APIO VERDE TUYÚ

El estómago te empieza a crujir. Las noches se transforman en pesadillas desvelantes. Pasás del chucho de frío al calor sudadero. La cabeza parece palpitar con cada exhalación tuya. Síntomas de que los nervios arremeten cual caballos desenfrenados y excitados. El almanaque no miente pero así y todo te negás a aceptar la realidad de que ya pasaron casi 365 días desde el último cumpleaños de tu hijo. Y que la fiestita infantil se acerca inexorablemente.

Año tras año te prometés que el próximo será diferente. Sólo de niños. O con niños y algún mayor. Pero año tras año caés en la misma realidad: vivís en sociedad y por ende tenés familia y amigos… que no podés dejar afuera del festejo.

 Tristemente existen detalles que acompasan demasiado bien el caos de dicha reunión festiva. Tu suegra y tu padre no se hablan. Tu cuñada anota detalles para ver si este año gastás más o menos que el anterior, y cómo es tu atuendo… para después deslizar en alguna charla frugal pero con varios integrantes que “la remerita que tenés puesta la vi en el puestito de la feria, ese que vende ropa pegado al puesto de cebollas y ajos orgánicos”. Tus amigos son de distintos ámbitos, y les cuesta integrarse. Para rematarla, el año pasado uno de ellos quiso “crear el ambiente” y no tuvo mejor idea que comenzar diciendo “Ché, vieron qué bien cómo dejamos afuera a Nacional, se la dimos con todo, eh?”, mientras ponía cara de cómplice astuto y cosechaba enemigos por doquier, sin contar con la esposa de tu amigo del liceo cuyo hermano juega profesionalmente al fútbol… y en Nacional.

 El colegio donde lo mandás tiene la costumbre de entreverar a sus alumnos cada año, por lo tanto los amigos de tu hijo se multiplican. Y es evidente que no podés dejar afuera tampoco a nadie. Así que una horda de cincuenta pequeños gritones te espera para devorar todo lo que pongas en la mesa, volcar algún refresco en el tapado de la tía vieja que critica la comida chatarra que se come hoy en dia mientras mira cómo los niños engullen chizitos tras chizitos y querer soplar las velitas escupiendo decenas de salivas diferentes sobre la torta hecha con tanto amor por la madrina del nene que mira con disgusto herido cómo la figura del Ratón Pérez se transforma en la de un extraño dinosaurio bigotudo.

 No falta aquella nena que siempre extraña a la madre y te hace llamarla para que cuando la pobre mujer viene casi corriendo, la pequeña tirana le diga “no, dejame un ratito más”. O aquellos padres que se olvidan que deben retirar a su hijo y te dejan esperando durante horas luego que la festividad pasó a la etapa de tranquilidad… y no sabés qué hacer con el niño el cual, acostumbrado a esos desplantes paternos, inventa juego tras juego para los adultos que quedan aguardando para cerrar la puerta de una buena vez. 

También es infaltable el niño pegón. Ese siempre está en toda escuela, en toda clase, en todo evento. Por más que uses algunos trucos para que no vaya (le pedís encarecidamente a la maestra que, en el cuaderno de él le pongan otra fecha de cumpleaños, a lo que la docente se niega de manera terminante desconociendo los detalles no poco menores que te llevan a suplicarle ese acto de compasión), nunca, jamás falta. En el cumpleaños anterior, pagaste para que la simpática figura de Minnie irrumpiera en el salón, e hiciera bailar a los niños. Fue tan dramático lo que sucedió que nomás recordarlo te espeluzna. Resulta que en medio del baile, Minnie agitando al máximo y moviendo su pollera a lunares, recibe una patada del niño pegón en la entrepierna. Ni los adultos sospecharon por un segundo que Minnie era en realidad Milton, y que por lo tanto la entrepierna tenía que ser cuidada como oro. Instintivamente Minnie (Milton) se llevó las manos hacia allí y cayó de bruces en un espasmo de dolor insoportable. La emergencia médica del salón actuó rápido y lo trasladaron sin la cabeza de Minnie (sino con la de Milton nomás) pero aún vistiendo la pollera a lunares. Los niños quedaron impresionados y fue tema de conversación durante tantos meses dentro del ámbito escolar, que el colegio tuvo que ofrecer una charla gratuita a los niños acerca de educación sexual. Muchos o la mayoría se negaba a creer que Minnie era en realidad Milton, el portero del colegio. ¿Cómo explicar que Milton usaba pollera siendo hombre y aparecía de buenas a primeras, en el cumpleaños de un alumno vestido de esa forma? Además, ¿dónde estaba la verdadera Minnie?

 El tío (que se cree gracioso) de tu marido aportó su grano de arena al gritarle “travesti” cuando la camilla se retiraba, palabra que los chicos comenzaron a utilizar sin saber su significado. Cuando tu hijo te vino a preguntar, lo primero que te salió fue hacerle una explicación al estilo “proviene del latín: tra de atrás y vesti de vestido, o sea atrás del vestido” y con eso diste por concluida tu magra y fútil respuesta.

Pero el episodio tuvo aristas más duras cuando la madre de Joaquín días después descubrió a su hijo vistiendo su propia pollera, y te hizo una denuncia por corrupción de menores. Tuviste que contar todo este triste episodio en un juzgado mientras Milton actuaba de testigo. ¡Si hasta tuvieron que presentar fotos!. Por suerte la denuncia fue  retirada al comprobarse que el menor estaba disfrazándose para un evento del colegio, y le había tocado el papel de hombre-escocés, por lo que hurgó en los roperos de su madre hasta encontrar una pollera escocesa tal como usan en aquel país. Se sacó un doce.

 En fin, mejor ponete a inflar los globos y a comprar las sorpresitas, aunque si de sorpresitas hablamos y teniendo en cuenta el historial que te acompaña, no es que te vayan a hacer mucha falta, ¿no?