Brenda
Por Roberto Remes
Bueno, hablemos de la depresión. Piensen en este escenario. Aprovecho un día de trabajo y salgo de la ciudad para despejarme de algún problema que no marcha nada bien, empiezo a mirar un bosque, un lago, un río, una montaña nevada, jardines, flores, mariposas, lo que sea, un paisaje hermoso y llego a una conclusión tajante: todo se va a arreglar. La calma ha llegado, por fin, a mi ser. El tiempo se detiene. Mis pulmones se llenan de aire. Sonrío. Me siento capaz de enfrentar todas las adversidades y ahora sólo debo regresar porque mañana es un día de trabajo importante, es día de enfrentar las adversidades. Estando allá (en la montaña, en el valle, en el río, en donde sea), suena el teléfono (sólo a un desquiciado como yo se le ocurre llevarse el celular un día de relajación) y me informan de que las cosas están más complicadas de lo que preveía. El primer impulso es, definitivamente, depresivo, no podía ser otro. Sin embargo, volteo y miro que el sol aún no llega al ocaso, que el aire es puro, que las mariposas revolotean por doquier, que la arquitectura del pueblo es armoniosa, etcétera. Viene entonces el segundo impulso: okay, las cosas empeoraron, pero voy a terminar de disfrutar el día. Miro alrededor, agua, luz, aire, tierra, todo es armonioso … la calma plena … casi plena … la pregunta irreverente ¿dónde habrá putas por aquí? Es más, la pregunta incluso viene acompañada de algunos gestos: la nariz empieza a olfatear, como si el aroma a mujer sucia pudiera viajar kilómetros, las manos en los bolsillos empiezan a pelotear, uno da pasos más pequeños, y sin darse cuenta, termina por olvidar el paisaje.
De cualquier manera (con ansia de putero o sin ella), tenía que emprender el camino de regreso y lo emprendí. El primer trayecto fue desde un pequeño pueblo hacia una ciudad de tamaño medio, el segundo trayecto es a través de esa ciudad, el tercero es en una autopista hasta la ciudad de México, y el cuarto es a través de la gran ciudad. El primer trayecto, por sí solo, deprime: baches, camiones ultracontaminantes a 20 kilómetros por hora, topes en cada población, basura a los lados de la pequeña carretera, y cables de alta tensión conforme uno se acerca a la ciudad media. El segundo trayecto también coopera a la depresión: una ciudad mal señalizada, con menos topes pero de mayor tamaño, y luego una vuelta innecesaria porque la desviación hacia la autopista estaba indicada cuando era imposible cruzar cuatro carriles para concretarla. El tercer trayecto es casi perfecto: una autopista de altas especificaciones, posibilidad de acelerar hasta 160, pero una cuota bastante elevada (que ciertamente ya me esperaba). El cuarto trayecto es fatal, pues pese a ser un día de asueto, el tráfico de la ciudad de México es insoportable, así que sólo que dan dos opciones: o padecerlo durante una hora hasta llegar al hogar–dulce–hogar, o detenerse en el tan ansiado putero.
El lugar elegido se llama Amnesia. “No olvidaras el lugar …” dice la tarjeta que le dan a uno al entrar. Está en Londres 236 esquina Praga. En la Zona Rosa. Brenda me recibe en la puerta, me lleva hasta una mesa, me siento y de inmediato se me sienta en las piernas. Pido una copa y ella pide otra. Al poco rato me enseña sus tetas. Tiene unos pezones enormes (de hecho también su busto es enorme), lo cual me da la impresión de que no hace mucho amamantó a un hijo. A pregunta expresa lo confirma. Después me besa en la boca (¡Oh, Dios mío, pero si las putas no besan!), en efecto, me besa en la boca me mete la lengua, se la meto yo, está encantada conmigo, se muestra fascinada, le resulté guapo, y no sólo a ella, también a la que está bailando, quien me pide que le convide un poco de mi cerveza. Entre trago y trago le dice a Brenda que estoy guapo. Yo sólo me río. Cuando termina de bailar, el disc jockey pide un aplauso. Cuando me doy cuenta soy el único que está aplaudiendo: soy el único parroquiano. Lo primero que hace la chica al bajar de la pista es ponerse el calzón, justo a un lado mío, le pido que se detenga y que me lo enseñe. Así lo hace. Es morena pero el interior de la vagina es bastante claro (parece ley: mientras más obscura sea la piel de una mujer, más blanco es el interior de una vagina). Ya con el calzón puesto pero los senos al aire se levanta y pregunta “¿puedo?”, a lo que yo respondo afirmativamente. De pronto tengo a dos mujeres sentadas en mis piernas, Brenda en la izquierda y “la otra” en la derecha (más tarde, cuando pregunto a “la otra” por su nombre, me responde que se llama Evelyn de día y Karina de noche). Las dos se miran como si estuvieran sentadas en las piernas de un artista de cine (con franqueza, estoy sorprendido porque en las decenas de table dances que he visitado algunas me han coqueteado como si estuviera guapo para lograr que les pague un baile, pero esta vez empiezo a creerles, aunque estoy conciente de que puede ser parte del juego por hacerme consumir más —y en cierto sentido lo logran—). Pronto Evelyn de día y Karina de noche me besa en la boca. Yo entonces cierro las piernas y logro que el acto tenga un ligero toque lésbico. Ahora los pechos de ambas están juntos y me beso con las dos al mismo tiempo. Evelyn de día y Karina de noche me atrae la cerveza hasta los labios y se desparrama sobre uno de sus pezones, de donde yo la recojo, luego la sirve directamente sobre el pezón izquierdo y yo la bebo. Hace lo mismo sobre el pezón derecho de Brenda y sigo bebiendo hasta que se acaba. Piden ellas una copa y nos seguimos agasajando entre los tres. Sólo me falta pedirles que ellas se besen solas. No sé por qué, pero me contengo. Evelyn de día y Karina de noche se levanta y aprovecho para negociar con Brenda un momento de sexo. Me asegura que la cuota es de mil pesos en el privado pero que a mí me pide sólo una propina y un baile de dos canciones (200 pesos más 300 de propina), pero que nunca en la vida diga nada, porque no suele hacerlo así (mi conclusión es que las cogidas son negocio de la que vende los boletos para los bailes privados y las prostitutas). Entramos a la zona de bailes y me bajo los pantalones, pero ella me pide que lo hagamos sólo a través de la bragueta. Desde que acordamos fornicar presentí que no habría condón de por medio. Ni siquiera lo exijo, no sé por qué, pero en ese momento me importa un comino el VIH; es más, hasta siento curiosidad por hacerlo sin condón con una prostituta. Brenda queda medio desnuda y se monta sobre mi pene (me pide que no me venga, pero estoy tan excitado que me vengo en el tiempo que dura la primera de las dos canciones). La que vende los boletos se asoma y sale. Sin decir nada parece que descubrió que estábamos cogiendo, pero la propina es suficiente para que lleguen a un arreglo las dos. El disparo de semen cae sobre mi camisa desfajada y alcanza a manchar el cinturón. Al fajar bien la camisa no se nota y la mancha en el cinturón podría ser cualquier otra cosa. Disfruto mucho el acto sexual, pero una vez que termino ya no puedo estar con las dos. Al regresar al lugar pido la cuenta y termino la cerveza que ya me estaba esperando. En el ínter Brenda me da su número celular y nos despedimos. Para ese momento se ocupa otra mesa, como si los clientes llegaran por relevos.
Al volver a casa me empiezan las preocupaciones por el VIH. El pene me duele en la parte baja. Me reviso y descubro que el zíper me hirió durante el coito. La herida tardará en sanar unos cinco días, pero sé que si Brenda tiene el virus estoy frito. Ni modo, la preocupación durará hasta el siguiente análisis de sangre, y además habrá que esperar tres meses.
La depresión sigue, pero pasa a un estado distinto. Completamente raro. Inédito. Estoy conciente de la irresponsabilidad pero también de que hay momentos en los que las depresiones sólo pueden tener una salida irresponsable. Me siento solo. Tengo ganas de hablarle a Brenda, de cogérmela bien, de escoger yo las posiciones, la cantidad de ropa, no sé si con condón o sin condón. No sé. No sé.
Incluso tengo la impresión de que me excitaría más con Brenda que con algunas mujeres con las que me ha costado trabajo tener una segunda vez, quizá porque al ser puta le puedo pedir cualquier cosa … quizá incluso me la vuelva a coger si condón.
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