LA PANDORGA
De Grégor Díaz
…
y quedé más solo
que
el soldado desconocido
en
el Morro Solar.
Grégor
José
PERSONAJES
– VECINO
Obrero de 35 años, con fuerte carga
familiar.
– MELCHORA
Ama de casa, madre de Carmencita: 40 años.
– MAURICIO
Provinciano de 25 años, afincado en Lima.
– CAYETANO
Provinciano recién bajado: 23 años.
– JUANA
50 años: viuda.
– OLGA
17 años: Madre de un bebé.
– CARMEN
17 años (Está encinta)
– JUAN
19 años: Desocupado (Obrero eventual)
VOCES
NIÑOS 1,
2, 3, y 4.
JOVEN
JOVENCITA
ESCENOGRAFIA
1940. La escena, en forma sugerida, representa un
corralón, de esos que ostentan su único caño al centro del patio, que es de
tierra. Un carrizo sostiene el cordel de secar la ropa. Este corre diagonal de
derecha a foro izquierda. A foro, muy discretamente, algo, nos insinúa un
pequeño altar de la Virgen del Carmen.
Las puertas de los cuartos están delineadas por haces
de luz.
En la parte delantera, paralela a la corbata, está la
calle –vereda y pista, confundidos: todo es tierra y carente de desnivel: la
vereda.
A TELÓN
CERRADO SE ESCUCHAN LAS NOTAS DE UNA GUARACHA MUY ALEGRE Y BULLICIOSA DE LOS
AÑOS 40, LA MISMA QUE, DESPUÉS DE UN MOMENTO, CONFORME SE ABRE EL TELÓN Y
ENCIENDEN LAS LUCES, VA DESAPARECIENDO, PARA DAR VIDA A LA VIDA SÓRDIDA DE UN
CORRALÓN.
DOÑA MELCHORA,
LENTAMENTE, COMO QUERIENDO NO REGRESAR A SU CUARTO, RECOGE LA ROPA SECA DEL
CORDEL; POCO DESPUÉS, DEL FONDO, APARECE EL VECINO, SIN SER ADVERTIDO POR ELLA.
VECINO.– Doña
Melcho…
MELCHORA.– (Asustada,
de un salto) ¡Jesús! (Al verlo)
¡Caramba, vecino…!
VECINO.– ¡Ya,
ya, ya… doña Melcho! Soy feo, pero no tanto. ¡Jesús… ni que hubiera visto al
diablo!
MELCHORA.– (Riendo)
La que debe de haber visto al diablo es la del 13; pasó por mi lado como alma
que lleva el diablo…
VECINO.– ¡Qué
diablo ni diablo, vecina… la policía…! (Riendo)
Seguramente…, digo yo…
Se escuchan las voces de los
niños que se preparan para jugar a “Chanca la lata” (“Las
escondidas”).
NIÑO 1.– ¿Listos…?
VARIOS.– ¡Yaaaa…!
NIÑO 2.– ¡Cuenta, José…!
NIÑO 1.– 50, 49, 48, 47, 46, 45.
MELCHORA.– (Riendo)
¡Qué chismoso es usted, vecino…! Peor que vieja… (Llamando) Carmen… atiende a Olguita. Es tu invitada ¿no?, sírvele
algo caliente…
NIÑO 1.– 40, 39, 38, 37, 36…
VECINO.– ¿Cuántos
años vive usted aquí, doña Melcho?
MELCHORA.– ¡Una eternidad, vecino! Toda mi vida. ¡Mi
padre se enorgullecía de haber “estrenado”, “inaugurado”, este corralón (Sonríe) “La recibí como a una novia
honrada”, decía riendo: “Pura” (Ríe).
Aquí lo velamos. ¡Qué curioso… lo recuerdo como si fuera ahora mismo: la única
vez que lo vi con terno, fue dentro del ataúd: mortaja de segunda mano…
NIÑO 1.– 30, 29, 28, 27, 26…
Por
izquierda, calle, aparecen Mauricio y Cayetano. El primero tiene un papel
escrito que trata de leer; Cayetano carga una encomienda.
MAURICIO.– Ya
estamos cerca… ésta es la calle…
CAYETANO.– ¡Ojalá,
porque pesa esta encomienda…!
NIÑO 1.– 20,
19, 18, 17…
MELCHORA.– Soñaba con irse a morir a su tierra… pero,
cuando se es pobre…
MAURICIO.– Mañana no te voy a poder acompañar,
Cayetano, porque empiezo a trabajar…
NIÑO 1.– 11, 10, 9, 8…
MELCHORA.– Cuando tomaba decía: “estoy borracho de
alcoholes”…
NIÑO 1.– 1… ¡0!
MELCHORA.– …Y cantaba:
Adiós pueblo de Ayacucho
Perla challay,
adiós pueblo tan querido,
Perla challay…
NIÑO 1.– (Voz
con eco, pretendiendo asustar) ¡Allá voy…! ¡A esconderse todo el mundo…!
CAYETANO.– La encomienda se está malogrando…
MAURICIO.– ¿Cómo lo sabes…? ¡La has abierto, ¿no?!
CAYETANO.– ¡Oye, cojudo…!
VECINO.– Tiene
razón. Yo ya estoy harto de esta mi vida… crecimos debiéndole una moneda a
medio mundo y una vela a cada santo…
MELCHORA.– (Riendo)
Lo que significa que los santos, también son morosos… Adeudan…
NIÑO 1.– (Golpeando
el piso con una lata) ¡Ampay, una, dos y tres, Lucho, detrás del caño…
VECINO.– Carmencita
tiene razón: “¡cuánta diferencia hay entre lo que quise ser y lo que soy!”
CAYETANO.– Su
mamá me dijo que eran cuyes… (Le pone la
encomienda sobre la cara) Y, por el olor, pues zonzo… huele…
VECINO.– Sí,
yo también bajé, vecina… Entre los pobres de mi pueblo, yo fui el más pobre…
MAURICIO.– ¡Carajo…
huele a muerto…!
VECINO.– Y
lejos el más inteligente de todos…
MAURICIO.– Así mejor no se lo entregues…
VECINO.– Y
sólo primaria terminé…
MAURICIO.– (Riendo)
Te van a tirar la encomienda por la cabeza…
VECINO.– Cuando se es pobre, y perdone la
palabrota, vecina ¡qué mierda importa que uno se saque todos los veintes del
colegio…!
NIÑO 1.– ¡Ampay, una, dos y tres, Juan, en la
puerta de don Carlos…!
MELCHORA.– ¿Qué quería decirme, vecino…?
VECINO.– (Que
no la ha escuchado) En “Educación Técnica y Artística”, un profesor se pasó
todo el año torturándome para que hiciera un portadocumentos que nunca iba a
usar…
NIÑO 1.– (Enojado)
¡Ya, Juan, sal…!
VECINO.– Agarré una pepa de palta que estaba en
el suelo y con ella y una cuchilla ¡por Dios que hice el sapo más bonito que se
haya hecho en toda la historia de mi pueblo…!
NIÑO 3.– ¡Sal a buscar José, así no se
juega…!
VECINO.– De malas ganas me puso 20, porque
otros profesores…
NIÑO 3.– ¡Ya, sal a buscar…!
VECINO.– Y nunca más brotó algo hermoso de mis
manos, pues, cada vez que lo intentaba, venía a mi memoria la cara de sapo de
ese profesor que baldó mis manos…
Se
escucha la voz romántica de una jovencita que canta el vals argentino “¿quién
será?”. Al estilo de Amanda Ledesma, que hizo suspirar a mi generación.
La noche que en el baile
tus ojos brujos
se me clavaron
algo sentí en mi alma
que amores nuevos
me acariciaban…
VECINO.– No sé por qué he hablado tanto ahora (Sonríe) Parece que estuviera penando,
recogiendo mis pasos…
MELCHORA.– No me ha respondido, vecino… ¿Qué quería
decirme…?
VECINO.– (Con
triste ironía) El hombre que sacó todos los 20 de su colegio está frente a
usted vecina, y no tiene un centavo donde caerse muerto…
NIÑO 1.– ¡Ampay, una, dos y tres, Rosendo, en
el portón de don Cueto…!
MELCHORA.– Estoy en la luna…
VECINO.– Me he quedado sin plata, présteme tres
soles…
MELCHORA.– (Sorprendida)
¿Tres soles…? ¿Sabes lo que me estás pidiendo…?
NIÑO 4.– (Remedando
AL n° 1) “Ampay, una, dos y tres, Rosendo en el portón de don Cueto…”
¡Tienes que salir a buscar… así es el juego…!
MELCHORA.– (Sanamente
riéndose) ¿Cree usted que soy la mujer del presidente Prado…?
CAYETANO.– Es una reverenda porcata… apenas se enteran
que uno baja a Lima, como hormigas se allegan con los encarguitos…
VECINO.– Me he quedado sin medio…
MELCHORA.– (Llamando)
Carmen… prende la plancha que tengo que planchar la ropa… ¡Ay, la mitad le
podría prestar, si es hasta el sábado…!
CAYETANO.– “Este paquetito para mi Peta, que trabaja en
Miraflores”
MELCHORA.– Estoy juntando para pagar el cuarto. El
domingo viene el dueño… ¡Cómo se enoja cuando no se le paga…!
CAYETANO.– En menos de una semana ya me conozco todo
Lima…
VECINO.– El sábado le pago, señora… le
devuelvo…
NIÑO 3.– ¡Ampay, una, dos y tres… salvé a
todos mis compañeros…!
MELCHORA.– (Riendo)
Ese cuento lo conozco más que a “La Cumparcita”… Si dijéramos que no, quién nos
iba a prestar a nosotros…
CAYETANO.– Muy fea es la capital…
NIÑO 3.– ¡Ya José, sal a buscar de nuevo, tú
perdiste y es temprano todavía!
MELCHORA.– Más tarde se lo llevo (Riendo, pícaramente) ¡Y cuidado con fallarme, ah!… (Doña Melchora va a su cuarto. El vecino
desaparece por foro)
NIÑO 2.– Ya, ya… no te hagas… todavía no es
hora de comer…
JOVENCITA.– (Melancólicamente,
como si quisiera comunicarse con alguien. Repite la canción, que será como un
“s.o.s.” de amor. La canción congela a todos que quedan como en una hermosa
fotografía)
La noche que en el baile
tus ojos brujos
se me clavaron
algo sentí en mi alma
que amores nuevos
me acariciaban…
(Todos
vuelven a la normalidad)
MAURICIO.– (Haciéndolo
rabiar) También pues, si todos los provincianos se vienen a Lima…
CAYETANO.– (Que no
sabe de bromas) ¡Si no hay nada en las provincias pues…! ¡Cómo vamos a
vivir…! ¡Todo se lo han traído a Lima…! ¡Peor que chilenos son los
capitalinos…!
NIÑO 1.– (Voz)
50, 49, 48, 47, 46, 45, 44, 43, 42…
CARMEN.– (Sólo
voz) ¡Sí mamá, sí… ya lo sé! ¡Son los dueños de todo el Perú, lo sé…! (Aparece con una tetera en la mano. Se
detiene y recuesta en lo que se supone es la puerta de su cuarto, se frota el
vientre)
MAURICIO.– ¿Qué más hombre…?
CARMEN.– No es necesario que me lo repitas… ¡Odio
esa cantaleta…!
CAYETANO.– (Enojado)
Nada… Nada más. (Mirándolo) La vaca
ya no se acuerda cuando fue ternera.
CARMEN.– (Frotándose
el vientre, como si se hablara o le hablara a alguien que estuviera en su
vientre) ¡Yaaaa…! No te muevas tanto, amor…
NIÑO 1.– (En
voz alta) 32, 31, 30, 29, 28…
NIÑO 2.– (Protestando en voz alta) ¡No, no, no…! ¡Cuenta más despacio…!
JOVEN.– (Voz.
Canta como respondiendo a un “santo y seña” de amor lanzado por la jovencita)
La noche que en el baile
tus ojos brujos
se me clavaron
algo sentí en mi alma
que amores nuevos
me acariciaban…
(Voces
y risas de los vecinos)
NIÑO 1.– (Enojado)
32, 31, 30, 29, 28…
VECINA.– (Discretamente
aparece y cuelga en el cordel su ropa húmeda. Muy quedo, como para ella
solamente, mirando al público): Dios…
CAYETANO.– Mi abuelo decía “Mientras los provincianos
morían, peleando con los chilenos por todo el Perú, los limeños gritaban ‘Antes
los chilenos que Piérola’…”
NIÑO 1.– 18, 17, 16, 15, 14…
JOVEN.– (Ella,
sólo voz, como respondiéndole a su joven vecino, continúa la canción)
¿Quién será? ¿Quién será?
Me pregunto sin cesar
ilusión que te perdiste
y algún día volverás…
CARMEN.– (Algo
sosegada, va al caño) Buenas noches, señora.
VECINA.– Hola… No te vi…
CARMEN.– Yo tampoco… Todos somos una sombra,
aquí…
VECINA.– (Sonriendo)
¿Qué tal…?
CARMEN.– Renegando con mi mamá; porque le lavamos
las cochinas ropas a un millonario, poco más y me pide que le bese el poto…
VECINA.– (Riendo)
No sé por qué, pero me has hecho acordar a mí, cuando estaba encinta de mi
Carlitos…
CARMEN.– (Tratando
de disimular) Señora…
NIÑO 1.– 8, 7, 6…
VECINA.– (Bromeando)
Cuidado con salir con tu “domingo 7”. Juan es buen chico, pero la vida exige…
NIÑO 1.– 5, 4…
VECINA.– ¡Ah…, las mujeres, Carmencita, tenemos
olfato en estos casos…!
CAYETANO.– Contaba, también –de estos tus “limeñitos”–
que, durante la guerra con Chile, los ricos, de miedo, se escondieron. Se
orinaban del susto, decía.
NIÑO 1.– ¡0!
CAYETANO.– Al sentir los cañonazos, en plena batalla de
Miraflores, una mujer, avergonzada de su esposo, salió de su chalecito,
gritando: “Soldado, venga, mi marido está debajo de la cama…!”
VECINA.– Cuando estaba encinta, con esa mi
barrigaza gorda, todo lo veía mal y renegaba de sol a sol, del alba hasta la
oscurana…
CAYETANO.– Un “blanco” debajo de su cuja se tapaba la
cabeza con una bacinica, como si fuera casco de guerra… y lloraba… (Mirando al público, con cólera) Estos
son los que dicen: ¡¿Qué hacen los provincianos en Lima?!
VECINA.– Tienes que tener paciencia con tu
madre, Carmencita…
MELCHORA.– (Voz)
¡Carmen, ven… Olga te está esperando…! No sabes atender a la visita ¿no?
CAYETANO.– Este “blanco” era zonzo –decía mi abuelo–
porque, los demás, antes que se avistara la escuadra chilena, ya habían huido…
VECINA.– Sí… la falta de plata nos hace pelear
como perro y gato…
CAYETANO.– Habían tomado la de Villa Diego, dispuestos a
regresar cuando se firmara la paz, para apoderarse de las tierras y bienes de
los muertos… de los cholos que al morir gritaban: “¡Viva el Perú, carajo!”
VECINA.– Por quítame esta paja discutimos… y
nos insultamos, sin razón…
MAURICIO.– Oye… yo creo que mejor te compro el pasaje
de regreso… ¡aquí te van a meter preso…!
VECINA.– Y también por la menopausia, pues…
tienes que comprender. (Yendo a su cuarto)
¡Y tú, de genio… no te quedas atrás…!
CAYETANO.– Si Cristo fuera serrano, ya se hubiera venido
a Lima.
MAURICIO.– ¿Para qué, zonzo…?
CAYETANO.– ¡Para sacarle la mierda a los limeños…!
NIÑO 3.– (Enojado)
¡Ya Lucho, busca… no te hagas el vivo…!
(Carmen,
con la tetera llena, va a su cuarto)
MAURICI.– (Sorprendido,
haciéndose el enojado, aunque más ganas tiene de reír) ¡Oye… tú eres
payaso, ¿no?! (Haciéndose el enojado para
vencer la risa) ¡No metas al Señor en tus cojudeces! (Santiguándose, pero es vencido por la risa) Verdad, pues… tu abuelo
fue amigo de Cristo… Sí, se llamó Judas… ¿no?
CAYETANO.– (Como
si no se hubiera dado cuenta del pullazo. Muy natural) Sí… Judas… Judas
Tadeo, porque tu abuelo fue Iscariote… Judas Iscariote, ése que vendió al
Señor…
NIÑO 3.– ¡Lucho…!
MAURICIO.– ¡Ah, caracho…! Oye… tú de zonzo, sólo
tienes la cara y la manera de caminar…
CAYETANO.– ¿Sí…? Tú has nacido más protegido que yo:
caminas con la boca abierta (Lo imita),
como si fueras a cazar moscas con los dientes…
NIÑO 4.– ¡Juan, Pedro… vamos ya, Lucho se
fue…!
NIÑO 2.– Es un tramposo…
NIÑO 3.– Otra vez no lo llamemos a jugar…
JUANA.– (Que
ha estado desde antes que se abriera el telón rezándole a la virgen sin ser
vista) Amén. Gracias te doy, Señor, por los sufrimientos que me das. Sé que
son una prueba, y que un mundo mejor nos espera, porque “El Reino de los
Cielos” nos está reservado. (Ahora se la
distingue con toda claridad) Tú lo has dicho: “Es más fácil que un camello
pase por el hueco de una aguja…” Y me reconforta saber que los ricos no irán,
porque te juro, Señor, que en tu delante, sin que te des cuenta, nos quitarán a
ti y a mí, el pan de la boca…
CAYETANO.– En menos de una semana me han insultado en
Lima más que en toda mi vida, “serrano” por aquí… “bruto” por allá… “animal”…
“indio”… “huanaco”…
JUANA.– (Siguiendo
el rezo) Gracias por los alimentos que nos das… La verdad es que, no sé
cómo he podido prepararlos madrecita…
MAURICIO.– Con renegar, nada vas a sacar…
JUANA.– (Rectificándose,
iluminada) ¡Sí… lo sé! Es un milagro tuyo: multiplicas mi miseria para que
puedan comer los míos…
MAURICIO.– Te advierto que, para vivir en Lima, vas a
necesitar mucha correa…
JUANA.– Perdóname que me acerque sólo para
pedir… pero si no es a ti… ¿a quién, pues…? (En silencio va a su cuarto que está en lateral izquierdo)
MAURICIO.– Tendrás en vista algún trabajo, ¿no?
CAYETANO.– Sí… el marido de mi hermana me va a llevar a
su empleo…
MAURICIO.– ¿En qué trabaja…?
CAYETANO.– Es albañil, dice… ¿Qué será esa cojudez…?
MAURICIO.– Oye… no hables tantas lisuras aquí, sino
te van a agarrar a patadas… (Conteniendo
la risa) ¡Qué tal genio!… (Hace como
que mira el número en la pared cotejándolo con el papel que tiene en la mano)
Vamos… dos cuadras más arriba es… Camina…
OLGA.– (Sólo voz: tiene 17 años) No soy ingrata, señora… Lo que pasa es
que, ¡hay tantas cosas que hacer en casa…! (Riendo)
Bueno… esto lo conoce usted mejor que yo… Ahora me voy… y gracias por todo…
Rico su café…
MELCHORA.– (Sólo
voz) De nada, hijita… ven cuando quieras y cuida bastante a tu “heredera”…
OLGA.– (Sólo voz) Gracias, señora…
CARMEN.– (Aparece
con Olga y se encaminan a la calle. Olga lleva un niño entre los brazos,
envuelto) Tienes que alimentarla bien…
OLGA.– No tengo leche… se me han secado
los pechos…
CARMEN.– (La
mira fijamente) Hablas como las viejas… Perdóname… Para tu santo te visito…
OLGA.– No faltes. (Mirándola) ¿Te sientes mal…? Estas pálida… como yo, cuando estuve
encinta…
CARMEN.– (Disimulando)
Tonta… ¿Cuántos cumples…?
OLGA.– Diecisiete, no lo sabes… somos de
la misma edad…
CARMEN.– Abriga bien a tu bebé… no se vaya a
resfriar y… ven cuando quieras…
OLGA.– ¿Me estás botando…?
CARMEN.– (Disgustada)
Por Dios, Olga… ¡Caramba…! Tú también…
OLGA.– (Asustada) ¿No estarás encinta, no?, ¿verdad, Carmen…?
CARMEN.– (Con
cólera) ¡No! (Silencio, conciliadora)
¡Que tal viento…! Parece que fuera a haber temblor…
OLGA.– ¡No hables así…!
CARMEN.– Miedosa…
OLGA.– Carmencita, hazme un favor…
préstame dos soles…
CARMEN.– Se me parte el alma, Olguita… no tengo.
Yo… ¿de dónde, pues…? A mi mamá no puedo pedirle nada, recién estamos juntando
para pagar el cuarto…
OLGA.– Estamos a tres cuartos y un
repique, como decía mi padre, que en paz descanse…
CARMEN.– Perdóname… (Ríe) No me río de ti… Te escucho y me parece que tuviéramos
cincuenta años… que fuéramos viejas… (Triste)
Perdóname… (Lentamente) A los
diecisiete años…
OLGA.– Tonta… la que tiene que perdonarme
eres tú, por traerte problemas…
CARMEN.– Bueno… que nos perdone el diablo,
entonces, por meter la cola en nuestras vidas…
OLGA.– Me voy: se hace noche… Víctor es
muy celoso…
CARMEN.– (Riendo)
¿Celoso…? (Controlándose) Bueno…
anda, entonces… (Como para ella)
Adiós… (Quedo, como para ella misma,
canta)
La noche que en el baile
tus ojos brujos se me clavaron,
algo sentí en mi alma
que amores nuevos
me acariciaban…
(continúa
silbando)
(Irónicamente)
“¿Celos…?” (Para ella, mirando al
público, meditando) ¡Dios…! Todos nuestros sueños cortados… ¿Quién apretó
la tijera…? ¡Qué grande es la diferencia que hay entre lo que quise ser y lo
que soy…! (Mira al cielo) ¿Contento…?
(Juan aparece por izquierda y se acerca a
ella)
JUAN.– ¿Mirando la luna…?
CARMEN.– La miraría si estuviera en el cielo…
JUAN.– No me parece justo que me recibas
así…
CARMEN.– (Sin
darse por enterada) Ah…
JUAN.– (Haciéndose el bromista) Al que falta se le echa de menos ¿no…? Salí
temprano y ya oscurece, ¿no es verdad? (Al
no tener respuesta, siempre bromeando) Voy a llegar de nuevo para darte
otra oportunidad…
CARMEN.– (Entrando
al juego, sólo por responder) Bien… “pa–pá…”
JUAN.– (Regresando) Hola…
CARMEN.– Hola…
JUAN.– ¿Alguna novedad…?
CARMEN.– Sí… ¡el arroz subió a diecisiete
centavos el kilo…!
JUAN.– ¿Te estás burlando de mí…?
CARMEN.– ¡Pregúntaselo al Gobierno…!
JUAN.– ¿Es que no puedes encontrar un
modo más amable para recibirme…?
CARMEN.– ¿La encontrarías tú escuchando a tu
madre todo el día diciendo: “¡Jesús, qué caro está el arroz…!, ¡Dios, hasta
cuándo va a subir, la carne…!, ¡Todo sube, todo falta… nada tenemos!…”
JUAN.– (Sorprendido) Carmen…
CARMEN.– Tengo diecisiete años… ¡Sólo
diecisiete…! y hay tanta amargura en mi alma…
JUAN.– ¿Qué haces aquí en la puerta…?
Son las nueve…
CARMEN.– Es asunto mío…
JUAN.– (Celoso) ¿A quién esperas?
CARMEN.– ¡A ti qué te importa…!
JUAN.– Sólo porque estás preñada no te
pego una cachetada, pero, apenas nazca la criatura…
CARMEN.– (Dominándose)
Si nace…
JUAN.– (Asustado, confundido) ¿Lo abortarías…?
CARMEN.– ¡Sí…! Si es preciso… ¡sí!
JUAN.– (Dolido) Eres peor que todos… ¡peor que la del trece…!
CARMEN.– ¡Tienes razón! ¡Peor que la del trece!…
Porque ella tiene el coraje de luchar contra ella misma, de enfrentarse a
nosotros: veleidosos casquivanos, fementidos… Se zurra en nuestra moral: moral
pecata, de dientes para fuera… Vemos la paja en ojo ajeno… ¡Jesús! –exclamamos,
mientras a escondidas hacemos complacidos todo lo que, en los demás, por mal
juzgamos. ¡Que Dios nos tenga piedad por el daño que, con el rumor, hemos
hecho! ¡Cuánto honor por el suelo…! ¡Cómo hemos pisoteado la dignidad…! Debiéramos
maldecir a los que maldicen de los demás, porque el rumor –y no hay duda–, se
asemeja como dos gotas de agua al puñal que penetra al corazón por la espalda…
(Dolida) Sólo porque me he acostado
contigo no soy una puta a los diecisiete años… sólo porque el hijo que me
nacerá de las entrañas es hijo tuyo, no será para tu madre un malnacido…
MELCHORA.– (Voz)
¡Carmen… hasta qué hora vas a entrar al cuarto…! ¿No ves que son más de las
nueve…?
CARMEN.– (Llorando)
¡Imbécil, imbécil, imbécil…! ¿No te diste cuenta que te estaba esperando…? ¿Qué
yo y mi corazón y mis entrañas latiendo, gemíamos porque aparecieras…? ¿Por qué
crees que salí a llenar mi balde a esta hora de la noche…? (Desesperada) ¡Quédate mirando la luna
hasta el fin de los siglos, por los siglos de los siglos, amén…! (Desaparece, corriendo. En resistencia bajan
las luces del corralón mientras, lentamente, una luz azul envuelve a Juan. Se
escuchan los primeros compaces del “¿Quién será?”:
La noche que en el baile
tus ojos se me clavaron…
Se corta la canción. El, pausadamente, gira
hacia el público, transformado en un hombre mayor. La vejez le viene del
cuerpo. Su voz es entera, pero calma en el ritmo)
JUAN.– No le contesté (Continúa la canción)
Algo sentí en mi alma
que amores nuevos
me acariciaban
(Se
corta la canción)
Yo tenía diecinueve años…, pero,
diecinueve, de los de entonces… (Continúa
la canción)
¿Quién será? ¿Quién será?
Me pregunto sin cesar…
ilusión que te perdiste
y algún día…
(Se
corta la canción)
(Como
para él, muy bajo) No le contesté (Normal)
Un zumbido turbó mi razón. Y mis brazos y mis piernas se entumecieron como el
corazón desestimado del “Soldado Desconocido”. Y me quedé más solo que él,
abatido por los vientos, polvos y humedades en un rincón sin importancia del
Morro Solar. Purgando mi amor por ella, en esta mi soledad que me aflige como
un terrible complejo de culpabilidad.
CARMEN.– (Voz
con eco) No te diste cuenta que te estaba esperando… ¡Qué yo y mi corazón y
mis entrañas latiendo, gemíamos porque aparecieras…!
JUAN.– (Gritando) ¡Carmen… tenía diecinueve años…! (Se escucha la canción)
Luego quedé muy triste
cuando te fuiste
sin un adiós…
(Se
corta la canción)
(Serenándose)
Doña Melchora murió. Carmencita no tuvo el hijo. Al saberlo, sentí en mi alma
un desgarrón; como si un mal viento hubiera roto el hilo de mi cometa-cambucho:
cordón umbilical entre lo que quise ser y lo que soy. Carmencita se juntó con
un hombre muy mayor que le dio mala vida… ¿Cómo terminó?… ¿Qué importancia
tiene ya…? Todos somos ahora perpetuos inquilinos de una rígida e inevitable
propiedad horizontal. Los niños de antes –ancianos ahora– al responder por
nosotros dicen: “descansan en paz”. Mas, mi “descanso” no tiene descanso. La
vida de los vivos me retiene: me hacen vivo, me atan cruelmente a sus memorias.
Y un algo de solitario en mí se desgarra día a día, noche tras noche,
suplicando olvido.
CARMEN.– (Voz
con eco) ¿Por qué crees que he salido a llenar mi balde a esta hora de la
noche…?
JUAN.– Mas mis ojos se turban cuando ven
a los hijos de los hijos de mis hijos, tan distintos de mí, que parecen árboles
de otras muy ajenas raíces. Me son inconfundibles por el rictus de tristeza que
llevan en el rostro como indeleble huella digital. Son mi heredad. Me viene de
antiguos mayores míos e irá de mí a ellos hasta que, en el cruce de los cruces,
un día reciban como máscara furtiva, el gesto temporal de una extraviada
casquivana sonrisa.
CARMEN.– (Voz
con eco) ¡Quédate mirando a la luna, hasta el fin de los siglos, por los
siglos de los siglos… amén!
JUAN.– Sólo así pasaré al tiempo, aunque
ya no haya nadie que, por decir, diga, diciendo: “que descanse en paz”
(De
lejos, con eco, nos llega la melodía de la obra)
La noche que en el baile
tus ojos brujos se me clavaron,
algo sentí en mi alma
que amores nuevos…
(El
telón, lentamente, insinúa el fin)
me acariciaban…
¿Quién será? ¿Quién será?
¡Me pregunto sin cesar!
(Se
corta en seco la canción y, el telón avanza decidido a cerrar la boca del
escenario)
1986 – octubre
San Isidro/Perú