Delirio de persecución
Jorge IbargüengoitiaComo todos sabemos, el delirio de persecución es una de
las enfermedades más terribles que pueda haber, tanto para la
víctima como para sus familiares. Pero en sus manifestaciones más
benignas puede convertirse en un juego de salón muy divertido, que sirve
no sólo para pasar un rato agradable, sino para desarrollar la
imaginación de los participantes.
Dije que era un
juego de salón, pero hay que advertir que lo mismo se puede jugar a solas
que acompañado. A solas es más divertido, pero mucho más
peligroso también y corre uno el riesgo de acabar en el
manicomio.
Si descubrí el delirio de
persecución no fue por cuenta propia, sino gracias a la ayuda de un amigo
de la casa que era optometrista. Yo tenía ocho años,
estábamos sentados a la mesa y mi abuela dijo que ella veía
estupendamente y que no necesitaba anteojos. En ese momento, el optometrista
pronunció las palabras fatales.
—Eso es lo
que usted cree. Yo le aseguro que no ve lo que nosotros
vemos.
Este parlamento contiene un error de
formulación. El optometrista debió haber dicho que mi abuela no
veía con la misma claridad que los demás. Todos lo entendieron
así, menos yo, que me quedé mirando las zanahorias que
había en el plato y pensando que quizá lo que mi abuela estaba
viendo en vez de zanahorias eran camellos.
Pasé
unos días bastante divertidos pensando qué sería lo que
ella estaba viendo, pero después vino el castigo, porque el pensamiento
inmediato posterior fue el siguiente razonamiento: si mi abuela no veía
lo que veían los demás, ¿quién me aseguraba que lo
que yo estaba viendo era lo que los demás
veían?
Desde el momento en que se me ocurrió
poner en duda mi visión, pasé ratos horribles. Cuando entraba la
criada, por ejemplo, que había trabajado muchos años en la casa y
era muy buena conmigo, yo pensaba para mis adentros:
—Yo la veo como Aurelia ¿pero quién me asegura que no es
como Frankenstein?
Otro juego muy divertido al que me
dediqué durante un tiempo consistió en sospechar que unos
parientes que estaban pasando una temporada en la casa, no eran en realidad mis
parientes, sino una banda de asesinos que se habían disfrazado de los
parientes para quitarnos nuestras propiedades.
A la misma
época corresponde la obsesión que tuve durante varios años
de que si me ponía de espaldas a la puerta, entraba alguien y me
enterraba un puñal. Arrimé mi cama a la pared y dormía de
espaldas a ella, de lo contrario sentía que había algo en la
oscuridad que se me iba a echar encima.
Pero éstos
eran juegos de la infancia. Ahora hago otros que, siendo más sencillos,
no dejan de producirme un cosquilleo en la columna
vertebral.
Por ejemplo, cuando voy a enviar una carta, me
pongo a pensar que todos los buzones son falsos. Algunos de ellos nunca han sido
visitados por el personal recolector y otros son en realidad unas cajas que
parecen buzones, que han sido colocadas en la esquina por una banda de
maniáticos. Alguno de los componentes de esta banda está
observándolo a uno en el momento de depositar la carta; cuando uno se
aleja, viene un coche enorme y negro, que se lleva el buzón a la guarida
de la banda, en donde los maniáticos leen, entre carcajadas, la carta que
uno escribió.
Esto que acabo de explicar no es
más que una de tantas modalidades que tiene este juego. En el caso de que
vaya uno a comprar un terreno de medio millón de pesos, se puede, por
ejemplo, suponer que el notario que está haciendo la escritura y que
presencia la ceremonia de la firma y de la entrega del cheque certificado al
vendedor, es, en realidad, un notario falso. Puede uno imaginar que media hora
después de cerrada la operación llega un camión de
mudanzas, y en él se colocan los muebles del despacho, que han sido
alquilados. También puede uno imaginar al vendedor y al notario fingido
cerrando la puerta del despacho vacío, colocando en ella un letrero que
dice: "se alquila para banquetes". Después, con una gran
sonrisa, se abrazan y dicen:
—Doscientos cincuenta
mil para ti, doscientos cincuenta mil para mí.
Otra
modalidad del delirio de persecución es la de pensar que todo lo que ve
uno en los encabezados de los periódicos se refiere a personas conocidas.
"Por coqueta, la apuñalaron." Piensa uno en la mujer más
coqueta que conoce y se la imagina apuñalada. "Dos licenciados en
asqueroso fraude." Se imagina uno a dos amigos abogados, en el bote.
"Mató a sus cinco hijos y se suicidó." Apresura uno el
paso y llega a la casa corriendo a ver cómo están los
niños, y dónde está la
señora.