¡Hufflepuff Existe!

Autor: Tastatur
Créditos: Harry Potter es propiedad de J.K. Rowling, un buen puñado de editoriales por todo el mundo y, cómo no, Warner Bros.

Que se queden con él: ¡yo quiero a Justin! Pero por desgracia también él es suyo.
Esta historia no tiene ningún fin lucrativo, es meramente un desahogo creativo. Y se supone que un entrenamiento.

*Advertencia*: Esta historia es SLASH en general: esto es, hay mucho mariconeo entre los chicos. Si los temas homosexuales te ofenden, por favor, no sigas leyendo. Si por el contrario esperas SEXO en abundancia, el fanfic entero y este capítulo en particular te van a decepcionar. Avisado queda. Y el que avisa no es Slytherin.

*Spoilers*: Cuarto libro. A lo bestia.

Capítulo 12:    Lágrimas de Hufflepuff

Sin pensarlo dos veces echo a correr con toda la fuerza que me permiten mis piernas. No me fijo en quién tengo por delante ni en si me sigue alguien. Al igual que a Amos Diggory, que no quiere detenerse a escuchar a Dumbledore, ahora mismo lo único que me importa es ver a Cedric. Pero no puedo acercarme a él, hay demasiada gente en mi camino. Veo a Ojoloco Moody llevándose hacia el castillo a Harry, quien apenas puede andar o ver delante de él; escucho a Fudge comentar, meneando la cabeza: "Pobre muchacho, ¡con lo joven que era!"; y cuando por fin puedo atisbar el cuerpo inerte de mi capitán, tendido en el suelo con los ojos y la boca abiertos, como si hubiera caído víctima de un ataque inesperado, la cabeza empieza a darme vueltas y algo se me hiela en el pecho y en las venas. Sé que la gente está chillando, gritando y llorando a mi alrededor. Muchas niñas, Cho incluida, se consuelan mutuamente. Nadie parece saber cómo ha sido y el único testigo ya no está para contarlo. Pero todo esto lo oigo muy lejano y distante, y el lamento desgarrador de Diggory padre al llegar por fin al lugar ("¡Hijo mío!¡Tú no! ¡TÚ NO!"), es lo último que registra mi mente antes de volver a echar a correr hacia cualquier sitio en el que no se escuche el eco infernal que comunica la tragedia sin poder explicarla.

 Cuando me quiero dar cuenta estoy detrás del último invernadero, jadeando en el suelo al borde del precipicio. Durante unos instantes locos, el impulso de jugarme la muerte o la paraplejia colateral es tan fuerte que sólo la absoluta incapacidad de mover un dedo me impide saltar. Nunca en mi vida había recibido un mazazo tal que anulara toda mi capacidad de sentir o pensar. Y la noche, con sus miles de estrellas y su calidez veraniega, hace que todo esto parezca una pésima broma, una estúpida pesadilla, un cuento de miedo.  De verdad que intento convencerme de que no es hoy, sino ayer, y todo esto no es más que un mal sueño. Cedric tiene que salir aún del laberinto, victorioso, con el trofeo en la mano. Y todos tenemos que aplaudir porque hemos ganado el torneo. Así era el guión y así debió de suceder la escena. Los Hufflepuffs chillaríamos de alegría  y, por una vez en muchísimos años, tendríamos algo nuestro que celebrar. Cedric es nuestro campeón, no puede morir. No puede morir antes de que nos casemos en Holanda y llevemos a nuestros hijos adoptivos a Urquhart de vacaciones. No puede morir antes de que le diga...le diga...

Pero Cedric está muerto.

Cuando me canso de que la arenilla y las piedras se me claven en el pecho, me incorporo y me siento contra la pared. Como el tiempo ha desaparecido, no escucho absolutamente nada.  Entonces empiezo a pensar en Cedric abrazándome por detrás en este mismo lugar, en las ganas locas que tengo de que lo haga ahora mismo, en la imposibilidad de que algo así vuelva a ocurrir jamás, y en sus últimas palabras en el baño, poco antes del festín, mientras me abrazaba junto al WC:
"Justin, te quiero muchísimo"
Y sólo entonces estallo en llanto.
Viene de golpe y muy abrupto, y me temo que más alto de lo que jamás me atrevería a llorar si fuera consciente de que estoy llorando. Pero es como vómito: rápido, violento e imparable.
"Yo también te quiero muchísimo, Cedric", sollozo al vacío a mi alrededor.
Y me quedo ahí, hecho un guiñapo,  llorando durante horas con la cabeza escondida en mis rodillas hasta que me duelen los pulmones.

No sé en qué momento me quedo dormido o pierdo el conocimiento. Tampoco cuánto tiempo ha pasado. Lo que sí sé es que me despierta una voz en mi oído y una mano en mis cabellos.
"Sabía que estarías aquí."
¿Ernie?
"Justin, no puedes quedarte aquí solo. Ven a casa."
Ni me muevo ni respondo. Tampoco veo mucho con los ojos llenos de lágrimas.
"Justin..."
Ernie apoya entonces una rodilla en el suelo y acto seguido me levanta en sus brazos con gran esfuerzo. De lo débil que me siento, ni siquiera intento protestar. Y en brazos me lleva a duras penas de vuelta al colegio mientras sigo atontado y llorando con la cabeza escondida en su pecho. Me lleva por los terrenos, llega hasta el gran recibidor con la lengua fuera, y consigue bajar la escalera con piernas temblorosas. Sabía que podría conmigo.
"Sprout nos ha hecho reunir a toda nuestra casa en la sala común. He estado ayudando a la prefecta a sacar a todos de sus dormitorios y sólo faltas tú."
Ernie respira con dificultad cuando me deja en el suelo delante de la entrada. Pero yo no quiero entrar y me doy la vuelta de inmediato, dispuesto a huir a cualquier otro sitio donde no me puedan encontrar.  Ernie me agarra del brazo antes de que dé otro paso y me hace mirarle a los ojos.
" No podemos dejar que el miedo y el caos nos domine. Ni tampoco podemos llevar esta tragedia solos, Justin.  Nuestra casa está hundida y yo no puedo hacer más", tiene los ojos rojos y la voz casi tomada. "Tanto en la alegría como en la tristeza tenemos que estar todos juntos. Ahí dentro las chicas te necesitan...yo te necesito...por favor, Justin. Ven, y siéntate con nosotros."
Con una debilidad que se extiende a mis piernas, asiento. Pero es abrir la puerta, echar un rápido vistazo al interior y no puedo, ¡no puedo! Hay demasiados recuerdos, demasiado dolor allí. Intento echar a correr de nuevo, pero Ernie me agarra y me coloca sobre su hombro como un saco de patatas antes de meterme dentro de una vez.

Desde mi lamentable posición apenas puedo ver a nadie, pero basta con oír para saber en qué estado se encuentra todo el mundo. Ernie consigue que me hagan hueco en el sofá circular y allí me deja con suavidad para sentarse enfrente. El espectáculo es deplorable: por todas partes hay gente sentada llorando y temblando, maldiciendo y consolando. La cabeza vuelve a darme vueltas y no siento el corazón. Entonces, de improviso, me veo abrazado violentamente por ambos lados al tiempo que unas llorosas Hannah y Susan gritan mi nombre:
"¡¡Justin, Justin!! ¡Menos mal que estás aquí, menos mal!"
"¡Es horrible, Justin!"
Lloran, y lloran, y vuelven a llorar, pegadas a mí. Y yo las abrazo muy fuerte y dejo caer libremente mis lágrimas, como todos. Ernie y los mayores hablan entre ellos con la voz tomada y las mejillas húmedas. Hay quienes patean la pared y asignan culpas gratuitamente. Detrás del sofá, a un lado, apartado de todo el mundo, Zacharías Smith tiembla con violencia. No deja acercarse a nadie y golpea de cualquier modo al que intenta siquiera darle una palmada tranquilizadora. Desde aquí puedo oírle sollozar. Yo no puedo dejar de pensar que en este mismo sofá anoche el mundo era perfecto y hoy está roto.

De nuevo el tiempo transcurre caprichoso e impreciso en un silencio más deprimente que fantasmal, hasta que empiezo a sentir una cálida sensación en la boca del estómago. Por entre los cabellos de mis dos chicas, que no dejo de acariciar, echo un vistazo a mi alrededor, a todas esas caras amigas sufriendo por la misma pérdida que yo. Ernie me mira con ojos vacíos y asiente. Creo que empiezo a entender lo que quería decir. Entonces hago que Hannah levante la cabeza y le señalo con los ojos al rubiales. Hannah mira a Susan y ésta asiente. Se levanta, insegura, y se acerca a donde él está sentado. Zacharías debe de haberla oído llegar y llamarle suavemente, porque no hace ni un solo movimiento: al contrario, le permite sin rechistar que le rodee el cuello con sus brazos y ambos siguen llorando juntos en silencio. Al fondo, en un lado de la sala, uno de mis compañeros coge la bandurria y empieza a tocar una melodía triste. Creo que yo no podré volver a tocar en todo lo que queda de curso.

En ese momento llega Sprout con ojos igualmente rojos y rostro mortecino para avisarnos de que han preparado una habitación con el fin de que podamos dar nuestro último adiós a Cedric, a quien sus padres se llevarán mañana por la mañana para enterrarlo. Por cuestiones de espacio y de sentido común, sólo los mayores de tercer curso pueden acompañarla.

La sala no es muy grande y está débilmente iluminada, pero basta para que pasemos por grupos. Los de séptimo y sexto pasan primero, y algunos de sus compañeros de clase y del equipo se quedan allí cuando pasan después los de quinto. Los hay que entran y se van enseguida. Nosotros nos quedamos allí un buen rato. No puedo soltar su mano y no me importa quién me vea. Chang llega al poco acompañada de una amiga. Llora mucho y dice poco. Los Diggory, que acaban de terminar de hablar con Dumbledore, llegan a tiempo de prevenir que la innombrable se le abrace. Sé que sus lágrimas son sinceras, pero no son como las mías. No son como las nuestras, que salen de lo más hondo. No son lágrimas de Hufflepuff.

La madre de Cedric está tan acongojada que nos mira con una mezcla entre simpatía y desesperación. Saluda a Cho y le pregunta que si es quien cree que es. Cho asiente y ambos le estrechan la mano con emoción. Pero soy yo el que tiene la mano que importa. Me gustaría ver sus preciosos ojos grises por última vez, pero ya se los han cerrado. Las chicas no lo aguantan más y se van, acompañadas por Zacharías. Por el rabillo del ojo veo que éste da un par de palmadas cariñosas en la pierna al capitán antes de salir. Ernie, apartado del resto, parece estar esperándome. Entonces, mientras Amos Diggory habla emocionado con algunos de los compañeros del equipo de Quidditch ( y oigo que confirma lo que ya nos ha dicho Sprout de que "asesinado, sí" y "no está muy claro por qué ni cómo, pero seguro que a traición, porque si no se habría podido defender, mi Cedric"), lágrimas manando incesantemente de los ojos de todos,  su madre se acerca a mí y apenas le salen las palabras cuando me pregunta:
"¿Eres Justin?"
Balbuceo un sí desconcertado y ella sonríe débilmente.
"Cedric hablaba mucho de ti en sus cartas. Siempre decía que tú eras un gran apoyo para él y que amenizabas la casa y al equipo con canciones, ¿no es cierto?"
En ese instante a su madre (como siempre pensé que ocurriría si alguna vez la conociera) quisiera preguntarle tantas cosas, quisiera pedirle tantas fotografías, quisiera que me contara tanto de él, pues es la única persona que puede hacerlo, que lo último que me apetece es hablar de mí. Aún así, y pese a la sensación de absurdo que me invade desde que acabó la tercera prueba, respondo con toda la cortesía que me permite mi voz tomada que:
"Debo de ser yo el bardo incomprendido, sí."
Sus ojos bajan a mis manos, agarradas férreamente a la de su hijo. Nadie más ha soportado quedarse siquiera cerca de su cadáver.
"Lo querías mucho, ¿verdad?"
¿Qué puedo responder a eso? Noto que mis ojos se empañan, que la cara se me contorsiona y que el cuerpo me tiembla. Soy un libro abierto.
"Mucho", asiento. Y aparto la vista.
Su madre suelta un leve gemido antes de abrazarme, y noto que Ernie sale del cuarto en cuanto ve que las lágrimas empiezan a brotarme a chorros. Amos acude a consolar a su esposa pero ella lo aparta suavemente. Los muchachos salen también y yo me quedo allí unos minutos antes de separarme, ofrecer un innecesario pésame final a sus padres, quienes asienten con gravedad, y apretar con fuerza la mano de Cedric Diggory por última vez, sin querer grabar en mi memoria un rostro sin vida que entorpezca los recuerdos, innumerables y mucho mejores, que tengo de él.
 


A partir de ahí todo se me queda borroso. Sé que Ernie me acompaña de vuelta a la sala común, donde me meto directamente en el baño. No han dejado de caérseme las lágrimas en ningún momento, así que apenas veo por dónde voy o con quién me cruzo. Lo que sí noto es que la sala está mucho más vacía que antes y que en los baños sólo quedan dos compañeros del equipo, sentados en el suelo con la cara escondida entre las manos. Después de refrescarme las ideas, me desnudo y me meto en las duchas. Durante un rato largo intento relajarme bajo el agua caliente, pero es imposible. Es imposible. Al final, me dejo caer al suelo contra la pared y vuelvo a echarme a llorar con desconsuelo. Para librarme de aquella desesperante sensación de irrealidad que me embarga y poder dejar desnudo el dolor, cambio la temperatura del agua a gélida con un suave susurro mágico. Necesito despejarme. Necesito claridad. Y necesito dejar salir todo este dolor que me está quemando por dentro.

Pasan muchos minutos antes de que nadie dé cuenta de mí. Los compañeros, que me han estado oyendo y han acabado por venir a ver si me encontraba bien, no consiguen que reaccione, así que oigo, de lejos, que uno va a buscar ayuda.  Enseguida aparece la inconfundible sombra de Ernie en el suelo y los otros se marchan. Ernie cierra el grifo a toda prisa con un hechizo y después corre a buscar una toalla antes de obligarme a que me incorpore.
"¡Es que no se te puede dejar solo un momento!", me regaña a desgana mientras me frota vigorosamente con mi toalla. ¿Ha ido corriendo hasta el dormitorio a por ella? Tengo tanto frío que me tiritan hasta las orejas. La vergüenza que siento no es nada al lado de todo lo demás. "Justin, no empieces a hacer tonterías. ¿Está claro?" Asiento. Voy a asentir me diga lo que me diga."Por todos los demonios, Justin, tienes los labios morados. ¿En qué estabas pensando? Está bien, no me lo digas. No me lo digas." Menea la cabeza. Entonces hace algo que me deja aún más helado si cabe: se echa a llorar. Me abraza , me agarra bien fuerte de los hombros y de la nuca y llora unos segundos contra mi cuello. Cuando logra reponerse, se seca con premura las lágrimas y me envuelve con la toalla, sin mirarme. "Te he traído el pijama. Anda, póntelo". Extiendo la mano, que sigue temblando, y cuando voy a cogerlo se me cae. Me siento muy estúpido. Se me compunge la cara. Ernie sonríe. "Demasiado darle a las cuerdas provoca eso en tus manos. O demasiado darle a otras cosas, tú eliges", su sonrisa se ensancha.
"No pienso tocar nunca más", musito para mí, entre respingos.
"No digas tonterías. Tocarás muy pronto. Por ti, por todos, porque sí, pero tocarás. Y seguirás viviendo y sonreirás, aunque tardes el tiempo que te haga falta, eso no importa. Pero volverás a ver la vida como era antes."
"Eso no es posible", respondo con otro respingo mientras dejo que Ernie me ponga la chaqueta del pijama.
"Oh, ya lo creo que sí", sorbe él. "En este mundo, en todas partes, ahora mismo, en cualquier lugar, alguien más está lamentando una pérdida muy dura. Es ley de vida, morir en algún momento. Es más duro cuando ocurre a destiempo y deja tanto por hacer, pero sigue siendo inevitable. Yo también lo voy a echar mucho de menos, Justin. Extremadamente. Está claro que para mí no es lo mismo", suspira, haciendo que me siente en uno de los bancos de madera para meterme el pantalón. "Por eso, porque puedo sobrellevar mejor el golpe, puedo pensar con más claridad. Y no pienso permitir que nadie que me importe se deje caer en la absoluta desesperación, ¿me has entendido?", me mira con ojos enrojecidos pero autoritarios. Asiento, sin saber qué decir. Aunque tengo el cuerpo congelado, las lágrimas no se me congelan, y sigo derramándolas de camino al dormitorio, apoyado en Ernie en todo momento. No creo que pudiera hacer mucho ahora mismo de no ser por sus fuertes brazos.

Al llegar al dormitorio, me dejo caer sobre la cama y me arropo todo lo que puedo. Ernie revisa en uno de sus libros un hechizo calentador y consigue que las sábanas y la manta adquieran la suficiente temperatura latente para compensar todo el rato que he estado torturando mi cuerpo.
"Ciérrame las cortinas, por favor."
"Está bien. Pero...si en cualquier momento de la noche...necesitas, no sé, hablar o algo, avísame, ¿vale? No creo que pegue ojo de todos modos", me sonríe con tristeza antes de acatar mi petición.
"...Gracias, Ernie", susurro.

Durante al menos una hora consigo que el efecto de la ducha fría se deje notar en mi mente vacía. Pero esa engañosa calma no dura más, pues es empezar a pensar en cualquier cosa, y como todo lleva un tiempo relacionado con Cedric, como Cedric lo ha estado siendo todo en mi vida últimamente, no hay pensamiento que no acabe desembocando en él, y con ello, las lágrimas en mis ojos, con más fuerza que nunca. Cuando siento que la cosa se pone fea y que voy a empezar a gimotear a lo bestia, pronuncio un débil: "¡Silencio!", que Cedric me había enseñado, y me desahogo sin pudor contra la almohada. Ernie, atento a todo y notando la brusca ausencia de todo sonido procedente de mi cama, abre las cortinas con desasosiego. Pero al ver mi estado, imagino, sólo puede frotarme un par de veces la espalda con una de sus grandes manos, antes de cerrarlas de nuevo y volver a su cama.

Aquella acaba siendo la noche más larga de mi vida.

Concilio un poco el sueño de madrugada, exhausto de tanto llorar, pero vuelvo a desvelarme al amanecer. Tiemblo, lloro un poco, me dejo invadir por los recuerdos y lloro mucho más.

Ernie quiere que baje a desayunar, pero yo me niego y él vacila un poco antes de dejarme solo otra vez.

Cuando vuelve, se sienta al borde de mi cama con una tostada y un vaso de leche, que rehúso con la cabeza sin mirarle.
"Dumbledore nos ha estado hablando. Ha dicho que dejemos en paz a Harry y no le preguntemos nada. De momento no sabemos más sobre el asunto. Sus padres ya se lo han llevado. ¿Tú estás mejor?"
Me encojo de hombros.
"Tienes que comer algo, Justin. Venga."
No respondo. Ernie se levanta y cierra las cortinas. Ya sabéis lo que viene, ¿no?
Rompo a llorar.


No bajo a comer y tengo que luchar un poco por perderme también la cena. No quiero ver a nadie. Menos mal que hoy era domingo. No sé cómo voy a afrontar las clases mañana lunes. A una hora incierta de la tarde-noche, Ernie descorre las cortinas con violencia, ve que estoy dado la vuelta aún, las cierra y se va a abrirlas por el otro lado. Forzado a mirarle de frente, me doy cuenta de que trae algo en una mano. Es un plato con un par de sándwiches bien repletos. Con la mano libre me agarra de la pechera del pijama y me obliga a incorporarme, pero la postura no es buena y me quedo casi colgando, medio ahogado, hasta que algo dentro de mí me hace luchar por aire y por una postura más erecta.
"Au", protesto, alejándome la pechera asesina. Sin mediar palabra, Ernie coloca el plato en mi regazo sobre la manta y me lo señala con voz dura:
"¡Come!"
Miro el sándwich, lo miro y suspiro. Mi mente no quiere comer, pero mis tripas llevan varias horas rugiendo enfadadas. Al final me lo como con tanta avidez como si no hubiera comido desde el pleistoceno,  y cuando lo acabo Ernie me acerca una jarra de zumo de calabaza que había dejado en la mesilla al otro lado.
"¿Mejor?"
Asiento.
Y al devolverle la jarra vacía, lo miro con gratitud. Pero me da miedo hablar por si se me rompe la voz.
"Ahora, duerme un poco, ¿vale?"
Vuelvo a asentir.
Caigo rendido.
 


No hace falta ni mencionar que aquella semana fue el infierno para cualquier Hufflepuff mínimamente cercano a Cedric, y puesto que en nuestra casa, de una forma u otra, todos nos sentimos verdaderamente cerca los unos de los otros,  puedo afirmar que aquella fue una semana infernal para todo Hufflepuff. No hubo risas ni canciones en la sala común; en el gran comedor parecíamos un velatorio constante; y ningún profesor tuvo que mandarnos callar ni una sola vez, pues hablábamos menos que nunca, o sea, nada. Las conversaciones se redujeron a mínimos absurdos, tratando de evitar cualquier asociación que llevara a recordar lo que no podía ser mencionado por tácito acuerdo: hasta que no digiriéramos el golpe, no podríamos siquiera  intentar comprenderlo. Hannah tiene una crisis de ansiedad que la lleva a la enfermería un par de días. Zacharías se pelea con dos o tres compañeros de clase y acaba por aislarse de todos idéntico tiempo. Ernie, más que nunca, y pese a tener que atender a otras personas como Hannah,  se convierte en mi sombra; y con todo y con eso no puede impedir que la falta de sueño me haga desplomarme por los pasillos antes de llegar el fin de semana. Para ser más exactos, el jueves.

 Iba de camino a la biblioteca, donde me esperaba él, en la hora libre de DADA (pues Moody por alguna razón no ha acabado el curso) cuando el calor, el cansancio y el hambre de antes de comer se confabulan para producirme un mareo que me tira al suelo. Por suerte no me hago daño y consigo sentarme contra la pared a recuperar fuerzas y claridad. No hay ni un solo estudiante más por el pasillo a esas horas, pero mira tú por dónde sí se da la causalidad de que un profesor regresa a esas horas desde la calle.
Snape.
"¿Qué está haciendo aquí, señor Finch-Fletchley? ¿Tomar el sol?"
Con gran esfuerzo levanto la cabeza, pero él debe de notar que mis ojos no lo enfocan bien, porque enseguida chasquea la lengua y se agacha para tomarme la temperatura y el pulso,  y examinarme las pupilas.
"Los Hufflepuffs siempre habéis sido unos blandengues", farfulla con desprecio, tomando mi brazo y ayudándome a incorporarme. "Tendrá que venir conmigo a la enfermería."
Me siento raro cruzando el recibidor auxiliado por Snape, que me tiene agarrado por los hombros. Su gesto ni es amable ni es bondadoso, es sólo un gesto de responsabilidad. Pero lo cortés no quita lo valiente. Madam Pomfrey, nada más verme, exclama con los brazos en alto: "¿Otro más!", y me adjudica una cama rápidamente. Sin mediar palabra, Snape se da media vuelta y se marcha con la túnica al vuelo. No sé si oye las tenues gracias que le doy, ni si ese gruñido ha sido su respuesta.

Alguien debe de haberme visto en el recibidor, porque apenas me ha dado Pomfrey una poción reponedora cuando veo a Ernie entrar jadeando en la enfermería.
"¡Aquí no se corre, señor Macmillan!", le regaña ella.
"Lo siento", jadea, "lo siento mucho". Y a mí: "¿Cómo estás?"
"Bien", sonrío con una caída de ojos que dice lo contrario.
Ernie se sienta en la silla que hay junto a mi cama.
"Sabía que esto tendría que pasar, lo sabía. Tenía que haber pedido poción del sueño para ti también, como la están tomando muchos para poder descansar por las noches, pero tú eres tan obstinado...tan...tan..."
Idiota, pienso, porque sé que Ernie lo está pensando. Con esa cara pálida y esos ojos que, pese a lo que dice, no han conocido descanso tampoco desde el sábado fatídico.
"¿Ernie?"
"Dime."
"No quiero ser un blandengue."
 


Aquella misma tarde en la sala común se rompe el tabú. La siesta en la enfermería me ha devuelto las suficientes energías; y el encuentro con Snape, la suficiente determinación como para no seguir gusaneando por el suelo como un cobarde miserable.
"Sea como sea que Cedric murió, seguro que murió con honor. No sé por qué no se dignan a decirnos cómo ocurrió", declamo con vehemencia, con expresión serena pese a mis ojos hinchados. He sacado yo mismo el tema y los demás, pese a su prudente desconcierto inicial, parecen querer hablar ya de ello.
"¡Eso digo yo! ¡Tenemos más derecho que nadie!", protesta un cazador del equipo.
"Seguro que acabamos siendo los últimos en enterarnos", añade un golpeador.
"Seguro que Potter tuvo algo que ver", gruñe Zacharías. Hannah lo desmiente, indignada:
"¡Harry es inocente, estoy segura!"
"Salió hecho unos zorros", asiente Susan.
"No, ahí sucedió algo que se escapó al control de todo el personal de Hogwarts, está claro", comenta una de séptimo.
"Y que pilló a Cedric por sorpresa, no sé a Potter", asiente la prefecta. Si no fuera porque Ernie y algunos de los mayores le han estado echando una mano estos días, se habría vuelto loca.
"Potter es un superviviente nato", interviene Ernie.
"Y nosotros unos perdedores natos", vuelve a gruñir Zacharías.
"De todos modos, Madam Sprout me comentó que probablemente Dumbledore cuente por fin algo mañana en el banquete de fin de curso, antes de que volvamos a nuestras casas por vacaciones", explica la prefecta.
"Sería terrible pasar un verano con una incertidumbre semejante", musita Ernie.
"Va a ser un verano terrible de todas formas", susurro yo con los ojos escocidos.


Lo que Dumbledore tiene que contarnos al día siguiente nos deja aterrorizados:
¡Ha sido Voldemort!
¡Quién-tú-sabes, nada menos!
No sabemos cómo reaccionar. Aquello es más duro de lo que pensábamos. No, es difícil de creer. Es demasiado terrible para ser cierto.
Al menos Cedric murió sin sufrir: el avada es instantáneo. Y así es como mata Voldemort.
Dumbledore nos anima a estar más unidos que nunca ante la adversidad y a estar preparados para lo que pueda suceder.

Por otro lado, el homenaje que nuestro director brinda a Cedric hace que la mitad de nuestra mesa tenga que contener las lágrimas a duras penas para guardar la compostura (yo ni lo intento, la verdad) mientras brindamos por nuestro capitán y prefecto, y luego por Harry Potter. Y todas sus palabras se nos marcan a fuego en la mente, en especial:

"Recordad a Cedric. Recordad, si en algún momento de vuestra vida tenéis que optar entre lo que está bien y lo que es fácil, recordad lo que le ocurrió a un muchacho que era bueno, generoso y valiente, sólo porque se cruzó en el camino de Lord Voldemort. Recordad a Cedric Diggory." *

¿Acaso sería posible olvidar a Cedric?

Después de la comida y tras revisar que tenemos todo el equipaje preparado, nos sentamos por última vez este curso en la sala común para, como cada año, despedirnos de los compañeros de séptimo a los que ya no veremos nunca más en el colegio. Este año también utilizamos esta última reunión para rememorar todo lo que ha dicho Dumbledore (lo que será luego la base para nuestra conversación en el tren); para buscar un poco de paz para esa ansiedad colectiva que nos ha entrado;  y para recordar lo ocurrido con una canción que los mayores se saben y que data de la época terrible del auge de Voldemort (que yo como muggle nunca viví, ni tampoco mi familia). Es una canción de esperanza, triste pero poderosa. La cantan entre varios con la guitarra, y luego otro compañero hijo de muggles me propone dedicarle a Cedric una canción que habíamos estado practicando antes de todo lo malo; una canción que él ya había tocado a solas la noche que Cedric murió; una canción de la cual sólo puedo ofrecer acompañamiento musical, porque la voz se me quiebra al llegar a la parte principal:
 

So, so you think you can tell Heaven from Hell,
blue skies from pain.
Can you tell a green field from a cold steel rail? A smile from a veil?
Do you think you can tell?

And did they get you trade your heroes for ghosts?
Hot ashes for trees? Hot air for a cool breeze?
Cold comfort for change? And did you exchange
a walk on part in the war for a lead role in a cage?

How I wish, how I wish you were here.
We're just two lost souls swimming in a fish bowl,
year after year,
running over the same old ground. What have we found?
The same old fears,
wish you were here.

Al acabarla, tengo que correr al lavabo a lavarme la cara.
No soy el único.
Zacharías acaba sentado a mi lado contra la pared del baño, en silencio.


Cuarto termina muy mal, no voy a mentir. Las despedidas son apagadas y desganadas. Hay una mayor necesidad que nunca de seguir juntos y el verano parece un triste obstáculo que no promete nada bueno. Cuando estamos esperando los carruajes en la entrada del colegio, Víktor Krum se me acerca para darme su más sincero pésame. Me deja completamente a cuadros: ¿sabría el búlgaro algo? Con absoluto desconcierto lo observo acercarse después a Granger. Weasley está más rojo que nunca de celos, pero no sigo viendo lo que pasa porque Colin, acompañado por su hermano, viene a darme un abrazo de despedida. El fotógrafo ha estado también bastante compungido toda la semana.

Pero la más dura despedida ocurre en King's Cross, cuando bajamos del tren y nadie se acerca por detrás en el andén a revolverme los cabellos antes de alejarse, quizá con una breve mirada de reojo y una sonrisa. Ernie tiene que empujarme para que siga andando hacia la barrera más allá de la pared, donde me esperan mis padres. No les he escrito en más de dos semanas, así que no saben nada. Pero mi madre nota nada más verme que algo grave ha sucedido. Bastará con el viaje de vuelta a casa en coche para ponerles al día. Después de todo, ellos conocían a Cedric. Pero antes, me despido efusivamente de todos mis amigos y conocidos; beso con ganas a Hannah y a Susan en la mejilla, estrecho la mano de Zacharías un buen rato, luego la de los del resto del equipo, y acabo por abrazar a Ernie con todas mis fuerzas. ¿Qué voy a hacer todo el verano sin Ernie?
"Mis padres me han dicho que puedes venirte con nosotros el tiempo que quieras", me sonríe. A su lado, ellos asienten, siempre amables conmigo.
"Aún tengo que devolverte el favor, Macmillan. ¿Por qué no vienes tú al Londres muggle? Siempre has dicho que querías conocerlo."
"Estaré encantado si tú me lo quieres enseñar", asiente con visible satisfacción. Sus padres se miran y empiezan a comentarlo.
"Pues entonces nos escribiremos para decidir una fecha, ¿te parece?"
"Hecho."
Nos quedamos mirando unos instantes, antes de que yo me despida y vuelva con mis padres. Se les nota aliviados de verme sonreír. Quieren alimentarme mejor estos días, y llevarme a aquí y allí, a hacer esto y aquello. Pero no creo que mucho de eso sea posible. En cualquier caso da igual, porque ya tengo algo bueno que aguardar este verano.

Sé que aún necesitaré derramar muchas lágrimas antes de poder dejar atrás el sueño tan bonito que he vivido con Cedric todos estos años, y en especial éste. Que estos meses estivales van a ser los peores de mi vida. Y que la ausencia de mis compañeros va a hacer todo más difícil. Pero pienso salir adelante, también para honrar su memoria, porque si Cedric pudo morir con honor, como un héroe, yo he de vivir con valor. ¡No pienso ser un blandengue!

 

Wish You Were Here, Pink Floyd
* Harry Potter y el Cáliz de Fuego