EL TESO DE SAN CRISTÓBAL
 

Ven conmigo, caminante,

que a las Arribes ya llegas;

ven conmigo que te enseñe

de los Arribes las puertas.
 

Recortado sobre el cielo,

piedras y piedras y piedras,

el teso de San Cristóbal

surge, nace de la tierra.

Viñas, almendros y olivos

por el sur ya le rodean,

por el norte: un precipicio,

al fondo, el Tormes serpea.

Una mole de granito

se levanta a su izquierda:

es la peña del pendón,

es cierto, se balancea

cuando algún mozo fornido

le aplica a un punto su fuerza.

Ráfagas de fuertes vientos,

hielos y lluvias moldean

esa cabeza rocosa

hiriendo, al fin, su dureza.

Pero ella se alza orgullosa:

para águilas viajeras

y más altos aguilones

es peña muy posadera.

Arriba del todo, un hueco

sostiene ramas, banderas,

trofeos que significan

la escalada de esta peña.
 

En el centro de este teso,

últimamente cubierta,

se levanta una ermita,

ayer dos arcos de piedra,

dedicada a san Cristóbal,

gran santo de la Edad Media

(milagroso sanador

de gentes de peste enferma)

Los pintores y escultores

a este santo representan

con tamaño de gigante

que profundos ríos vadea,

con un Cristo al hombro izquierdo

y un gran palo a su derecha.

Alrededor de esta ermita

una meseta pequeña

ha sido antaño testigo

de procesiones que, lentas,

tres monaguillos al frente,

llegaban hasta la puerta.

Rezos, letanías, misas,

súplicas muy sinceras

piden al santo salud,

buenas lluvias y cosechas.

Después estallan cohetes

buscando aires de estrellas.

Y al son de los tamboriles

los bailes allí comienzan.

Hoy ya no hay procesiones,

los ancianos las recuerdan,

hoy en el lunes de Pascua

se organiza una gran fiesta

hornazos, bailes y toros,

jamón, chorizo, chuletas.
 

Tras un pequeño descenso

un mirador está cerca:

es el balcón de Pilatos

donde el precipicio empieza.

Si te asomas, pronto sientes

que el aire te desmelena,

temblores leves de estómago

porque el vértigo te llega.

El Tormes, siglo tras siglo,

con tesón y con firmeza

horada, cava y arrastra

las duras y oscuras piedras:

parece que llegar quiere

hasta el centro de la tierra.

Caminante, abre tus ojos

que las Arribes comienzan;

desde este teso contemplas

de las Arribes la puerta.
 
 

El alma aquí se relaja,

ser ave aquí se desea,

y flotar por estos aires,

y alcanzar la otra ribera,

o subir el río arriba

hasta el embalse de Almendra,

o seguir el río abajo

hasta encontrar las pesqueras.

Ascienden rumores de agua

y susurros de arboleda.

En verano suave brisa

se agradece, pues refresca;

en invierno, no hay quien pare

más de un minuto de espera.

Al otro lado del teso,

en recónditas praderas

bancos de lirios floridos

sembró la naturaleza,

tallos verdes, flor morada

espadañas de belleza.

Más abajo, entre peñascos,

según cuenta la leyenda,

escondida y muy profunda

se debe abrir una cueva

(tesoros de ricos moros

grandes sacos de monedas)

Baja hasta el fondo del río,

llega hasta la otra la ladera.

Dice la voz popular

que los candiles y velas,

los faroles y linternas

todos apagan su luz

cuando atravesarla intentas.

Ésta sí que es, viajero,

una "verdad" de leyenda.
 
 

Caminante, tú que has visto

paisajes de tal belleza,

llévate un grato recuerdo

de estos lugares de fuerza.
 
 

[Arturo Santos Cordero]