Historias para destapar el excusado
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A coger gachupines Roberto Remes Recuerdo que unos dos o tres días antes del 15 de septiembre un vecino se adelantó al grito junto con una decena de invitados, como si éstos fueran intrépidos revolucionarios independentistas. La historia comienza alrededor de las once de la noche, con música más o menos fuerte y voces escandalosas que salían de una de las ventanas del edificio Tucán, en el conjunto habitacional en el que vivo. Era evidente que allí había una fiesta, así que en algún momento interrumpí mi lectura y me asomé a ver qué pasaba, moví las persianas verticales y confirmé que había una juerga porque se alcanzaba a ver un buen número de personas al interior de un departamento de Tucán. Aproximadamente a la 1:30 de la mañana, cuando algunos de los asistentes ya estaban un poco alcoholizados, se escucharon voces y pasos, así que pensé que todos ellos se retiraban porque el chupe se había acabado, o porque simplemente la esposa del anfitrión los había corrido. Las voces no callaron en los siguientes minutos, pero sonaron algunas trompetas, de las que hice caso omiso, con la finalidad de seguir leyendo, no recuerdo qué. Por momentos pude concentrarme, hasta que se oyó una voz sonora y beoda que convocaba igual a sus diez invitados que a unos 100 millones de personas, Mexicanos, dijo la voz, Viva Hidalgo, y Viva fue lo que respondió un coro de briagos, Viva Morelos, gritó la voz sonora y beoda, Viva volvió a responder el coro de briagos, Viva Allende, exclamó la voz sonora y beoda, Viva contestó una vez más el coro de briagos. Fue entonces cuando me levanté y descubrí que mi vecino gritaba desde su ventana Vivan los héroes que nos dieron patria, y sus invitados, unos ahogados de la risa y otros ahogados en alcohol, replicaban Viva a esa frase y a las siguientes tres, que fueron casi iguales, salvo algún gallo de diferencia, Viva México. Esto fue lo que realmente sucedió. Sin embargo, con el paso de los minutos empecé a imaginar algunas cosas que pasaban a partir del audaz grito de mi vecino de Tucán. Primero imaginé que después de los vivas, el beodo gritaría Vamos a coger gachupines, después pensé que en algún departamento viviría algún gachupín, así que lo visualicé buscando con desesperación en un cajón, luego en otro, y después en el clóset y bajo el colchón, hasta salir con una escopeta y derribar primero al beodo, que caería por la ventana sobre los diez integrantes del coro de briagos, de los cuales uno moriría inmediatamente por el susto, otro más al recibir el impacto de un cuerpo que caía desde el tercer piso, y un tercero al desnucarse por un cuerpo que rebotaba tras caer en una persona parada. Los otros siete dejarían de estar borrachos en el momento en que el cuerpo de su amigo saldría de la ventana, pero sólo cinco tendrían oportunidad de huir en el tiempo en que el gachupín cargara y disparara su escopeta de nuevo, mismos que se esconderían entre los coches durante unos minutos hasta que el vecino gachupín los encontrara, se preparara para accionar el gatillo una vez más y se deshiciera de otro par, y así sucesivamente hasta que tanto los gritos como los disparos terminaran y el resto de los vecinos, incluido yo, pudiera dormir tranquilamente. Luego empecé a divagar sobre la vida del beodo, del coro de briagos y del gachupín. El beodo en realidad había sido un incomprendido toda su infancia y adolescencia, nadie le hacía caso, nadie le ponía atención a lo que decía, y entonces él hablaba cada vez más fuerte, pero en su casa seguían sin ponerle atención, pero tampoco le decían que bajara la voz, entonces él creció creyendo que tenía dotes de líder, porque cada vez arengaba con mayor facilidad, así que el día en que reprodujo el grito de independencia sintió que su vida llegaba a la apoteosis, y claro, qué mejor que morir en el momento culminante, aún cuando sea a manos de un gachupín. Los diez integrantes del coro de briagos habían estudiado en escuelas públicas. Nunca les dijeron que debían ser líderes, sino seguidores; nunca emprendedores, sino uno más de la masa. Gritar Vivas era para ellos la manera de realizarse, porque si todos gritaban Vivas, entonces era obvio que gritaban lo correcto, así que para los diez, contestar el grito de su anfitrión era también un acto de autorrealización. El gachupín no era precisamente un gachupín, sino un vasco, y como tal estaba entre la ambigüedad de sentirse español y defender la soberanía de las Vascongadas. El acto de disparar fríamente contra el vecino que no lo dejaba dormir no hacía más que afirmar esta dualidad de conquistado y conquistador. En principio se sentía ofendido por el hecho de que beodo gritara Vamos a coger gachupines, tanto por la convocatoria, como por el uso de la palabra coger, que en México se presta a confusiones, y la misma palabra gachupín, que le sonaba como un despectivo, y lo era. Pero más que eso, las voluntades independentistas de los tucanes, o sea, el beodo y el coro de briagos, apelaban a un yo escondido del gachupín, un yo que se reprimía a sí mismo y que le impedía gritar Euskadi Ta Askatasuna, Patria Vasca y Libertad. O sea, el disparo que sale de su escopeta simboliza esa dualidad del conquistador que se siente desplazado, y el conquistado que tiene que permanecer callado, Próspero y Calibán en la misma persona, si se me permite retomar La tempestad de Shakespeare. Pero el disparo que mata al beodo directamente y a tres de sus amigos en forma indirecta, no es suficiente para calmar su ira, porque es apenas el comienzo. El gachupín saca a relucir su vocación anarcoterrorista y se elogia en sí mismo lo que España le prohibe elogiar en los actos terroristas de la ETA. Su yo etarra se muestra al mundo de una manera tal que nadie lo atacará por ser pro-etarra, sino acaso un simple loco, en una sociedad en la que ser etarra es peor que haber perdido la cordura. Semanas más tarde, durante una asamblea de condóminos, escuché que un vecino le decía a otro, Que bien te salió el grito, así que pude confirmar que mis especulaciones sobre la ira del presunto gachupín fueron falsas. Desde entonces han pasado dos fiestas patrias, pero yo no he estado presente, así que no sé si mi vecino ha vuelto a dar el grito o si el gachupín decidió asesinarlo en forma un poco más sutil y previsora, digamos, una semana antes del 15 de septiembre. Aunque a decir verdad, no sé si haya gachupines en los condominios donde vivo. |
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