FLOR DE FAUNA

La frente perlada de sudor. Los cabellos convertidos en una maraña hasta entrañable. La camiseta manchada de antisudoral. Y el trajecito que pretendía ser “de look ejecutivo” (aunque comprado en la Expo), completamente arrugado. Pero cumpliste tu misión: llegaste a tiempo para recoger a tu hijo de la escuela. Y te enfrentaste a la habitual fauna… siendo vos la flora.

 Corriste varias cuadras luego de bajarte del atestado ómnibus con el fin de llegar a la hora de salida de la escuela. Y, como te sucede día tras día, te encontrás con que sos la Cenicienta de las madres. Lo que es peor, tenés la presunción de que tu pequeño crío se averguenza de tu aspecto, cosa que comprendés con demasiada facilidad otorgándole al niño una suntuosa  cuota de razón: en contraste con el grupo de mamis fashion vos estás –definitivamente- en el ultimísimo lugar.

 Cuando ves a los niños salir todos juntos y correr en pos de sus progenitoras, das fe de la alegría y orgullo en sus ojitos. De todos. Menos del tuyo. Este mira receloso el cabello enmarañado, y voltea la vista hacia la mamá de Romina, quien no sólo tiene el pelo lacio-baba sino que además posee porte de princesa Barbie (aunque te brillan los colmillos al pensar que la infeliz no tiene a Ken al lado, sino que acarrea con tres divorcios y varias querellas por “riñas y disputas” en el edificio).

 Mirás en derredor y la imagen parece congelarse. Podemos simplificarla al decir que, mientras el resto de las féminas figuran en blanco y negro, vos sos la que aparece en color, resaltando como semáforo en rojo de todas las demás. 

Como si de un intento de agravio mayor se tratase, oís  que la madre de Agustina y la de Franco, comentan lo bien que estuvo la clase de Pilates. Primero pensás en Poncio e indagás en tu mente si ahora la moda será leer la Biblia… para después caer en la cuenta de que es algo relacionado con yoga. Y el veneno se te acumula en mayor cantidad que en la serpiente más ponzoñosa: tienen tiempo de ir al gimnasio y…¡les gusta ir al gimnasio!

 En un breve paneo, captás a otras madres. No hay especie en la fauna parecida a vos. ¿Será que no trabajan y por eso siempre están antes que vos llegues? ¿Será que todas tienen auto para trasladarse y jamás de los jamases se mojan o transpiran? ¿Será que donde trabajan les permiten ir de jeans ajustados y botas en punta cual adolescente sexy? ¡¿Dónde cornos trabajan?! ¡¿Dónde?! ¡¿Cómo?! ¡¿Cuándo y por quéee?!

 ¡BASTA! 

Es necesario recobrar la compostura cuanto antes. Sos una madre y como tal deberás comportarte. Tu mentalidad se asemeja a la de tu propio hijo, cosa grave pues se llevan unos veinticinco años de diferencia. El aspecto es importante pero no relevante. Todas esos dichos y diretes que dicen “lo que importa es lo de adentro” es lo que deberás grabarte a fuego. De ahora en más aunque despeinada, sudada y desprolija, mantendrás la erguidez como si de Margaret Thatcher se tratase.

 Pelos pinchos pero postura rígida. Rimel corrido pero porte de dama.

 Es un proceso lento y hay que ser paciente, pero los resultados compensarán todo sacrificio. Dicho proceso desembocará en un cambio de actitud de los demás hacia vos. Tomarán una distancia deferente de esa mujer orgullosa de sí misma, desligada de lo material y de lo aparente. La admirarán. La intentarán imitar. La desearán. Y tu hijo correrá embelesado a tus brazos al percibir que su madre se ama a sí misma tanto como los demás la aman a ella. 

Eso si, cuando la madre de Federico (la de piel blanca lechosa cubierta de graciosas pecas) se acerque, no te olvides de pedirle la receta casera que saca los granitos. Datos así nunca están de más. Y menos en tu caso, ¡que aún seguís lidiando con los puntos negros cuando ya pasaste las tres décadas!