Página de los Dramaturgos del Perú

La Pandorga: obra teatral de Grégor Díaz, dramaturgo peruano (texto completo)
Gregor Díaz Celendín, Cajamarca, 1933; Lima 2001+

Ultimos datos registrados:
Av. San Borja Norte 865 Dpto. 201
San Borja, Lima 41 PERU
Tf. 2252012
cel. 9752211
Se inicia como dramaturgo en 1966, año en que escribe Los del 4, que en 1968 gana el 1er. Premio del Concurso de Obras de Teatro organizado por la Sociedad Judía del Perú y además es publicada en la antología "Teatro Selecto Contemporáneo Hispanoamericano" (Madrid, 1971). Fue también publicado en el Perú en 1968 por la Editorial Causachum (La huelga) y por la Editorial Homero, teatro de grillos, en 1976 (Cercados y cercadores) y en 1978 (Cuento del hombre que vendía globos).
Su obra Sitio al sitio fue publicada en Colombia en la Antología Latinoamericana de Teatro Breve Social (1999).
Antes de su muerte, en diciembre del año 2001, escribe In memoriam, una investigación sobre nuestros teatristas fallecidos desde el Siglo XIX hasta hoy.

    Obras y año de estreno (en Lima, salvo indicación):
  • Los del 4 (1968)
  • La huelga (1968)
  • Cercados y cercadores (1971)
  • Cuento del hombre que vendía globos (1975, 1er. Premio del Concurso anual del TUSM)
  • Réquiem para 7 Plagas (1979, 1er. Premio TUSM ese año y Mención Honrosa en el Concurso Hispanoamericano "Andrés Bello" del CELCIT de Venezuela en 1981)
  • Chimbote Mundo (Primer Premio CELCIT Perú ese año) (1981)
LA PANDORGA

LA PANDORGA

 

De Grégor Díaz

 

 

… y quedé más solo

que el soldado desconocido

en el Morro Solar.

 

Grégor José

 

PERSONAJES

 

    VECINO

Obrero de 35 años, con fuerte carga familiar.

 

    MELCHORA

Ama de casa, madre de Carmencita: 40 años.

 

    MAURICIO

Provinciano de 25 años, afincado en Lima.

 

    CAYETANO

Provinciano recién bajado: 23 años.

 

    JUANA

50 años: viuda.

 

    OLGA

17 años: Madre de un bebé.

 

    CARMEN

17 años (Está encinta)

 

    JUAN

19 años: Desocupado (Obrero eventual)

 

 

VOCES

 

NIÑOS                1, 2, 3, y 4.

 

JOVEN

 

JOVENCITA

 

 

 

ESCENOGRAFIA

 

1940. La escena, en forma sugerida, representa un corralón, de esos que ostentan su único caño al centro del patio, que es de tierra. Un carrizo sostiene el cordel de secar la ropa. Este corre diagonal de derecha a foro izquierda. A foro, muy discretamente, algo, nos insinúa un pequeño altar de la Virgen del Carmen.

 

Las puertas de los cuartos están delineadas por haces de luz.

 

En la parte delantera, paralela a la corbata, está la calle –vereda y pista, confundidos: todo es tierra y carente de desnivel: la vereda.

 

 

A TELÓN CERRADO SE ESCUCHAN LAS NOTAS DE UNA GUARACHA MUY ALEGRE Y BULLICIOSA DE LOS AÑOS 40, LA MISMA QUE, DESPUÉS DE UN MOMENTO, CONFORME SE ABRE EL TELÓN Y ENCIENDEN LAS LUCES, VA DESAPARECIENDO, PARA DAR VIDA A LA VIDA SÓRDIDA DE UN CORRALÓN.

 

DOÑA MELCHORA, LENTAMENTE, COMO QUERIENDO NO REGRESAR A SU CUARTO, RECOGE LA ROPA SECA DEL CORDEL; POCO DESPUÉS, DEL FONDO, APARECE EL VECINO, SIN SER ADVERTIDO POR ELLA.

 

VECINO.–          Doña Melcho…

 

MELCHORA.–  (Asustada, de un salto) ¡Jesús! (Al verlo) ¡Caramba, vecino…!     

VECINO.–          ¡Ya, ya, ya… doña Melcho! Soy feo, pero no tanto. ¡Jesús… ni que hubiera visto al diablo!

 

MELCHORA.–  (Riendo) La que debe de haber visto al diablo es la del 13; pasó por mi lado como alma que lleva el diablo… 

 

VECINO.–          ¡Qué diablo ni diablo, vecina… la policía…! (Riendo) Seguramente…, digo yo…

Se escuchan las voces de los niños que se preparan para jugar a “Chanca la lata” (“Las escondidas”).

 

NIÑO 1.–             ¿Listos…?

 

VARIOS.–           ¡Yaaaa…!

 

NIÑO 2.–             ¡Cuenta, José…!

 

NIÑO 1.–             50, 49, 48, 47, 46, 45.

 

MELCHORA.–  (Riendo) ¡Qué chismoso es usted, vecino…! Peor que vieja… (Llamando) Carmen… atiende a Olguita. Es tu invitada ¿no?, sírvele algo caliente…

 

NIÑO 1.–            40, 39, 38, 37, 36…

 

VECINO.–          ¿Cuántos años vive usted aquí, doña Melcho?

 

MELCHORA.–  ¡Una eternidad, vecino! Toda mi vida. ¡Mi padre se enorgullecía de haber “estrenado”, “inaugurado”, este corralón (Sonríe) “La recibí como a una novia honrada”, decía riendo: “Pura” (Ríe). Aquí lo velamos. ¡Qué curioso… lo recuerdo como si fuera ahora mismo: la única vez que lo vi con terno, fue dentro del ataúd: mortaja de segunda mano…

 

NIÑO 1.–            30, 29, 28, 27, 26…

 

Por izquierda, calle, aparecen Mauricio y Cayetano. El primero tiene un papel escrito que trata de leer; Cayetano carga una encomienda.

 

MAURICIO.–      Ya estamos cerca… ésta es la calle…

 

CAYETANO.–   ¡Ojalá, porque pesa esta encomienda…!

 

NIÑO 1.–            20, 19, 18, 17…

 

MELCHORA.–  Soñaba con irse a morir a su tierra… pero, cuando se es pobre…

 

MAURICIO.–      Mañana no te voy a poder acompañar, Cayetano, porque empiezo a trabajar…

 

NIÑO 1.–            11, 10, 9, 8…

 

MELCHORA.–  Cuando tomaba decía: “estoy borracho de alcoholes”…

 

NIÑO 1.–            1… ¡0!

 

MELCHORA.–  …Y cantaba:

 

Adiós pueblo de Ayacucho

Perla challay,

adiós pueblo tan querido,

Perla challay…

 

NIÑO 1.–            (Voz con eco, pretendiendo asustar) ¡Allá voy…! ¡A esconderse todo el mundo…!

 

CAYETANO.–   La encomienda se está malogrando…

 

MAURICIO.–      ¿Cómo lo sabes…? ¡La has abierto, ¿no?!

 

CAYETANO.–   ¡Oye, cojudo…!

 

VECINO.–          Tiene razón. Yo ya estoy harto de esta mi vida… crecimos debiéndole una moneda a medio mundo y una vela a cada santo…

 

MELCHORA.–  (Riendo) Lo que significa que los santos, también son morosos… Adeudan…

 

NIÑO 1.–            (Golpeando el piso con una lata) ¡Ampay, una, dos y tres, Lucho, detrás del caño…

 

VECINO.–          Carmencita tiene razón: “¡cuánta diferencia hay entre lo que quise ser y lo que soy!”

 

CAYETANO.–   Su mamá me dijo que eran cuyes… (Le pone la encomienda sobre la cara) Y, por el olor, pues zonzo… huele…

 

VECINO.–          Sí, yo también bajé, vecina… Entre los pobres de mi pueblo, yo fui el más pobre…

 

MAURICIO.–      ¡Carajo… huele a muerto…!

 

VECINO.–          Y lejos el más inteligente de todos…

 

MAURICIO.–      Así mejor no se lo entregues…

 

VECINO.–          Y sólo primaria terminé…

 

MAURICIO.–      (Riendo) Te van a tirar la encomienda por la cabeza…

 

VECINO.–          Cuando se es pobre, y perdone la palabrota, vecina ¡qué mierda importa que uno se saque todos los veintes del colegio…!

 

NIÑO 1.–            ¡Ampay, una, dos y tres, Juan, en la puerta de don Carlos…!

 

MELCHORA.–  ¿Qué quería decirme, vecino…?

 

VECINO.–          (Que no la ha escuchado) En “Educación Técnica y Artística”, un profesor se pasó todo el año torturándome para que hiciera un portadocumentos que nunca iba a usar…

 

NIÑO 1.–            (Enojado) ¡Ya, Juan, sal…!

 

VECINO.–          Agarré una pepa de palta que estaba en el suelo y con ella y una cuchilla ¡por Dios que hice el sapo más bonito que se haya hecho en toda la historia de mi pueblo…!

 

NIÑO 3.–            ¡Sal a buscar José, así no se juega…!

 

VECINO.–          De malas ganas me puso 20, porque otros profesores…

 

NIÑO 3.–            ¡Ya, sal a buscar…!

 

VECINO.–          Y nunca más brotó algo hermoso de mis manos, pues, cada vez que lo intentaba, venía a mi memoria la cara de sapo de ese profesor que baldó mis manos…

 

Se escucha la voz romántica de una jovencita que canta el vals argentino “¿quién será?”. Al estilo de Amanda Ledesma, que hizo suspirar a mi generación.

 

La noche que en el baile

tus ojos brujos

se me clavaron

algo sentí en mi alma

que amores nuevos

me acariciaban…

 

VECINO.–          No sé por qué he hablado tanto ahora (Sonríe) Parece que estuviera penando, recogiendo mis pasos…

 

MELCHORA.–  No me ha respondido, vecino… ¿Qué quería decirme…?

 

VECINO.–          (Con triste ironía) El hombre que sacó todos los 20 de su colegio está frente a usted vecina, y no tiene un centavo donde caerse muerto…

 

NIÑO 1.–            ¡Ampay, una, dos y tres, Rosendo, en el portón de don Cueto…!

 

MELCHORA.–  Estoy en la luna…

 

VECINO.–          Me he quedado sin plata, présteme tres soles…

 

MELCHORA.–  (Sorprendida) ¿Tres soles…? ¿Sabes lo que me estás pidiendo…?

 

NIÑO 4.–            (Remedando AL n° 1) “Ampay, una, dos y tres, Rosendo en el portón de don Cueto…” ¡Tienes que salir a buscar… así es el juego…!

 

MELCHORA.–  (Sanamente riéndose) ¿Cree usted que soy la mujer del presidente Prado…?

 

CAYETANO.–   Es una reverenda porcata… apenas se enteran que uno baja a Lima, como hormigas se allegan con los encarguitos…

 

VECINO.–          Me he quedado sin medio…

 

MELCHORA.–  (Llamando) Carmen… prende la plancha que tengo que planchar la ropa… ¡Ay, la mitad le podría prestar, si es hasta el sábado…!

 

CAYETANO.–   “Este paquetito para mi Peta, que trabaja en Miraflores”

 

MELCHORA.–  Estoy juntando para pagar el cuarto. El domingo viene el dueño… ¡Cómo se enoja cuando no se le paga…!

 

CAYETANO.–   En menos de una semana ya me conozco todo Lima…

 

VECINO.–          El sábado le pago, señora… le devuelvo…

 

NIÑO 3.–            ¡Ampay, una, dos y tres… salvé a todos mis compañeros…!

 

MELCHORA.–  (Riendo) Ese cuento lo conozco más que a “La Cumparcita”… Si dijéramos que no, quién nos iba a prestar a nosotros…

 

CAYETANO.–   Muy fea es la capital…

 

NIÑO 3.–            ¡Ya José, sal a buscar de nuevo, tú perdiste y es temprano todavía!

 

MELCHORA.–  Más tarde se lo llevo (Riendo, pícaramente) ¡Y cuidado con fallarme, ah!… (Doña Melchora va a su cuarto. El vecino desaparece por foro)

 

NIÑO 2.–            Ya, ya… no te hagas… todavía no es hora de comer…

 

JOVENCITA.–   (Melancólicamente, como si quisiera comunicarse con alguien. Repite la canción, que será como un “s.o.s.” de amor. La canción congela a todos que quedan como en una hermosa fotografía)

 

La noche que en el baile

tus ojos brujos

se me clavaron

algo sentí en mi alma

que amores nuevos

me acariciaban…

 

(Todos vuelven a la normalidad)

 

MAURICIO.–      (Haciéndolo rabiar) También pues, si todos los provincianos se vienen a Lima…

 

CAYETANO.–   (Que no sabe de bromas) ¡Si no hay nada en las provincias pues…! ¡Cómo vamos a vivir…! ¡Todo se lo han traído a Lima…! ¡Peor que chilenos son los capitalinos…!

 

NIÑO 1.–            (Voz) 50, 49, 48, 47, 46, 45, 44, 43, 42…

 

CARMEN.–        (Sólo voz) ¡Sí mamá, sí… ya lo sé! ¡Son los dueños de todo el Perú, lo sé…! (Aparece con una tetera en la mano. Se detiene y recuesta en lo que se supone es la puerta de su cuarto, se frota el vientre)

 

MAURICIO.–      ¿Qué más hombre…?

 

CARMEN.–        No es necesario que me lo repitas… ¡Odio esa cantaleta…!

 

CAYETANO.–   (Enojado) Nada… Nada más. (Mirándolo) La vaca ya no se acuerda cuando fue ternera.

 

CARMEN.–        (Frotándose el vientre, como si se hablara o le hablara a alguien que estuviera en su vientre) ¡Yaaaa…! No te muevas tanto, amor…

 

NIÑO 1.–            (En voz alta) 32, 31, 30, 29, 28…

 

NIÑO 2.–             (Protestando en voz alta) ¡No, no, no…! ¡Cuenta más despacio…!

 

JOVEN.–            (Voz. Canta como respondiendo a un “santo y seña” de amor lanzado por la jovencita)

 

La noche que en el baile

tus ojos brujos

se me clavaron

algo sentí en mi alma

que amores nuevos

me acariciaban…

 

(Voces y risas de los vecinos)

 

NIÑO 1.–            (Enojado) 32, 31, 30, 29, 28…

 

VECINA.–          (Discretamente aparece y cuelga en el cordel su ropa húmeda. Muy quedo, como para ella solamente, mirando al público): Dios…

 

CAYETANO.–   Mi abuelo decía “Mientras los provincianos morían, peleando con los chilenos por todo el Perú, los limeños gritaban ‘Antes los chilenos que Piérola’…”

 

NIÑO 1.–            18, 17, 16, 15, 14…

 

JOVEN.–            (Ella, sólo voz, como respondiéndole a su joven vecino, continúa la canción)

 

¿Quién será? ¿Quién será?

Me pregunto sin cesar

ilusión que te perdiste

y algún día volverás…

 

CARMEN.–        (Algo sosegada, va al caño) Buenas noches, señora.

 

VECINA.–          Hola… No te vi…

 

CARMEN.–        Yo tampoco… Todos somos una sombra, aquí…

 

VECINA.–          (Sonriendo) ¿Qué tal…?

 

CARMEN.–        Renegando con mi mamá; porque le lavamos las cochinas ropas a un millonario, poco más y me pide que le bese el poto…

 

VECINA.–          (Riendo) No sé por qué, pero me has hecho acordar a mí, cuando estaba encinta de mi Carlitos…

 

CARMEN.–        (Tratando de disimular) Señora…

 

NIÑO 1.–            8, 7, 6…

 

VECINA.–          (Bromeando) Cuidado con salir con tu “domingo 7”. Juan es buen chico, pero la vida exige…

 

NIÑO 1.–            5, 4…

 

VECINA.–          ¡Ah…, las mujeres, Carmencita, tenemos olfato en estos casos…!

 

CAYETANO.–   Contaba, también –de estos tus “limeñitos”– que, durante la guerra con Chile, los ricos, de miedo, se escondieron. Se orinaban del susto, decía.

 

NIÑO 1.–            ¡0!

 

CAYETANO.–   Al sentir los cañonazos, en plena batalla de Miraflores, una mujer, avergonzada de su esposo, salió de su chalecito, gritando: “Soldado, venga, mi marido está debajo de la cama…!”

 

VECINA.–          Cuando estaba encinta, con esa mi barrigaza gorda, todo lo veía mal y renegaba de sol a sol, del alba hasta la oscurana…

 

CAYETANO.–   Un “blanco” debajo de su cuja se tapaba la cabeza con una bacinica, como si fuera casco de guerra… y lloraba… (Mirando al público, con cólera) Estos son los que dicen: ¡¿Qué hacen los provincianos en Lima?!

 

VECINA.–          Tienes que tener paciencia con tu madre, Carmencita…

 

MELCHORA.–  (Voz) ¡Carmen, ven… Olga te está esperando…! No sabes atender a la visita ¿no?

 

CAYETANO.–   Este “blanco” era zonzo –decía mi abuelo– porque, los demás, antes que se avistara la escuadra chilena, ya habían huido…

 

VECINA.–          Sí… la falta de plata nos hace pelear como perro y gato…

 

CAYETANO.–   Habían tomado la de Villa Diego, dispuestos a regresar cuando se firmara la paz, para apoderarse de las tierras y bienes de los muertos… de los cholos que al morir gritaban: “¡Viva el Perú, carajo!”

 

VECINA.–          Por quítame esta paja discutimos… y nos insultamos, sin razón…

 

MAURICIO.–      Oye… yo creo que mejor te compro el pasaje de regreso… ¡aquí te van a meter preso…!

 

VECINA.–          Y también por la menopausia, pues… tienes que comprender. (Yendo a su cuarto) ¡Y tú, de genio… no te quedas atrás…!

 

CAYETANO.–   Si Cristo fuera serrano, ya se hubiera venido a Lima.

 

MAURICIO.–      ¿Para qué, zonzo…?

 

CAYETANO.–   ¡Para sacarle la mierda a los limeños…!

 

NIÑO 3.–            (Enojado) ¡Ya Lucho, busca… no te hagas el vivo…!

 

(Carmen, con la tetera llena, va a su cuarto)

 

MAURICI.–         (Sorprendido, haciéndose el enojado, aunque más ganas tiene de reír) ¡Oye… tú eres payaso, ¿no?! (Haciéndose el enojado para vencer la risa) ¡No metas al Señor en tus cojudeces! (Santiguándose, pero es vencido por la risa) Verdad, pues… tu abuelo fue amigo de Cristo… Sí, se llamó Judas… ¿no?

 

CAYETANO.–   (Como si no se hubiera dado cuenta del pullazo. Muy natural) Sí… Judas… Judas Tadeo, porque tu abuelo fue Iscariote… Judas Iscariote, ése que vendió al Señor…

 

NIÑO 3.–            ¡Lucho…!

 

MAURICIO.–      ¡Ah, caracho…! Oye… tú de zonzo, sólo tienes la cara y la manera de caminar…

 

CAYETANO.–   ¿Sí…? Tú has nacido más protegido que yo: caminas con la boca abierta (Lo imita), como si fueras a cazar moscas con los dientes…

 

NIÑO 4.–            ¡Juan, Pedro… vamos ya, Lucho se fue…!

 

NIÑO 2.–            Es un tramposo…

 

NIÑO 3.–            Otra vez no lo llamemos a jugar…

 

JUANA.–            (Que ha estado desde antes que se abriera el telón rezándole a la virgen sin ser vista) Amén. Gracias te doy, Señor, por los sufrimientos que me das. Sé que son una prueba, y que un mundo mejor nos espera, porque “El Reino de los Cielos” nos está reservado. (Ahora se la distingue con toda claridad) Tú lo has dicho: “Es más fácil que un camello pase por el hueco de una aguja…” Y me reconforta saber que los ricos no irán, porque te juro, Señor, que en tu delante, sin que te des cuenta, nos quitarán a ti y a mí, el pan de la boca…

 

CAYETANO.–   En menos de una semana me han insultado en Lima más que en toda mi vida, “serrano” por aquí… “bruto” por allá… “animal”… “indio”… “huanaco”…

 

JUANA.–            (Siguiendo el rezo) Gracias por los alimentos que nos das… La verdad es que, no sé cómo he podido prepararlos madrecita…

 

MAURICIO.–      Con renegar, nada vas a sacar…

 

JUANA.–            (Rectificándose, iluminada) ¡Sí… lo sé! Es un milagro tuyo: multiplicas mi miseria para que puedan comer los míos…

 

MAURICIO.–      Te advierto que, para vivir en Lima, vas a necesitar mucha correa…

 

JUANA.–            Perdóname que me acerque sólo para pedir… pero si no es a ti… ¿a quién, pues…? (En silencio va a su cuarto que está en lateral izquierdo)

 

MAURICIO.–      Tendrás en vista algún trabajo, ¿no?

 

CAYETANO.–   Sí… el marido de mi hermana me va a llevar a su empleo…

 

MAURICIO.–      ¿En qué trabaja…?

 

CAYETANO.–   Es albañil, dice… ¿Qué será esa cojudez…?

 

MAURICIO.–      Oye… no hables tantas lisuras aquí, sino te van a agarrar a patadas… (Conteniendo la risa) ¡Qué tal genio!… (Hace como que mira el número en la pared cotejándolo con el papel que tiene en la mano) Vamos… dos cuadras más arriba es… Camina…

 

OLGA.–              (Sólo voz: tiene 17 años) No soy ingrata, señora… Lo que pasa es que, ¡hay tantas cosas que hacer en casa…! (Riendo) Bueno… esto lo conoce usted mejor que yo… Ahora me voy… y gracias por todo… Rico su café…

 

MELCHORA.–  (Sólo voz) De nada, hijita… ven cuando quieras y cuida bastante a tu “heredera”…

 

OLGA.–              (Sólo voz) Gracias, señora…

 

CARMEN.–        (Aparece con Olga y se encaminan a la calle. Olga lleva un niño entre los brazos, envuelto) Tienes que alimentarla bien…

 

OLGA.–              No tengo leche… se me han secado los pechos…

 

CARMEN.–        (La mira fijamente) Hablas como las viejas… Perdóname… Para tu santo te visito…

 

OLGA.–              No faltes. (Mirándola) ¿Te sientes mal…? Estas pálida… como yo, cuando estuve encinta…

 

CARMEN.–        (Disimulando) Tonta… ¿Cuántos cumples…?

 

OLGA.–              Diecisiete, no lo sabes… somos de la misma edad…

 

CARMEN.–        Abriga bien a tu bebé… no se vaya a resfriar y… ven cuando quieras…

 

OLGA.–              ¿Me estás botando…?

 

CARMEN.–        (Disgustada) Por Dios, Olga… ¡Caramba…! Tú también…

 

OLGA.–              (Asustada) ¿No estarás encinta, no?, ¿verdad, Carmen…?

 

CARMEN.–        (Con cólera) ¡No! (Silencio, conciliadora) ¡Que tal viento…! Parece que fuera a haber temblor…

 

OLGA.–              ¡No hables así…!

 

CARMEN.–        Miedosa…

 

OLGA.–              Carmencita, hazme un favor… préstame dos soles…

 

CARMEN.–        Se me parte el alma, Olguita… no tengo. Yo… ¿de dónde, pues…? A mi mamá no puedo pedirle nada, recién estamos juntando para pagar el cuarto…

 

OLGA.–              Estamos a tres cuartos y un repique, como decía mi padre, que en paz descanse…

 

CARMEN.–        Perdóname… (Ríe) No me río de ti… Te escucho y me parece que tuviéramos cincuenta años… que fuéramos viejas… (Triste) Perdóname… (Lentamente) A los diecisiete años…

 

OLGA.–              Tonta… la que tiene que perdonarme eres tú, por traerte problemas…

 

CARMEN.–        Bueno… que nos perdone el diablo, entonces, por meter la cola en nuestras vidas…

 

OLGA.–              Me voy: se hace noche… Víctor es muy celoso…

 

CARMEN.–        (Riendo) ¿Celoso…? (Controlándose) Bueno… anda, entonces… (Como para ella) Adiós… (Quedo, como para ella misma, canta)

 

La noche que en el baile

tus ojos brujos se me clavaron,

algo sentí en mi alma

que amores nuevos

me acariciaban…

(continúa silbando)

 

(Irónicamente) “¿Celos…?” (Para ella, mirando al público, meditando) ¡Dios…! Todos nuestros sueños cortados… ¿Quién apretó la tijera…? ¡Qué grande es la diferencia que hay entre lo que quise ser y lo que soy…! (Mira al cielo) ¿Contento…? (Juan aparece por izquierda y se acerca a ella)

 

JUAN.–               ¿Mirando la luna…?

 

CARMEN.–        La miraría si estuviera en el cielo…

 

JUAN.–               No me parece justo que me recibas así…

 

CARMEN.–        (Sin darse por enterada) Ah…

 

JUAN.–               (Haciéndose el bromista) Al que falta se le echa de menos ¿no…? Salí temprano y ya oscurece, ¿no es verdad? (Al no tener respuesta, siempre bromeando) Voy a llegar de nuevo para darte otra oportunidad…

 

CARMEN.–        (Entrando al juego, sólo por responder) Bien… “pa–pá…”

 

JUAN.–               (Regresando) Hola…

 

CARMEN.–        Hola…

 

JUAN.–               ¿Alguna novedad…?

 

CARMEN.–        Sí… ¡el arroz subió a diecisiete centavos el kilo…!

 

JUAN.–               ¿Te estás burlando de mí…?

 

CARMEN.–        ¡Pregúntaselo al Gobierno…!

 

JUAN.–               ¿Es que no puedes encontrar un modo más amable para recibirme…?

 

CARMEN.–        ¿La encontrarías tú escuchando a tu madre todo el día diciendo: “¡Jesús, qué caro está el arroz…!, ¡Dios, hasta cuándo va a subir, la carne…!, ¡Todo sube, todo falta… nada tenemos!…”

 

JUAN.–               (Sorprendido) Carmen…

 

CARMEN.–        Tengo diecisiete años… ¡Sólo diecisiete…! y hay tanta amargura en mi alma…

 

JUAN.–               ¿Qué haces aquí en la puerta…? Son las nueve…

 

CARMEN.–        Es asunto mío…

 

JUAN.–               (Celoso) ¿A quién esperas?

 

CARMEN.–        ¡A ti qué te importa…!

 

JUAN.–               Sólo porque estás preñada no te pego una cachetada, pero, apenas nazca la criatura…

 

CARMEN.–        (Dominándose) Si nace…

 

JUAN.–               (Asustado, confundido) ¿Lo abortarías…?

 

CARMEN.–        ¡Sí…! Si es preciso… ¡sí!

 

JUAN.–               (Dolido) Eres peor que todos… ¡peor que la del trece…!

 

CARMEN.–        ¡Tienes razón! ¡Peor que la del trece!… Porque ella tiene el coraje de luchar contra ella misma, de enfrentarse a nosotros: veleidosos casquivanos, fementidos… Se zurra en nuestra moral: moral pecata, de dientes para fuera… Vemos la paja en ojo ajeno… ¡Jesús! –exclamamos, mientras a escondidas hacemos complacidos todo lo que, en los demás, por mal juzgamos. ¡Que Dios nos tenga piedad por el daño que, con el rumor, hemos hecho! ¡Cuánto honor por el suelo…! ¡Cómo hemos pisoteado la dignidad…! Debiéramos maldecir a los que maldicen de los demás, porque el rumor –y no hay duda–, se asemeja como dos gotas de agua al puñal que penetra al corazón por la espalda… (Dolida) Sólo porque me he acostado contigo no soy una puta a los diecisiete años… sólo porque el hijo que me nacerá de las entrañas es hijo tuyo, no será para tu madre un malnacido…

 

MELCHORA.–  (Voz) ¡Carmen… hasta qué hora vas a entrar al cuarto…! ¿No ves que son más de las nueve…?

 

CARMEN.–        (Llorando) ¡Imbécil, imbécil, imbécil…! ¿No te diste cuenta que te estaba esperando…? ¿Qué yo y mi corazón y mis entrañas latiendo, gemíamos porque aparecieras…? ¿Por qué crees que salí a llenar mi balde a esta hora de la noche…? (Desesperada) ¡Quédate mirando la luna hasta el fin de los siglos, por los siglos de los siglos, amén…! (Desaparece, corriendo. En resistencia bajan las luces del corralón mientras, lentamente, una luz azul envuelve a Juan. Se escuchan los primeros compaces del “¿Quién será?”:

 

La noche que en el baile

tus ojos se me clavaron…

 

Se corta la canción. El, pausadamente, gira hacia el público, transformado en un hombre mayor. La vejez le viene del cuerpo. Su voz es entera, pero calma en el ritmo)

 

JUAN.–               No le contesté (Continúa la canción)

 

Algo sentí en mi alma

que amores nuevos

me acariciaban

(Se corta la canción)

 

Yo tenía diecinueve años…, pero, diecinueve, de los de entonces… (Continúa la canción)

 

¿Quién será? ¿Quién será?

Me pregunto sin cesar…

ilusión que te perdiste

y algún día…

(Se corta la canción)

 

(Como para él, muy bajo) No le contesté (Normal) Un zumbido turbó mi razón. Y mis brazos y mis piernas se entumecieron como el corazón desestimado del “Soldado Desconocido”. Y me quedé más solo que él, abatido por los vientos, polvos y humedades en un rincón sin importancia del Morro Solar. Purgando mi amor por ella, en esta mi soledad que me aflige como un terrible complejo de culpabilidad.

 

CARMEN.–        (Voz con eco) No te diste cuenta que te estaba esperando… ¡Qué yo y mi corazón y mis entrañas latiendo, gemíamos porque aparecieras…!

 

JUAN.–               (Gritando) ¡Carmen… tenía diecinueve años…! (Se escucha la canción)

 

Luego quedé muy triste

cuando te fuiste

sin un adiós…

(Se corta la canción)

 

(Serenándose) Doña Melchora murió. Carmencita no tuvo el hijo. Al saberlo, sentí en mi alma un desgarrón; como si un mal viento hubiera roto el hilo de mi cometa-cambucho: cordón umbilical entre lo que quise ser y lo que soy. Carmencita se juntó con un hombre muy mayor que le dio mala vida… ¿Cómo terminó?… ¿Qué importancia tiene ya…? Todos somos ahora perpetuos inquilinos de una rígida e inevitable propiedad horizontal. Los niños de antes –ancianos ahora– al responder por nosotros dicen: “descansan en paz”. Mas, mi “descanso” no tiene descanso. La vida de los vivos me retiene: me hacen vivo, me atan cruelmente a sus memorias. Y un algo de solitario en mí se desgarra día a día, noche tras noche, suplicando olvido.

 

CARMEN.–        (Voz con eco) ¿Por qué crees que he salido a llenar mi balde a esta hora de la noche…?

 

JUAN.–               Mas mis ojos se turban cuando ven a los hijos de los hijos de mis hijos, tan distintos de mí, que parecen árboles de otras muy ajenas raíces. Me son inconfundibles por el rictus de tristeza que llevan en el rostro como indeleble huella digital. Son mi heredad. Me viene de antiguos mayores míos e irá de mí a ellos hasta que, en el cruce de los cruces, un día reciban como máscara furtiva, el gesto temporal de una extraviada casquivana sonrisa.

 

CARMEN.–        (Voz con eco) ¡Quédate mirando a la luna, hasta el fin de los siglos, por los siglos de los siglos… amén!

 

JUAN.–               Sólo así pasaré al tiempo, aunque ya no haya nadie que, por decir, diga, diciendo: “que descanse en paz”

 

(De lejos, con eco, nos llega la melodía de la obra)

 

La noche que en el baile

tus ojos brujos se me clavaron,

algo sentí en mi alma

que amores nuevos…

(El telón, lentamente, insinúa el fin)

me acariciaban…

¿Quién será? ¿Quién será?

¡Me pregunto sin cesar!

 

(Se corta en seco la canción y, el telón avanza decidido a cerrar la boca del escenario)

 

 

 

1986 – octubre

San Isidro/Perú

 

 

Si tienes comentarios o preguntas, haz clic acá y comunícate con el editor.
Lee aquí los comentarios y preguntas de los visitantes.



Página de los Dramaturgos del Perú