La gastronomía burgalesa es sinónimo
de estómagos repletos y espíritus satisfechos. El lechazo,
típico en
Aranda y en la Ribera del Duero, la morcilla
de Burgos (con una tradición casi bicentenario) en un festín
de
variedades, el queso de Burgos, los vinos
de la Ribera del Duero, protegidos por la Denominación de Origen
y de reconocido prestigio internacional y como no la sopa burgalesa -con
trozos de vaca, patatas y huevos- son justificación para tan antigua
aseveración.
La carretería burgalesa, que en el
siglo XVIII enlazaba Castilla con el reino de Valencia,
aportó a la morcilla de Burgos el
arroz que junto a la cebolla a la manteca
y la sangre de cerdo la hacen característica.
Variantes de esta afamada morcilla pueden
hallarse a decenas según se recorren
los distintos pueblos de Burgos, desde
Villarcayo,en el norte, a Aranda de Duero,
en el sur; o a la comarca de Sobrón,
en el oriente burgalés.
El lechazo, amamantado a la ribera del Duero
o al son de los tañidos de la Catedral de Burgos, no oculta su
predominio sobre los manteles burgaleses.
Decenas de asadores dan testimonio de su importancia.
Cabecillas asadas y manitas de cordero guisadas
completan el aprovechamiento que de este animal hace la cocina burgalesa.