TEMA VIII

 

REFLEXIONES SOBRE EL DIALOGO COMUNITARIO

 

IMPORTANCIA DEL DIALOGO

 

El diálogo, hoy por hoy, es una exigencia de la dinámica comunitaria. No es algo accesorio y opcional. Se trata de un mecanismo de gobierno imprescindible. Estructuras tales como entrevis­ta, Consejos, Capítulos suponen capacidad de diálogo en los componentes de una Comunidad so pena de resultar ineficaces, si no perjudiciales.

 

ENFOQUE DEL TEMA

 

Hablaremos más bien de la mística del diálogo, sin entrar propiamente en las técnicas del diálogo. Con esto queremos hacer resaltar la primordialidad de la mística. Sin ella, estimamos que los métodos de diálogo se pueden convertir fácilmente en mecanismos hábiles de manipulación.

 

APROXIMACIONES A UNA DEFINICION

 

La palabra diálogo está resultando ser una palabra usada, abusada, desgastada, erosionada, calumniada, endiosada, prostitui­da. Todos 1a traemos en nuestros labios, pero, ¿qué es lo que traemos en nuestro corazón, cuando la pronunciamos?

 

Lo que ciertamente no es el diálogo:

 

— Un mecanismo de presión individual o grupal para obtener lo que uno quiere.

 

— Un método de mentalización de tipo conductista encaminado a obtener la sumisión ante una orden determinada. (Muy diferente a una concientización: mecanismo que hace caer en la cuenta de algo que pasaba inadvertido).

 

— Solución de compromiso basada sobre la suma algebraica de los diversos egoísmos (todo el mundo quedó contento, cada cual sacó su “tajada”).

 

— Fórmula elegante para escapar de una obediencia crucificante, dolorosa, difícil. “No obedeceré hasta que se me escuche; hasta que se me convenza de que estoy equivocado.”

 

— Sustituto del aviso fraterno personal y directo.

 

— Simple información, sin deseo de escuchar y modificar puntos de vista personales. (Tipo comunicado telefónico de contestadota automática).

 

Simple charlatanería. Un hablar convulsivo, sin profundidad real y muy frecuentemente sin verdad. Verdadera cortina de humo que no permite la entrada de la luz para formular un juicio so­bre la bondad o maldad de la propia vida (individual o colecti­va).

— Anonimato en las decisiones lo que lleva hacia una grave irresponsabilidad y termina en el completo desgobierno.

 

Lo que es dialogar:

 

No daremos definiciones del diálogo. Trataremos de conocerlo por sus efectos.

 

— La práctica asidua del diálogo manifiesta la existencia de una comunidad (es pues, cumbre, efecto), y a la vez, le permite existir (es también fuente). Claro está que estamos hablando de una COMUNIDAD RELIGIOSA concebida no como un simple ambiente donde me puedo santificar, o como una casa de asistencia piadosa, o como un hotel de apóstoles, sino como algo que va en la línea de la vida, como un conjunto de personas “convocadas”a la misma vocación, animadas por un mismo espíritu, dando una respuesta común (aunque no idéntica), pronunciando un continuo “nosotros”.

 

El diálogo fomenta y expresa el vivir comunitario:

 

Me hace participar lo que soy y lo que tengo. Lo que pongo en circulación es lo que me acerca a los demás. Lo que me guardo para mí, es lo que me separa. Mis posesiones son lugar de mi refugio. Privacidad se opone a participación. Si me guardo mis opiniones, si no las externo, se me convierten en lugar de mi refugio. Ello me aleja de los demás.

 

Ayuda a formar la conciencia colectiva: La confrontación permi­te completar las diversas (parciales) captaciones de la realidad. Comunicar la verdad descubierta es uno de los servicios más propiamente humanos, puesto que es una contribución irremplazable de cada persona a la colectividad. Además y como de retache, ayuda a corregir la percepción perso­nal, pues objetiviza la captación de la realidad, tan teñida con frecuencia por la afectividad.

 

Prepara a vivir en la paz: los demás conocerán mis verdaderas intenciones, y yo conoceré las de los demás. Esto evitará la sospecha (que es la peor de las acusaciones), y ayuda a vivir con autenticidad. Una vez que los demás conocen mis motivaciones de actuar, mis gustos, mis pensamientos, pues vivo como en vitrina. Esto invita a ser coherente y perseverante. Si aprendo a disentir amando, estoy poniendo los cimientos para la superación de los conflictos.

 

EL VEHICULO DEL DIALOGO: LA PALABRA

 

- La palabra: lo más humano del hombre. Supone interioridad (permanecer uno mismo). Es la expresión de mi yo profundo. ¿Me digo en mi palabra; o sólo digo cosas? Debería poder reconocerme en mi palabra. La Palabra así dicha se origina en el silencio (matriz de todos los sonidos).

 

- La palabra permite el encuentro de dos subjetividades, de dos centros de personalización, de dos realidades mistéricas. La palabra que produce la automanifestación (cuando realmente se habla al otro), sólo se da en clima de amor (aceptación). El clima de la verdad es el amor y la verdad es la prueba del amor.

 

- No hay amor sin donación; darse es manifestarse. Dios se nos dijo en Jesús. Así nos probó el Padre el amor que nos tiene. El lenguaje crea la comunidad y la mantiene. Sin lenguaje común pronto nos dispersamos (simbología de la Torre de Babel). Esto se refiere no sólo al aspecto idioma (estructura gramatical, sonidos,...), sino también al significado de los contenidos.

 

OBSTÁCULOS AL DIALOGO

 

Son las actitudes personales lo que impide el diálogo en la comunidad. Tales actitudes se dan en personas que no quieren dialogar, o que simplemente no pueden dialogar.

 

Los que no quieren dialogar:

 

— Los individualistas:

Piensan que la relación religiosa es meramente vertical. Todo lo reducen a “Dios y yo”. Basta con que Dios conozca mis pensamientos. No tiene ningún caso el comunicarlos a los demás. Consideran al diálogo como pérdida de tiempo y como un atropello o la interioridad personal.

 

— Los aprehensivos:

Olvidan la dialéctica del diálogo. Temen que se den opiniones encontradas. Carecen de la mística de disentir amando.

 

— Los autosuficientes:

Creen saberlo todo, o casi todo. Se apoyan demasiado en su “experiencia”. Creen por eso no poder recibir nada de nadie.

 

— Los instalados:

Olvidan lo ley de la vida: se nace cada día. Necesitamos de toda nuestra vida para aprender a vivir. Dialo­gar supone exponerse a modificar su propia mentalidad. Toda modificación exige desasimiento, readaptación...

 

— Los hipócritas:

Cuidan sólo su yo de exportación. Temen que alguien conozca su verdadero yo. Huyen de lo auténtico. (Ante todo “no quemarse”).

 

— Los vividorcillos:

No desean comprometerse. Dar sus motivaciones en público es atarse por completo las manos. Se vive en vitrina: conocido de todos, juzgado por todos.

 

Los que no pueden dialogar:

 

— Los idealistas:

Su idea de comunidad es irrealizable; les impide trabajar dentro de los límites que impone lo concreto de la realidad. Sueñan continuamente en una comunidad inexistente. Olvidan que la comunidad no es un hallazgo, sino una tarea. Minusvaloran la importancia de los límites propios y ajenos.

 

— Los “enfermos”:

Esto es, los que siempre están bordeando el abismo de la neurosis. Padecen de estrechamiento del campo de conciencia, producido de una percepción “filtrada”, de una afectividad selectiva. Exageran o minimizan los problemas, según se encuentren de estado de ánimo. Son de una vulnerabilidad anormal; no permiten se les contraríe. Identifican el rechazo de sus ideas con un supuesto rechazo de su persona.

 

— Los categóricos:

Padecen de ceguera para percibir matices; además, hablan sin matices: “esto no tiene vuelta de hoja”, “al pan, pan y al vino, vino”. Confunden firmeza con terquedad. Confunden franqueza con brutalidad.

 

— Los aprendices de psicólogo:

Con un prurito de catalogar a todos los demás. “Este es así”, “De aquél siempre hay que esperarse algo semejante”. Se la pasan estudiando reacciones, en vez de tratar de captar contenidos. Con frecuencia en este grupo se encuentran también algunos automarginados, pues se forman la -idea de que el grupo los ha juzgado y rechaza todas sus inter­venciones. Estos se vengan del grupo con su no-intervención.

 

— Los irónicos:

Minimizan la seriedad de los problemas, “Nada más sencillo que esto que se nos presenta”; “para qué perder el tiempo en cosas sin importancia”; “esto hasta un niño lo ve”.

 

— Los impacientes:

Interrumpen. No escuchan. Viven con la mano levantada, sin hacer caso a los que hablan. Están demasiado pendientes del reloj.

 

— Los pudorosos:

Padecen de vergüenza enorme de dar a conocer su opinión. Imposible hacerles hablar de su yo. Se esconden tras formalismos convencionales, a guisa de ropaje recubridor de su desnudez.

 

REQUISITOS PARA PODER DIALOGAR:

 

— Ante todo, desear eficazmente dialogar.

(Querer es poder). Esto supone que se está convencido de la necesidad del diálogo.

 

— Ponerse en ambiente de diálogo:

Esto es, de amistad, de acogida, de benignidad, de respeto a los demás.. Efectivamente, dialogar es una actitud, un estado, una espiritualidad. De ninguna manera se trata de sólo un momento o de una moda.

 

— Ensayarse a ser receptivo:

Prestar atención física y psíquica. Escuchar para comprender, no para catalogar. Esforzarse en ver el mundo con los ojos del otro. Creer en la dignidad del otro. Tener perspectiva histórica: el otro viene de un país lejano e inaccesible llamado infancia.

 

— Aceptar las exigencias propias del diálogo:

No poseo pura verdad, menos aún, toda la verdad. El otro no está completamente equivocado. No existe entre humanos el error químicamente puro. Si le cerramos la puerta al error corremos el riesgo de dejar fuera a la verdad. Esto lleva a pensar que la opinión de no importa quién tiene su valor. En última instancia, hasta llegamos a enriquecernos con lo que creíamos ser pobreza de los demás.

 

— Hacer un esfuerzo por ser auténtico:

Se ha de entrar al dialogo sin armas, ni escudos, ni espadas. Con la disposición de ser puesto en tela de juicio, con la posibilidad de ser rechazado, no comprendido. Y todo ello sin dramatizaciones ni desplantes, con gran sencillez. Esto supone tener una vulnerabilidad apaciguada, propia de un hombre que tomando en serio a los demás no se toma a él mismo demasiado en serio. Esta autenticidad se logra tratando de conocerse delante de Dios. Ello produce una humildad tranquila. Todo lo cual supone interioridad y un cierto silencio: clave de la captación profunda de la propia identidad.

 

— Hacer un esfuerzo en ser prudente:

Esto es, tener tacto social. Saber callarse, cuando el hablar es contraindicado. Evitar defenderse de “supuestos ataques”. Saber matizar, pues la realidad es muy compleja (tiene muchos ángulos). Saber hablar sin herir inútilmente los sentimientos de los demás. Poner atención a las reacciones ajenas, para no arrojar gasolina sobre el fuego. Saber suavizar tensiones, haciendo ver las coincidencias y haciendo resaltar las buenas voluntades.

 

CONCLUSION:

 

Por lo que se ve, el diálogo supone mucha virtud. Exige toda una ascesis. No se improvisa, ni se simula. Es fruto, más que raíz. Es la encarnación del himno a la caridad de 1 Cor 13. Es toda una espiritualidad.