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Cercadores: obra teatral de Grégor Díaz, dramaturgo peruano (texto completo)
Gregor Díaz Celendín, Cajamarca, 1933; Lima 2001+

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Se inicia como dramaturgo en 1966, año en que escribe Los del 4, que en 1968 gana el 1er. Premio del Concurso de Obras de Teatro organizado por la Sociedad Judía del Perú y además es publicada en la antología "Teatro Selecto Contemporáneo Hispanoamericano" (Madrid, 1971). Fue también publicado en el Perú en 1968 por la Editorial Causachum (La huelga) y por la Editorial Homero, teatro de grillos, en 1976 (Cercados y cercadores) y en 1978 (Cuento del hombre que vendía globos).
Su obra Sitio al sitio fue publicada en Colombia en la Antología Latinoamericana de Teatro Breve Social (1999).
Antes de su muerte, en diciembre del año 2001, escribe In memoriam, una investigación sobre nuestros teatristas fallecidos desde el Siglo XIX hasta hoy.

    Obras y año de estreno (en Lima, salvo indicación):
  • Los del 4 (1968)
  • La huelga (1968)
  • Cercados y cercadores (1971)
  • Cuento del hombre que vendía globos (1975, 1er. Premio del Concurso anual del TUSM)
  • Réquiem para 7 Plagas (1979, 1er. Premio TUSM ese año y Mención Honrosa en el Concurso Hispanoamericano "Andrés Bello" del CELCIT de Venezuela en 1981)
  • Chimbote Mundo (Primer Premio CELCIT Perú ese año) (1981)
LOS CERCADORES

LOS CERCADORES

 

De Grégor Díaz

 

 

PERSONAJES

 

        JOSÉ

Ciudadano peruano de 35 años

 

        ROSA

Ciudadana peruana de 27 años

 

Nuestros días, en un edificio ubicado en los alrededores del Cuadrado de Lima. Agrupación pobre.

 

A telón cerrado –sala apagada– se escucha cantar aun grupo de niñas –en coro– la melodía infantil “Matatiro Tirulán”. Las risas de las niñas indican la apertura –lenta– del telón.

 

 

Cercados

 

ES DE NOCHE.

SOBRE LA MESA, UNA PANERA; CUATRO SILLAS RÚSTICAS A SUS COSTADOS. ROSA, CON UN PEDAZO DE PAN EN LA MANO, COMIENDO, DA VUELTAS ALREDEDOR DE LA MESA, MIENTRAS COME, REPASANDO, HABLA MECÁNICAMENTE.

 

 

ROSA.–              Todas las palabras terminadas en aje se escriben con jota menos ambage y enálage. Ejemplo: Coraje… (Se detiene) ¿Coraje? (Se sienta) ¡Co-ra-je! ¡Coraje, coraje, coraje! (Entra José con un periódico en la mano)

¿Quieres comer algo?

 

JOSÉ.–              ¡No!

 

ROSA.–              No tienes por qué gritar.

 

JOSÉ.–              ¿Te queda algún cigarrillo?

 

ROSA.–              Lo estaría fumando.

 

JOSÉ.–              Fumamos mucho.

 

ROSA.–              ¿Qué otra cosa podemos hacer?

 

JOSÉ.–              Nada.

 

ROSA.–              Me fue mal.

 

JOSÉ.–              Lo sé.

 

ROSA.–              ¿Quién te lo ha contado?

 

JOSÉ.–              Se te ve en el rostro.

 

ROSA.–              Por lo visto, a ti no te fue mejor.

 

JOSÉ.–              ¿Te puedo pedir un favor?

 

ROSA.–              Hazlo.

 

JOSÉ.–              Apaga las luces.

 

ROSA.–              ¿Quieres ahorrar?

 

JOSÉ.–              No me duelen los ojos. Con la luz de la calle es suficiente.

 

ROSA.–              (Apaga las luces) ¿Estás contento?

 

JOSÉ.–              Sí… contento, muy contento… doblemente contento.

 

ROSA.–              No te entiendo.

 

JOSÉ.–              Contento porque no hay luz… y contento porque tú la has apagado.

 

ROSA.–              Estamos como en una boite.

 

JOSÉ.–              Es ridículo.

 

ROSA.–              ¿Estar en una boite?

 

JOSÉ.–              No, que nosotros pensemos en una boite.

 

ROSA.–              ¿Algo más?

 

JOSÉ.–              Sí… reza.

 

ROSA.–              ¿Te estás muriendo?

 

JOSÉ.–              Todos nos estamos muriendo.

 

ROSA.–              ¿Todos?

 

JOSÉ.–              Sí, todos…

 

ROSA.–              ¿Quiénes todos?

 

JOSÉ.–              Tú y yo.

 

ROSA.–              No somos todos.

 

JOSÉ.–              ¿Te parece?

 

ROSA.–              Ahora dudo.

 

JOSÉ.–              No hay razón.

 

ROSA.–              ¡Razón de qué!

 

JOSÉ.–              De dudar… ¡es claro!

 

ROSA.–              Te entiendo… Ahora veo mejor.

 

JOSÉ.–              Es por la penumbra. La luz ciega.

 

ROSA.–              Me vuelves a confundir.

 

JOSÉ.–              No lo pretendo; pero es cierto. Con la luz o sin ella nuestro gesto es eterno: triste. ¡Y ya me cansé! Lo hemos heredado y lo heredarán nuestros hijos.

 

ROSA.–              ¿Gesto eterno? ¿Nuestro rostro? ¿Acaso no río, también?

 

JOSÉ.–              Sí, ríes… pero mantienes el gesto; los músculos de tu rostro no te obedecen, tus rasgos caen, se cuelgan tristemente de tu cara. Es como nuestra huella digital…

 

ROSA.–              Quisiera tomar un trago.

 

JOSÉ.–              Se acabó… cuesta mucho.

 

ROSA.–              No dije que me lo dieras.

 

JOSÉ.–              ¡Pero es lo mismo! (Pausa) ¡Imagínatelo… así podrás disfrutarlo mejor!

 

ROSA.–              ¡Mejor? ¿Imaginándomelo?

 

JOSÉ.–              Sí, créeme… estará lo dulce o amargo del licor que será superado en muchas veces por tu imaginación.

 

ROSA.–              Desvarías.

 

JOSÉ.–              Piensa así si lo quieres, es tu problema.

 

ROSA.–              ¡¿El tuyo no?!

 

JOSÉ.–              ¡Nooooooo!

 

ROSA.–              (Cerebralmente conteniendo su cólera) Quieres darme un beso. (Frenándose, y  como recurso para no continuar la discusión)

 

JOSÉ.–              Por qué no.

 

ROSA.–              ¿Vienes o voy?

 

JOSÉ.–              Nos encontramos a la mitad del camino. (Se paran los dos, caminan, se encuentran en el centro y se besan) Te quiero.

 

ROSA.–              Te adoro. (Se miran)

 

JOSÉ.–              ¿Cómo te llamas?

 

ROSA.–              ¿Quieres jugar conmigo?

 

JOSÉ.–              Señorita…

 

ROSA.–              ¡Soy señora…!

 

JOSÉ.–              ¡Tu nombre…!

 

ROSA.–              (Tranquilizándose) Está bien… Me llamo Rosa…

 

JOSÉ.–              Mi nombre es José.

 

ROSA.–              (Apoyando su cabeza en el hombro de él) El próximo mes cumplimos siete años de casados.

 

JOSÉ.–              Para ser más exactos… el 28 de Julio… ¡Día de la Emancipación! (La toma de los hombros y la lleva a su silla. Ella se sienta)

 

ROSA.–              ¿Por qué escogimos esa fecha para casarnos?

 

JOSÉ.–              Porque en ese momento trabajaba… ¡Ah, eran las Fiestas Patrias!… tres días de descanso con goce de haberes: martes, miércoles y jueves –lo recuerdo muy bien–; pedí permiso el viernes, y empalmamos la “Luna de Miel” sábado y domingo. (Pausa)

 

ROSA.–              Tu hijo está grande.

 

JOSÉ.–              Nuestro hijo.

 

ROSA.–              ¿Nuestro hijo?

 

JOSÉ.–              Sí, creo que aún podemos decir “nuestro hijo”… aunque él no lo sabe…

 

ROSA.–              Es el trato.

 

JOSÉ.–              Mejor así… Siempre debemos repetírnoslo ¡Mejor así, mejor así! Hay que tener coraje…

 

ROSA.–              (Rápido, matando su dolor) Coraje se escribe con jota.

 

JOSÉ.–              ¿Por qué?

 

ROSA.–              Porque todas las palabras que terminan en aje se escriben con jota, menos ambage y enálage.

 

JOSÉ.–              Bueno, entonces debemos tener coraje con jota.

 

ROSA.–              (Dulce, amorosa) No podría ser de otra manera, amor…

 

JOSÉ.–              (Desahogándose) ¡Sí, pues…! (Conteniéndose) Si es cierto lo que me cuentas…

 

ROSA.–              El manual lo dice…

 

JOSÉ.–              ¿Lo viste?

 

ROSA.–              ¿A él?

 

JOSÉ.–              ¡Sí, a él! ¡Por nadie más preguntaría en este mundo… lo sabes!

 

ROSA.–              Gracias, por lo que toca a mí…

 

JOSÉ.–              Por favor, Rosa…

 

ROSA.–              Sí… lo vi… todas las tardes lo llevan al parque… su “ama” lo cuida bien…

 

JOSÉ.–              Qué bueno…

 

ROSA.–              Está en el Colegio: Jardín.

 

JOSÉ.–              Hasta la fecha está cumpliendo el ingeniero.

 

ROSA.–              Nosotros también.

 

JOSÉ.–              Nosotros también.

 

ROSA.–              ¡Qué precio tan caro estamos pagando! ¡Cómo cuesta callar! ¡Qué cara es la indiferencia que una tiene que mostrar! A ellos no les cuesta nada; él los hace feliz.

 

JOSÉ.–              ¡Así lo dijo el cura y así será, pues…! (Imitando al cura) “Es por el bien de todos: Feliz el niño con sus nuevos padres que podrán darle una buena formación profesional; feliz el ingeniero y su esposa con este niño como hijo, ya que ellos no pueden engendrar; feliz la sociedad, ya que con tales padres este niño será un buen  ciudadano; feliz la iglesia con un nuevo cristiano, y…”

 

JOSÉ y ROSA.–Felices nosotros al ver desde lejos cómo un niño que pudo crecer torcido, día a día se alza derechito al camino de Dios. (Pausa, se miran)      

 

ROSA.–              Tengo los pies helados.

 

JOSÉ.–              Pronto los tendré igual… ahora hierven… he caminado mucho.

 

ROSA.–              Nada hemos encontrado… ¡Promesas, promesas, promesas! (El la toma de los hombros)

 

JOSÉ.–              Tendremos que seguir buscando… no queda otro camino…

 

ROSA.–              Los niños juegan a la cometa…

 

JOSÉ.–              Es la época de los vientos…

 

ROSA.–              Corren peligro en las azoteas, mi amor…

 

JOSÉ.–              ¡Deberían cerrar todas las puertas que conducen a las azoteas!

 

ROSA.–              Las niñas cosen vestidos para sus muñecas…

 

JOSÉ.–              Hace frío… no deben salir a la calle.

 

ROSA.–              Se pueden resfriar… el clima de Lima es húmedo.

 

JOSÉ.–              (Separándose de ella, excitado) ¿Puedes leer el periódico?

 

ROSA.–              Sí… (toma el diario) ¿La página de empleos?

 

JOSÉ.–              ¡Síiii…! ¡O la de los Milagros, si te da la gana!

 

ROSA.–              Habíamos convenido en no gritar…

 

JOSÉ.–              (Que no la ha escuchado) ¡Si yo consiguiera un trabajo!

 

ROSA.–              (Que lo ha escuchado) Te quiero…

 

JOSÉ.–              Yo también…

 

ROSA.–              (Con más intensidad) Te amo.

 

JOSÉ.–              ¿Puedes gritarlo?

 

ROSA.–              ¡Sí, te amo!

 

JOSÉ.–              (Tranquilizándose) Gracias… Cuando gritas, me doy cuenta que aún vivo…

 

ROSA.–              Lo mismo me pasa a mí…

 

JOSÉ.–              Necesitamos gritar.

 

ROSA.–              ¡Soy feliz, amor…!

 

JOSÉ.–              ¡No lo grites!

 

ROSA.–              (Extrañada) ¿Por qué?

 

JOSÉ.–              (Riendo) Nos podrían quitar la felicidad también…

 

ROSA.–              (Ríe) Tonto… (Leyendo el diario) Aquí está… “Alto ejecutivo…”

 

JOSÉ.–              Pásalo…

 

ROSA.–              “Asesor Jurídico…”

 

JOSÉ.–              Pásalo…

 

ROSA.–              “Empleado para atender público…”

 

JOSÉ.–              Continúa…

 

ROSA.–              Mínimo 21 años, máximo 27.

 

JOSÉ.–              Pásalo…

 

ROSA.–              Vendedor…

 

JOSÉ.–              Ahora, ¿por qué te detienes?

 

ROSA.–              Máximo 25 años.

 

JOSÉ.–              Hoy fui a mi barrio… ¡El viejo Surquillo! Tuve la sensación de haber muerto.

 

ROSA.–              ¡Estás de humor…!

 

JOSÉ.–              Pasé varias veces intentando saludar a mis amigos de infancia y no me reconocieron… se fueron de largo, nomás. Estaba el viejo Damián, don Jorge… Rosendo salió del corralón corriendo a la botica con una criatura en brazos… sangraba… Debe ser su hija, o bueno… su hijo.

 

ROSA.–              Eso tiene poca importancia…

 

JOSÉ.–              “Vivimos en un país maravilloso, somos ricos: Costa, Sierra y Selva” ¡El viejo Damián… pobre!; aún sigue repitiendo esas palabras…; está casi ciego. Me acerqué a saludarlo y me dijo: “Una limosnita, por el amor de Dios”. (Ríe)

 

ROSA.–              Estás triste.

 

JOSÉ.–              Triste, ¿por qué?

 

ROSA.–              Siempre lo estás cuando ríes… Te conozco, amor. ¡Y, siete años de casados!

 

JOSÉ.–              En la esquina, como hace veinte años, Baca, Carrasco, Ramírez y Soto…: ¡borrachos! No sé por qué, pero tuve pena, mucha pena… ¡Ja!… y don Damián: “Vivimos en un país maravilloso, somos ricos: Costa, sierra y Selva”… y “Una limosnita por el amor de Dios”.

 

ROSA.                ¿Y?

 

JOSÉ.–              ¡Ya te dije que tuve pena, mucha pena! ¿Quieres más detalles?

 

ROSA.–              ¡Síiiiiiii!

 

JOSÉ.–              Pues bien… fue como si el tiempo se hubiera detenido… (Se tranquiliza) No… como si hubiera retrocedido. Me quité el saco, eché la corbata al bolsillo y recosté mi espalda a la pared. Creo que estuve mucho tiempo así: parado, recostado, con la planta del pie derecho sobre la pared y el saco al hombro… Cuando volví en mí, estaba rodeado de mis amigos de infancia, ¡qué alegría! Pedro, pálido, con mucha pena me dijo:

– ¿Qué te pasa, José? ¿Podemos hacer algo por ti?

– ¿Te han hecho daño? –me dijo Juan–. Quise decirles que sí… pero me di cuenta que estaban tristes… con mucha pena. Sabes, Rosa, hubiera sido injusto causarles más dolor. ¡Qué cara tendría en ese momento! Como alguien dijo, Rosa, no somos más que un mendigo sentado en un sillón de oro.

 

ROSA.–              No hay azúcar… no podemos tomar café.

 

JOSÉ.–              Ya tengo los pies helados.

 

ROSA.–              ¡El viejo Surquillo!

 

JOSÉ.–              El viejo Surquillo.

 

ROSA.–              ¿Por qué nos casamos nosotros?

 

JOSÉ.–              Porque tú eres Rosa y yo José.

 

ROSA.–              ¡Ju! ¿Y si nuestros nombres hubieran sido otros?

 

JOSÉ.–              Hubiera sido igual… mantendrías el gesto… estaríamos tristes. Lo hemos heredado. Es como nuestra huella digital, no lo sabes. A lo mejor tú pastarías hasta hinchar tus ubres; luego tus amos te ordeñarían hasta hacerte sangrar los pechos. Yo, quizás, estaría yugado, dando vueltas y vueltas en un molino.

 

ROSA.–              ¿Por qué vas a Surquillo? Te hace daño.

 

JOSÉ.–              Quizás porque es mi barrio… porque viví veinte años allí… porque recuerdo mi juventud… o porque tal vez allí noto claramente la diferencia que hay entre lo que quise ser y lo que soy… A lo mejor para darme ánimos.

Es lindo… me bajo en Primavera, entro por San Miguel, camino dos cuadras… Y allí está: La quinta cuadra de la calle Carmen del Distrito de Surquillo. Miro pasar a los niños… y en cada uno de ellos descubro un amigo.

– Este tiene que ser hijo de Joel. Claro, son sus ojos, su manera de caminar… un tanto chueco. Sabes, Rosita, con Joel me trompié una vez. . Tendríamos 13 ó 14 años, más o menos. Le dije que de grande iba a ser médico y él se burló de mí. Indignado le iba a lanzar un puñete, pero él, más mañoso que yo, se dio cuenta a tiempo y me adelantó el golpe. Resultado: ¡Ojo verde! (Abajo, como para él) Resultado: no fui médico. ¡Ah, a propósito de peleas, ahora me acuerdo de Folleque! (¿Por qué le pondrían ese apodo?) ¡Era más flojo para pelear…!

– ¡Ya, ya… contigo no peleo porque estoy sin zapatos! y como no usaba zapatos, nunca peleaba.

Surquillo siempre está igual, Rosa… sus calles, ahora pavimentadas, constantemente sucias. Ya no está la acequia donde hacíamos navegar nuestros barcos de papel. Sabes, Rosita, siempre se nos hundían, siempre naufragaban… ¡siempre! (Pausa) ¿Qué silencio, no?

 

ROSA.–              Están durmiendo los vecinos… es muy tarde.

 

JOSÉ.–              ¿O están muertos?

 

ROSA.–              Quizás…

 

JOSÉ.–              ¡Pero es que no tienes otra palabra!

 

ROSA.–              Te amo…

 

JOSÉ.–              ¡Ya lo sé… lo sé! Yo también te amo…

 

ROSA.–              Si mal no recuerdo, habíamos convenido en no gritar…

 

JOSÉ.–              ¡Sí, lo hemos convenido… ya lo sé! A cada grito una palabra de amor…

 

ROSA y JOSÉ.–¡A cada grito una palabra de amor! No dejemos que la falta de dinero mate este maravilloso amor. (Ríen los dos)

 

ROSA.–              Este edificio parece un cementerio… Verdad. El pasaje me recuerda a los pabellones, y cada puerta a un nicho, más grande, naturalmente… y como lápidas: Familia García, Familia Arriola, Familia Ledesma…

 

JOSÉ.–              Entonces, ¿nuestra pieza es un nicho?

 

ROSA.–              No te das cuenta…

 

JOSÉ.–              Pero yo leo los periódicos, busco trabajo. Puedo salir a la calle, soy libre…

 

ROSA.–              ¿Estás seguro?

 

JOSÉ.–              ¡Claro que sí! En este momento, si me da la gana, me voy a la calle…

 

ROSA.–              ¿Tú o tu imaginación…?

 

JOSÉ.–              ¡Yooooo!

 

ROSA.–              ¿Y con eso qué? ¿Eso es estar vivo? ¿Acaso no dicen también que las almas penan?

 

JOSÉ.–              (Dolido) Tú estás enojada conmigo porque no he conseguido trabajo… eso es… te conozco bien. No es justo que así me trates, porque me esfuerzo, busco… lo sabes. Con más claridad que yo te lo pueden decir mis zapatos, mis pies hinchados. ¡Busco, entiéndelo bien!

 

ROSA.–              ¿Te alivia algo si te digo que te creo?

 

JOSÉ.–              Por supuesto. Eres mi mujer. Lo único que tengo en este mundo.

 

ROSA.–              ¿Cambia eso nuestra situación?

 

JOSÉ.–              ¡Me quieres confundir… abusas de mí!

 

ROSA.–              Te vas a quemar.

 

JOSÉ.–              ¡Quemar con qué!

 

ROSA.–              No estás tomando la sartén por el mango.

 

JOSÉ.–              ¿Por qué tuve que salir a Surquillo? ¿Por qué no me quedé allí? ¡Maldita sea… en Lima no me siento bien, no estoy a mi gusto, me encuentro como en corral ajeno… no sé atar ni desatar! Me siento ahora como si estuviera al otro lado de la línea del tranvía, como cuando era niño.

 

ROSA.–              Hablas por hablar y te haces daño…

 

JOSÉ.–              La línea del tranvía dividía Surquillo de Miraflores. Hacia el Mar, los ricos; al otro lado, nosotros. Y esto, Rosa, aunque te parezca exagerado, pesa mucho sobre uno. Al costado de la línea, paralelamente a ella, camino al mar, corría la acequia. Allí se hundía, naufragaban nuestros barcos de papel.

La acequia estaba a nuestro lado. Ahora ha cambiado la situación, ya no está la línea… ahora nos divide la Vía Expresa: hacia el mar, los ricos; al otro lado, los pobres.

 

ROSA.–              A nosotros nos separaba la avenida Abancay. Hacia San Martín, el Centro de Lima, ¡el corazón del Perú!; hacia Bolívar, nosotros. A nuestro lado estaba –y está– el Congreso. Los Padres de la Patria nunca hicieron algo por nosotros. Estoy segura que Bolívar se siente mejor a nuestro lado.

 

JOSÉ.–              ¿Por qué?

 

ROSA.–              Era zambo… ¿no lo sabes?

 

JOSÉ.–              Idiota…

 

ROSA.–              Te amo…

 

JOSÉ.–              Y hacia el cerro San Cristóbal, donde está la cruz, el Río Hablador, heroico defiende el cuadrado de Lima: Bajo el Puente, los negros y los pobres… Brama el Rímac día y noche, como asustando a los pobres de Bajo el Puente, para que no se atrevan a invadir el centro de la Capital del Perú. (Pausa)

 

ROSA.–              ¿Nos servimos un trago?

 

JOSÉ.–              ¿Otro? Si aún no has terminado el tuyo…

 

ROSA.–              Es verdad. Salud, entonces. (Beben licor imaginario en los vasos imaginarios) Tienes razón, amor… Este Vermouth está mejor que el del otro día.

 

JOSÉ.–              Está amaneciendo… nos queda poco tiempo. ¿Quieres leer el diario?

 

ROSA.–              ¡Con mucho gusto! (Toma el diario y lee) Guardián para trabajos nocturnos… No puedes: tu asma.

 

JOSÉ.–              Pásalo.

 

ROSA.–              Joven con espíritu de superación para vender duchas eléctricas. Veinte por ciento de comisión. Requisito indispensable: Mil soles de garantía.

 

JOSÉ.–              ¡Mil soles! Consiguen treinta vendedores y con esa plata hacen negocio. Vamos… Pásalo.

 

ROSA.–              Esto puede interesar: Auxiliar de Oficina, no importa que no tenga experiencia. Pago sueldo mínimo. ¡Ah, no sirve!

 

JOSÉ.–              ¿Por qué? Para empezar no importa el sueldo. Necesitamos dinero.

 

ROSA.–              (Remarcando las palabras) No mayor de 27 años…

 

JOSÉ.–              ¡Otra vez! ¡Pero qué se han creído… que un hombre de 35 años ya no puede trabajar!

 

ROSA.–              Te amo…

 

JOSÉ.–              ¿Cambia eso la situación?

 

ROSA.–              ¡Sí…! (Pausa)

 

JOSÉ.–              (Como iluminado) Rosita… si tuviéramos otro hijo…

 

ROSA.–              (Apenada) Lo tendríamos que regalar…

 

JOSÉ.–              ¡Un trabajo! ¡Un trabajo! ¡Un trabajo!

 

ROSA.–              Por su bien…

 

JOSÉ.–              Por su bien…

 

ROSA.–              Así lo dijo el cura, por su bien…

 

JOSÉ.–              (Ilusionado) Mañana me entregan el perrito…

 

ROSA.–              (Entusiasmada) ¿Qué es?

 

JOSÉ.–              Macho… raza chica… come poco…

 

ROSA.–              ¿Qué nombre le podríamos poner?

 

JOSÉ.–              Podría ser… le pondríamos…

 

ROSA.–              Ya está, ya lo tengo, ¡no te rompas la cabeza…!

 

JOSÉ.–              ¿Cuál?

 

ROSA.–              (Lento) Coraje.

 

JOSÉ.–              ¿Coraje?

 

ROSA.–              ¡Sí, Coraje!

 

JOSÉ.–              Coraje se escribe con jota, me dijiste, ¿no?

 

ROSA.–              Sí, amor, porque todas las palabras que terminan en aje se escriben con jota, menos ambage y enálage.

 

JOSÉ.–              ¿Por qué estudias esto? No me lo has dicho…

 

ROSA.–              Mañana me van a tomar una prueba para secretaria de una oficina… y como tengo mala ortografía… me puse a repasar, por si acaso… a lo mejor resulta.

 

JOSÉ.–              (Riéndose) ¡Coraje! ¡Coraje con jota!

 

ROSA.–              Sí, es muy importante… Ahora sabemos que coraje se escribe con jota…

 

JOSÉ.–              Y nuestro perro tiene un nombre…

 

ROSA.–              Y nuestro perro, el nombre de nuestro perro nos va a dar el ánimo necesario para luchar, porque nuestro perro se llama Coraje…

 

JOSÉ.–              Ya no estaremos solos… ¡Tenemos un perro!

 

ROSA.–              Y se llama Coraje… es de raza chica, come poco… (Hace como si en sus brazos tuviera al perrito y lo mece como si fuera su hijo) Míralo, amor… es travieso. Muerde…

 

JOSÉ.–              Ya no nos molestarán… ¡Tenemos un perro!

 

ROSA.–              Y se llama Coraje… Míralo… míralo, amor… es travieso. Por favor, míralo, míralo, no te pierdas este momento… grábatelo en la mente como si fuera lo más sagrado del mundo… Mira…

 

JOSÉ.–              (Bajo) ¿Qué? (Suena el pito e una fábrica)

 

ROSA.–              Míralo, amor… Coraje… está abriendo los ojos.

 

Los dos quedan congelados con el gesto de gran felicidad, ha amanecido, las luces agigantan y multiplican sus figuras en el suelo, los laterales, foro y techo. Se escucha una melodía triunfal –no militar, no religiosa– acentuando esta transición plástica.

                             

                                                                                    

 

 

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El telón se cierra sin apuros

 

 

1971 – mayo

Lima/Perú

 

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