona. Y no, no me siento orgulloso de lo que le estamos
haciendo a Cho, pero existe una serie de atenuantes que, sopesados en una balanza, no
dejan a Cho con tanto margen de compasión como podría merecer de no andar
siempre flirteando con unos y con otros, locales y foráneos, de manera que una
supuesta ruptura con la celebridad de turno se vería respaldada por otra
inmediata conquista. Y es que este tipo de chicas guapas y populares sigue
siempre el mismo patrón. Oh, por supuesto que ninguno de sus sucesores podría
superar a Cedric en modo alguno. Pero ella siempre estará respaldada por algún
paladín propio, a sus faldas, bebiendo los vientos plagados de Quaffles por
ella. No sé hasta qué punto Cedric le gusta a Cho, pero lo que sí tengo claro
ahora mismo es que él no está enamorado de ella, y pensar otra cosa sería
traicionar todas las muestras evidentes, y las mejores, inconscientes, de mi
capitán, que ahora mismo no hace más que restregar su cara contra la mía
mientras intenta convencerme de que vayamos a la habitación. Pero yo tengo una
idea mejor.
"¿Cómo se te ha ocurrido un sitio así?", ríe Cedric cuando
entramos en el aula abandonada a la que él me arrastró en mi tercer curso tras
ganar a Gryffindor muy a su pesar.
"Sentía nostalgia", confieso mirando a todas partes menos a él. Con un
movimiento de la varita dejamos caer en el suelo los cojines que hemos
invocado desde el aula de Flitwick, y con una finta lo hago caer al suelo
derribándolo. Cedric protesta un instante antes de murmurar un hechizo para
cerrar la puerta y otro para insonorizar, en la medida en la que sus poderes se
lo permiten, todo el aula. Por precaución.
Durante unos minutos tan sólo nos miramos, tumbados frente a frente, acariciándonos la cara y la cabeza y dándonos un beso por aquí, otro por allá. Pero pronto el ansia vence la tontería y acabo en un segundo montado a horcajadas sobre Cedric, quitándonos ambos la ropa como si nos quemara. Esta vez no adoptamos un ritmo frenético. Tampoco me dejo invadir por remilgos. Y no le permito que él los tenga. Donde yo pongo mi mano él puede poner la suya, y por su voz, o lo que se le escapa de ella, voy cerciorándome de que no le molesta nada de lo que pruebo. Y al fin, como era un poco de esperar, el hecho de que sea dos años mayor que yo tiene que notarse en algo, así que cuando el nuevo ritmo le ha despojado de los últimos rescoldos de vergüenza, me tumba a mí sobre los cojines y se pone él encima, prometiéndome con su boca que la inexperiencia no va a ser obstáculo para ponerse a mi escasa altura y sobrepasarme, aventajarme monumentalmente y, con tiento, tacto, y...¡dios, qué dolor!...entrar, metiéndonos a los dos en una nueva fase de la relación, en la que ya no hay marcha atrás y a mí no me importa cuán torpe parezca o cuántas veces tengamos que enmendar los errores ("¡Cedric, para, para, no tan deprisa! Vale...así" "Pero...¡no me llores!" "¡Si es que estoy viendo las estrellas!" "Bueno, de eso se trata, ¿no?" "Sí, pero no tan de cerca, que me quema...anda, aminora" "No puedo, Justin, ¡te tenía unas ganas!" "¡Por tu madre, Cedric! Au...aah...vale, por... ahí vas bien." "¿Así?" *jadeo* "¡SÍ, SÍ! ¡No te pares ahora, hombre!" *risas, jadeos* "¿Cedric?" "Ups. Mierda. Lo..." "Nada, nada, esta noche no te voy a dejar dormir hasta que hagas que se me oiga hasta en la Torre de Astronomía." *risas* "¡Ten piedad!" "¡Y una leche!"); no me importan los ratos de dolor (y eso que los mayores le han enseñado trucos para atenuar el dolor antes, durante y después), ni la incertidumbre del mañana...
...mientras que sepa que yo sigo siendo lo que Cedric Diggory más valora en este mundo.
El lunes es un día curioso. En el desayuno, Granger ha recibido tanto correo negativo por culpa del artículo de marras (además de, por lo visto, sufrir cierta humillación en clase de pociones el viernes, que uno se va enterando poco a poco de todos los cotilleos), que hasta le han hinchado los dedos con pus de bubotubérculo que iba en una carta. A Susan se le ha encogido el corazón al verla salir corriendo del comedor con lágrimas en los ojos. Creo que ha aprovechado antes de ir a clase para ver si estaba bien, pero parece ser que aún tardará en curarse. En clase Hagrid nos enseña a esos curiosos buscadores de tesoros, los Nifflers, y pasamos un rato entretenido. Por la tarde me siento solo a ensayar nuevas canciones con mis libros de partituras. Hay algunas que me gustaría dedicárselas a Cedric y quiero perfeccionarlas antes de que se gradúe el año que viene.
Durante toda esa semana Granger sigue recibiendo correo amenazador, y los vocifeadores que algunos le envían resuenan por todo el comedor causando un poquitín de bochorno de carambola. La verdad, aún tengo muy fresco en la memoria el vocifeador que le envió Amos Diggory a Cedric, y sólo de pensar...sólo de pensar que esa horrible periodista que saca esos artículos se fijara en las costumbres de apareamiento de el otro campeón olvidado, y nos sacara un artículo tan calumniador como los que he visto hasta ahora, me dan ganas de hacerme el harakiri con la varita. Por una vez me siento completa y absolutamente feliz de que los Hufflepuff quedemos en tan segundo y hasta octavo plano. Y por la forma que tiene Cedric de arquear las cejas en mi dirección, mal conteniendo un suspiro de alivio, me da que él opina lo mismo. Por otro lado, no puedo dejar de sentir, de algún modo, que si en realidad Harry y Weasley están juntos, Hermione Granger es una desafortunada tapadera. Al menos tiene a Krum. Igual que Cho Chang tiene a ciertos chicos que no se cortan un pelo y la obsequian a la menor ocasión. Empezando por Roger Davies. Fleur no parece hacerle tanto caso después del baile. Probablemente lo usó para desquitarse del rechazo de Cedric y fin del asunto. Pero a Cho Chang la he visto flirtear descaradamente con el capitán de su equipo en dos ocasiones: "Ay no, Roger, que sabes que estoy con Cedric", en ese tono risueño y provocativo que tienen las niñas de decir: "Convénceme un poco y quizás..." Por supuesto, de esto no le digo ni una palabra a Cedric. Desacreditar a Chang a sus ojos no me traerá a mí nada bueno, pues nada más me queda por ganar que no tenga. Y los amagos de infidelidad de Chang (¡qué no hará a escondidas!) suponen más un beneficio que un perjuicio para nosotros dos.
Nadie sabe todavía en qué consistirá la tercera prueba. Cedric repasa todas sus asignaturas con su ahínco habitual y emplea algo de tiempo extra en hechizos y encantamientos. Está muy contento con las clases de Moody y sabe que le serán de valiosa ayuda. Pero más allá de todo eso, poco puede hacer. Marzo trae consigo un aumento considerable en la carga de deberes, aunque la despachamos sin problemas día a día, como hormiguitas, para disfrutar del merecido descanso del domingo. Y la primavera trae consigo una nueva revolución hormonal: parejas que se rompen, que se hacen, que se rehacen. Cedric y yo, como es de esperar, tenemos una vida sexual un tanto irregular pero activa. Somos exploradores aventajados y, además de pulir nuestros puntos débiles, somos únicos eligiendo escenarios. Bueno, quizá no, porque a veces me rindo y recurrimos a lo fácil, a esa habitación tan bien dispuesta para toda necesidad. Pero nadie me puede negar que no tiene más morbo hacerlo en la ducha cuando no sabes si alguien puede venir en mitad de la noche, si funcionará el hechizo silenciador, expulsor o desalentador, o todos juntos, según le de la neura a Cedric o esté dispuesto yo a colaborar (o le deje tiempo para que haga cualquier cosa una vez lo he desnudado o me he puesto de rodillas en el suelo antes de que pueda protestar). Me gusta muchísimo la ducha. A Cedric le gusta más la seguridad de un cuarto privado y disponible. Y también el aula abandonada, que además queda más cerca de nuestra casa. Lo más atrevido que hacemos una noche es utilizar el sofá de la sala común, medio vestidos, preparados para cualquier alteración en nuestra comprometedora intimidad. ¡Ah, qué noche! Hasta Cedric me tiene que confesar al día siguiente que es incluso más excitante que las duchas, donde ya comprobamos, por suerte en el papel de intrusos, que es bastante fácil coincidir con otros usuarios de cualquier tipo. No se me olvidará la cara de mortificación de esos dos compañeros de sexto y séptimo, uno en brazos del otro contra la pared dale que te pego. A eso se le llama cortar el rollo. Claro que el hecho de que Cedric y yo fuéramos allí a las 2 de la madrugada es base de simpatía suficiente para que sepan que nadie los va a delatar. El prefecto ni siquiera los mandó a la cama: ¡le habrían rebatido que quería la ducha para él, para los mismos propósitos deshonestos! Cedric y yo nos reímos mucho con aquello, pero también nos hizo corroborar que nunca está de más ser precavido. Me pregunto por qué nadie se extraña de la clase de libros de hechizos que investiga Cedric a veces. Quizá piensen que está entrenándose en el secretismo mágico y técnicas de camuflaje instantáneo para la tercera prueba. Si tan solo supieran...
Me sigue gustando horrores pasar las horas de la tarde con Ernie en la biblioteca. Sentados uno frente al otro, con las chicas cerca, repasamos apuntes, completamos huecos y me echa una mano con puntos difíciles de Pociones o Transfiguración. Rara vez puedo ser yo de ayuda a Ernie, salvo en Estudios Muggles, y por eso siempre espero a que él haya contrastado sus apuntes con Hannah antes de rellenar los míos. Sigue diciendo que no soy una carga para él, pero no lo veo alegre muy a menudo y hay días en los que, cuando le hablo, me mira de una forma que no sé si levantarme y salir corriendo de la biblioteca, o agitarle de los hombros para que reaccione. Un día nuestras manos van al mismo tiempo al borrador mágico, y la suya se queda posada sobre la mía cinco largos segundos antes de que me la ceda. Por supuesto, Ernie hace como si nada y sigue escribiendo, pero yo he sentido su mano temblar y ahora es mi pecho el que se agita. El hecho de que Cedric tenga novia tampoco impide a su gran club de fans que lo acose sin descanso; por ello y por respeto a nosotros, Cedric se sienta un poco alejado cuando sabe que no lo van a dejar tranquilo. Krum no frecuenta tanto la biblioteca ahora que puede ver a Granger fuera si quiere, pero cuando lo hace, por las mismas razones que Cedric, se suele sentar cerca o incluso frente a él, para que las fans de uno se enzarcen con las del otro y a ellos los dejen en paz. Sólo cuando, una vez cada muchos días, coincide que la chica de uno u otro está sentada con ellos, o Hermione Granger está sentada con Susan y sin Potter, tenemos a uno de los dos campeones cerca. Yo siempre prefiero que Cedric tenga a la horda de niñas suspirando en vano a cierta distancia, que a Cho Chang sentada muy cerca y tomándose unas confianzas que me hacen plantearme seriamente la práctica sobre ella, con fines meramente educativos, claro, de una sucesión de cruciatus.
Por suerte tengo mis pequeñas grandes compensaciones, como la
que acontece en vacaciones de Semana Santa, en un período en el que
el colegio está un poco más vacío y tranquilo y la primavera ya hace gala de un
ambiente menos gélido y más despejado y feliz. Es una tarde soleada, aunque con
unas cuantas
nubes grises en lontananza, en la que un jersey bajo la túnica nos basta para salir a pasear
por los terrenos del colegio. Cho Chang, ¡oh sí!, al igual que algunos de
nuestros amigos, ha vuelto a casa a ver a su familia, ya que no lo hizo en
Navidades a causa del baile. Cedric está pletórico y completamente disponible.
Yo soy la persona humana maga hija de muggles más feliz del mundo. Tanto, que a
duras penas me controlo para no caminar dando saltitos: pecho fuera, ánimos
arriba, Cedric a mi lado. ¿Qué más puedo pedir? El lago es un lugar idílico para
pasear con tu pareja. Lástima que más de la mitad del colegio piense lo mismo.
Estamos a punto de tomar una ruta alternativa cuando Cedric se acuerda de que
tenía que hablar con Sprout de noséquénimeimporta de desperfectos que le han ido
comunicando que hay en nuestra casa y de los que pensaba ocuparse nuestra jefa
estas vacaciones. Sin más dilación, me pide que lo acompañe a los invernaderos y
yo no tengo más remedio que seguirlo.
"Espero que no te haga ir con ella a a hacer chapuzas mágicas."
"Para esas cosas están los profesores y los magos profesionales", responde con
una sonrisa, que aún así no me deja muy convencido. Una vez en el despacho de
Madame Sprout, Cedric me pide que le espere fuera, al final del todo,
donde sabe que hay una vista espléndida del lago y las montañas en la altura.
Con un último ruego de que no se deje convencer para hipotecar la tarde por amor
a su casa, le hago caso y lo espero sentado detrás del último invernadero donde,
efectivamente, las vistas quitan el hipo. Quienquiera que diseñó esta sección
del castillo estaba en un momento inspirado de su vida.
Al poco rato acude Cedric con una sonrisa más
grande que aquella con la que le he dejado.
"¿Y bien?"
"Zona despejada. Intimidad garantizada durante al menos dos horas. Sprout ha
cogido la lista que le he dado y ha ido a ponerse manos a la obra. ¿Qué? ¿Por
qué me miras así?"
Me abrazo a su cuello sin previo aviso y le beso.
"¡La has engatusado para que se vaya de su despacho! Cedric, ¿estás loco?"
"Sólo cumplía órdenes", me asegura, muy serio. Pero sus ojos le traicionan. "Oh,
vamos, Justin. Es la mejor tarde para escondernos por aquí. Nadie vendrá. Va a
llover."
"¿Cómo estás tan segu...?"
En ese mismo instante empiezan a caer pequeñas gotas sobre nosotros.
"Anda, aléjate del borde y siéntate aquí conmigo, que el paisaje se ve igual de
bien, ya lo verás."
"¿Ahí?", señalo a donde él me señala, al suelo entre sus piernas.
"Aquí, como si estuviéramos en el sofá de la sala común", me mira de forma tan
sugerente que mis piernas están allí antes que mi cabeza. Con cierta
anticipación me siento delante, muy pegado a él, mientras que Cedric acaricia mis
brazos y besa mis cabellos. Un pequeño soportal que protege un par de tiestos
inmensos con enredadera luminosa impide en escasa medida que el agua nos caiga encima,
ya que el
pequeño viento que se levanta se encarga del resto. Durante unos instantes
cierro los ojos para empaparme de la lluvia. Es una sensación refrescante y
agradable, máxime cuando me es imposible pasar frío por el tiento con el que me
tratan las dos manos de mi capitán mientras me susurra cosas: lo que se ve en
el horizonte, lo que soñó ayer, lo que le gustaría hacerme. Un momento estoy en
el suelo, al siguiente estoy en su regazo como un niño pequeño. Y para
cuando quiero darme cuenta de verdad, sus manos están en la cremallera de mi
pantalón y mi pantalón por las rodillas.
"¿Cedric?", pregunto algo alarmado cuando siento que me acaricia las
nalgas al pasar de vuelta de camino a mi jersey. "¿Eres consciente de dónde
estamos?"
"Ssssh, déjate hacer", dicen sus labios sobre mi cuello.¿Y qué voy a hacer yo,
que ya me he desecho en sus brazos? Sus manos me tantean por debajo de la ropa,
subiendo por el abdomen, recorriendo el pecho, el cuello, anclándose en mi
costado. De pronto Cedric se agita un poco y enseguida siento el contacto con
sus piernas desnudas, sus muslos, por los que me deja resbalar, tan
lentamente, que parece que quiera torturarme. Y cuando por fin acerca una de sus
manos entre mis propios muslos, sé que el viaje no tardará en llegar a su fin.
Hay dedos, muchos, que me tantean por uno y otro lado. Trabajan demasiado rápido
para mis pulmones, y enseguida me quedo sin aire. Sólo me sale la voz, muy
agitada:
"Ah...Cedric..."
"Justin...Justin, hoy no intentes callarte, que la lluvia se llevará tus gritos."
"Y las montañas harán eco, y se enterarán hasta en tu casa...ah..."
"...vale, no grites mi nombre.", me besa, "...mmm, ¡qué más da! ¡Grita todo lo que quieras!"
Fin del camino. Mi respiración se corta de raíz, hasta que consigo moverme. Oh,
puedo moverme. Y Cedric, que al principio con sus manos sigue controlando, posesivo, el
movimiento de mis
caderas sobre su regazo, intenta cederme el control un rato. Pero no
puede, no puede, no puede, no puede. Es superior a él. Con su cara muy pegada a
la mía, su pecho incrustado en mi espalda, y todo mi cuerpo subordinado al suyo
bajo una lluvia que ahora cae con ganas y que me hace creer que de verdad estoy
despierto y vivo, me susurra que no deje de mirar adelante, que no deje de mirar
el cielo y las montañas, porque si me concentro lo suficiente, como está
haciendo él, pronto sentiré que puedo salir volando. Y él sabe bien lo que es volar.
Una semana de pociones contra el resfriado después, las broncas de Madame Sprout y Ernie, las bromas de nuestros compañeros y la compasión de todas las niñas con el pobre Cedric, volvemos a sentirnos como nuevos. No me gusta que me duela la cabeza y odio depender de un pañuelo. Quería pensar que en el mundo mágico todo era más avanzado y se curaba antes y mejor, pero ciertamente no hay mucho que hacer ante los pequeños males comunes.
Y luego queda ponerse al día con todo lo que uno se ha quedado
rezagado. ¿Qué haría yo sin la ayuda de Ernie?
"Ya buscarías a cualquier idiota para que te enseñara sus deberes", sonríe sin
mirarme.
"No quiero que cualquier idiota me enseñe sus deberes. Me gusta que me lo
expliques tú."
"Sí, es bueno saber que todos servimos para algo", ahora sí que me mira y no
sonríe.
"¿Para qué sirvo yo sino para sobrecargar al pobre Ernie?", estornudo. "Además,
no seas duro conmigo, que me quedo sin ir a Hogsmeade este fin de semana. Tengo
mucho que hacer y aún no estoy preparado para salir tanto tiempo."
"Pues ya seremos dos, porque yo...necesito terminar un par de trabajos."
"¡Pero si tú lo llevas todo al día!", restriego mi cara contra su hombro,
embutido en mi manta. Este sábado queríamos aprovechar que la sala común se
quedaría vacía. Que los dormitorios se quedarían vacíos...
Ernie me mira unos instantes antes de poner los ojos en blanco.
"Muy bien, entonces te dejaré solo."
"Si tengo alguna duda, te la puedo preguntar por la tarde."
"O se la puedes preguntar a Cedric, que me imagino que tampoco saldrá, pese a
que su resfriado ya hace días que se curó."
"No sé aún lo que va a hacer...", intento no sonrojarme. Me siento
tonto tomando a Ernie por tonto cuando de tonto no tiene ni un pelo.
"No, claro que no", sonríe, y sigue con su redacción para Pociones.
Si hay un escenario en el que siempre pienso en Cedric, ése
son las duchas. Cuando estoy solo bajo el agua me gusta imaginarme que se acerca
por detrás, como aquella vez; que me empotra contra los azulejos, y que me hace
el amor mientras me tapa la boca para que no nos oigan al otro lado, donde aún
queda gente duchándose. Cedric siempre me ha dicho, muerto de la vergüenza,
que es una fantasía absurda, porque él nunca se arriesgaría de esa manera
habiendo alguien en los baños. Pero su cuerpo no puede ocultar, pese a su
sonrojo, que la idea en sí le gusta, porque estando solos en su dormitorio, ese
sábado de Hogsmeade, me pide que sea yo, por una vez, el que tome las riendas. Y
él se deja hacer todo el rato, demostrándome que hay muchas formas de disfrutar
con una misma persona si se tiene el valor y la confianza de probarlo. Sobre
todo, siendo dos años menor que él, la confianza.
"Es tu primera vez, ¿verdad? Quiero decir que también lo fue para mí, y ya sabes lo que pasó.
Todo es cuestión de probar, Justin", me tumba con él en su cama, cerrando las cortinas y
echando hasta tres hechizos avisadores y repulsores al cuarto.
Pero al final (...del todo) Cedric queda encantado y
yo, sinceramente, en éxtasis absoluto. Esto de cambiar posiciones me gusta.
Muchísimo.
Me siento orgulloso de haber bautizado y ser el honorable padrino de un buen
puñado de plantas en mi casa. Los de primero confían en mí para inventarme
nombres (y aprovechan luego esto para dejármelas en vacaciones), para pedirme
consejo sobre cómo cuidarlas (y si yo no sé, siempre hay alguien que me echa un
cable), y para que les dedique una canción a sus mascotas queridas. Los pequeños
aún se divierten jugando con mis rizos y Cedric se
ríe a menudo de mi instinto maternal, pero yo siempre encuentro algún sinónimo
de mamá gallina con el que obsequiarle a él. Las clases muggles
dominicales siguen como de costumbre, con gran concurrencia y aún más apoyo por
parte de las nuevas generaciones. Y no hay tarde de domingo que no se rubrique
con alguna canción. Las disfruto aún más cuando se ofrecen voluntarios para el
coro. Me encanta poner a un lado a las niñas y al otro a los niños e irlos
alternando: ¡queda de bonito! A veces son las niñas las que me piden como
músico, y ellas cantan lo que más les gusta. Otras veces montamos orquestas
mágicas entre varios que se prolongan hasta la noche. Y últimamente dejo para
cualquier momento mis piezas en solitario, con la excusa de animar al campeón,
en público o en privado, acompañadas o a viva voz, pero siempre con todo mi
sentimiento. Muchas veces me pregunto cómo no puede haberse dado ya cuenta toda
la casa de lo que siento, porque yo siento que siento a gritos, y es todo tan
bonito que me da miedo despertar. Zacharías a menudo me nota distraído y
ausente, pero no va más allá. Dice que Hannah le comenta...que Hannah le
cuenta...y se lía tanto a hablar de lo que Hannah dice o deja de decir, que al
final se le va el hilo y mi reputación sale ilesa. Ernie, lo que es Ernie,
directamente no saca el tema, y las chicas no se atreven. Saben a ciencia cierta
que no hay chica en Hogwarts que me llame la atención, y mis ratos de
conversación con Luna Lovegood siguen siendo tan esporádicos y tan atípicos, que
para cualquiera que los presencie o que la conozca, no pueden significar nada
romántico. En mi casa saben que no hay ninguna a la que cante más que a las
demás, y que aquellas que están cerca, lo han estado toda la vida, están en mi
clase y quedan descartadas de raíz. Si alguien levanta la sospecha, ellas mismas
las acallan con pasión.
"¿Tan malo soy?", gimoteo yo si lo escucho.
"Oh, no", ríen ellas, "pero es que no queremos a alguien que cante hazañas, sino
que las lleve a cabo"
"Ah, o sea, ¿que no tengo ningún mérito más que tocar la bandurria?"
"No sé, no sé, preguntémosle a Ernie", ríe Hannah.
"Sí, Ernie, ¿tú qué dices? Tu duermes con él. Además de cantar, ¿ronca?"
"No mucho, pero habla en sueños, que no se qué es peor"
"¿Que yo hablo en sueños?"
"A veces, sí"
"¿Y cómo lo sabes tú? ¿Es que te quedas despierto para escucharme?", protesto,
medio enojado. Pero al ver que Ernie se queda helado y no contesta, recuerdo las
cortinas abiertas, y tengo que guardar silencio también.
"Yo creo que habría que preguntarle a Cedric", musita uno de sexto, que nos ha
estado oyendo, "con él es con quien más tiempo pasa, ¿no es así?"
Afortunadamente, mi incapacidad de producir una respuesta coherente a eso se ve
compensada por el codazo que le ha dado su compañero, llamándole al decoro.
"Bueno, es normal, ¿no? Siempre habéis estado muy unidos desde que no pudo
impedir que te petrificara un basilisco. No es nada que alguien con un poco de
observación no haya notado"
"Yo creo que fue más a partir del beso de tercero", comenta Susan, pensativa,
"¿te acuerdas, Justin? Cuando ganamos a Gryffindor."
¿Quién puede olvidarse de un momento "Trágame tierra" semejante?
"Sí, y siempre estaban estudiando cosas de muggles juntos. Incluso ahora lo
hacéis con frecuencia, ¿no?", afirma Hannah.
Sin comentarios. Sin comentarios.
"Y en el Lago Ness también desaparecieron juntos los dos. Y en esa ocasión, chicas, Justin salió en auxilio del capitán, y no al revés", añade Zacharías.
No hay rubor. No hay rubor.
"¡Es verdad, Zach!", palmotea ella, disfrutando como una enana con mi creciente
sonrojo. "Se perdieron por el lago y por las ruinas del castillo, igual que el
otro día, cuando cayó esa lluvia tan espantosa y se pusieron malos."
Harto ya, intento de alguna forma torpe acallar sus risas y sus bromas tontas, cuando es Ernie el que, por lo bajo, sentencia:
"Al final Cedric tampoco fue a Hogsmeade..."
Cuando por fin queremos darnos cuenta de que es mayo, la temperatura ha subido varios grados, el sol visita Hogwarts más a menudo, a duras penas llevamos los deberes al día y lo que transpira entre Cedric y yo se puede calificar ya de dependencia absoluta: he perdido la cuenta de cuántos besos podemos llegar a robarnos al día en cualquier rincón apartado; cuántas caricias se esconden bajo la mesa del comedor; y cuántas noches nos vamos a dormir con una enorme sonrisa de satisfacción mutua. A estas alturas del curso, Ernie ya nunca se molesta en dejar las cortinas abiertas, no se sienta a mi lado en el comedor si puede evitarlo (se sienta enfrente), y en cuanto ve a Cedric aparecer solo por el pasillo (pues a menudo va con Chang, y ahí no hay donde rascar) se aleja con cualquier excusa. Aunque no puedo dejar de agradecerle que sea tan mirado, a sabiendas de que él sabe, me duele en el alma forzarle a cambiar sus hábitos, apartarlo de mí, de algún modo. Porque cuanto más se acerca Cedric, más se aleja Ernie. Es una progresión matemática.
La última semana de ese mes los campeones son congregados en
el campo de Quidditch para explicarles la última prueba. Fleur le ha estado
comiendo el tarro con que estaban cavando túneles y que tendrían que buscar
tesoros en las profundidades, pero a nuestro capitán no le convence mucho esta
teoría. Sin embargo, cuando Cedric regresa, se le ve muy contrariado por
el estropicio que al parecer han hecho en el campo.
"Ludo Bagman dice que luego volverá a estar como nuevo una vez termine la
tercera prueba, pero por ahora se me cae el alma a los pies sólo de recordar su
estado lamentable."
Entonces nos cuenta que la prueba consistirá en llegar al centro del laberinto
que están montando, y el que toque el trofeo primero recibirá la máxima
puntuación, 50 puntos. Por descontado, hay obstáculos de todo tipo, y si, al
parecer, Hagrid tiene mano en eso, me puedo imaginar cuáles serán algunos de
ellos.
"Víktor se ha llevado a Harry a hablar en privado", sonríe cuando ya se han ido
casi todos. "Me imagino de lo que quiere hablarle. Lleva meses preocupado por el
tema, más que con cualquier otra cosa, o siquiera el torneo. Se lo ha llevado a
la linde del bosque, estaba todo nervioso", se ríe.
"¿Qué le va a preguntar, que si hay algo entre Granger y él?", sonrío yo
también, acercándome un poco más a las rodillas de Cedric, tumbado bocabajo en
el sofá y apoyado sobre mis codos.
"Seguro que sí. Lo mira con suspicacia desde que leyó aquel artículo. Además,
como esa chica siempre va con Harry a todas partes..."
"Y con Weasley, Cedric, no lo olvides."
"¿Crees que eso importa?"
"Tres son multitud. Uno de los tres no tiene nada que ver con los otros. Pero
tú, probablemente, no viste lo celoso que se puso Weasley, porque celos es la
palabra, de Krum en el baile. Harry, en cambio, permaneció imperturbable, vamos,
que le parecía bien que ella confraternizara con su rival en el torneo."
"¿Entonces tú crees que Harry y ese Weasley...?"
"Me parece más probable que Harry y Granger, sí. Pero si te digo la verdad, creo
que el que queda fuera de esos tres es Harry."
"Quizá...", musita, pensando claramente en otra cosa.
"¿Cómo te sientes ante la tercera prueba, ahora que sabes de qué va?", mi
barbilla se acerca peligrosamente a su muslo. Mis ojos no dejan los suyos. Él
acaba por darse cuenta.
"Mejor. Más confiado. Pero todavía precavido"
"¡Hufflepuff de mierda!", me río.
"¿Me estás provocando?", me agarra las manos, haciendo que pierda el punto de
apoyo y ruede sobre mí, mientras él procede a reventarme a cosquillas sin
recurrir a su varita, como hace a veces para disimular. Bueno, y otras veces,
hace como si las hubiera provocado con ella.
"Tendrás que practicar hechizos más potentes que ése si quieres vencer a los
otros campeones", jadeo yo al final, recostado sin pudor sobre su regazo.
"Pierde cuidado, ya se han ofrecido los de séptimo a ayudarme con algunos que
aún no he visto en clase y que me serán útiles."
"Ooooh, ¿aceptarás ayuda externa para esta prueba?"
"¿Qué quieres que haga? Soy el único imbécil que hasta ahora no lo ha hecho.
Fleur y Krum se entrenan declaradamente en sus refugios. Mira a Harry, que pasa los días y las tardes practicando hechizos con sus
amigos cuando no está en la biblioteca con ellos. Seguro que Granger es la
fuente de la mayoría de sus avances. No quiero quedarme atrás por pereza, y la
única forma de aprender es estudiando con aquellos que saben."
"Me parece una idea estupenda", asiento con firmeza."Si necesitas mi ayuda
para algo, ya sabes dónde estoy"
"¿Y usarte de conejillo de indias? ¡Ni pensarlo!".
Eres demasiado importante para mí..., me dice con su mirada y su caricia.
Y a mí me falta esto para ronronear.
Claro que cuando Cedric practica el bindus conmigo por
sorpresa en ciertas noches intensas, yo nunca me quejo. No.
Pocos días después, Cedric se entera por Krum de que alguien lo atacó esa noche y lo dejó inconsciente, y que el director de su escuela, Karkaroff, se enfadó muchísimo y habla ahora de sabotaje. Según Krum, el juez del torneo que no apareció en la segunda prueba, un tal Crouch, se les apareció a él y Harry mientras estaban hablando, en un estado tan lamentable que al búlgaro le dio verdadero pavor. No sabe si fue él o quién el que lo atacó, pero desde entonces se cuida de merodear por donde no debe fuera de horas. Por otra parte, está mucho más feliz de la vida desde que sabe de primera mano que no hay nada entre Granger y Harry. Si lo sabía yo. Y Cedric le confirmó que Harry había pedido a su, por desgracia, novia, Cho Chang, que fuera su pareja de baile. Esto terminó de rubricar la dicha de Krum y casi le hizo olvidar el mal trago pasado.
Cedric, como ya avisó, practica sin descanso ahora que junio
se le ha venido encima como realidad plomiza. Los mayores están encantados con
él y, aunque unidas estas clases a las horas de rigor con la innombrable, no
nos queda mucho rato más allá de las noches para estar realmente juntos
(escarceos momentáneos aparte), me siento muy satisfecho de verle tan confiado
en lo que queda de torneo. Un Hufflepuff con seguridad significa una casa entera
con seguridad, y esa digna alegría hace que tengamos todos la cabeza alta y los
ánimos más arriba aun en el marco de un colegio en el que, por norma habitual,
no somos nadie. Así que, unido al optimismo general de la escuela conforme
avanzan los días hasta la fecha señalada, se une nuestro entusiasmo propio: Cedric tiene la victoria a un paso, ¡a un paso!
Ni los exámenes nos desaniman esa última semana. Exámenes que terminan justo el
día de la prueba. Exámenes de los que Cedric, como campeón, se libra.
"Qué morro tienes..."
"Calla y estudia", me dice, sentado a mi lado en la biblioteca la víspera. Ni
siquiera tiene que mirar libros para él, está ahí única y exclusivamente para
hacerme compañía, para pasar el rato conmigo. Y, si hiciera falta, echarme un
cable con alguna duda. Ernie, por su parte, está hoy en la otra punta de la
mesa. Y Cedric ha aprendido un truco tan estúpido como eficaz de un chaval muy
gracioso al que se lo comentó un Gryffindor, que consiste en rociar un círculo
alrededor de la zona donde se piensa estar, para que cualquier persona ajena a
propósitos exclusivos del lugar (en este caso, la biblioteca), sienta al
cruzarlo un insoportable hedor a cebolla frita, a sobaco resudado, a
hamburguesería en hora punta (claro que eso no lo conocen tantos), que se marcha por donde ha venido. Y uno no se puede hacer a la idea
(porque ni nos preocupamos al cabo de un rato de risas por lo bajo) de cuantas
chicas espantamos con semejante estratagema. Y aunque Krum no es lo mismo que
Cedric (quien sigue ligando más que Fénix en todos los capítulos del Equipo A
juntos), se van luego a ver a Krum; pero Krum está tan mohíno porque Granger lleva días que no aparece por estar ayudando
a Potter, que o las ignora o las bufa, y termina por irse, con esos andares tan
peculiares que tiene.
Como la prueba no va a ser hasta por la noche del día
siguiente, sábado, y realmente Cedric ya no puede hacer más de lo que ya ha
hecho, más que descansar, decide acostarse pronto esa noche. A todos les parece
razonable y nadie duda de sus intenciones. Los demás charlamos un rato con
optimismo en la sala común después de terminar de repasar, y tampoco tardamos en
imitarlo.
De madrugada, como habíamos pactado en el baño la noche
anterior, Cedric viene a buscarme a mi dormitorio. Sabe que Ernie sospecha y que
es el único que podría escucharme salir, así que tampoco le preocupa. Me
despierta con un beso de los que dan ganas de tirarle a la cama y montárnoslo
allí mismo, pero su prudencia puede más que la mía y tira de mí para llevarme a
la sala común.
Cedric se sabe ya los hechizos de precaución tan al dedillo, que los puede
ejecutar mientras me baja el pijama con los dientes. Suave, lenta y
concienzudamente, me hace el amor junto al brasero, echando por una noche a los
cuatro vientos toda esa aprensión que a menudo le impide hacer nada entre nuestras
cuatro paredes más familiares. Pero hoy es un día especial, y él quiere
aprovechar hasta el último rayo de luna en la ventana falsa para mirarme,
besarme, acariciarme tiernamente, y susurrarme algunas de esas idioteces que a
él le gusta decirme y que siempre me hacen reír.
Después, poco antes del
amanecer, mientras nos duchamos para despejarnos, yo le devuelvo el favor. Y el
cielo, para mí, entonces, es estar de rodillas frente a Cedric, acariciando sus
caderas y sus nalgas mientras sus dedos revuelven frenéticos mis cabellos bajo
el chorro de agua caliente. Y para Cedric, después, es ocupar mi lugar en mi
fantasía, recostado contra los azulejos mientras yo marco el ritmo y nuestras
caderas se mueven juntas una vez más, y mis labios no se separan de su espalda,
de su nuca, de su cuello, de sus labios. No se despegan fácilmente ni siquiera
cuando, agotados, caemos al suelo y nos decimos lo que sólo decimos cuando
estamos borrachos de amor y de sexo.
Con todo y con eso, somos los primeros de nuestra casa en bajar a desayunar. Los colores de nuestras mejillas, a ojos entendidos, pueden delatar más que las risitas inocentes que se nos escapan a uno y a otro con las tontadas que hacemos con la comida. No, no jugamos a los barquitos ni nos damos la tostada el uno al otro. Pero por poco. Y nadie me puede quitar la sensación de llevar colgado ambos en la cara un letrero que reza: "Recién follados". Por suerte, cuando llega el resto ya estamos un poco más calmados y dispuestos a guardar la compostura. Medio minuto, al menos.
Poco antes de terminar de desayunar viene Sprout a avisar a Cedric de que la
familia de los campeones espera en el cuarto de al lado. Con sorpresa y algo de
aprensión, Cedric me palmea el muslo brevemente antes de salir del
comedor. Luego vuelve un instante para avisar a Harry de que lo están esperando
a él también, y los observo a ambos cerrar la puerta, sintiéndome ajeno a su
mundo, y con temor de que Amos Diggory note...¿pero qué va a notar?
"Cedric está de muy buen humor", observa Ernie con una sonrisa. "Debe de haber
pasado una noche muy buena"
"Oh, Ernie", me sonrojo, sin poder evitarlo, y me escondo detrás del tazón de
leche durante un sorbo larguísimo. Ernie no comenta más, es Hannah la que recoge
el testigo.
"Ha madrugado mucho, quizá no podría dormir más. Pobre, en un día tan
importante..."
"Justin, ¿qué tal llevas el examen de hoy?", me pregunta Susan.
"Estupendamente", sonrío. Y ellos se ríen señalándome el bigote de leche.
Lo que yo digo: lo llevo escrito en la cara.
Pasa la mañana, pasan los exámenes y llega la hora de comer. Por fortuna los
padres de Cedric han decidido comer por su cuenta y vendrán luego a la cena.
Cedric está que trina con su padre:
"¿Por qué me tiene que hacer pasar vergüenza de esa manera? No lo entiendo.
Harry no le ha hecho nada, no tiene la culpa de que esa horrible Skeeter la haya
tomado con él. ¡Qué más da que no me mencionara en ese artículo! Quienes me
importan saben que soy campeón de Hogwarts, no necesito que Harry Potter me robe
o me deje de robar la primera plana para estar contento."
"Pues el niño ha vuelto a salir en exclusiva en El Profeta", interviene Zacharías, con su mejor cara de escepticismo."Que si se desmaya en clase para
llamar la atención...que si habla pársel...que si ya arrojó una serpiente a otro
estudiante...¡JA! Al pobre Justin ni le mencionan por su nombre."
"¡Mejor!", me apresuro a decir yo."No sea que me acabe metiendo luego en el
triángulo Potter-Granger-Krum, o diga de mí que ando violando lechuzas por algún
trauma de la infancia."
Los demás ríen, pero Ernie, como siempre, está muy serio.
"¿Y cómo sabe esa mujer que Harry se desmayó en clase? En el artículo dice que
lo vio ella misma, pero en ese momento sólo estaban Trelawney y sus alumnos. Y
Dumbledore, que yo sepa, le tiene prohibido el acceso a Hogwarts después de todo
lo que ha montado este año. Tonterías aparte, aquí hay algo que no encaja."
"El caso es que mi padre no me lo perdonará si pierdo ante Harry hoy", suspira
Cedric al fin sólo para mí. Y sé que pese a todas las palabras de ánimo de los amigos, Cedric
sabe bien de lo que habla. Por cierto, ¿quién es ese pelirrojo con coleta que
está junto a Harry? Me encanta su pendiente de colmillo y su chupa de cuero.
¡Tiene pinta de rockero a la antigua! Y de ser pariente de Weasley, sin duda.
Ésa debe de ser su madre: el pelo es inconfundible. Pobre Harry, como no tiene
padres...A veces no sé si es mejor tener padres o no en estas situaciones.
Pueden ponerte más nervioso que los ánimos que te dan. Y mira que los Diggory
parecen buena gente. Pero no puedo olvidar...no puedo olvidar...
La tarde trae el verano, la noche trae un festín de come y revienta, y el festín trae consigo la inevitable tercera prueba. Cedric ha pasado la tarde partida entre sus padres y Cho, y sólo unos minutos antes de la cena ha podido escaparse conmigo a unos baños abandonados donde, tras paralizar y encerrar en su cubículo al fantasma residente (esa chica de gafas con la que hablaba Harry en el baño de los prefectos aquel día), aprovechamos intensamente el escaso tiempo juntos antes del gran acontecimiento. Porque como habíamos previsto, a los campeones se los lleva Ludo Bagman en grupo nada más cenar, sin dar tiempo apenas a que se despidan de sus familias y a que, una vez más, y esta vez con ambas manos, Cedric me peine los rizos con esa manera tan cariñosa, pero aparentemente distraída, que tiene. Los demás le dan palmadas en la espalda, le infunden ánimos, le dan ya por ganador. El Fraile Gordo lo despide brindando con sus fantasmales jarras de cerveza. Y yo lo veo marchar lleno de orgullo, porque sé que hoy mi...nuestro Cedric va a ganar. Va a ganar seguro.
Juliet, the dice were loaded from the start...
Poco después acudimos en masa al irreconocible campo de Quidditch. Nos situamos en la tribuna que más cerca queda de donde saldrán los campeones salientes, Harry y Cedric, empatados a puntos, y seguimos animando hasta que les toca entrar al laberinto tras el silbato de Bagman. Cedric parecía muy concentrado y apenas nos ha visto saludarle, a lo lejos; pero ha devuelto el saludo rápidamente con el pulgar en alto antes de desaparecer. ¡Qué emoción, qué emoción! Ahora sólo nos queda cruzar los dedos porque, al igual que en el lago, no podemos ver absolutamente nada.
...and I bet, and you exploded in my heart...
Pasa el rato. Sacan a Fleur, no ha podido ni con la
mitad. Sacan a Krum: alguien lo dejó inconsciente y luego lanzó una señal de
auxilio.
"Todo queda en Hogwarts", comenta Ernie. Los demás asentimos con nerviosismo.
...there's a place for us...
Sigue pasando el rato. Demasiado rato.
No puedo describir con palabras la impaciencia que siento
ahora mismo. Necesito que vuelva, necesito abrazarle. Pero sé que falta poco,
falta poco.
...you know the movie song...
Cuando termine la prueba, cuando salga de ese laberinto, cuando todo el mundo desaparezca...
...when are you gonna realize...
Pero está claro que lo mejor de la vida es soñar, y lo mejor
de un sueño...lo mejor...siempre termina cuando uno menos se lo espera.
Porque cuando por fin sale, soy yo el que quiere desaparecer sin dejar rastro,
pues lo único que llego a atisbar son dos figuras familiares desplomadas en el
suelo, recién aparecidas con el trofeo en ristre, antes de que la masa que se va concentrando
rápidamente a su
alrededor empiece a gritar, como un eco imparable:
"¡Está muerto!" "¡Está muerto!" "¡Cedric Diggory está muerto!"
...It was just that the time was wrong.
Tunnel of Love, Dire Straits.
Romeo & Juliet, Dire Straits