TEMA I

 

VOCACIÓN UNIVERSAL

 

 

A.- GRANDEZA DEL HOMBRE.

 

— El hombre es el vértice de todas las cosas. Todo está orientado hacia él.

 

— El hombre no es un vértice estático, sino dinámico, esto es, en continuo movimiento ascendente (1Co,3,22).

 

— Va creciendo la capacidad de intercomunicación.

El progreso continúa en el hombre, él hace progresar las cosas.

El hombre representa el ansia de superación del Universo.

El cosmos se expresa a través del hombre de manera más perfecta.

 

B.- INTERROGANTES IMPORTANTES.

 

— El valor de mis respuestas depende de la importancia de mis preguntas.

 

— No va a versar sobre los problemas del hombre, sino sobre el problema de ser Hombre.

 

El hombre está exteriorizado; resuelve todo los problemas, menos el suyo.

Más que de un ¿por qué?, se trata de buscar un ¿para qué? No nos preocupa el origen del ser humano, sino la finalidad del ser humano.

 

— La idea mundana es: ¿de dónde vienes?, ¿dónde naciste?, etc.

Sin embargo, me comprendo mejor por mi fin que por mi origen.[1]

 

¿PARA QUÉ MI EXISTENCIA DE HOMBRE?

 

C.- RESPUESTAS POSIBLES.

 

I.- Dentro de la inmanencia.

 

a.- Para Nada. Nos mete en un terrible absurdo. La vida sería una larga e incurable enfermedad mortal. La vida sería algo sin sentido: “El gran establo” (comer, dormir, producir y reproducirse par que otros hagan lo mismo).

 

— Es absurdo, porque todo lo que es progreso y evolución quedan echados a perder (camino truncado: millones de años echados a perder: “evolución abortada”).

El hombre sería una bestia absurda (Rostand).

El hombre sería el sentido sin sentido (payaso).

 

b.- Para Alguna Cosa. (Dinero, fama, doctrina, pensamiento sistematizado).

 

Esta respuesta es descartada por degradante (no hay interlocutor). Son obras del hombre.

 

c.- Para Alguien como yo.

 

— La persona está enferma de mortalidad (somos un hatajo de desahuciados). Estaríamos solos, corriendo los mismos riesgos (soledad y desamparo). Todos hermanitos (El gran orfelinato); y ¿después qué?

Vida como de cohete de feria; los cohetes disipan un instante algo de las tinieblas, se dejan oír y ver un instante, para luego sumergirse para siempre en el silencio y la oscuridad total; su mismo brillo y sonido son su final. No dejan restos. ¿Quién se acuerda luego de aquel cohete de feria?

 

— La postura humana que trata de ser fiel a nuestra finitud se llama ateísmo. Ateísmo: toma una postura resignada, más que agresiva. No ve al creyente con odio, sino con compasión.

 

II.- Recurriendo a la Trascendencia.

 

Sólo un Absoluto Personal (fuera de la Inmanencia), puede ser la explicación de mi existencia en cuanto a meta.

 

- El fenómeno humano no puede tener su última inteligibilidad (comprensión) si no se le relaciona con Dios.

 

“Nos hiciste para Ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti” (San Agustín). Mis anhelos son respuesta tipo instintivo a los llamados de Dios tejidos en lo más profundo de mi ser.

 

“La persona humana es mayor que sus apariencias, está habitada por un movimiento impetuoso; afectado por una apertura, tenso por un dinamismo y un deseo oscuro (profundo) que no es finalmente sino el deseo de Dios” (Vicente Ayel).

 

¿QUÉ ES DIOS PARA MI?

 

A)- Comparaciones.

 

Cierva-arroyo

Salmo 41, 2: “Como jadea la cierva tras las corrientes de agua, así jadea mi alma en pos de Ti, mi Dios. (Dios es para mí lo que el agua para la cierva).

 

Tierra reseca-lluvia.

Salmo 62. 2: “Dios, Tú mi Dios, yo te busco, sed de ti tiene mi alma, en pos de Ti languidece mi carne, cual tierra seca, agotada sin agua. (La ansiedad que tiene la tierra reseca de que caiga el agua que tanto necesita, así nosotros tenemos ansiedad de Dios, hambre de Dios; necesitamos de Dios, gritamos por El).

 

Centinela-Aurora.

Salmo 129,5: “Yo espero en Yahveh, mi alma espera en su palabra, mi alma espera en su palabra, mi alma aguarda al Señor más que los centinelas la aurora; más que los centinelas la aurora, aguarde Israel a Yahveh”. (Así como el centinela espera la aurora, así mi alma te ansía a Ti).

 

Nostalgia-Ser amado.

Querer llorar y no saber por qué. Esperar hoy el tren que llegó ayer. Hombre = ser nostálgico de Dios.

 

Llaga-Cicatriz.

“Busco yo no sé qué busco, creo que es un rostro que una vez perdí. Llaga, llaga siempre abierta, lleno de vacío estoy; siento, siento una nostalgia de algo que me falta desde que nací.

Llaga, soy todo una llaga que tan sólo al verte cicatrizará. Nombre, yo no sé tu nombre, pero sé que rondas muy cerca de mí. Río, soy un río turbio y Tú, mar inmenso guíame hacia Ti” (canto 3-13).

 

Molde-original-eco.

Busco quién me pronunció y voy rebotando de montaña en montaña como el eco. Soy una especie de molde y nada me puede contentar sino Dios, que es mi original.

 

Agua-Océano.

La vida humana desde que nace es como agua de manantial que va hacia el mar. (Toda vida humana está destinada a llegar a Dios). Nada me puede contentar ni detener; estoy programado y referido hacia Dios.

 

b)- Experiencia humana profunda.

“No fue en esas horas de ilusión, sino al decidir mirarme bien, como amigo en mi alma te encontré, Tú me esperas allí” (Canto M-9 ó 3-51).

“Es preciso ir hasta lo más profundo de lo humano para tener la posibilidad de encontrarse con Dios” (Brone).

“Dios está en nosotros escondido; rara vez el hombre tiene el valor de escarbar profundo en su alma para encontrar a Dios que habita ahí. Rara vez el hombre penetra en ese santuario interior y sin embargo es ahí donde encontrará lo que tanto busca” (Daniélou).

“Entre más el hombre ve hacia fuera, menos encuentra a Dios” (Paulo VI).[2]

 

EL LEBREL CELESTIAL

 

Coro 1: Me escapaba de él, a lo largo de las noches, de los días.

Me escapaba de él a lo largo de los puentes de los años; me escapaba de él a lo largo de los laberintos de mi propio espíritu.

 

Coro 2: Y bajo la escarcha de mis lágrimas me ocultaba de él, o a veces bajo la locura de mis risas.

Siempre había una brecha por donde poder escapar.

Me lanzaba a ojos cerrados en lo profundo de tinieblas gigantes, en abismos de miedo…

 

Todos: Para huir de esos pies implacables que me seguían,

que me acosaban:

con un afán sin prisa,

con un paso imperturbable,

 con una prisa calculada,

 con una urgencia llena de majestad.

 Golpeaban el suelo, y una voz me golpeaba, más insistente aún que sus pasos:

 

Lector: ¡Todo te traiciona, cuando a mí me traicionas ¡

 

Coro 1: Como un proscrito, me ponía a discutir ante las encrucijadas del corazón, teñidas de rojo, formadas por amores entrelazados.

Pues, aunque conocía a su amor que me perseguía, me veía dolorosamente penetrado del temor de que, al poseerlo a él, nada tendría que hacer a su lado.

 

Coro 2: Una ventanuca se abría de repente de par en par:

la borrasca de su cercanía la obligaba a golpear sobre sí:

El temor no pensaría huir como el amor:

Por eso él se obstinaba en perseguirme…

Me puse entonces a huir por los caminos del mundo, sacudiendo las rejas de oro de las estrellas, llamando a sus barrotes sonoros para que me dieran abrigo, invitando a dulces coloquios de un hablar argentino al pálido refugio de la luna.

 

Coro 1: Y decía a la aurora: “¡Aprisa!”

Y decía a la noche: “¡Ven pronto!”

“Con tus jóvenes flores celestiales ocúltame en seguida, los ojos de este terrible amor…

Haz flotar en torno a mí tu velo de incertidumbre, de miedo a que él me vea”.

 

Coro 2: Iba así tentando a todos tus servidores, para encontrar solamente la prueba de mi propia tradición, precisamente en su fidelidad y en su fe en él, en su indiferencia conmigo, en sus verdades traidoras y sus leales decepciones.

 

Todos: El temor no cree en la huída; pero el amor, él, sigue creyendo en la persecución: siempre y siempre, en una caza implacable,

con un afán sin prisa,

con un paso imperturbable,

con una prisa calculada,

con una urgencia llena de majestad.

Sonaban siempre tras de mí sus pasos y una voz por encima de su ruido me decía:

 

Lector: “Que nada te acoja, ya que tú no quieres acogerme”.

 

Coro 1: Tras haberme extraviado, dejé de buscarlo en el rostro de un hombre o de una muchacha; lo buscaba en los ojos de los niños, donde algo parecía decirme:

“Ellos, por lo menos, son para mí, seguramente para mi”.

Me volví entonces a ellos con inmenso fervor.

Pero apenas sus ojitos de niños se iluminaban con una belleza repentina que llevaba respuestas de aurora, su ángel los arrancaba lejos de mí, cogiéndolos casi por su cabellera….

 

Coro 2: “Entonces –exclamé-, venid vosotros, los hijos todos de la naturaleza.

 

Venid a compartir conmigo vuestra amistad delicada:

Deja que os bese, labio con labio; dejadme cubriros de caricias, jugar tranquilamente, alegrarnos mutuamente”.

Así se hizo.

Fui un miembro más en su amistad tierna:

Abrí el cerrojo que guardaba los secretos de la naturaleza:

Supe leer los cambios repentinos en los rasgos obstinados del cielo.

 

Coro 1: Con todo cuanto nace y muere me elevé y me marchité juntamente, fui modelando mis propios estados de ánimo, alternativamente lamentables o divinos.

Con ellos, me llenaba de gozo o de desolación amarga.

Declinaba con la tarde, estallaba de risa a los ojos de la mañana.

Triunfaba y luego me entristecía al compás de los tiempos.

Pero nada de esto lograba consolar mi punzante dolor de hombre.

 

Coro 2: En vano mis lágrimas empapaban las mejillas grises del cielo.

Porque, ¡desgraciadamente¡ no sabíamos lo que el otro decía (esas cosas y yo).

¡Ah! ¡La naturaleza, pobre madrastra, no podía apagar ni sed!

Pero si ella quiere tener derechos sobre mí, que me muestre, por fin, los pechos de su cariño.

Pero nunca ha caído, como una bendición, una gota de su leche sobre mi boca sedienta…

 

Todos: Mientras tanto, cada vez más cercana, se palpaba su búsqueda, con un afán imperturbable, con una prisa calculada, con una urgencia llena de majestad. Y por encima del ruido de sus pasos, una voz llegaba, más rápida todavía:

 

Lector: “¡Mira! ¡No hay nada que te contente a ti, que no sabes contentarme!”.

 

Coro 1: “¡Anonadado, estoy esperando el último golpe de tu amor que va a trastornarme!”

Mi armadura, pieza, a pieza, la has sabido destrozar:

De repente, he aquí que me has puesto de rodillas:

¡aquí estoy, sin defensa alguna!

Dormía: y he aquí que me he despertado.

Y recobrando dulcemente mis sentimientos, me veo como desnudo en el sueño.

En el brusco vigor de mi pujanza juvenil he sabido sacudir los momentos de horas.

Y he hecho rodar sobre mí toda mi vida.

Y me encuentro todo sucio, de pie, solo, en medio del polvo de los años transcurridos.

 

Coro 2: Mi juventud desmenuzada yace muerta bajo un montón de escombros.

¡Ay, tu amor!

Verdaderamente es una mala hierba…

Pero una mala hierba parecida al amaranto, que no deja a su lado brotar ninguna flor sino las suyas.

¡Ay! Entonces es preciso, dibujante infinito, es preciso que tú carbonices por entero la madera antes de poder pintar con ella.

 

Coro 1: Mi juventud ha derramado su chaparrón trémulo sobre el polvo.

¡Eso es lo que es!... ¿qué va a salir de él?

Si la pulpa de suyo es tan amarga, ¿cómo será su corteza?

Adivino oscuramente lo que el tiempo confunde entre las brumas.

Sin embargo todavía no he distinguido al que está en la sombra, vestido de púrpura y coronado de espinas.

Repite sus requerimientos a grandes gritos.

Pero yo sé su nombre y sé lo que canta…

 

Coro 2: Si es el corazón del hombre o su vida los que te proporcionan la cosecha, ¿será menester que tus campos se vean antes emponzoñados por la podredumbre de la muerte?

Y ahora, he aquí que tras esta larga búsqueda llega hasta mí su ruido, y esa voz que me rodea como un mar que se rompe:

 

Lector: “Tu tierra está tan estropeada tan rota en pedazos, que se parece a los cascos de un botijo casado.

¡Mira! Todas las cosas huyen de ti, porque tú huyes de mí”.

“Ser minúsculo, extraño, digo de lástima, ¿cómo quieres que las cosas te reserven un pedazo de amor?

Sólo yo puedo hacer algo con la nada:

Bien sabes que el amor humano exige algo que lo merezca. Pero ¿dónde están tus méritos?

Tú, que de todo el barro humano modelado, eres el cacharro más inútil?

¡Verdaderamente tú no sabes cuán poso digno eres de amor!

¿A quién quieres encontrar que ame tu bajeza sino a mí, y sólo a mí?

Cuanto yo tomo de ti, no hago más que recogerlo, no para hacerte daño, sino sólo para que puedas algún día volver a encontrarlo en mis brazos.

Todo lo que tu corazón de niño imaginaba perdido para siempre: ¡lo ha metido en el granero de tu casa! Levántate, toma mi mano, ¡y ven!

 

Todos: Ya sus pasos se detienen junto a mí:

Mis tinieblas en el fondo, ¿no serán la sombra de su mano que se extiende como una caricia sobre mí?”

 

Lector: “! A, mi niño tan querido, tan ciego y tan débil!,

Yo soy aquel a quien buscas; rechazabas al amor, cuando a mí me rechazabas”.

 

Francis Thompson, “The Hound of Heaven”.

 

El que buscas está a tu lado; siempre lo ha estado; si tan sólo te dieras cuenta.

El hombre siempre está huyendo de lo único que lo haría feliz. “Estás sin descanso hasta por la noche, todo acobardado y te falta ánimo; siempre vas muy de prisa, siempre vas como huyendo, pero tú solamente hallas paz en el” (canto 55 Ester. 3ª.)

Dios me persigue, se hace encontradizo, se coloca delante de mi carrera huidiza.

(Amores, niños, naturaleza, etc. Probó de todo) “En cosas que se mueren yo puse el corazón. Fue tierra mi tesoro, fue vana mi ilusión. En cosas que se mueren me voy muriendo yo, Tú solo vives siempre, Tú solo mi Señor” (cata 2-84).

El regreso al yo, la constatación de mi nada. (Dios me llenará cuando esté vacío de mí mismo).

 

Mi desesperación no es más que la sombra de la mano de Dios que quiere levantarme y tomarme por su cuenta para regalarme la libertad y la felicidad. “Con la noche las sombras nos cercan y regresa la alondra a su hogar; nuestro hogar son tus manos, oh Padre, y tu amor nuestro nido será. Cuando al fin nos recoja tu mano para hacernos gozar de tu paz, reunido en torno a tu mesa nos darás la perfecta hermandad” (himno 40,2ª y 3ª estr.)[3]

 

Si mi nombre estuviera en vez del autor, ¿qué título le pondría al poema de mi vida?

 

D.- CONCLUSIÓN.

 

— “La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor a Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador” (G.S. 19).

 

— La importancia de caer en la cuenta de esa vocación Universal. Si todas las personas están destinadas a ver a Dios, ya no debe haber persona insignificante para mí. El racismo es lo contrario de esto. Tengo que caer en la cuenta y hacer que los demás caigan en la cuenta de lo que llevan dentro: a Dios.

 

— Nuestra Vocación Universal es Dios y no debemos de andar con juguetitos que no nos dejan pensar en Dios.

 

— Esta vocación fundamental es común. Ella nos unifica. Todos estamos llamados a lo mismo.

 

— Esta experiencia de saberse para Dios constituye la base de la vocación religiosa. Sin ella sería como fincar en arena.

 

— Dios es el sentido del hombre, así como el hombre es el sentido de las cosas. (Icor 3, 22)


 

 

 



[1] No importa el por qué ingresé, sino el por qué persevero. Entre más pensemos en nuestro origen, más nos vamos a distanciar; entre más pensemos en la finalidad más nos vamos a unir.

 

[2] No existe un silencio interior si no hay un silencio exterior.

[3] CONVERSIÓN: Negación de mi autosuficiencia –Poner toda mi confianza en Dios. –Mi vida en entera confianza al Padre.